¿Es posible creer en Dios?

Capítulo 2 | Sumario de este capítulo

¿Nacidos para sufrir?

Evidencias de la existencia de Dios

La Biblia, un peculiar proyecto editorial

¿Se puede confiar en la Biblia?

Profecías del Antiguo Testamento concernientes al Mesías

Albert Camus, filósofo francés, cuenta en El mito de Sísifo que, según la mitología griega, Sísifo había sido condenado por los dioses a vivir eternamente intentando llevar una enorme piedra a la cima de una montaña. Cada vez que estaba a punto de cumplir la misión, la piedra rodaba y el infeliz condenado tenía que regresar para cargarla e iniciar el trayecto una vez más. Camus deduce que la absurda tarea de trasladar la piedra a la cumbre, sabiendo que ese trabajo no tendría fin, es una metáfora del ser humano que ni siquiera sabe por qué hace lo que hace o sufre lo que sufre.

Para Camus, el hombre nace, vive y, finalmente, muere atormentado por una pregunta: ¿Cuál es el propósito de la vida y del sufrimiento? La respuesta de Camus a esta interrogante es la teoría del absurdo: nada tiene sentido en la vida ni en el universo. Por lo tanto, para él, solo hay tres alternativas. La primera sería suicidarse, pero el escritor rechaza esta posibilidad por ser un acto de cobardía. La segunda opción sería creer en una realidad trascendental, más allá de lo absurdo. Camus también rechaza esta posibilidad argumentando que eso equivaldría a destruir la razón y sería un suicidio filosófico, tan cobarde como el suicidio físico. Entonces, solo restaría un camino: aceptar lo absurdo como la única solución práctica y vivir de la mejor manera posible, a pesar de que la vida no tenga ninguna razón de ser.

De acuerdo con Camus, el ser humano existe en un universo que no tiene sentido y, si alguien se atreve a buscarle sentido, entrará en conflicto con el universo sin sentido. La conclusión del filósofo francés es lógica porque sin Dios, a quien Camus se niega aceptar, no existe explicación humana para el misterio del dolor, el sufrimiento y la muerte.1

A pesar de lo incoherente que pueda parecer la teoría del absurdo, Camus formó a lo largo de las décadas varias generaciones que, de una u otra manera, encararon la vida con esa visión. En el pensamiento de esos hombres y mujeres no hay lugar para Dios. El ser humano simplemente vivirá preguntándose el porqué de las cosas, sin encontrar respuesta. Solo que nadie puede ser feliz de esa manera.

¿Nacidos para sufrir?

¿Es verdad que nacimos para sufrir y que las únicas dos certezas de la vida son el dolor y la muerte? ¿Hasta qué punto la teoría del absurdo es una realidad? Es obvio que, si como afirma Camus, en el universo todo es absurdo, la teoría del absurdo, por ser una parte del todo, también es absurda. Y la razón, que tanto enaltecen los filósofos por ser parte de un mundo absurdo, tampoco tiene sentido, lo que significaría el suicidio de la propia filosofía.

Personalmente, prefiero creer que Dios creó el universo y aún lo controla, pero que algo extraño sucedió en algún momento de la historia modificando los planes divinos originales y estableciendo la situación aparentemente incomprensible que vivimos.

Pero, entonces, tenemos que enfrentarnos necesariamente con la pregunta, ¿existe Dios? Yo respondería a esta interrogación con otra: ¿No existe Dios? Porque si Dios no existe, el ser humano está en un callejón sin salida. ¿Qué le espera al fin de sus días? La muerte. ¿Solo eso? ¿Y qué le aguarda mientras no muera? El dolor y el sufrimiento de un mundo absurdo. ¿Eso es vida? El teólogo Paul Tillich llama a esa incertidumbre «la amenaza del no ser».2 ¿Qué diferencia habría entonces entre el ser humano y los animales? Frente a un mundo sin Dios, y frente a la muerte como único fin, el ser humano no puede hacer otra cosa sino constatar su impotencia frente al universo sin sentido.

La ausencia de Dios deja sin respuestas las interrogantes humanas. Muchos insisten en negar la existencia divina, argumentan que la razón no puede aceptar a Dios. Pero no perciben que, al colocar a la razón contra Dios, hacen de ella su propio dios. Solo que, en los momentos difíciles, cuando el mundo parece desmoronarse azotado por las inclemencias de la vida, la diosa razón no puede tenderles la mano. Lo máximo que puede hacer es gritarles al oído: «¡Todo es absurdo! ¡Todo es absurdo!».

ARGUMENTOS BÍBLICOS A FAVOR DE LA EXISTENCIA DE DIOS

Creer en Dios es un elemento característico de la naturaleza humana, ya que esta ha sido constituida para tener la intuición de la existencia y presencia divinas.

  1. El argumento cosmológico (Salmo 139: 13-18). Nada puede existir sin una causa. Dios es el origen de todo lo que existe, la causa primera.
  2. El argumento teleológico (Salmo 19: 1-6; Isaías 40: 26). En el mundo existe un orden, armonía y perfección en lo infinitamente grande y en lo significativamente pequeño. Todo sucede como si un artista supremo lo hubiese concebido y plasmado en una obra extraordinaria.
  3. El argumento moral (Romanos 2: 14-15). El ser humano tiene aspiraciones que resultarían inexplicables si Dios no existiese. La función de la conciencia no tendría ningún sentido si no hubiese una justicia eterna y un supremo Legislador.
  4. El argumento extraído de la historia (Deuteronomio 32: 8). Ya sea que se considere la historia del universo, de la humanidad, de un pueblo en particular o incluso un individuo, se percibe que siempre hay un plan, un designio, un pensamiento soberano que todo lo preside y lo conduce hacia el objetivo final.
  5. El argumento extraído de lo sobrenatural (Isaías 44: 6-7). La revelación, el milagro y la profecía, entre otros, son manifestaciones por las que Dios revela su existencia e interés por sus criaturas.

Evidencias de la existencia de Dios

A simple vista, aceptar la existencia de Dios puede parecer una idea que no armoniza con la razón, pero hay en ella mucha más lógica y entendimiento de lo que parece. Es verdad que Dios no se ha revelado a nivel de nuestros sentidos. No podemos verlo ni tocarlo, pero tampoco nos ha dejado abandonados en un desierto sin respuestas. No nos ha dejado flotando en un mar de dudas, sin demostraciones de su existencia. Sería injusto por su parte pedirnos que confiemos en él sin darnos sólidas razones para fundamentar nuestra fe. Su existencia, su carácter y la confiabilidad en su Palabra conllevan elementos que también son descifrables desde la lógica humana.

¿Cuáles son algunas de esas evidencias que revelan la existencia de Dios? En realidad, él ha dejado su huella por todos lados. Las cosas que nos rodean en la tierra, en el mar y en el cielo, demuestran orden, belleza, exactitud y planificación ingeniosa. Con un análisis lógico, nada de lo maravilloso que existe a nuestro alrededor podría existir por simple casualidad. Tiene que haber una mente inteligente detrás de todo esto.

Considera, por ejemplo, las maravillas de la creación: la belleza y el perfume de las flores, los cristales de los copos de nieve, el diseño colorido de las mariposas, la intrincada estructura en la confección de la telaraña, las plumas y variedades de las aves del mundo, el instinto y el mecanismo maravilloso de la abeja, el milagro de la inmigración anual de las aves, el misterioso sistema de radar del murciélago; y responde: ¿Podrían esas maravillas de la creación haber surgido por sí mismas?

El rey David dijo: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos» (Salmo 19: 1). Levanta ahora los ojos al cielo. Allá, donde tus ojos se pierden en el infinito, existen las mismas evidencias de orden, belleza, precisión y propósito que las que se ven en la tierra. Considera, por ejemplo, la belleza del cielo estrellado: la inmensidad de tamaño, peso, velocidad, número, distancia y temperatura de billones de planetas y de estrellas; el cálculo preciso y la coordinación de peso, movimiento, velocidad, temperatura y órbita de cada uno de ellos; el sincronismo perfecto del tiempo que establece la regularidad horaria. Todo mantenido en armonía por leyes naturales. ¿Puede alguien, en su sano juicio, decir que todo eso surgió de manera accidental?

Pero si quitamos los ojos del cielo y los dirigimos hacia nuestro propio cuerpo, también encontraremos evidencias de un Dios creador. El cuerpo humano presenta las mismas pruebas sorprendentes de la mano de Dios que las que se ven en la tierra y en los cielos. Mencionemos solo el cerebro humano, que procesa de forma simultánea una cantidad asombrosa de información. Tu cerebro registra todos los colores y objetos que tus ojos captan; graba la temperatura a tu alrededor, la presión de tus pies sobre el suelo, los sonidos que tus oídos perciben y, además, coordina las funciones de tu cuerpo, como la respiración, el movimiento de los párpados, el hambre y el movimiento de los músculos. Tu cerebro procesa más de un millón de mensajes por segundo. Eso enloquecería a cualquier máquina pero, afortunadamente, ha aprendido a seleccionar los mensajes importantes y a descartar los que cree que son dispensables.

Ahora dime, uno de esos mecanismos físicos o biológicos, ¿puede haber aparecido por azar? ¿Qué haces con esas innumerables evidencias de planificación inteligente de la tierra, los cielos y el cuerpo humano? No puedes ignorarlas. Exigen una explicación racional. ¿Existen con un propósito o están aquí por accidente? ¿Son el producto de Dios o de la eventualidad? No puedes permanecer indiferente. ¿O acaso alguna vez oíste hablar de un reloj que se creó a sí mismo?

El distinguido astrónomo Sir Frederick Hoyle, uno de los más brillantes y creativos del siglo pasado, ilustró la necedad de creer que la vida es fruto del azar con la siguiente analogía: ¿Cuáles son las probabilidades de que un tornado atraviese un depósito de chatarra y ensamble accidentalmente esa chatarra, formando un avión y dejándolo listo para despegar? Las posibilidades son tan pequeñas al punto de ser ridículas.

El universo y el cuerpo humano son mucho más complejos e intrincados que el mecanismo de un reloj o de un avión. Por lo tanto, la razón, la lógica y la sensatez, demandan la existencia de un Creador.

A lo largo de la historia, el ser humano ha tratado de quitar a Dios del escenario. Desde Diágoras de Melos, el primer filósofo que se declaró ateo, hasta Michel Onfray, que publicó hace unos años su Tratado de ateología,3 los filósofos han escrito miles de páginas intentando convencer a la sociedad de que Dios no existe y, sin embargo, el ser humano se vuelve cada vez más y más a él.

Tal vez Onfray no lo sepa, pero su feroz rechazo del Creador es justamente una de las pruebas de su existencia. ¿Por qué? Porque la conciencia humana tiene la tendencia natural a adorar. Ha estado allí, en el fondo de su naturaleza, en todos los tiempos y en todos los lugares. Ateos y creyentes, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, han buscado una respuesta a sus interrogantes. Según el principio de finalidad, todo funciona con un fin; siendo así, el deseo natural de buscar debe venir de algún lugar y con alguna finalidad. La inteligencia humana desea descubrir la causa primera de las cosas y eso la lleva a filosofar. Por lo tanto, las diferentes convicciones de los seres humanos acerca del origen de todo son justamente una prueba de que hay un Ser superior, cuya presencia el ser humano busca sin cesar.

La Biblia, a su vez, afirma con claridad meridiana la existencia y el poder creador de Dios: «Alzad los ojos y mirad a los cielos:
¿Quién ha creado todo esto? El que ordena la multitud de estrellas una por una,
y llama a cada una por su nombre.
¡Es tan grande su poder, y tan poderosa su fuerza,
que no falta ninguna de ellas! ¿Por qué murmuras, Jacob?
¿Por qué refunfuñas, Israel:
“Mi camino está escondido del Señor;
mi Dios ignora mi derecho”? ¿Acaso no lo sabes?
¿Acaso no te has enterado?
El Señor es el Dios eterno,
creador de los confines de la tierra.
No se cansa ni se fatiga,
y su inteligencia es insondable» (Isaías 40: 26-28).

En este texto, el profeta Isaías no solo reconoce la existencia y el poder de Dios, sino que habla de su eterna preocupación por ti. «¿Por qué murmuras, Jacob? ¿Por qué refunfuñas, Israel?». O como pregunta Nietzsche: «¿Cómo podremos consolarnos entre asesinos?». No, no necesitas vivir atormentado por la soledad. No hay motivo para que te sientas una partícula de arena perdida en la inmensidad de la playa. La Biblia enseña que eres fruto de la creación divina, viniste al mundo con un propósito y Dios está al control de tu vida, aunque a veces, golpeado por las circunstancias, no lo percibas.

La Biblia, un peculiar proyecto editorial

Las Sagradas Escrituras representan la obra literaria más importante de la historia de la humanidad. Ningún otro texto se le puede comparar.

No hubo editor ni editorial que asesorara El texto incluye Se abordan diferentes formas literarias

• 50 autores independientes

• de 20 oficios distintos

• que vivieron en diez países diferentes

• y escribieron en un lapso de 1.600 años

• en tres idiomas diferentes

• 2.930 personajes

• 1.189 capítulos

• 31.173 versículos

• Cientos de miles de palabras

• Más de tres millones de letras

• Narrativa

• Épica

• Drama

• Didáctica

• Poesía

La Biblia contiene 66 libros y está dividida en Antiguo (39 libros) y Nuevo Testamento (27). Cada libro está organizado en capítulos y versículos. Por ejemplo:

¿Se puede confiar en la Biblia?

Entonces, surge la otra pregunta. ¿Y qué razones tengo para creer que la Biblia es la Palabra de Dios? Hay muchas. Pero mencionaré solo algunas. La primera de ellas es la declaración de la propia Biblia: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (2 Timoteo 3: 16).

Esa reivindicación de autoridad divina se repite una y otra vez en toda la Biblia. Expresiones como «Así dice el Señor», y «Escuchad las palabras que el Señor dice», se encuentran registradas más de dos mil veces en las páginas de la Biblia. Pero Dios no te pide que creas sin someter a prueba las razones de tu fe. Cualquiera podría escribir un libro y asegurar que recibió el mensaje de Dios. Todos los días se presentan personas excéntricas reclamando para sí autoridad divina. ¿No podrían los escritores bíblicos haber hecho lo mismo? Claro que sí. Por lo tanto, la afirmación de la propia Biblia no es la única razón para darle credibilidad.

El otro motivo es la unidad de la Biblia. Este libro fue escrito por cuarenta diferentes escritores, durante un periodo de casi mil seiscientos años y en tres idiomas distintos. La mayoría de los escritores no se conocieron personalmente. Moisés jamás conversó con Juan. David nunca vio a Pablo. Esdras no supo quién sería Mateo. Sin embargo, si lees la Biblia de principio a fin, comprobarás que existe en ella unidad de pensamiento y de contenido. Da la impresión de que cuarenta escritores se hubiesen reunido un día para armonizar el texto que escribirían. Esos hombres tenían culturas diferentes, vivieron en épocas distintas. ¿Cómo es posible que hayan escrito un libro con un contenido tan sólido sin haberse conocido previamente? Esta es una prueba más de que ellos fueron los medios humanos de transmisión inspirados por el mismo Espíritu Santo, que es el verdadero Autor de la Biblia.

Además, hay otra razón para creer en la Biblia. Es el cumplimiento de sus profecías. El profeta Isaías declara: «Recordad las cosas pasadas, aquellas de antaño;
yo soy Dios, y no hay ningún otro,
yo soy Dios, y no hay nadie igual a mí. Yo anuncio el fin desde el principio;
desde los tiempos antiguos, lo que va a suceder.
Yo digo: Mi propósito se cumplirá,
y haré todo lo que deseo» (Isaías 46: 9-10). La Biblia contiene, por lo menos, mil profecías, algunas totalmente cumplidas; otras, en proceso de cumplimiento; y otras, aún por cumplirse. Aproximadamente un tercio de la Biblia está compuesta de profecías, cuya autenticidad se puede comprobar hoy con asombrosa exactitud.

Piensa, por ejemplo, en la profecía contra Tiro, el floreciente puerto marítimo de la antigua Fenicia. Esa rica y deslumbrante ciudad, tan impía cuanto bella. Una de sus prácticas religiosas era ofrecer bebés al dios del fuego, Moloc, colocando al niño vivo, en las manos incandescentes de una estatua. El profeta Ezequiel, en nombre de Dios, anunció seis acontecimientos que le sucederían a Tiro (Ezequiel 26: 7-14):

1. Sería invadida por Nabucodonosor, rey de Babilonia.

2. Muchas personas morirían durante la invasión.

3. Las ruinas de la ciudad serían lanzadas al mar.

4. El área de la ciudad quedaría lisa como una roca desnuda.

5. Los pescadores usarían ese lugar para secar sus redes.

6. Tiro no sería reconstruida jamás.

PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO CONCERNIENTES AL MESÍAS

Las siguientes profecías fueron manifestadas solo una vez

Profecía Profeta/escritor Cumplimiento
Nacería en Belén Miqueas (5: 2) Mateo 2: 5-6; Lucas 2: 4-6
Nacería de una virgen Isaías (7: 14) Mateo 1: 22-23
Sería llamado Emanuel Isaías (7: 14) Mateo 1: 23
Su lugar de nacimiento lloraría la muerte de muchos niños Jeremías (31: 15) Mateo 2: 17-18
Haría una entrada triunfal a Jerusalén montado en un asno Zacarías (9: 9) Mateo 21: 4-5
Usaría parábolas en su predicación Isaías (6: 9-10) Mateo 13: 10-15
Sanaría a mucha gente Isaías (53: 5) Mateo 8: 16-17
Sería rechazado por su propia gente Isaías (53: 3) Juan 1: 11
Sería crucificado entre dos ladrones Isaías (53: 12) Mateo 27: 38; Marcos 15: 27
Se le daría a beber vinagre David (Salmos 69: 21) Mateo 27: 34; Juan 19: 28-30
Repartirían sus vestidos echando suertes David (Salmo 22: 18) Lucas 23: 34
Se le asignaría un sepulcro con los impíos pero sería sepultado con los ricos Isaías (53: 9) Mateo 27: 57-60

Dicha profecía se cumplió al pie de la letra. Al poco tiempo de haber sido escrita, Nabucodonosor atacó la ciudad; muchas personas murieron, y las que se salvaron quedaron atrapadas dentro de los muros de la ciudad. El ejército de Babilonia sitió la ciudad durante trece años y, finalmente, la conquistó, pero los supervivientes habían huido a una isla situada a ochocientos metros de la playa.

Doscientos cincuenta años después, Alejandro Magno, en su vertiginosa carrera de conquistador, llegó a Tiro. Los supervivientes del ataque babilónico se sentían seguros en la fortaleza de su isla, pero Alejandro ordenó a sus soldados que arrojaran los restos de la vieja ciudad en el agua y que construyesen un camino hasta la isla. La antigua metrópoli se asemejaba a una roca desnuda, y Alejandro marchó con su ejército y conquistó la nueva Tiro. Hoy se pueden ver pescadores extendiendo sus redes para secarlas donde una vez se erigió la imponente metrópoli fenicia. Tres tentativas de construirla fracasaron. La profecía decía: «Te convertiré en una roca desnuda, en un tendedero de redes, y no volverás a ser edificada. Yo, el Señor, lo he dicho. Yo, el Señor omnipotente, lo afirmo» (versículo 14).

La profecía contra Egipto es muy elocuente. El país de los faraones tuvo un pasado glorioso. Fue una nación temida y desarrollada en muchos ámbitos de las letras y otras artes. Pero ¿cuál es la situación de ese país hoy? La Palabra de Dios registra la siguiente profecía con respecto a Egipto: «Cambiaré la suerte de Egipto y los haré volver a Patros, tierra de sus antepasados. Allí formarán un reino humilde. Será el reino de menor importancia, y nunca podrá levantarse por encima de las demás naciones. Yo mismo los haré tan pequeños que no podrán dominar a las otras naciones» (Ezequiel 29: 14, 15). Aunque Egipto ha experimentado un notable desarrollo en los últimos años, sigue siendo un país con serios problemas económicos que lucha para salir de esa situación.

BENEFICIOS DE LA LECTURA DE LA BIBLIA

Otra ciudad mencionada en la profecía bíblica es Petra (Edom). Miles de turistas la visitan año tras año. Llegar a Petra es encontrarse con un espectáculo extraordinario. Son más de mil edificios tallados como una obra de arte en la roca viva. Mediante Jeremías, Dios profetizó contra Edom: «Tan espantosa será la caída de Edom, que todo el que pase junto a la ciudad quedará pasmado al ver todas sus heridas. Será como en la destrucción de Sodoma y Gomorra y de sus ciudades vecinas; nadie volverá a vivir allí, ni la habitará ningún ser humano
 —afirma el Señor—» (Jeremías 49: 17-18). El profeta Isaías dijo más respecto a Petra: «Dios extenderá sobre Edom el cordel del caos y la plomada de la desolación. Sus nobles no tendrán allí nada que pueda llamarse reino; todos sus príncipes desaparecerán. Los espinos invadirán sus palacios; las ortigas y las zarzas, sus fortalezas. Se volverá guarida de chacales y nido de avestruces» (Isaías 34: 11-13).

¿Y qué decir de Babilonia? Fue la ciudad más esplendorosa del mundo antiguo, y es mencionada muchas veces como una de las primeras metrópolis de la historia. Pero Jeremías profetizó lo siguiente: «Voy a defender tu causa, y llevaré a cabo tu venganza;
voy a secar el agua de su mar, y dejaré secos sus manantiales. Babilonia se convertirá en un montón de ruinas, en guarida de chacales,
en objeto de horror y de burla, en un lugar sin habitantes» (Jeremías 51: 36-37).

Hoy es fácil comprobar que el lugar donde se erigió la antigua Babilonia está desolado (al norte de Bagdad, Irak). Pero la profecía es más contundente todavía: «Nunca más volverá a ser habitada, ni poblada en los tiempos venideros.
 No volverá a acampar allí el beduino, ni hará el pastor descansar a su rebaño. Allí descansarán las fieras del desierto; sus casas se llenarán de búhos. Allí habitarán las avestruces y brincarán las cabras salvajes» (Isaías 13: 20-21).

Actualmente, los árabes todavía habitan en aquella región. Los poderosos palacios y los jardines colgantes de Babilonia son apenas un recuerdo, pero los lugareños todavía viven en tiendas. ¿Cómo podría Isaías haber sabido que los lugareños continuarían viviendo cerca de las ruinas de Babilonia durante 2.500 años, pero que rehusarían usarla como abrigo? Los arqueólogos dicen que es imposible erradicar esa idea de la mente de aquel pueblo.

¿Y la ciencia? ¿Tiene la ciencia algo que decir acerca de la inspiración de la Biblia? Herbert Spencer, filósofo inglés, fue el principal defensor del evolucionismo en las ciencias humanas. Él habló de los conceptos evolucionistas en la naturaleza, antes de que Charles Darwin formulara la famosa teoría sobre el origen de las especies. Spencer es el autor de la famosa expresión «sobreviven los más aptos», equivocadamente atribuida a Darwin. También declaró que hay cinco fundamentos de la ciencia que son el tiempo, la fuerza, la acción, el espacio y la materia. Lo que jamás imaginó Spencer fue que solo estaba confirmando lo que la Biblia dice: «Dios (fuerza), en el principio (tiempo), creó (acción) los cielos (espacio) y la tierra (materia)» (Génesis 1: 1).

A lo largo del tiempo, la ciencia y sus descubrimientos han comprobado que la Biblia tiene razón en sus declaraciones. Analicemos, por ejemplo, este texto de Isaías: «Él reina sobre la bóveda de la tierra» (Isaías 40: 22). La palabra hebrea que Isaías usó para referirse a la «bóveda» es khug, que significa ‘esfera redonda’. La versión de la Biblia de las Américas dice: «Él es el que está sentado sobre la redondez de la tierra». Pero la ciencia griega, contemporánea de Isaías, enseñaba que la Tierra era plana, cuadrada o rectangular. ¿Cómo sabía Isaías que la Tierra era redonda y no plana, como afirmaba la opinión popular? Sin duda, el profeta no había escrito solo por iniciativa humana.

Hay otro detalle científico con relación a la luz. Un día, Dios preguntó a Job: «¿Dónde está el camino a la morada de la luz? Y la oscuridad, ¿dónde está su lugar para que la lleves a su territorio, y para que disciernas los senderos de su casa?» (Job 38: 19-20, LBLA).

Advierte que aquí se habla del camino de la luz. La palabra hebrea para camino es derek, que literalmente significa ‘senda o vía’. ¿Y qué tiene que ver esto con la ciencia? Hasta el siglo XVII, se creía que la luz se trasmitía instantáneamente, es decir, se encendía en un punto y al momento se veía en otro. Sin embargo, fue entonces cuando Isaac Newton descubrió que la luz estaba compuesta de pequeñas partículas que viajan en línea recta. Más tarde, Christiaan Huygens propuso la teoría de la onda de la luz y Ole Romer midió la velocidad de su desplazamiento. Los científicos saben hoy que la luz es una energía radiante que viaja en ondas electromagnéticas en línea recta a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo. ¿Cómo pudo el autor del libro de Job haber hablado del «camino» de la luz cuando esa información no había sido todavía descubierta?

El libro de los Salmos contiene otra verdad científica interesante. Al hablar del Sol, el salmista escribió que «Sale de un extremo de los cielos
y, en su recorrido, llega al otro extremo,
sin que nada se libre de su calor» (Salmo 19: 6). Durante muchos años, los científicos enseñaron la idea del geocentrismo, esto es, que el Sol gira alrededor de la Tierra. No obstante, después se descubrió que el Sol no está fijo en un lugar, como una vez se pensó, sino que realmente se mueve a través del espacio. Se calcula que viaja a 965.580 kilómetros por hora, en una órbita tan grande que tardaría doscientos millones de años en completar una sola vuelta. ¿Cómo supo el salmista que el Sol tiene un «circuito» u órbita?

A continuación, vamos a otro asunto que tiene que ver con la ciencia. Calcular el número de estrellas parece haber sido una fascinación del ser humano en diversos momentos de la historia. El primer astrónomo que intentó contar las estrellas fue Hiparco, quien encontró 1.026 estrellas en el año 150 a. C.4 Trescientos años después, otro astrónomo griego, Ptolomeo, contó 1.056. Mucho más tarde, en el año 1600, el astrónomo alemán Johannes Kepler, aseguró que había contado 1.005 estrellas. Pero hoy sabemos que todos esos cálculos se quedaron cortos. ¡Se calcula que hay millones de millones!5 No obstante, lee lo que Moisés escribió casi seis mil años atrás: «Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!» (Génesis 15: 5). Jeremías confirmó lo mismo: «Yo multiplicaré la descendencia de mi siervo David, y la de los levitas, mis ministros, como las incontables estrellas del cielo y los granos de arena del mar» (Jeremías 33: 22).

Hoy día los astrónomos son unánimes en declarar que es casi imposible calcular el número de estrellas. ¿Cómo sabían eso Moisés y Jeremías mucho antes de que fueran inventados el telescopio y el satélite?

Pero aunque todas estas pueden ser pruebas de la autenticidad de la Biblia, para mí, personalmente, la prueba que resiste a cualquier argumento es su poder transformador. El apóstol Pablo declara: «Verdaderamente, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los gentiles» (Romanos 1: 16).

A lo largo de los años he visto el poder transformador de la Biblia. Puedes leer un buen libro, y lo mejor que vas a conseguir es aumentar tus conocimientos. Eso es lo que sucede con personas que devoran libros de inteligencia emocional, calidad total y liderazgo. Pueden convertirse en expertos en la materia, pero cuando entran en la vida real, no logran vencer los complejos y heridas emocionales que arrastran; tampoco pueden dominar sus pasiones humanas, dejándose vencer por el orgullo, la soberbia y la suficiencia propia. Pero si lees la Biblia, verás que no solo recibes información, sino que algo sucede en tu interior, algo que no es propio de la naturaleza humana. El delincuente pasa a vivir una vida honesta, el fracasado se levanta, el esclavo de algún vicio reacciona y vence los hábitos nocivos que destruían su vida. He visto esposos arrepentidos restaurar su matrimonio; he contemplado a jóvenes destruidos por las drogas dar el grito de libertad; he presenciado escenas en las cuales hombres y mujeres dominados por el odio y el rencor pidieron perdón. Esas actitudes no tienen explicación lógica desde el punto de vista humano.

Pero así es Dios. Su amor es eterno. Se preocupa por sus hijos y corre en auxilio de la persona que suplica su ayuda.

NOTAS

1. Albert Camus, El mito de Sísifo, Madrid: Losada, 2005.

2. Paul Tillich, The Courage to Be, New Haven: Yale University, 2000, pág. 34.

3. Michel Onfray, Tratado de ateología, Madrid: Anagrama, 2008.

4. Isaac Asimov, El universo (I), Madrid: Alianza Editorial, 1984, pág. 20.

5. https://bit.ly/P2rsMF. Consultado el 28 de julio de 2015.