La luz de las estrellas se niega a iluminar la noche de mi pueblo. La luna rebelde se esconde, y la oscuridad, soberana, se apodera del barrio triste donde vivo, abrazando cada rincón de la casa donde una familia llora la muerte de una madre que deja once hijos.
En un rincón, desconsolado, el viudo llora preguntándole a Dios:
—¿Por qué Señor? ¿Por qué te llevaste a mi Julia dejándome solo para cuidar esta prole?
Yo ya no soy un niño, pero en mi corazón también me incomoda la pregunta. Si Dios creó un mundo perfecto, ¿por qué existen el dolor, el sufrimiento y la muerte? Han tenido que pasar años para poder entender que el dolor es un misterio. Aun así, cada vez que la tristeza toca la puerta de mi corazón, me sigo preguntando, ¿por qué?
El relato bíblico de la Creación dice: «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Génesis 1: 31).
¿Qué sucedió con este mundo que un día fue «muy bueno»? ¿Dónde se originó el mal? ¿O acaso siempre existió?1
Filósofos, religiosos y pensadores han sugerido la existencia eterna del bien y del mal. El zoroastrismo habla de la batalla cósmica entre el dios bueno, Ahura Mazda, y el dios malo, Ahrimán. Platón dice que el bien es la idea suprema y que el mal es la ignorancia.2 Agustín de Hipona pasó gran parte de su vida reflexionando sobre la existencia del mal, hasta que leyó a Platón y se convenció de que «el mal no existe, es simplemente la ausencia del bien». Aristóteles consideraba bien a todo lo que hace feliz al hombre, por lo tanto, toda acción que provoque sufrimiento estaría vinculada con el mal.
La Biblia, a su vez, dice que el mal es el pecado. No explica su origen, simplemente narra cómo surgió. Los escritores del Antiguo Testamento no se dan el trabajo de explicarlo con detalle. Para ellos, el mal es una realidad indiscutible. El pecado es un hecho evidente. Lo que importa es saber lidiar con él.
El mal no tiene una explicación. Si así fuera, sería justificable. Pero nada justifica el hecho de que un ángel perfecto como Lucifer haya dado cabida al mal en su corazón. ¿Por qué ambicionó el lugar de Dios? ¿Por qué no se sintió satisfecho con lo que era y con lo que tenía? El profeta Ezequiel dice: «Fuiste elegido querubín protector, porque yo así lo dispuse. Estabas en el santo monte de Dios, y caminabas sobre piedras de fuego. Desde el día en que fuiste creado tu conducta fue irreprochable, hasta que la maldad halló cabida en ti. Por la abundancia de tu comercio, te llenaste de violencia, y pecaste. Por eso te expulsé del monte de Dios, como a un objeto profano. A ti, querubín protector, te borré de entre las piedras de fuego. A causa de tu hermosura te llenaste de orgullo. A causa de tu esplendor, corrompiste tu sabiduría. Por eso te arrojé por tierra, y delante de los reyes te expuse al ridículo» (Ezequiel 28: 14-17).
Lucifer no era un ángel común. Era un querubín. Estaba en «el santo monte de Dios». Los querubines pertenecen a un grupo especial de ángeles. En la Biblia aparecen muchas veces en misiones especiales. Casi siempre, cerca del trono de Dios. La expresión «estabas en el santo monte de Dios» formula esta idea. Otra frase del texto que llama la atención es la siguiente: «Desde el día en que fuiste creado tu conducta fue irreprochable, hasta que la maldad halló cabida en ti».
Dios no creó al diablo. Creó a un ángel perfecto. Pero ¿por qué un ángel perfecto escogió el mal? Y si lo hizo, ¿acaso significa que el mal ya existía? No. Existía la posibilidad del mal, pero no el mal. La perfección de Lucifer requería libertad. Un esclavo no podría ser perfecto. A fin de ser libre, Lucifer necesitaba elegir, de modo que la capacidad de escoger demandaba lo siguiente: la posibilidad de seguir el camino del bien o la senda del mal. De otra forma, ¿cómo podría ser libre?
Ahora bien, la posibilidad de que una situación se concrete no significa necesariamente que tenga que ocurrir. Todos tenemos la posibilidad de contraer sida, pero eso no quiere decir que padezcamos esa enfermedad. Si evitamos los factores de riesgo, la posibilidad de contraerla será prácticamente nula. ¿Por qué Lucifer, pudiendo haber escogido la posibilidad del bien, escogió el mal? El apóstol Pablo, escribiendo a los tesalonicenses, llama al surgimiento del mal «el misterio de la iniquidad» (2 Tesalonicenses 2: 7).
Lo cierto es que Lucifer, el ángel perfecto se rebeló contra Dios. El libro de Apocalipsis relata lo que sucedió. «Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; este y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra» (Apocalipsis 12: 7-9).
LAS CUATRO MENTIRAS DE LA SERPIENTE (GÉNESIS 3: 4-5)
MENTIRA |
SIGNIFICADO |
DISFRAZ CONTEMPORÁNEO |
«No vais a morir» |
La muerte no existe. El ser humano es inmortal. |
Felicidad y amor en el más allá. Contacto con los seres queridos que han muerto. |
«Se os abrirán los ojos» |
La desobediencia abre la puerta a un conocimiento superior de la realidad humana. |
Inteligencia y capacidad de análisis, información secreta, conocimiento del futuro y el más allá. |
«Llegaréis a ser como Dios» |
El ser humano tiene la facultad de llegar a ser tan poderoso como el propio Dios. |
Capacidad de obrar milagros, destruir a los enemigos, beneficiar a los seres queridos. |
«Conocedores del bien y del mal» |
Es necesario degustar el mal para establecer sólidas directrices sobre su naturaleza. Solo entonces tendremos un criterio equilibrado para tomar decisiones espirituales. |
Libertad para disfrutar de todo aquello que produce placer sin sentimientos de culpa. Amor y satisfacción personal. Falsa certidumbre. |
Adaptado de la Biblia del discípulo, Madrid: Safeliz, 2015, pág. 8.
Expulsado del cielo, Lucifer se trasladó a la Tierra. El planeta acababa de ser creado. Era un mundo perfecto. Todo era «muy bueno». Pero el ser humano también escogió el sendero de la desobediencia. La indicación de Dios fue: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás» (Génesis 2: 16-17).
¿Por qué Dios les prohibió algo a Adán y Eva? ¿No los había creado libres? ¿Cómo puede existir libertad donde hay prohibiciones? Depende del punto de vista. La advertencia divina no era una prohibición. Las leyes no han de ser prohibiciones absurdas, sino cercos protectores de la libertad. Las leyes en la circulación impiden los atascos en las vías; las leyes de la salud garantizan el buen funcionamiento del cuerpo humano; las leyes de la naturaleza preservan al medio ambiente de un colapso ecológico. La libertad sin leyes se transforma en anarquía.
Cuando Dios advirtió a los primeros seres humanos sobre las consecuencias de la desobediencia, no los amenazó ni cercenó su libertad. Más bien, se limitó a describirles el catastrófico resultado de la desobediencia. Para ilustrar este asunto voy a describir un cuadro. Imaginemos que mi nieto y yo nos encontramos en la azotea de un edificio de veinte pisos, y yo le digo:
—Hijito, no te acerques al borde porque si lo haces te caerás y morirás.
¿Lo estoy amenazando o le estoy advirtiendo sobre las desastrosas consecuencias de su probable desobediencia?
Adán y Eva no atendieron la advertencia divina. La serpiente les dijo: «Llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal» (Génesis 3: 5), y la idea les pareció fascinante. Decidieron tomar el control absoluto de sus vidas y el resultado de esa decisión no demoró en aparecer: «Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios el Señor andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?”. El hombre contestó: “Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí”» (Génesis 3: 8-10).
Hasta aquel día no había existido miedo. El ser humano desconocía el sentimiento de culpa. Pero en ese momento, Adán y Eva se escondieron de Dios y desde aquel día la historia de la humanidad ha sido una permanente huida de su Creador. Dios llama y el ser humano huye y se esconde. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia es la historia de la búsqueda del ser humano por parte de Dios.
En el jardín del Edén, Dios llamó a Adán. ¡Qué interesante!, el libro de Apocalipsis termina con otra llamada: «El Espíritu y la novia dicen: “¡Ven!”; y el que escuche diga: “¡Ven!”. El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Apocalipsis 22: 17). ¿Por qué Dios insiste en llamar a la criatura rebelde? Porque su naturaleza es amor. Dios ama al ser humano, sin importar sus actitudes. El amor de Dios es eterno porque él es eterno. «Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: “Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad”» (Jeremías 31: 3).
Con todo, ni siquiera el amor de Dios fue capaz de librar al ser humano de las consecuencias naturales de su desobediencia. La condenación que vino después del pecado no fue el castigo de un Dios enfadado. El universo es regido por leyes naturales de las que nadie puede huir. Si suelto un vaso de cristal, se hará añicos en el suelo. Esa no es una maldición divina, más bien, es la simple consecuencia de quebrantar una ley de la naturaleza. Si fumo constantemente, tengo muchas posibilidades de contraer cáncer de pulmón y ese mal no sería un castigo divino, sino apenas la consecuencia lógica de transgredir una ley natural.
En el caso de Adán y Eva, Dios describió lo que les sucedería a partir de aquel momento. «A la mujer le dijo: “Multiplicaré tus dolores en el parto, y darás a luz a tus hijos con dolor. Desearás a tu marido, y él te dominará”. Al hombre le dijo: “Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás”» (Génesis 3: 16-19).
Este fue el aparente final de un mundo perfecto que había salido de las manos del Creador. Apareció el dolor, la culpa, la enfermedad, la muerte, las injusticias y la violencia. Hasta aquel día nadie había tenido que huir de ninguno de sus semejantes. No había habido necesidad de matar a otro para sobrevivir. Pero a partir de aquel día, el propio ser humano se volvería el principal depredador de su propio hogar, a saber, la Tierra. Paulatinamente, empezaría a quebrantar abiertamente las leyes de la naturaleza, hallaría placer en destruir el medio ambiente y, sin percibirlo, se colocaría el cuchillo en su propia yugular.
En definitiva, las trágicas consecuencias de la entrada del pecado no se limitaron al mundo físico. Desde ese día, el ser humano ya no encontró alegría en la compañía de Dios. La necesitaba pero, paradójicamente, huía de su presencia. Lo negaba, se escondía. ¿Cómo entender semejante incoherencia? Dios no es solo el Autor de la vida, él es Sustentador de la misma. El Maestro dijo un día: «Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14: 6). Entonces, si Dios es la esencia de la vida, el ser humano necesita estar en comunión con él para ser plenamente feliz. Sin embargo, el pecado lo separó del Dios de la vida3 y lo encaminó hacia la muerte. El pecado es muerte porque solo hay vida en Jesús. Cualquier experiencia llevada a cabo separados de Dios no puede ser considerada como vida. Eso apenas es sobrevivir. En realidad, es una caricatura de la verdadera vida.
Cuando Pablo dijo que «la paga del pecado es muerte» (Romanos 6: 23), no se refería simplemente a la muerte física, sino a la entrada del hombre en un proceso lento de deterioro y muerte, a un camino doloroso de condenación. En el Edén, las hojas de los árboles empezaron a caer, las flores se fueron marchitando. Al poco tiempo, aparecieron los primeros animales muertos. Nadie sabía qué estaba sucediendo. Posteriormente, Adán y Eva vieron cómo uno de sus hijos asesinaba a su hermano. Nuestros primeros padres aún no habían muerto físicamente, pero estaban viviendo el triste proceso de degeneración emocional, espiritual y mental. Habían entrado en la amarga experiencia del sufrimiento.
Separado del Dios de la vida, el ser humano tiene una visión deformada de la realidad. Es incapaz de aprender de su propia experiencia y se hunde cada vez más en las aguas turbias de su angustia. No sabe distinguir entre el dolor y el sufrimiento, ni siquiera entre lo que es bueno o malo y empieza a llamar al bien mal, y mal al bien.
Ocultos entre los árboles, Adán y Eva sufrían el dolor del alma. No era un simple malestar físico, que por lo regular aporta alguna enseñanza, sino el sufrimiento, ese tormento psicológico que impide ver la luz al final del túnel y conduce a un callejón sin salida sumiendo en la desesperación a sus víctimas. El sufrimiento tiene su origen en la manera de reaccionar ante los hechos, no tanto en la realidad misma, por difícil que esta sea. Más bien, se gesta en la mente que, después de la entrada del pecado, se arraiga en las aprensiones, los prejuicios y los miedos.
Antes de la entrada del pecado el ser humano tenía dificultades pero, como vivía en comunión con la Fuente de la vida, tenía una visión correcta de la realidad y reaccionaba con equilibrio. Dios le había dado responsabilidades: «Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara» (Génesis 2: 15). Adán no se deses-peraba delante de esas responsabilidades, al contrario, las cumplía con eficiencia y desinterés. «Entonces Dios el Señor formó de la tierra toda ave del cielo y todo animal del campo, y se los llevó al hombre para ver qué nombre les pondría. El hombre les puso nombre a todos los seres vivos, y con ese nombre se les conoce. Así el hombre fue poniéndoles nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo. Sin embargo, no se encontró entre ellos la ayuda adecuada para el hombre» (Génesis 2: 19-20).
La fatiga, el cansancio, la ansiedad y el estrés solo surgieron después de la entrada del pecado. Con la entrada del pecado, la unidad entre Adán y Eva se fue deteriorando. Empezaron a discutir y apareció la amargura. Pero el sufrimiento no nació de la discordia en sí misma, sino de la manera desequilibrada como ellos reaccionaban ante ella. Desequilibrio no significa necesariamente locura, más bien, es desorden.
El ser humano solo puede convertirse en un ser ordenado en la medida en que se vuelva a su Creador. Por eso Pablo dice: «En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5: 1). Al recibir esa paz en tu corazón, ya no te desesperas ante las circunstancias, ni estableces como fin hacer desaparecer el sufrimiento. Aprendes a convivir con la realidad del dolor con sabiduría y equilibrio, fruto de la paz que reina en tu corazón. Lo impresionante es que, sin percibirlo, el dolor termina porque, al estar en Cristo, te enfrentas sin miedo a las luchas emocionales y aprendes a administrarlas con sabiduría. La paz que Jesús coloca en tu corazón te liberta del terreno pantanoso del egoísmo y pasas a tener conciencia de la vida.
ALGUNOS EFECTOS DEL PECADO
AFECTADOS |
CARACTERÍSTICAS |
REFERENCIA |
ADÁN Y EVA | Pérdida de inocencia. Temor, vergüenza y culpa. Incapacidad para disfrutar la comunión con Dios cara a cara. | Génesis 3: 8-10 |
Derramamiento de sangre inocente. | Génesis 3: 21 | |
Reproches y reclamos en la primera pareja. Se rompe la armonía familiar. | Génesis 3: 12 | |
El trabajo se convierte en una carga. | Génesis 3: 19 | |
El nacimiento de los hijos llega a ser una fuente de dolor. | Génesis 3: 16 | |
El abuso de los hombres sobre las mujeres. | Génesis 3: 16 | |
LA RAZA HUMANA | El pecado entró a todo el mundo. | Romanos 5: 12-19 |
Falta de paz mental. | Isaías 57: 20-21; Job 15: 20-35; Salmo 38: 5-8; Proverbios 13: 15-22; Lamentaciones 1: 20-21 | |
Atadura al continuo hábito de pecar. | Juan 8: 34; Proverbios 5: 22; Romanos 6: 16; 2 Timoteo 2: 16 | |
Muerte física. | 1 Corintios 15: 56; Génesis 2: 17; 3: 19; Proverbios 21: 16; Romanos 5: 12-14; 6: 21-23; 1 Corintios 15: 22; Santiago 1: 15 | |
Falta de sentido para vivir. | Efesios 2: 1; Romanos 7: 9, 13; 8: 10; Colosenses 2: 13 | |
Inmundicia. | Isaías 64: 6; Salmos 106: 39; Isaías 6: 5; Jeremías 2: 22; Lamentaciones 1: 8; Mateo 15: 18-20; Marcos 7: 20-23 | |
Culpa. | Esdras 9: 6; Génesis 3: 10; Salmo 38: 3-4; 44: 15; Isaías 59: 12-13; Jeremías 3: 25; 14: 20 | |
Separación de Dios. | Isaías 1: 15; 59: 2; Deuteronomio 31: 18; Ezequiel 8: 6; Oseas 5: 6; Miqueas 3: 4; Efesios 2: 12 | |
Envenenamiento de las relaciones humanas: explotación económica, prejuicios raciales, orgullo, avaricia, odio y discriminación basada en el sexo, nacionalidad, idioma, etnia, entre otros. | Deuteronomio 15: 7-8; 25: 13-15; Isaías 32: 6-7; Miqueas 2: 1-2; Santiago 5: 1-6 | |
LA NATURALEZA | La maldición de la tierra. | Génesis 3: 17-18; Jeremías 12: 13; Romanos 8: 20-22 |
La contaminación del planeta. | Levítico 18: 25; Génesis 4: 10-12; Números 35: 33-34; Salmo 106: 38; Isaías 24: 4-6; Jeremías 3: 1 |
Tomado de Ariel A. Roth, La ciencia descubre a Dios, Madrid: Safeliz, 2009, pág. 294.
La mayoría de los seres humanos, en su estado natural, no es consciente de nada, ni de los amigos, ni del cónyuge, ni de los hijos, ni mucho menos de los sentimientos que perturban su mundo interior. Para tener conciencia de todo eso se requiere paz en el corazón y seguridad en el alma.
El mundo perfecto que salió de las manos del Creador fue deformado por el pecado. Y no se limitó a Adán y Eva, sino que afectó a toda la raza humana. «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron» (Romanos 5: 12).
El pecado entró al mundo a través de Adán y trajo consigo a su estrecha compañera: la muerte. El pecado y la muerte son una pareja. Siempre andan juntos. El pecado da a luz a la muerte. Entonces, todos los seres humanos pecaron en Adán y todos murieron en él.
Piensa en un incendio forestal. Tomas un pequeño fósforo, lo enciendes y lo arrojas y, como resultado de ese pequeño acto, todo el bosque queda arruinado. Por causa de una cerilla, todo árbol del bosque se quema. Del mismo modo, por un «pequeño» acto de desobediencia de Adán, todo el bosque de la humanidad cayó y se arruinó. Adán encendió el fósforo y todos hemos sido afectados. Es asombroso lo que provocó un solo ser humano.
¿Pero por qué fue infectada toda la humanidad con esta horrible enfermedad del pecado y de la muerte? ¿Por qué todos los hombres? ¿Por qué no únicamente Adán? Si él es el único que pecó, entonces solamente él es quien debería morir. ¿Por qué la muerte pasó a todos los hombres? «Porque todos pecaron». ¿Cuándo pecaron todos los hombres? Cuando Adán pecó.
Todos pecaron en Adán. ¿Pero por qué? Porque, en Adán, todos fuimos creados. Nosotros no pasamos por el mismo proceso de creación que Adán. Hemos llegado al mundo por procreación. Las únicas personas que fueron creadas directamente por Dios son Adán y Eva. Sin embargo, es correcto decir que yo fui creado en Adán. Sin Adán, yo no existiría. Cuando Adán fue creado, yo estaba en los genes de Adán. Yo formaba parte de «su simiente».
Por lo tanto, cuando Adán pecó, yo no estaba allí. No comí la fruta. Adán lo hizo. Yo no desobedecí a Dios. Adán lo hizo. Sin embargo, en cierto sentido, yo estaba allí. Yo estaba en Adán.
Ese fue el origen del sufrimiento y del dolor. La muerte pasó a todos los seres humanos y llegó hasta nosotros. Hoy, el dolor es parte de la experiencia humana. Dios no puede hacernos inmunes al dolor. Vivimos en un mundo de sufrimiento y, lo queramos o no, seremos afectados por él. Entonces, ¿cuál es la ventaja de entregarle el corazón a Dios? No es necesariamente librarnos del sufrimiento, sino fortalecernos para enfrentar los embates de la vida. El sufrimiento es como una herida abierta. Si crees en Jesucristo y confías en él, la herida sanará y cicatrizará. Si no crees, la herida puede infectarse y conducirte a la muerte.
En la Biblia encontramos la historia de Job. Era un hombre bueno. No había nada que manchase la integridad de su carácter. Y, sin embargo, el sufrimiento llegó a su vida. El relato bíblico es categórico al afirmar que el origen del sufrimiento está en el enemigo de Dios. El diablo se ensañó severamente con Job. Dios no lo libró del dolor, pero lo fortaleció ante las circunstancias adversas.
Mientras vivas en este mundo, tarde o temprano el dolor tocará tu vida. Pero no te desesperes. El sufrimiento puede afligirte uno o tal vez dos días, pero siempre hay un tercer día. Las sombras de la muerte desaparecerán para dar lugar a la resurrección de tus sueños.
Aprende a confiar en Dios en los tiempos de bonanza. Y cuando lleguen los días malos, verás a Dios en medio de la penumbra del dolor.
1. Algunas religiones han resuelto el problema del mal negando su existencia. El hinduismo enseña que el mal es simplemente una forma de ilusión del mundo fenoménico. En el mundo occidental, la Ciencia Cristiana también considera el sufrimiento como una ilusión.
2. W. K. C. Guthri., Historia de la filosofía griega, vol. IV, Madrid: Gredos, 1988, págs. 23-24.
3. Isaías 59: 2.