Aquel niño no tenía por qué temer, pero gritaba desesperado mientras se asía del vestido de la madre y se negaba a entrar al avión.
—¡No quiero morir! ¡No quiero morir!
Los pasajeros lo miraban compasivos. Pálido y angustiado, parecía que lo estaban llevando al matadero. La madre, medio avergonzada, intentó explicar la situación:
—Ve mucha televisión.
Puede ser que aquel niño hubiera visto algún accidente aéreo en la televisión y su miedo fuera apenas fruto de su imaginación; pero, detrás de sus gritos, había algo verdadero. El ser humano posee un temor instintivo a la muerte.
El novelista británico Julian Barnes ya no es un niño. Es un hombre mayor muy famoso. Hace unos años publicó una obra titulada Nada que temer. Podría decirse que la obra es el sollozo contenido de un adulto ante la muerte.1
El libro mencionado es una novela autobiográfica y un ensayo filosófico al mismo tiempo. En ella, Barnes reflexiona sobre la muerte desde una perspectiva agnóstica. Él es un ateo declarado. Tres años atrás promovió una campaña publicitaria en los autobuses de Londres afirmando «No hay Dios».
En su reciente libro, el autor declara que la muerte es la desaparición de algo a lo que nos aferramos, pero que en realidad, no existe. Por lo tanto, el miedo a la muerte no tiene sentido, es un miedo a nada. Y sin embargo, confiesa su miedo diario a la muerte. Se imagina en situaciones en las que podría morir, por ejemplo, atrapado en las fauces de un cocodrilo o en un naufragio.
La muerte genera un miedo incontrolable en Barnes. Teme a cosas tan simples como la disminución de la energía, la falta de agua o de luz… En fin, vive en la incertidumbre: «Miro alrededor, a mis amistades, y puedo ver que la mayoría de estas ya no son amistades sino, más bien, el recuerdo de la amistad que tuvimos», dice.
El libro de Barnes es fruto de una mente poblada de incoherencias. La muerte es nada para él; sin embargo, escribe: «A pesar de que escapamos de los padres en la vida, ellos parecen reclamarnos en la muerte». ¿Por qué un ateo tiene miedo a la muerte si cree que no existe nada más allá de la vida? ¿Cómo es posible tener miedo de algo que no existe?
La verdadera razón es que en lo recóndito del alma humana existe una curiosidad innata por los misterios del más allá. Confucio decía: «¿Qué es la muerte? Si todavía no sabemos qué es la vida, ¿cómo puede inquietarnos el conocer la esencia de la muerte?»2
Pero la muerte inquieta. Especialmente cuando toca a una persona amada o cuando se aproxima inexorablemente a uno mismo. ¿Acaso pueden los padres permanecer indiferentes delante del cadáver del hijo de apenas tres años? ¿Cómo puede la esposa amada no preguntarse por el destino de su difunto esposo que tanto amó? ¿Qué anciano no mira al futuro con aprensión? Desde los tiempos más antiguos, el miedo a la muerte como algo irreversible ha perturbado a la humanidad y se ha plasmado en diferentes mitos y leyendas, como la Epopeya de Gilgamesh.3
A fin de cuentas, ¿qué es la muerte que tanto asusta al ser humano? ¿A dónde van los seres humanos cuando la vida llega a su fin? Para entender este misterio es necesario recordar la forma en que el ser humano fue creado. El relato bíblico dice: «Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente» (Génesis 2: 7).
EL CONCEPTO BÍBLICO DE LA MUERTE
¿Qué es el alma?
«Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente [alma]» (Génesis 2: 7). Dios tomó polvo de la tierra, le dio aliento de vida (espíritu) y el resultado fue un ser viviente (alma).
POLVO + ALIENTO DE VIDA (espíritu) = SER VIVIENTE CUERPO + ESPÍRITU = ALMA
De acuerdo con la Biblia, el alma es intrínseca al ser humano. El alma es un ser viviente. Los seres no tienen alma, son un alma. La palabra hebrea utilizada para ‘persona’, ‘alma’, ‘ser’, y en unos cuantos casos para ‘vida’ (por ejemplo, Levítico 17: 11, 14) es néfesh. La palabra que se traduce por ‘espíritu’ es rúaj, que viene de la misma raíz de las palabras que se refieren a aliento o respirar. Mientras que néfesh caracteriza lo que cada ser viviente es (la individualización del aliento de Dios), rúaj es el aliento de vida común de cada ser viviente. En Génesis 2: 7 néfesh se utiliza para designar al hombre creado por Dios.
¿Puede morir el alma?
«He aquí que todas las almas son mías: como el alma del padre, así el alma del hijo es mía. El alma que peque, esa morirá» (Ezequiel 18: 4, RVR1995). Cuando alguien muere, el alma también muere porque el alma es la persona. La Biblia no afirma en ninguna parte que el alma sea algo que habita en el cuerpo humano o que sea inmortal.
¿A dónde regresa el ser humano como resultado del pecado?
«Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3: 19).
¿A quién retornaría el aliento de vida (espíritu)?
«Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio» (Eclesiastés 12: 7). Cuando alguien muere, el espíritu (aliento de vida) regresa a Dios, y el cuerpo (polvo) vuelve a la tierra. Por eso, la Biblia dice: «Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido» (Eclesiastés 9: 5).
POLVO (cuerpo) – ALIENTO DE VIDA (espíritu) = PERSONA MUERTA
¿Quién es el único que tiene inmortalidad?
«Al único y bendito Soberano, Rey de reyes y Señor de señores, al único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, a él sea el honor y el poder eternamente. Amén» (1 Timoteo 6: 15-16).
¿Cuándo recibirá el ser humano la inmortalidad?
«Fijaos bien en el misterio que os voy a revelar: No todos moriremos, pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta. Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados. Porque lo corruptible tiene que revestirse de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad» (1 Corintios 15: 51-53). Esta promesa se cumplirá en ocasión de la segunda venida de Jesús.
¿POR QUÉ NO PUEDE EXISTIR UN TORMENTO ETERNO?
Siguiendo el discurso del texto, en el principio Dios formó el cuerpo de Adán del polvo de la tierra. No hizo un muñeco, como algunos piensan, sino un cuerpo real, con nervios, huesos, piel, cabellos, células, venas y todo lo que un cuerpo requiere para serlo. Lo único que le faltaba era la vida. Era un cuerpo inerte, sin vida, un cuerpo de barro producto de las propias manos de Dios. Ese cuerpo no sentía, ni pensaba, ni se movía. Era apenas un cuerpo sin vida. Entonces Dios insufló en su nariz el soplo de vida, que tampoco tenía sentimientos, ni pensamientos. Era solamente aire.
Pero, cuando el cuerpo inerte se unió con el soplo de vida, sucedió algo extraordinario: surgió el ser humano, con sentimientos, pensamientos, sueños y proyectos. Un ser vivo con voluntad, con capacidad de tomar decisiones y moverse de un lado a otro. La expresión hebrea dice que surgió «un alma viviente».
La Biblia no enseña que Adán recibiera un alma. Antes de la creación de Adán no había alma o espíritu racional. El texto bíblico declara que el cuerpo se trasformó en un alma viviente. En la Biblia, un «alma viviente» es una persona, resultado de la unión del cuerpo, hecho de barro, con el soplo de vida que Dios le dio. Por lo tanto, el ser humano no tiene alma, sino es un alma.
¿Y qué pasa cuando el ser humano muere? Lógicamente, sucede lo contrario. El cuerpo se separa del soplo de vida y todo vuelve a ser como era antes de la creación. No existe espíritu racional independiente del cuerpo. Antes de que Dios formara al hombre, no existía un alma racional. El alma racional solo vino a la existencia cuando el cuerpo sin vida se juntó con el soplo de vida. En la muerte, todo vuelve a ser como era al principio. Por eso, la Biblia aconseja: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: “No encuentro en ellos placer alguno”; […] Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio» (Eclesiastés 12: 1, 7).
La muerte, de acuerdo con el sabio Salomón, es el día malo, el día en que el cuerpo vuelve a la tierra, como era antes de la creación, y el soplo de vida retorna a Dios, que lo dio. No existe alma consciente separada del cuerpo. El ser humano es un alma pensante solo mientras está vivo. El día que muere, su cuerpo es llevado al cementerio, con los años se transforma en polvo4 y desaparece, mientras que el soplo de vida vuelve a Dios.
Salomón reafirma esta verdad una y otra vez. «Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido. Sus amores, odios y pasiones llegan a su fin, y nunca más vuelven a tener parte en nada de lo que se hace en esta vida» (Eclesiastés 9: 5-6). Por eso, «Y todo lo que esté en tu mano hacer, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría» (Eclesiastés 9: 10).
En la Biblia encontramos muchos versículos que expresan el estado de completa inactividad del ser humano después de la muerte. Con relación a sus pensamientos, dice: «Exhalan el espíritu y vuelven al polvo, y ese mismo día se desbaratan sus planes» (Salmo 146: 4). Con relación a su existencia declara: «Si escondes tu rostro, se aterran; si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo» (Salmo 104: 29).
Los que mueren no saben nada acerca de sus seres queridos. «Si sus hijos reciben honores, él no lo sabe; si se les humilla, él no se da cuenta» (Job 14: 21). Ni siquiera alaban a Dios. «Los muertos no alaban al Señor, ninguno de los que bajan al silencio» (Salmo 115: 17). «El sepulcro nada te agradece; la muerte no te alaba. Los que descienden a la fosa nada esperan de tu fidelidad. Los que viven, y solo los que viven, son los que te alaban, como hoy te alabo yo» (Isaías 38: 18-19).
Si existe una figura elocuente que puede compararse a la muerte es el sueño. La Biblia le llama sueño a la muerte en 54 ocasiones. Una persona dormida, ¿tiene conciencia de algo? El propio Jesucristo dijo refiriéndose a Lázaro: «Dicho esto, añadió: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo”. “Señor —respondieron sus discípulos—, si duerme, es que va a recuperarse”. Jesús les hablaba de la muerte de Lázaro, pero sus discípulos pensaron que se refería al sueño natural. Por eso les dijo claramente: “Lázaro ha muerto”» (Juan 11: 11-14).
LA MUERTE COMO UN SUEÑO
Pero entonces surge la siguiente pregunta: si al fallecer el ser humano, no existe espíritu pensante, ¿de dónde viene la idea de que el alma es inmortal, que hay otras vidas, y que existen espíritus descarnados que vagan por las esferas celestes? Ciertamente estas ideas no son bíblicas, aunque aparecieron por primera vez en el jardín del Edén. En aquella ocasión, Dios había dicho a Adán y a Eva que, si comían del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, morirían.5 Pero apareció el diablo disfrazado de serpiente6 y le dijo a Eva: «Pero la serpiente le dijo a la mujer: “¡No es cierto, no vais a morir! Dios sabe muy bien que, cuando comáis de ese árbol, se os abrirán los ojos y llegaréis a ser como Dios, conocedores del bien y del mal”» (Génesis 3: 4-5).
La idea que más dividendos le ha dado al enemigo de Dios es, sin duda, la de que el alma no muere. Al ser humano siempre le ha fascinado la perspectiva de romper sus límites de criatura y ser igual a Dios. Pero la verdad bíblica es que el alma humana no es inmortal.7 El único que posee inmortalidad es Dios: «Al único y bendito Soberano, Rey de reyes y Señor de señores, al único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, a él sea el honor y el poder eternamente» (1 Timoteo 6: 15-16). La Biblia enseña que si el ser humano desea la inmortalidad necesita buscarla.
En el Edén, después de que Adán y Eva pecaran, dijo el Señor: «El ser humano ha llegado a ser como uno de nosotros, pues tiene conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre» (Génesis 3: 22). En esta referencia bíblica vemos que el hombre dependía del árbol de la vida para vivir eternamente. Los primeros seres humanos vivieron muchos años porque tenían acceso al árbol de la vida.8, 9 Todavía se mantenía fresco el poder del fruto de la vida en la sangre y en el cuerpo de Adán y Eva, a pesar de que habían abandonado el Edén. Sus descendientes heredaron aún los beneficios del árbol de la vida. Pero con el transcurso del tiempo, la longevidad de la raza humana fue disminuyendo radicalmente, ya que el hombre en sí no es inmortal y dependía del árbol de la vida para prolongar eternamente su existencia. Al pecar perdió el acceso a dicho árbol y, consecuentemente, la posibilidad de vivir para siempre. De ahí en adelante, el hombre que desee la inmortalidad, tiene que buscarla. Eso dice el apóstol Pablo: «Porque Dios “pagará a cada uno según lo que merezcan sus obras”. Él dará vida eterna a los que, perseverando en las buenas obras, buscan gloria, honor e inmortalidad» (Romanos 2: 6-7). Sin embargo, la cultura de nuestros días acepta la idea generalizada de que el espíritu del hombre sigue viviendo después de la muerte, porque el alma es inmortal.
El otro día conversé con un joven cuyo padre había fallecido. La familia sabía que él había guardado mucho dinero en algún lugar secreto, pero nadie sabía dónde. Ante esta situación, alguien tuvo la idea de buscar a una persona capaz de «comunicarse» con los muertos. La esposa y los hijos participaron de una sesión de espiritismo. El espíritu del padre fallecido fue convocado y «apareció». Para espanto y alegría de todos, el espíritu del hombre muerto indicó el lugar donde estaba el dinero. El joven me dijo: «Si alguien me hubiese contado la historia yo no lo creería, pero yo participé personalmente de la sesión, oí la voz de mi padre indicándonos el lugar y el dinero estaba allí».
Aquel joven no mentía. Realmente oyó la voz de un espíritu, pero no de su padre. De acuerdo con la Biblia, el día que su padre murió, su cuerpo fue al cementerio, el soplo de vida regresó a Dios y aquel hombre no tiene más conciencia de nada. Pero las personas que participaron de aquella sesión de espiritismo oyeron la voz de un espíritu.
¿Existen espíritus errabundos? Existen muchos y la Sagrada Escritura narra cómo surgieron en el escenario humano. «Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; este y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra» (Apocalipsis 12: 7-9).
¿Qué crees que hacen hoy esos ángeles expulsados del cielo? ¿A qué se dedican? La Biblia dice que el arma preferida del enemigo es el engaño y la seducción.10 Pablo afirma que la lucha del ser humano no es contra carne y sangre, sino «contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Efesios 6: 12). «Y no es de extrañar, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz» (2 Corintios 11: 14).
Espíritus disfrazados, ángeles caídos vestidos de luz, serán cada día más comunes en nuestros días, hasta que la humanidad llegue al punto de aceptar la existencia de espíritus de muertos como algo real. El cine, las novelas y los medios de comunicación son instrumentos poderosos para formar la cultura de una generación y serán usados eficazmente con esta finalidad.
Sucedió en 1984. Peter Venkman, Ray Stantz y Egon Spengler, tres parapsicólogos expulsados de la Universidad de Columbia en Nueva York, a causa de sus estudios y prácticas poco ortodoxos, comienzan su propio negocio trabajando como cazadores de fantasmas e investigando fenómenos paranormales. Su primer cliente es Dana, una joven a la que le gusta tocar chelo y vive preocupada porque tuvo la visión de un espíritu que la atormenta. Dana y su vecino son poseídos por ese espíritu y se convierten en los avatares que dan entrada al mundo a una entidad maligna. Los cazafantasmas descubren que el edificio en el que residen ha sido construido por un arquitecto que practicaba el ocultismo y que ese apartamento es una puerta dimensional que permite el paso a Gozer, un semidiós interdimensional que amenaza destruir el mundo, empezando por Nueva York.
Esta historia llena de figuras extrañas y de espíritus malignos es el argumento de la película Los cazafantasmas, que se estrenó en 1984 y se registró como la comedia más taquillera de la época. El éxito fue tan grande que, posteriormente, dio origen a una de las más exitosas series de Estados Unidos, nominada musicalmente para un premio Emmy. Originalmente, la serie tenía un tono oscuro y siniestro pero se transformó en una fiebre colectiva, llegándose a fabricar juegos electrónicos, juegos de mesa y muñecos conmemorativos.
A partir de entonces, aparecieron innumerables películas cuyo tema central es el mundo misterioso del ocultismo, relacionado con la existencia de espíritus descarnados que habitan el mundo invisible de las tinieblas. Y muchas personas corren a hablar con los espíritus malignos creyendo que están hablando con sus seres queridos que fueron arrebatadas por la muerte.
La Biblia es categórica al enseñar: «Si alguien les dice: “Consulten a los encantadores y a los adivinos, a los que hablan con susurros”, ustedes respondan: “¿Acaso no es a su Dios a quien el pueblo debe consultar? ¿Acaso tiene que consultar a los muertos acerca de los vivos?”» (Isaías 8: 19, RVC).
Volvamos a Julian Barnes y su libro Nada que temer. Al hablar de la muerte, él declara: «La muerte es para mí el único aspecto espantoso que define la vida. A menos que uno no esté completamente consciente de ella no se puede llegar a comprender en qué consiste la vida». Pero si para él la muerte es nada, entonces la vida también es nada. ¿Qué sentido tiene la nada? Barnes empieza su libro diciendo: «No creo en Dios pero lo echo de menos». Más adelante, declara tener envidia de los creyentes porque mientras para ellos la muerte es una entrada, para los ateos la muerte es una salida hacia la nada.
Esta actitud ante la muerte es muy humana, instintiva, y es una prueba de la existencia de Dios y del relato bíblico. El ser humano no fue creado para morir, la muerte es un intruso en la experiencia humana, es la consecuencia triste de separarse de Dios. La Biblia afirma que Dios es la propia vida. Jesús dijo un día: «Yo soy el camino, la verdad y la vida […]. Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14: 6). Y el apóstol Juan añadió: «El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Juan 5: 12). Dios es el Dios de la vida, él es la propia vida. Apartarse de Dios es adentrarse en el territorio de la muerte.
La incoherencia del ser humano es que se aparta de Dios pero anhela la vida. Busca la vida como sus pulmones buscan el oxígeno, pero se niega a aceptar a Dios como su Creador y su Redentor. Así fue desde los tiempos antiguos. En los mitos de pueblos enterrados en el polvo de la historia se registra la huida del hombre del Dios de la vida, pero al mismo tiempo, el miedo y el rechazo a la muerte. Piensa en las letras del siguiente himno védico funerario:
Vete de aquí, oh Muerte, continúa tu propio camino,
separado del que los dioses quieren transitar.
A ti que tienes ojos, a ti que oyes, te suplico,
no toques nuestra descendencia,
no injuries a nuestros héroes.
Cuando hagas desaparecer las huellas de Mrityu,
prolongando tu existencia largos años,
que seas rico en descendencia y riquezas,
limpio, puro, como para el sacrificio.
Separados de los muertos están los vivos:
Nuestra petición a los dioses ha sido escuchada.
Hemos vuelto a la danza y a la risa,
prolongando nuestra existencia largos años.
Para los vivos yo erijo este baluarte: ¡Que ninguno
de ellos llegue a este límite!
Que sobrevivan cien largos otoños
enterrando la muerte debajo de esta montaña.11
El cristiano, a su vez, posee un tesoro llamado esperanza, que no es solo el deseo de que suceda algo, sino la convicción de que sucederá. La fe del cristiano no está depositada en posibilidades sino en certezas. Y no existe certeza más real que Jesús.
En cierta ocasión él enseñó lo siguiente: «Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Vinieron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y esta se derrumbó, y grande fue su ruina» (Mateo 7: 24-27).
El ser humano solo tiene dos alternativas. O edifica sus convicciones sobre la arena de las teorías y filosofías humanas, o las edifica sobre la Roca de los siglos que es Jesús. Para el cristiano, la muerte es un sueño en el cual nadie puede hacer nada porque no existe conciencia, pero la buena noticia es que la muerte no es el fin de todo.
En la tumba de Lázaro, Jesús le dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera» (Juan 11: 25). ¿Qué significa «el que cree en mí vivirá, aunque muera»? ¿Quiere decir que, para los que creen en Jesús, hay vida después de la muerte? Sí, pero esa vida no es inmediata a la muerte.
El apóstol Pablo aporta mayor información sobre este asunto al decir: «Hermanos, no queremos que ignoréis lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza. ¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él. […] El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre. Por lo tanto, animaos unos a otros con estas palabras» (1 Tesalonicenses 4: 13-14, 16-18).
Esta es la bendita esperanza del que cree en Jesús y lo acepta como su salvador. La muerte no es el fin de todo. Existe la resurrección. «Los muertos en Cristo resucitarán primero».
Un día, antes de lo que mucha gente imagina, los cielos se abrirán, la trompeta sonará y los muertos que descansaron con su fe puesta en el regreso de Cristo se levantarán con cuerpos transformados para una nueva vida. Por eso Pablo exclama: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? […] ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15: 55, 57).
1. J. Barnes, Nada que temer, Barcelona: Anagrama, 2010.
2. Confucio, Lun Yu. Reflexiones y enseñanzas de Confucio, libro III, capítulo XI.11, traducción de A. H. Suárez, Barcelona: Clásicos Kairós, 1997.
3. Escrito en acadiano, traducido a varias lenguas antiguas del Cercano Oriente. Es la creación literaria más célebre de los babilonios.
4. Génesis 3: 19.
5. Génesis 2: 16-17.
6. Apocalipsis 12: 9.
7. Ezequiel 18: 4 y 20.
8. Génesis 5.
9. E. G. White, Patriarcas y profetas, Mountain View: Pacific Press, 1885, pág. 44.
10. La palabra seducción proviene del término latino seductio (acción de apartar). El Diccionario de la lengua española dice que seducir es «engañar con arte y maña; persuadir suavemente para algo malo».
11. Rig Veda, X, 18. «Mrityu es la personificación de la muerte y Yama es el Dios que gobierna los espíritus de los muertos» (Gustavo Agüero, Luis Urtubey, Daniel Vera Murúa, Conceptos, creencias y racionalidad, Córdoba: Editorial Brujas, 2008, pág. 339).