1. Actividades competitivas

2. Comprometidos con la salud y la curación

3. Confianza en el Espíritu de Profecía

4. Consideraciones éticas sobre la clonación humana

5. Cosmovisión bíblica de la creación

6. Declaración de misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día

7. Declaración sobre transgénero

8. El abuso sexual infantil

9. El control de la natalidad

10. El cuidado de la creación. Declaración sobre el medio ambiente

11. El hogar y la familia

12. El medio ambiente

13. El racismo

14. El tabaco y el hábito de fumar

15. El sida

16. La conducta sexual

17. La homosexualidad

18. La pornografía

19. La violencia doméstica

20. La visión bíblica de la vida intrauterina y sus implicaciones para el aborto

21. Las drogas

22. Las relaciones humanas

23. Las Sagradas Escrituras

24. Las uniones del mismo sexo: una reafirmación del matrimonio cristiano

25. Libertad religiosa, evangelización y proselitismo

26. Los juegos de azar

27. Para poner fin a la violencia de género

28. Reafirmación del matrimonio

29. Un llamamiento adventista en favor de la paz

30. Uso, abuso y dependencia de sustancias químicas

1. ACTIVIDADES COMPETITIVAS

La Iglesia Adventista del Séptimo Día y sus diversas instituciones, preocupadas por la competitividad y la rivalidad, quieren aclarar su posición y dar algunas orientaciones para el desarrollo de actividades donde se puedan dar estos dos problemas. Basadas en la Biblia y en el Espíritu de Profecía, estas propuestas tienen el propósito de orientar y conducir a los miembros, a las iglesias, asociaciones e instituciones de la Iglesia.

EL PLAN DE DIOS

1.Un camino mejor. El ideal es que haya cooperación y unidad en la iglesia de Dios, como lo ilustra 1 Corintios 12: 12-31, donde las diversas partes de la iglesia, simbolizadas por los distintos miembros del cuerpo, trabajan juntas para bien de todo el organismo. En este caso, la cooperación es total, no existe rivalidad.

2.El plan de Dios para su obra. «La edificación del carácter es la obra más importante que jamás haya sido confiada a los seres humanos, y nunca antes ha sido su estudio diligente tan importante como ahora […]. Nunca antes se hallaron los jóvenes frente a peligros tan grandes como los que tienen que arrostrar hoy […]. En el plan de vida de Dios hay un lugar para cada ser humano. Cada uno debe perfeccionar hasta lo sumo sus talentos, y la fidelidad con que lo haga, sean estos pocos o muchos, le da derecho a recibir honor. En el plan de Dios no tiene cabida la rivalidad egoísta» (La educación, cap. 25 «La educación y el carácter», págs. 203, 204).

UN ENFOQUE EQUILIBRADO DE LA VIDA

Los adventistas creemos que el ser humano es una unidad multidimensional cuyas necesidades físicas, mentales, sociales y espirituales se hallan interrelacionadas y son interdependientes. Estamos preocupados por el desarrollo integral del individuo, y creemos que todos necesitamos realizar con regularidad ejercicio físico adecuado y planificado. Con el propósito de satisfacer esta necesidad, a comienzos del siglo XX las instituciones adventistas —situadas por lo general en zonas rurales— ofrecían amplias oportunidades para el ejercicio físico.

En la actualidad, nuestras instituciones están localizadas en entornos más poblados, lo cual reduce las oportunidades de revitalizarse por medio del trabajo útil. Además de este cambio de una sociedad rural a una urbana, han disminuido las ocupaciones que exigen actividad física, se han multiplicado las tensiones y el tiempo libre se dedica cada vez más a entretenimientos sedentarios tales como escuchar la radio, ver la televisión o ir al cine. Para compensar estos cambios, es necesario fomentar en nuestras escuelas de iglesia, iglesias y otras instituciones un enfoque bien equilibrado del ejercicio físico.

Toda planificación llevada a cabo en nuestras iglesias o instituciones educativas que incluya actividades físicas puede tener resultados beneficiosos si se rige por los siguientes ideales: cooperación, deferencia, abnegación, espíritu cordial, deseo de disfrutar y no de ganar, y respeto no solo por la letra, sino por el espíritu de las reglas.

«La recreación, cuando responde a su nombre, recreación, tiende a fortalecer y reparar» (La educación, cap. 23, «La recreación», pág. 187). No fomentará el egoísmo, la rivalidad, la hostilidad, los conflictos, el afán por la supremacía y el amor a los placeres, ni el malsano fanatismo.

Si quieren obtener resultados, nuestros líderes asumirán la responsabilidad de alcanzar estos objetivos.

PROPÓSITOS Y OBJETIVOS DE LAS ACTIVIDADES DE LA IGLESIA

Todos los programas y actividades de la iglesia deberían contribuir al desarrollo de un carácter semejante al de Cristo y a una testificación eficaz. Para ello, han de tener los siguientes objetivos:

1.Fomentar el amor cristiano y un trato desinteresado a los demás (1 Corintios 13).

2.Procurar el respeto y la fraternidad entre los creyentes, tal como lo ilustra la imagen del cuerpo de la iglesia como una unidad (1 Corintios 12).

3.Dejar a un lado toda rivalidad egoísta y cultivar experiencias elevadoras de cooperación.

4.Mejorar la salud física, mental y espiritual.

5.Fomentar y desarrollar sanas relaciones sociales.

6.Inspirar y guiar hacia una alabanza correcta de Dios.

7.Motivar a los participantes a alcanzar los mayores logros de que son capaces en toda actividad digna.

8.Movilizar los numerosos recursos humanos de la iglesia para la ganancia de almas. Toda actividad que no cumpla con estos objetivos básicos ha de ser rechazada.

CASOS CONCRETOS

En armonía con estas declaraciones de propósito, se hacen las siguientes recomendaciones para evitar recurrir a actividades competitivas como herramienta de motivación dentro de la iglesia:

1.No ha de fomentarse la asistencia ni la exposición a actividades altamente competitivas y comerciales.

2.Han de elegirse actividades alternativas que no impliquen una competitividad malsana.

3.A la hora de incentivar la participación individual y el progreso personal en la iglesia, los programas han de organizarse de tal modo que los participantes tengan como objetivo mejorar su nivel de rendimiento y no las rivalidades interpersonales, entre iglesias o entre instituciones.

4.En los casos en que se reconozcan los esfuerzos de individuos o de grupos, es importante que se haga de tal modo que se glorifique a Dios por el éxito obtenido, en lugar de fomentar la exaltación de la persona.

5.Han de prepararse programas o actividades que brinden cierto nivel de éxito a cada persona, para que la ayude a conservar su individualidad, identidad, personalidad y dependencia constante de Dios. Cada participante deberá recibir algún grado de reconocimiento, a fin de contribuir a evitar la extravagancia y las diferencias extremas.

6.Al reconocer los logros de alguien individualmente, ha de buscarse la manera de que el beneficiado mejore su nivel de eficiencia en la obra del Señor.

7.Los informes estadísticos sobre el crecimiento de la feligresía o de las finanzas han de utilizarse para fomentar las buenas obras y no como medios para expresar actitudes de rivalidad creadas para mejorar la eficiencia de las organizaciones.

8.Los procedimientos internos de calificación en las instituciones educativas han de reflejar el crecimiento y el desarrollo personal del alumno de forma individual y su dominio de los requisitos esenciales de cada asignatura, en lugar de su superioridad o inferioridad respecto a sus compañeros.

9.Toda actividad que limite el éxito potencial a unos pocos ha de ser:

a.Interrumpida.

b.Limitada a casos puntuales en el marco de actividades recreativas.

c.Usada como herramienta necesaria para contribuir a la identificación de cualidades básicas que se requieren para ingresar a una profesión específica (por ejemplo, exámenes de aptitud o requisitos de ingreso a un centro de formación profesional).

10.La construcción y la ampliación de templos e instituciones ha de tener como propósito satisfacer una necesidad y cumplir una función, con la debida consideración por el buen gusto, las demandas estéticas y la sencillez arquitectónica. Todo intento de erigir edificios que superen o rivalicen con los de una institución o asociación hermana se considerará incompatible con los principios adventistas.

«No debemos fiar en el reconocimiento del mundo ni en la distinción que nos pueda dar. No debemos tampoco tratar de rivalizar, en cuanto a dimensiones y esplendor, con las instituciones del mundo […]; sino cultivando un espíritu manso y humilde como el de Cristo» (Testimonios para la iglesia, t. 7, pág. 100).

Como la rivalidad y las actitudes egoístas pueden tener su origen en el hogar, es necesario que los padres cultiven en sus hijos cualidades que los ayuden a evitar la rivalidad egoísta en el futuro.

ACTIVIDADES DE IGLESIA CON ELEMENTOS DE COMPETITIVIDAD

No hemos de confundir la rivalidad destructiva con los niveles de rendimiento exigibles y las presiones que resultan de ellos. Se reconoce que en todos los ámbitos de la iglesia puede haber niveles mínimos de rendimiento que serán establecidos por las organizaciones y sus respectivas comisiones. Las orientaciones dadas anteriormente han de aplicarse a todas las actividades y programas de iglesia, asociaciones e instituciones, tales como:

1.Campañas.

2.Concursos en las instituciones educativas, en los clubes de conquistadores, de oratoria, concursos bíblicos.

3.Actividades recreativas, incluidos los programas deportivos.

4.Sistemas de calificación.*

5.Becas y honores académicos.

6.Luchas por ocupar cargos.

7.El diseño, el estilo y las dimensiones de los edificios.

8.Los blancos de iglesia.

LOS PROGRAMAS DE MOTIVACIÓN

Dado que resulta esencial contar con líderes preparados para poder implementar y regular los programas de motivación, son oportunas las siguientes observaciones:

1.El liderazgo. Al seleccionar líderes para los programas de la iglesia, han de enfatizarse las siguientes cualidades:

a.Espiritualidad, dedicación, experiencia y capacidad organizativa.

b.Capacidad para obtener el respeto de los estudiantes y de otros líderes, y de conservar la autoridad y la disciplina adecuadas.

c.Compromiso con el propósito y las metas especificadas en la presente declaración.

d.Saber desafiar e inspirar a los participantes para que tomen parte con entusiasmo en el logro de las metas especificadas en esta declaración.

e.Conocimiento de las actividades en las que participan, y de sus implicaciones físicas, mentales, sociales y espirituales.

2.Salvaguardas y controles. La experiencia ha demostrado la necesidad de establecer salvaguardas y controles apropiados en las actividades de la iglesia. Su implementación incluye lo siguiente:

a.La obtención y el uso de equipos e instalaciones apropiados, que cuenten con todas las medidas de seguridad necesarias.

b.La planificación del transporte de grupos de la iglesia bajo la conducción y dirección de adultos responsables.

c.La observancia del sábado, absteniéndose de viajar por motivos seculares y, en la medida de lo posible, por actividades religiosas.

d.La garantía de que se cuenta con la suficiente cobertura de seguros para proteger tanto a los participantes como a los equipos que utilizan y el medio de transporte.

e.La protección de la salud y la seguridad de los grupos que viajen evitando, tanto como sea posible, viajar de noche, comer a horarios irregulares y alojarse en lugares que carezcan de instalaciones adecuadas.

ACTIVIDADES FÍSICAS Y RECREATIVAS ORGANIZADAS

1.Objetivos de las actividades físicas

a.Mejorar el desarrollo físico y las funciones corporales de los participantes.

b.Desarrollar las funciones motoras y las habilidades básicas por medio de actividades que estén en armonía con los principios presentados en esta declaración.

c.Corregir los defectos que puedan ser corregidos y mejorar la condición física general de cada participante, de tal manera que pueda beneficiarse de un programa de ejercicios diseñado adecuadamente.

d.Lograr el desarrollo mental e intelectual por medio del uso de estrategias, la toma de decisiones bajo presión y la organización del pensamiento, elementos que son necesarios para desenvolverse con éxito.

e.Desarrollar el carácter de manera que se adquiera autodisciplina, confianza propia, equilibrio emocional, respeto por los derechos de los demás y una conducta moral y ética fundamentada en los principios cristianos.

f.Brindar experiencias físicas adecuadas y reconocer los logros alcanzados de manera que estos contribuyan al autoconocimiento, la estabilidad emocional y las relaciones sociales basadas en la cooperación.

g.Cultivar las cualidades espirituales y las características sociales que debe tener un buen ciudadano con moral y ética cristianas, para que lo orienten en las relaciones humanas.

h.Desarrollar las capacidades recreativas que le permitirán sacar el máximo partido de su tiempo libre a lo largo de la vida.

i.Adquirir conocimientos básicos de seguridad y autoprotección que incrementen la capacidad de protegerse y de ayudar a otros en las actividades diarias y en casos de emergencia. Deben evitarse el adiestramiento en las artes marciales y las actividades físicas que se basan en la agresividad y la competitividad.

j.Desarrollar la percepción de los valores estéticos inherentes a las actividades físicas y recreativas.

k.Promover el amor por la naturaleza y el aire libre, y reconocer la contribución que cada uno puede hacer para vivir una vida más feliz y plena.

l.Contribuir al desarrollo de una filosofía de vida que incluya actitudes y prácticas apropiadas en relación con el cuidado personal del cuerpo. Este enfoque equilibrado del desarrollo físico, mental, social y espiritual ha sido y puede ser fomentado por actividades tales como:

i.La recreación al aire libre y las actividades en la naturaleza tales como: la natación, el ciclismo, la hípica, el esquí, el piragüismo, la gimnasia, la jardinería, el montañismo, los campamentos, la recolección de rocas [minerales, fósiles], el buceo, la espeleología y otras actividades recreativas similares.

ii.Los pasatiempos recreativos tales como: la cerámica, el tallado de piedras, la mecánica de automóviles, la agricultura, la carpintería y la ebanistería, la escultura y la fotografía.

iii.Programas organizados y bien dirigidos, que impliquen la participación de todos los integrantes que deseen formar parte de un equipo.

ACTIVIDADES RECREATIVAS INTERNAS

Por actividades internas nos referimos a las que se limitan a los miembros de una iglesia, escuela o institución. Cuando se las lleva a cabo en forma adecuada, pueden contribuir al desarrollo del carácter y la buena forma física, y fomentar las relaciones sociales saludables. Para garantizar la obtención de beneficios saludables, se aconseja seguir las siguientes recomendaciones:

1.Establecer una comisión representativa de dirigentes y participantes para planificar y regular las actividades recreativas organizadas por la iglesia, la escuela o la institución.

2.Los directores de actividades físicas deberían ser conscientes de la necesidad que tienen los participantes de contar con un programa equilibrado que incluya actividades recreativas más allá de las deportivas.

3.Clasificar a los participantes sobre la base de factores tales como la corpulencia, la edad y su habilidad, y también hacer provisión para incluir a todos los que quieran participar.

4.Tomar precauciones para proporcionar el equipo y las instalaciones adecuados, por el bien de la salud y la seguridad.

5.Orientar a participantes y espectadores sobre la filosofía y los objetivos especificados en esta declaración debería ser un requisito para toda actividad física organizada.

6.Evitar los excesos en las reacciones de los equipos y los espectadores, y contar con dirigentes bien calificados que garanticen un espíritu sano de participación.

7.Rotar a los integrantes de los equipos a fin de disminuir los niveles de rivalidad.

LOS DEPORTES INTERCOLEGIALES

La Iglesia Adventista del Séptimo Día se opone a las ligas intercolegiales (llamadas por lo general competencias interuniversitarias) en su sistema educativo. Las razones principales para ello son:

1.Los riesgos que conlleva la rivalidad competitiva suelen multiplicarse en eventos de este tipo.

2.Los recursos económicos, el personal y el tiempo que se destinan a estas actividades por lo general son desproporcionados respecto al número de personas que pueden participar.

CONCLUSIONES

1.Los cristianos deben actuar bajo los motivos más elevados en su búsqueda de la excelencia atlética.

2.Los juegos amistosos entre instituciones que se celebran en reuniones sociales conjuntas, no son considerados actividades deportivas internas ni intercolegiales.

3.Todos, unos más y otros menos, poseemos talentos. Dios espera que seamos fieles en el servicio independientemente de los talentos o la recompensa (Mat. 20: 1-16). Aun cuando Dios distribuye los talentos en forma diferente, espera que desarrollemos los que hemos recibido al máximo de nuestras posibilidades, y nos dará responsabilidades de acuerdo con nuestra fidelidad. Las Escrituras nos recuerdan: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís» (Col. 3: 23-24).

 

* Reconocemos que, en muchos sistemas educativos, la promoción de un nivel educacional a otro se basa en las calificaciones obtenidas en exámenes competitivos. Los exámenes de admisión a las escuelas profesionales y de posgrado (que conceden la titulación necesaria para ejercer determinadas profesiones) permiten que ingresen quienes obtienen mejores calificaciones en estas pruebas, o durante el curso escolar. En muchas carreras que reciben un número de solicitudes mayor que el de plazas disponibles, el éxito se alcanza solamente cuando se obtiene un mejor desempeño que los demás. Dado que algunos aspectos de la competitividad son inherentes a la vida moderna, el cristiano genuino intentará minimizarlos tanto como le sea posible. Se espera que las orientaciones presentadas en este documento sean útiles para eliminar la rivalidad egoísta o la competitividad malsana que tanto daño causan al desarrollo del carácter cristiano.

 

Declaración aprobada por la Junta Directiva de la Asociación General durante el Concilio Anual celebrado en Nairobi (Kenia), el 7 de octubre de 1988.

 

2. COMPROMETIDOS CON LA SALUD Y LA CURACIÓN

La Iglesia Adventista del Séptimo Día reitera el compromiso y los objetivos de su ministerio de salud en pro del bienestar de sus miembros y de las comunidades a las que sirve, así como del mejoramiento de la salud del mundo.*

La Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día ratifica su compromiso con los principios de la dignidad y la equidad humanas, la justicia social, la libertad, el libre albedrío, el acceso a alimentos no contaminados y al agua potable, y el acceso universal y sin discriminación a los servicios de salud. Mediante su ministerio de predicación, enseñanza, sanidad y discipulado la Iglesia busca representar la misión de Jesucristo de manera que:

Sea considerada en todo el mundo como impulsora de un modelo integral y contrastado de vida saludable en el ámbito de la atención primaria.

Sea manifiesto en todo momento que es una aliada confiable y transparente de organizaciones con una meta y una visión compatibles con las suyas en la tarea de aliviar el sufrimiento y ocuparse de la salud y el bienestar básicos de las personas.

Se la reconozca por no discriminar, sino aceptar a todas las personas que buscan esa salud y bienestar básicos y

por su compromiso, no solo administrativa sino funcionalmente, en este ministerio de salud y curación a todos sus niveles, lo que incluye a cada congregación y miembro de iglesia.

 

Documento aprobado por la Junta Directiva de la Asociación General en el Concilio Anual celebrado en Silver Spring (Maryland, EE. UU.), el 14 de octubre de 2009.

 

* Recomendación de la Conferencia Mundial sobre Salud y Estilo de Vida llevada a cabo en Ginebra (Suiza), en julio de 2009, en colaboración con la Organización Mundial de la Salud, que hace un llamamiento a cooperar con otros organismos de similar credibilidad que buscan mejorar la salud mundial.

 

3. CONFIANZA EN EL ESPÍRITU DE PROFECÍA

Nosotros, los delegados del 56° Congreso de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, reunidos en Utrecht, alabamos y agradecemos a Dios por el don del Espíritu de Profecía que por su gracia nos ha otorgado.

En Apocalipsis 12, el apóstol Juan identifica a la iglesia de los últimos días como el remanente, «el resto […] que guarda los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesucristo» (vers. 17). Creemos que en esta breve declaración profética, el apóstol describe a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que no solo guarda «los mandamientos de Dios» sino que también tiene «el testimonio de Jesucristo», que es «el espíritu de profecía» (Apocalipsis 19: 10).

En la vida y el ministerio de Elena G. White (1827-1915) se cumplió la promesa de Dios de proporcionar y conceder a la iglesia remanente el «espíritu de profecía». Aunque Elena G. White jamás reclamó para sí misma el título de «profetisa», creemos que hizo la obra de un profeta, y aún más, afirmó: «Mi misión abarca la obra de un profeta, pero no termina ahí» (Mensajes selectos, t. 1, pág. 40). «Si otros me llaman así [profetisa], no lo discuto» (ibíd., pág. 39). «Mi obra incluye mucho más de lo que significa ese nombre. Me considero a mí misma como una mensajera, a quien el Señor le ha confiado mensajes para su pueblo» (ibíd., pág. 40).

La misión primordial de Elena G. White consistió en dirigir la atención hacia las Sagradas Escrituras, y escribió: «Poco caso se hace a la Biblia, y el Señor ha dado una luz menor para guiar a los hombres y las mujeres a la luz mayor» (El colportor evangélico, pág. 174). Ella creía que, aunque sus escritos eran una «luz menor», eran luz, y que la fuente de esa luz es Dios.

Los adventistas del séptimo día creemos que «en su Palabra Dios comunicó a los hombres el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad. Constituyen la regla del carácter; nos revelan doctrinas, y son la piedra de toque de la experiencia religiosa» (El conflicto de los siglos, «Introducción», pág. 9). Aunque consideramos que el canon bíblico está cerrado, creemos también, como creyeron los contemporáneos de Elena G. White, que sus escritos poseen autoridad divina, tanto en lo que se refiere a la vida cristiana como a la doctrina. Por lo tanto, recomendamos:

1.Que como iglesia procuremos el poder del Espíritu Santo para aplicar de manera más plena a nuestras vidas los consejos inspirados que contienen los escritos de Elena G. White.

2.Que realicemos mayores esfuerzos por publicar sus escritos y hacer que circulen por todo el mundo.

 

Declaración aprobada el 30 de junio de 1995 en el Congreso de la Asociación General de Utrecht (Holanda).

 

4. CONSIDERACIONES ÉTICAS SOBRE LA CLONACIÓN HUMANA

Durante décadas, la posibilidad de producir seres humanos mediante la clonación parecía algo descabellado. Sin embargo, los recientes avances de la genética y la biología reproductiva indican que muy pronto podrían desarrollarse técnicas que harían posible la clonación humana. Esta posibilidad lleva aparejada la responsabilidad cristiana de considerar las profundas implicaciones éticas relacionadas con la clonación humana. Como cristianos que creemos firmemente en el poder creador y redentor de Dios, los adventistas aceptamos la responsabilidad de presentar los principios éticos que derivan de nuestra fe.

La clonación abarca todos los procesos por medio de los cuales se producen réplicas de plantas y animales vivos a través de métodos asexuales, es decir, que no implican la fusión de un óvulo [o célula germinal femenina] y un espermatozoide [o célula germinal masculina]. Muchos procesos naturales son formas de clonación. Por ejemplo, microorganismos como la levadura común se reproducen al dividirse en dos células hijas que son clones de la célula madre y una de la otra. Al cortar y plantar una rama de un rosal o de una vid, esta puede reproducirse hasta llegar a ser una planta completa, creándose así un clon de la planta original. De manera similar, muchos organismos animales simples, como por ejemplo la estrella de mar, pueden generar organismos completos a partir de pequeñas partes de una predecesora. Por lo tanto, el principio biológico de la clonación no es nada nuevo.

La nueva técnica usada se conoce como transferencia nuclear celular. En esencia, este método consiste en tomar una célula de un ser vivo y manipularla de manera que se comporte como una célula embrionaria. Dadas las condiciones apropiadas, la célula embrionaria puede proliferar y generar un ser completo. En la actualidad, esa reprogramación celular se lleva a cabo colocando una célula adulta completa dentro de un óvulo más grande al que se le ha quitado el núcleo. El óvulo utilizado en este proceso funciona como incubadora, puesto que brinda un ambiente esencial que permite reactivar los genes de la célula adulta. El óvulo contribuye al vástago solo con las cantidades reducidas de material genético que están asociadas con su citoplasma, y no con el material genético del núcleo, como sucede en el caso de la reproducción sexual. El huevo alterado tiene que ser implantado entonces en un organismo femenino adulto para su gestación.

Los biólogos han desarrollado esta técnica como un instrumento para la cría de animales. Por este medio esperan crear animales que sean genéticamente idénticos al ejemplar seleccionado. Los beneficios potenciales de esta tecnología, que incluyen la posibilidad de desarrollar productos que permitan tratar las afecciones humanas, son de gran interés para los investigadores y la industria biotecnológica. Sin embargo, esta misma capacidad tecnológica podría utilizarse para la clonación humana, lo cual ha generado grandes dilemas éticos.

El primero de estos dilemas es la seguridad clínica. Para usar la técnica actual de transferencia nuclear celular en seres humanos es necesario conseguir donantes de óvulos. La mayoría de estos óvulos se perderían como resultado de las manipulaciones celulares durante las primeras fases de crecimiento embrionario en el laboratorio. Otros se perderían tras su implantación, en abortos espontáneos durante las diversas etapas del desarrollo fetal. En ese sentido, el valor concedido a la vida embrionaria y fetal sería similar al que se les concede en otros métodos de reproducción asistida, como por ejemplo la fertilización in vitro. De llegar a producirse el nacimiento de niños mediante estas técnicas, probablemente se incrementaría el riesgo de que nacieran con graves problemas físicos y de salud. El riesgo que se correría de que tales vidas humanas sufrieran graves daños y afecciones es suficiente como para que en la actualidad se siga descartando el uso de esta tecnología.

Sin embargo, aun si mejorara el índice de éxitos de los procesos de clonación y disminuyeran sus riesgos médicos, todavía habría que tener en cuenta varias cuestiones de importancia. Por ejemplo, ¿es intrínsecamente problemático crear un ser humano que no sea producto de la fertilización de un óvulo por parte de un espermatozoide? Se necesitan estudios más amplios para resolver los interrogantes relacionados con la naturaleza esencial de la procreación en el plan de Dios.

Otra de las preocupaciones expresadas con más frecuencia es que mediante el proceso de clonación se ponen en peligro la dignidad y la singularidad de un individuo. Este riesgo incluye el daño psicológico que pueda experimentar el «gemelo idéntico» del individuo que proporcionó la célula inicial. ¿Tiene el ser humano el derecho de ejercer tal grado de control sobre el destino genético de un nuevo individuo?

También es motivo de preocupación que la clonación humana pueda socavar las relaciones familiares. Podría minimizarse el compromiso con las funciones unitiva y procreadora de las relaciones sexuales humanas. Por ejemplo, podría considerarse en ocasiones la práctica cuestionable de los vientres de alquiler, y el uso de la célula de un donante que no forma parte de la pareja matrimonial podría provocar problemas de relaciones y de responsabilidades.

Otro riesgo es que la clonación podría llevar a sacar provecho de los seres clonados, de manera que su valor dependería primordialmente de su utilidad. Por ejemplo, podría caerse en la tentación de clonar seres humanos para que sirvan como fuente de órganos para trasplantes. Para muchos es también preocupante la posibilidad de crear en forma deliberada individuos serviles, quienes se verían privados de autonomía. Los egoístas o narcisistas podrían sentirse inclinados a usar esta tecnología para «duplicarse» a sí mismos.

Por último, es probable que los costos económicos de la clonación fueran muy elevados, incluso después de haber mejorado significativamente la tecnología. Si fuera a comercializarse la clonación humana, al riesgo de abuso se le añadirían los conflictos de intereses.

Aunque esta es tan solo una lista parcial de los riesgos potenciales y de los posibles usos inaceptables de la clonación humana, debería ser suficiente para que los cristianos que deseen aplicar los principios morales de la fe al tema de la clonación humana reflexionen en ello. Aun así, es importante que las preocupaciones relacionadas con los abusos de la tecnología no nublen nuestra visión respecto a las posibilidades de usarla para satisfacer necesidades humanas genuinas.* La posibilidad de la clonación humana, aunque remota, motiva esta declaración de principios cristianos.

En caso de que alguna vez llegara a utilizarse en seres humanos la tecnología de la transferencia nuclear celular, esperamos que se sigan los principios éticos que se presentan a continuación. El ritmo vertiginoso del progreso en este campo requerirá que se efectúe una revisión periódica de estos principios a la luz de los nuevos avances.

1.Protección de la vulnerabilidad de la vida humana. Las Escrituras apelan claramente a proteger la vida humana, en especial la de los seres más vulnerables (Deuteronomio 10: 17-19; Isaías 1: 16, 17; Mateo 25: 31-46). La tecnología biológica de la clonación resulta inaceptable desde el punto de vista ético si representa un riesgo desproporcionado de daño para la vida humana.

2.Protección de la dignidad humana. Los seres humanos fueron creados a imagen de Dios (Génesis 1: 26, 27), por lo que se les ha concedido una dignidad personal que merece respeto y protección (Génesis 9: 6). La clonación podría amenazar la dignidad humana de diversas maneras, por lo que es necesario vigilarla moral y decididamente y rechazar todo uso de esta tecnología que socave o disminuya la dignidad personal o la autonomía de los seres humanos. Esta prohibición moral se aplica a toda clonación de seres humanos que valore la vida humana primordialmente en términos de su función utilitaria o su valor comercial.

3.Alivio del sufrimiento humano. Es una responsabilidad cristiana tratar de aliviar el sufrimiento y preservar la calidad de la vida humana (Hechos 10: 38; Lucas 9: 2). Si es posible prevenir enfermedades genéticas mediante la transferencia nuclear celular, el empleo de esta tecnología podría contribuir al objetivo de prevenir el sufrimiento.

4.Apoyo familiar. El plan ideal de Dios es que los hijos crezcan dentro de una familia que los ame y que cuenten con la presencia, participación y apoyo tanto del padre como de la madre (Proverbios 22: 6; Salmo 128: 1-3; Efesios 6: 4; 1 Timoteo 5: 8). Todo uso de la transferencia nuclear celular como medio de asistencia a la reproducción humana debería producirse, por lo tanto, dentro del contexto de la fidelidad matrimonial y la estabilidad familiar. Al igual que en otras formas de reproducción asistida, la participación de terceras partes, como es el caso de los vientres de alquiler, presenta problemas morales que es mejor evitar.

5.La mayordomía. Los principios de la mayordomía cristiana (Lucas 14: 28; Proverbios 3: 9) son vitales en todos los tipos de reproducción humana asistida, incluida la posibilidad de transferencia nuclear celular, que probablemente resulte sumamente costosa. Los matrimonios que buscan este tipo de asistencia deberían tener en cuenta los gastos que implica y su relación con el ejercicio de una mayordomía fiel.

6.La veracidad. Las Escrituras nos instan a comunicarnos con sinceridad (Proverbios 12: 22; Efesios 4: 15, 25). Toda propuesta de recurrir a la clonación debe explicarse con la información más exacta de que se disponga, lo cual incluye la naturaleza del proceso, sus potenciales riesgos y sus costos.

7.Comprensión de la creación de Dios. Dios desea que los seres humanos desarrollen un reconocimiento y una comprensión cada vez más profundos de su creación, lo cual incluye el conocimiento del cuerpo humano (Mateo 6: 26-29; Salmos 8: 3-9; 139: 1-6; 13-16). Por eso, debemos esforzarnos por entender las estructuras biológicas de la vida por medio de investigaciones éticas.

Dado el nivel presente de conocimiento y el estado actual del proceso de transferencia nuclear celular, los adventistas consideramos que el uso de esta técnica para la clonación humana resulta inaceptable. Considerando nuestra responsabilidad de aliviar la enfermedad y mejorar la calidad de la vida humana, nos parece aceptable que se continúen realizando investigaciones apropiadas con animales.

GLOSARIO [DE TÉRMINOS CIENTÍFICOS RELACIONADOS CON LA CLONACIÓN]

Alelo. Cada uno de los dos genes que ocupan el mismo lugar en un par de cromosomas homólogos. Cada alelo es una de las formas alternativas diferentes que puede tener un gen. Estas diferencias son responsables de algunas de las variaciones que observamos en individuos diferentes dentro de poblaciones naturales. Por ejemplo, diferencias entre los alelos que codifican los genes que producen la proteína de la sangre llamada hemoglobina podrían afectar a la capacidad de los glóbulos rojos para transportar oxígeno.

Célula germinal. Célula reproductora. En los mamíferos y los humanos, las células germinales son los espermatozoides y los óvulos.

Citoplasma. Es todo lo que contiene la célula, excepto el núcleo. En el citoplasma se producen muchos procesos importantes, como el ensamblaje de proteínas y enzimas, y el procesamiento de los productos celulares. El citoplasma también contiene las mitocondrias, diminutos orgánulos responsables de la asimilación de los nutrientes para producir la energía necesaria para la actividad celular.

Clones. Dos o más individuos con idéntico material genético. Los clones humanos se producen naturalmente en la forma de «gemelos idénticos». Aunque los gemelos comienzan la vida con el mismo material genético, más tarde desarrollan diferencias físicas distintivas (por ejemplo, las huellas dactilares). Asimismo, llegan a ser individuos plenamente únicos y con personalidades bien diferenciadas, como resultado de sus diferentes experiencias y de sus decisiones individuales.

Cromosoma. Donde se almacena el material hereditario organizado en genes, el número de ellos es fijo en cada especie.

Embrión. La etapa inicial del desarrollo de un óvulo fecundado. En el caso de la transferencia nuclear celular, se refiere a las primeras etapas del desarrollo de un óvulo sin núcleo tras haber sido fusionado con una célula somática.

Espermatozoide. Célula reproductora masculina.

Gen. Unidad básica para la transmisión de los caracteres hereditarios que se localiza en un cromosoma.

Gestación. Período de tiempo que le toma a un embrión desarrollarse en el útero a partir de un huevo (óvulo fecundado) hasta el alumbramiento del nuevo ser. La gestación comienza con la implantación del embrión en el útero y termina con el nacimiento.

Huevo o cigoto sin núcleo. Una célula reproductora o embrionaria a la que se le ha extraído el núcleo. Por lo general esto se lleva a cabo al introducir en la célula una micropipeta y absorber el núcleo mientras se controla el proceso por un microscopio.

Núcleo. La estructura dentro de una célula que contiene el material genético (genes). El núcleo está rodeado por una membrana que lo separa de los restantes componentes de la célula.

Óvulo. Una célula embrionaria. La célula sexual femenina.

Transferencia nuclear celular. Nombre técnico del método utilizado para producir el primer clon animal, una oveja llamada Dolly. Aunque el nombre parece indicar que se usó el núcleo de una célula somática, en realidad se trató de la fusión de una célula somática dentro de un huevo sin núcleo.

 

Declaración aprobada el 27 de septiembre de 1998 en el Concilio Anual de la Junta Directiva de la Asociación General en Foz de Iguazú (Brasil).

 

* Puede que en el futuro se produzcan situaciones en las que se considere provechosa y moralmente aceptable la clonación humana. Por ejemplo, es posible imaginar circunstancias en las que se podría contemplar la clonación en el contexto del matrimonio como el único medio disponible de reproducción para una pareja que no puede participar del proceso normal de procreación. En otros casos, los padres potenciales podrían ser portadores de alelos genéticos defectuosos, por lo que desearían evitar el riesgo de dar a luz un bebé con una afección genética. El uso de la transferencia nuclear celular podría ayudar a que esos padres tengan un hijo que esté libre de esa enfermedad genética. Por supuesto, muchos de los cuestionamientos sobre la identidad y la dignidad personales siguen presentes aun en el contexto de la fidelidad familiar. Así como sucede con otros métodos de reproducción humana asistida, es necesario comparar los beneficios potenciales de la transferencia nuclear celular con sus riesgos.

 

5. COSMOVISIÓN BÍBLICA DE LA CREACIÓN*

La Iglesia Adventista del Séptimo Día ratifica su creencia en el relato bíblico de la creación en contraste con la explicación evolucionista sobre el origen de los organismos vivos y la relación de los seres humanos con otras formas de vida. Los adventistas observamos con gran interés el cada vez más intenso debate sobre el diseño inteligente de la naturaleza y las evidencias que apoyan esta creencia. En vista del considerable interés público que ha despertado este tema, la iglesia aprovecha esta oportunidad para expresar su confianza en lo que dice la Palabra de Dios.

Los adventistas creemos que Dios es el Creador de todas las formas de vida y que la Biblia contiene un registro fidedigno de su actividad creadora. Más aún, creemos que los acontecimientos registrados en Génesis 1-11, incluida la Creación de los seres humanos, son históricos y recientes; que los siete días de la Creación fueron días literales de veinticuatro horas equivalentes a una semana literal, y que el diluvio fue de naturaleza universal.

La doctrina de la creación es fundamental para nuestra comprensión de otros temas que trascienden la cuestión de los orígenes. Los propósitos y la misión de Dios descritos en la Biblia, la responsabilidad humana con respecto al cuidado del medio ambiente, la institución del matrimonio y el significado sagrado del sábado encuentran su sentido en la doctrina de la creación.

Los adventistas reconocemos que el relato bíblico de la Creación no responde a todos los interrogantes que suscita la cuestión de los orígenes. Por lo tanto, nuestra comprensión de misterios como ese es limitada; sin embargo, reconocemos que el estudio continuo de la Biblia y de la naturaleza ampliará nuestro conocimiento del poder de Dios y fortalecerá nuestra fe en su Palabra y en el relato de la Creación que contiene.

 

Declaración aprobada el 23 de junio de 2010 por la Junta Directiva de la Asociación General y hecha pública durante el Congreso de la Asociación General celebrado en Atlanta (Georgia, EE. UU.), 24 de junio al 3 de julio de 2010.

 

* Declaración apoyada en numerosos pasajes de la Biblia, entre ellos: Salmo 19: 1; Colosenses 1: 16, 17; Génesis 1-11; Salmos 139: 14; Éxodo 20: 8-11; Marcos 2: 27; Romanos 8: 20, 21

 

6. DECLARACIÓN DE MISIÓN DE LA IGLESIA ADVENTISTA DEL SÉPTIMO DÍA

La misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día es hacer discípulos de todas las naciones mediante la proclamación del evangelio eterno en el contexto de los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14: 6-12, guiándolos a aceptar a Jesús como Salvador personal y a unirse a su iglesia remanente, e instruyéndolos para que sirvan al Señor y se preparen para su pronto regreso.

Llevamos adelante esta misión bajo la conducción y capacitación del Espíritu Santo, por medio de:

1.La predicación: Habiendo aceptado la comisión de Cristo registrada en Mateo 28: 18-20, anunciamos a todo el mundo, en estos últimos días, el evangelio eterno del amor de Dios, revelado de manera más plena en la vida, el ministerio, la muerte expiatoria, la resurrección y el ministerio de intercesión sacerdotal de su Hijo. Reconocemos que la Biblia es la revelación infalible de la voluntad de Dios, por lo que presentamos la totalidad de su mensaje, que incluye la segunda venida de Cristo y la autoridad permanente de su ley expresada en los Diez Mandamientos, entre ellos, el recordatorio del séptimo día, el sábado, como día de reposo.

2.La enseñanza: Reconociendo que el desarrollo de la mente y del carácter es esencial para el plan redentor de Dios, promovemos una comprensión cada vez más madura de Dios y de nuestra relación con él, con su Palabra y con el universo creado.

3.La sanidad: Sostenemos los principios bíblicos relativos al bienestar integral de la persona, por lo que damos prioridad a la conservación de la salud y la curación de los enfermos y, mediante nuestro ministerio hacia los pobres y oprimidos, cooperamos con el Creador en su compasiva obra de restauración.

4.El discipulado: Creemos que tanto el crecimiento espiritual como el desarrollo de todos los miembros se produce de manera progresiva, por ello formamos a los nuevos conversos, los instruimos en los principios de la vida piadosa, los preparamos para una testificación eficaz y los alentamos a ser obedientes a la voluntad de Dios.

 

Declaración aprobada por la Junta Directiva de la Asociación General el 13 de octubre de 2009 en el Concilio Anual en Silver Spring (Maryland, EE. UU.).

 

7. DECLARACIÓN SOBRE TRANSGÉNERO

La creciente familiaridad con las necesidades y los desafíos que los hombres y mujeres transgénero experimentan, y el aumento de las cuestiones transgénero con relevancia social a nivel mundial, plantea importantes preguntas no solo para los afectados por el fenómeno transgénero sino también para la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Mientras las luchas y los desafíos de quienes se identifican como transgénero tienen algunos elementos en común con las luchas de todos los seres humanos, reconocemos la singularidad de su situación y la limitación de nuestro conocimiento en ocasiones específicas. Aun así, creemos que la Escritura provee principios que guían y aconsejan tanto a las personas transgénero como a la iglesia, principios que trascienden las convenciones humanas y la cultura.

EL FENÓMENO TRANSGÉNERO

En la sociedad moderna, identidad de género normalmente significa «el desempeño público (y por lo general legalmente reconocido) como niño o niña, u hombre o mujer», mientras que sexo se refiere «a los indicadores biológicos masculinos y femeninos».1 La identificación del género generalmente está de acuerdo con el sexo biológico de la persona al nacer. Sin embargo, la desalineación puede ocurrir a nivel físico o mental-emocional.

A nivel físico, la ambigüedad en los genitales puede ser producto de anormalidades anatómicas o fisiológicas, por lo que no se puede establecer claramente si la persona es masculina o femenina. Esta ambigüedad de diferenciación sexual anatómica es comúnmente llamada hermafroditismo o intersexualidad.2

A nivel mental-emocional la desalineación ocurre con personas transgénero cuya anatomía sexual es claramente masculina o femenina, pero que se identifican con el género opuesto de su sexo biológico.3 Se describen como si estuvieran atrapados en el cuerpo incorrecto. El término transgénero —antes diagnosticado clínicamente como «desorden de identidad de género» y ahora denominado «disforia de género»— puede ser entendido como un término general para describir la variedad de formas en las que el individuo interpreta y expresa su identidad de género de manera diferente a los que determinan el género en base al sexo biológico. «La disforia de género se manifiesta de muchas maneras, incluyendo fuertes deseos de ser tratado como el otro género o de librarse de las características sexuales de uno mismo, o una fuerte convicción de que uno tiene sentimientos y reacciones típicas del otro género».4

Dado que la tendencia actual es rechazar el género binario bíblico (masculino y femenino) y reemplazarlo por un creciente espectro de tipos de género, ciertas elecciones provocadas por la condición transgénero han llegado a ser consideradas normales y aceptadas en la cultura de nuestros días. Sin embargo, el deseo de cambiar de sexo y vivir como una persona de otro género puede resultar en la elección de un estilo de vida bíblicamente inapropiado. La disforia de género puede, por ejemplo, dar lugar a vestirse como el sexo opuesto,5 a la cirugía de reasignación de sexo y al deseo de tener una relación marital con una persona del mismo sexo biológico. Por otra parte, las personas transgénero pueden sufrir silenciosamente, llevando una vida célibe o al casarse con una persona del sexo opuesto.

PRINCIPIOS BÍBLICOS RELATIVOS A LA SEXUALIDAD Y EL FENÓMENO TRANSGÉNERO

Mientras el fenómeno transgénero debe ser evaluado por la Escritura, los siguientes principios bíblicos y enseñanzas pueden ayudar a la comunidad de la fe a relacionarse de forma bíblica y a la manera de Cristo con las personas afectadas por la disforia de género:

1.Dios creó a la humanidad como dos personas que son respectivamente identificadas como masculino y femenino desde el punto de vista del género. La Biblia inseparablemente liga el género al sexo biológico (Gén. 1: 27; 2: 22-24) y no hace una distinción entre los dos. La Palabra de Dios afirma la complementariedad así como también claras distinciones entre lo masculino y lo femenino en la creación. El relato de la creación en Génesis es fundamental para todos los temas relacionados con la sexualidad humana.

2.Desde una perspectiva bíblica, el ser humano es una unidad psicosomática. Por ejemplo, la Escritura repetidamente llama a la totalidad del ser humano un alma (Gén. 2: 7; Jer. 13: 17; 52: 28-30; Eze. 18: 4; Hech. 2: 41; 1 Cor. 15: 45),6 un cuerpo (Efe. 5: 28; Rom. 12: 1, 2; Apoc. 18: 13),7 carne (1 Ped. 1: 24) y espíritu (2 Tim. 4: 22; 1 Juan 4: 1-3). Por consiguiente, la Biblia no respalda el dualismo en el sentido de la separación entre el cuerpo y la percepción de la sexualidad de uno mismo. Además, la Escritura no concibe una parte inmortal del ser humano, porque solo Dios posee inmortalidad (1 Tim. 6: 14-16) y la concederá a quienes creen en él en ocasión de la primera resurrección (1 Cor. 15: 51-54). Por consiguiente, un ser humano también está destinado a ser una entidad sexual indivisible; y la identidad sexual no puede ser independiente del cuerpo. De acuerdo con la Escritura, nuestra identidad de género, tal como Dios la diseñó, está determinada por nuestro sexo biológico al momento del nacimiento (Gén. 1: 27; 5: 1, 2; Sal. 139: 13, 14; Mar. 10: 6).

3.Sin embargo, la Escritura reconoce que, debido a la caída (Gén. 3: 6-19), el ser humano completo (es decir, nuestras facultades mentales, físicas y espirituales) está afectado por el pecado (Jer.17: 9; Rom. 3: 9; 7: 14-23; 8: 20-23; Gál. 5: 17) y necesita ser renovado por Dios (Rom. 12: 2). Nuestras emociones, sentimientos y percepciones no son indicadores totalmente confiables de los designios, los ideales y las verdades de Dios (Prov. 14: 12; 16: 25). Necesitamos que Dios nos guíe a través de la Escritura para determinar qué es lo mejor para nosotros y para vivir de acuerdo con su voluntad (2 Tim. 3: 16).

4.Que algunos individuos declaren una identidad de género incompatible con su sexo biológico revela una seria dicotomía. Este quebrantamiento o angustia, se perciba o no, es una expresión de los efectos destructivos del pecado en los seres humanos y puede tener una variedad de causas. Aunque la disforia de género pueda no ser considerada intrínsecamente un acto pecaminoso, puede derivar en elecciones pecaminosas. Es otro indicador de que, a nivel personal, los humanos estamos involucrados en el gran conflicto.

5.Mientras que los hombres y mujeres transgénero estén comprometidos a ordenar su vida de acuerdo con las enseñanzas bíblicas en cuanto a la sexualidad y el matrimonio, pueden ser miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. La Biblia identifica clara y consistentemente que toda actividad sexual fuera del matrimonio heterosexual es pecado (Mat. 5: 28, 31, 32; 1 Tim. 1: 8-11; Heb. 13: 4). Los estilos de vida sexual alternativos son distorsiones pecaminosas del maravilloso don divino de la sexualidad (Rom. 1: 21-28; 1 Cor. 6: 9, 10).

6.Puesto que la Biblia se refiere a los seres humanos como entidades holísticas y no hace diferencia entre sexo biológico e identidad de género, la iglesia exhorta enfáticamente a los hombres y mujeres transgénero a no realizarse la cirugía de reasignación sexual; y si se han sometido a tal procedimiento, recomienda no contraer matrimonio. Desde la perspectiva bíblica-holística de la naturaleza humana, no se puede esperar una transición completa de un género a otro y la obtención de una identidad sexual integral en el caso de realizarse una cirugía de reasignación sexual.

7.La Biblia manda a los seguidores de Cristo a amar a todos. Creados a la imagen de Dios, todos deben ser tratados con dignidad y respeto. Esto incluye a los hombres y mujeres transgénero. Poner en ridículo, abusar u hostigar a una persona transgénero es incompatible con el mandamiento bíblico: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mar. 12: 31).

8.La iglesia, como comunidad de Jesucristo, está destinada a ser un refugio y un lugar de esperanza, cuidado y comprensión para todos los que estén confundidos, sufriendo, luchando y sintiéndose solitarios, porque «la caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio» (Mat. 12: 20, RVR60). Todas las personas están invitadas a asistir a la Iglesia Adventista del Séptimo Día y disfrutar de la camaradería de los creyentes. Los que son miembros pueden participar plenamente en la vida de la iglesia mientras acepten el mensaje, la misión y los valores de la iglesia.

9.La Biblia proclama las buenas nuevas de que los pecados sexuales cometidos por heterosexuales, y por hombres y mujeres involucrados con homosexualidad y transgenerismo u otros, pueden ser perdonados, y las vidas pueden ser transformadas a través de la fe en Cristo Jesús (1 Cor. 6: 9-11).

10.Se anima a los que experimentan incongruencia entre su sexo biológico y su identidad de género a seguir los principios bíblicos para lidiar con su angustia. Se los invita a reflexionar en el plan original de Dios de pureza y fidelidad sexual. Debido a que pertenecemos a Dios, todos somos llamados a honrarlo con nuestros cuerpos y con nuestras decisiones relacionadas con el estilo de vida (1 Cor. 6: 19). Se anima a los hombres y mujeres transgénero, junto con todos los creyentes, a esperar en Dios, y se les ofrece la totalidad de la compasión, paz y gracia divinas en anticipación al pronto regreso de Cristo, cuando todos los verdaderos seguidores de Cristo serán completamente restaurados al ideal de Dios.

 

1 Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 5ª ed. (DSM-5TM), editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (Washington, DC: American Psychiatric Publishing, 2013), pág. 451.

2 Los nacidos con ambigüedad de genitales pueden o no beneficiarse con el tratamiento quirúrgico correctivo.

3 Véase: DSM-5TM, págs. 451-459.

4 Esta oración es parte de un resumen sucinto de disforia de género para introducir DSM-5TM que fue publicado en 2013:

http://r.search.yahoo.com/_ylt=AwrBT.K6T9FYh4kAEulXNyoA;_ylu=X3oDMTEyNnQ4cHI3BGNvbG8DYmYxBHBvcwMxBHZ0aWQDVUkyQzNfMQRzZWMDc3I/RV=2/RE=1490141242/RO=10/RU=https%3a%2f%2f

www.psychiatry.org%2fFile%2520Library%2fPsychiatrists%2fPractice%2fDSM%2fAPA_DSM-5-GenderDysphoria.pdf/RK=0/RS=uh.FrIvru0QjGk9DKcgzH.NUNBI

https://www.psychiatry.org/File%20Library/Psychiatrists/Practice/DSM/APA_DSM-5-Gender-Dysphoria.pdf (consultado el 11 de abril de 2017).

5 Vestirse como el género opuesto, también conocido como comportamiento travesti, está prohibido en Deuteronomio 22: 5.

6 Nota del Traductor: Génesis 2: 7 («ser viviente»); Jeremías 13: 17 («alma»); Jeremías 52: 28-30 («personas»); Ezequiel 18: 4 («alma»); Hechos 2: 41 («personas»); 1 Corintios 15: 45 («alma viviente»).

7 Nota del Traductor: Efesios 5: 28 («cuerpo»); Romanos 12: 1, 2 («cuerpo»); Apocalipsis 18: 13 («almas»).

 

Declaración oficial aprobada en abril de 2017 por los delegados del Concilio Administrativo de la iglesia mundial: https://www.adventist.org/official-statements/statement-on-transgende-rism/#

 

Traducción: https://noticias.adventistas.org/es/noticia/personas/iglesia-adventista-vota-declaracion-transgenero/

 

8. EL ABUSO SEXUAL INFANTIL*

Existe abuso sexual infantil cuando una persona de más edad o más fuerte que un menor utiliza su poder, autoridad o posición de confianza para inducir al menor a conductas o actividades sexuales. El incesto, una de las formas de abuso infantil, se define como toda actividad sexual entre un niño y uno de sus progenitores, un hermano, un miembro de la familia o un padrastro o tutor.

Los abusadores sexuales pueden ser hombres o mujeres de cualquier edad, nacionalidad o posición socioeconómica. A menudo son hombres casados que tienen hijos y empleos respetables, e incluso que asisten regularmente a la iglesia. Es común que estos individuos nieguen con vehemencia sus abusos, rehúsen aceptar que tienen un grave problema, racionalicen su comportamiento y culpen de él a otra persona o circunstancia. Si bien es cierto que muchos abusadores muestran inseguridades profundas y baja autoestima, esto jamás debería ser aceptado como justificación del abuso sexual de un menor. La mayoría de los expertos concuerdan en que el verdadero problema del abuso infantil tiene más que ver con el ansia de poder y de dominio que con el sexo.

Cuando Dios creó a la familia humana, la estableció con un matrimonio entre un hombre y una mujer basado en el amor y la confianza mutuos. Este sigue siendo el fundamento de una familia estable y feliz, donde se protegen y defienden la dignidad, el valor y la integridad de cada uno de sus miembros. Cada hijo, sea niño o niña, debe ser considerado como un don de Dios. A los padres se les da el privilegio y la responsabilidad de alimentar, proteger y cuidar a los niños que Dios les ha dado. Los hijos deberían honrar, respetar y poder confiar en sus padres y en otros miembros de la familia sin miedo a sufrir abusos.

La Biblia condena enérgicamente el abuso sexual infantil. Considera que cualquier intento de confundir, desfigurar o denigrar los límites personales, generacionales o de género como resultado de conductas sexuales abusivas, es un acto de traición y una violación flagrante de la dignidad humana. Condena abiertamente el abuso de poder y autoridad, porque afecta a los sentimientos más profundos de las víctimas respecto a sí mismas, a los demás, y a Dios, y porque destruye su capacidad para amar y confiar. Jesús condenó enérgicamente las acciones de cualquier persona que, ya sea con hechos o con palabras, haga tropezar a un niño.

La comunidad adventista no es inmune al abuso sexual infantil. Creemos que los principios de nuestra fe demandan nuestra participación activa en la prevención del abuso infantil. Por ello, durante su proceso de recuperación, nos hemos de comprometer a brindar ayuda espiritual tanto a quien haya sufrido abusos como al que los haya perpetrado y sus respectivas familias, y a exigir que tanto los obreros como los miembros laicos de la iglesia mantengan una conducta personal que esté a la altura de sus posiciones de liderazgo espiritual y confianza.

Como iglesia, creemos que nuestra fe nos constriñe a:

1.Sostener los principios de Cristo para las relaciones familiares, los cuales consideran el respeto, la dignidad y la pureza de los niños como derechos otorgados por Dios.

2.Brindar una atmósfera que permita a los niños que han sido víctimas de abusos sentirse seguros para contar lo que han sufrido y saber que alguien está dispuesto a prestarles atención.

3.Informarnos en el abuso sexual y su impacto en nuestra propia congregación.

4.Ayudar a los pastores y a los líderes laicos a reconocer las señales de advertencia del abuso infantil y a saber cómo responder de manera apropiada cuando se tienen sospechas o cuando un niño confiesa que están abusando sexualmente de él.

5.Establecer un procedimiento mediante el cual se refiera a las víctimas y sus familias a consejeros profesionales e instituciones locales para víctimas de agresión sexual, donde puedan encontrar ayuda profesional.

6.Establecer pautas y reglamentos en los niveles apropiados para ayudar a que los dirigentes de la iglesia:

a.Realicen esfuerzos por tratar con imparcialidad a los acusados de abuso sexual infantil.

b.Responsabilicen a los abusadores de sus actos y administren la disciplina apropiada.

7.Apoyar la educación y el enriquecimiento de las familias por medio de:

a.Una lucha contra las creencias religiosas y tradiciones que puedan ser utilizadas para justificar o encubrir el abuso sexual infantil.

b.Ayuda para que cada niño sepa cuál es su valor personal, lo cual le permitirá respetarse a sí mismo y a los demás.

c.El fomento de relaciones cristianas entre hombres y mujeres, tanto en el hogar como en la iglesia.

8.Brindar apoyo eficaz a los miembros de la iglesia y un ministerio redentor basado en la fe tanto para quienes hayan sufrido abusos como para quienes los hayan perpetrado, que a la vez les permita acceder a la red de recursos profesionales de la comunidad.

9.Fomentar la preparación de más profesionales en vida familiar, a fin de facilitar el proceso de recuperación tanto de quienes hayan sufrido abusos como de quienes los hayan perpetrado.

 

Declaración aprobada durante el Concilio de Primavera de la Junta Directiva de la Asociación General el 1° de abril de 1997, en Loma Linda (California, EE. UU.).

 

* Declaración basada en principios expresados en los siguientes pasajes de la Biblia: Génesis 1: 26-28; 2: 18-25; Levítico 18: 20; 2 Samuel 13: 1-22; Mateo 18: 6-9; 1 Corintios 5: 1-5; Efesios 6: 1-4; Colosenses 3: 18-21; 1 Timoteo 5: 5-8.

 

9. EL CONTROL DE LA NATALIDAD

La moderna tecnología científica nos permite tener un mayor control que en el pasado sobre la fertilidad y la reproducción humanas. La tecnología ha hecho posible que se reduzcan significativamente las posibilidades de embarazo tras el contacto sexual. Los matrimonios cristianos tienen la posibilidad de controlar la natalidad, lo cual ha generado numerosos interrogantes que conllevan una amplia gama de implicaciones religiosas, médicas, sociales y políticas. Como resultado de las nuevas tecnologías existen nuevas posibilidades y ventajas, pero también problemas e inconvenientes. Así que se ha hecho necesario tomar en cuenta diversas cuestiones morales. Los cristianos, que finalmente han de tomar sus propias decisiones personales respecto a estos asuntos deben estar bien informados, para tomar decisiones sensatas con base en principios bíblicos.

Entre los problemas que deben ser tenidos en cuenta se encuentra la cuestión de hasta qué punto es apropiada la intervención humana en el proceso biológico natural de la reproducción humana. Si se consideran apropiados algunos tipos de intervención, entonces se hace necesario responder a otras cuestiones como cuáles, cuándo y cómo. Existen asimismo otras cuestiones problemáticas relacionadas con esta, entre ellas:

La probabilidad de que, a causa del fácil acceso a los métodos de control de la natalidad, aumente la inmoralidad sexual.

La dominación de uno de los sexos sobre el otro, como consecuencia de los privilegios y las prerrogativas sexuales tanto de los hombres como de las mujeres.

Cuestiones sociales, como si una sociedad tiene derecho a reducir las libertades individuales en beneficio del conjunto de los ciudadanos, o la carga que suponen para una comunidad el sustento y la educación de los más desfavorecidos.

El aumento de la población mundial y la administración de los recursos naturales.

Toda declaración sobre las consideraciones morales del control de la natalidad debe hacerse dentro del contexto más amplio de las enseñanzas bíblicas sobre la sexualidad, el matrimonio, la paternidad y el valor de los hijos, y de la comprensión de las interrelaciones que existen entre estas cuestiones. Aun conscientes de la diversidad de opiniones dentro de la iglesia, a continuación presentamos los siguientes principios basados en la Biblia, con el propósito de educar y orientar el proceso de la toma de decisiones.

1.Mayordomía responsable. Dios creó a los seres humanos a su propia imagen, hombre y mujer, con la capacidad de pensar y tomar decisiones (Isaías 1: 18; Josué 24: 15; Deuteronomio 30: 15-20). Dios otorgó a los seres humanos el dominio sobre la tierra (Génesis 1: 26, 28). Este dominio requiere la supervisión y el cuidado de la naturaleza.

2.La mayordomía cristiana exige asimismo que se asuma la responsabilidad en la procreación humana. La sexualidad es uno de los aspectos de la naturaleza humana sobre el cual cada persona individualmente ejerce mayordomía, por lo que debe ser utilizada en armonía con la voluntad de Dios (Éxodo 20: 14; Génesis 39: 9; Levítico 20: 10-21; 1 Corintios 6: 12-20).

3.Propósito de la procreación. La perpetuación de la familia humana es uno de los propósitos de Dios para la sexualidad humana (Génesis 1: 28). Si bien de manera general es posible inferir que el objetivo del matrimonio es la procreación, las Escrituras nunca la presentan como una obligación de la pareja a fin de agradar a Dios.

4.Sin embargo, la revelación divina confiere un gran valor a los hijos y expresa el gozo que implica la paternidad (Mateo 19: 14; Salmo 127: 3). Tener hijos y educarlos ayuda a los padres a entender mejor a Dios y a cultivar la solidaridad, la afectividad, la humildad y la abnegación (Salmo 103: 3; Lucas 11: 13).

5.Propósito unificador. La sexualidad tiene un propósito unificador dentro del matrimonio, que ha sido ordenado por Dios y se diferencia del proceso de procreación (Génesis 2: 24). El propósito de la sexualidad en el matrimonio incluye el gozo, el placer y el deleite (Eclesiastés 9: 9; Proverbios 5: 18, 19; Cantares 4: 16-5: 1).

6.Dios quiere que las parejas casadas disfruten de la comunión sexual independientemente de la procreación (1 Corintios 7: 3-5). Esta comunión permitirá a la pareja establecer lazos sólidos y proteger a los esposos de una relación inapropiada con otra persona que no sea el cónyuge (Proverbios 5: 15-20; Cantares 8: 6, 7). En los designios de Dios, la intimidad sexual no tiene como único propósito la concepción. Las Escrituras no prohíben que las parejas casadas disfruten de los deleites de las relaciones conyugales empleando medidas para prevenir el embarazo.

7.Libertad de elección. En la creación, y una vez más por medio de la redención de Cristo, Dios ha dado a los seres humanos la libertad de elegir, y les pide que usen su libre albedrío de manera responsable (Gálatas 5: 1-13). Dentro del plan divino, los cónyuges conforman una unidad familiar única, y ambos tienen la libertad y la responsabilidad de compartir las decisiones relacionadas con la familia (Génesis 2: 24).

8.Ambos cónyuges deberían mostrar consideración mutua a la hora de tomar decisiones sobre el control de la natalidad, y estar dispuestos a tomar en cuenta las necesidades del otro así como las propias (Filipenses 2: 4). En el caso de los matrimonios que desean tener hijos, la decisión de procrear tiene límites. Existen varios factores que deberían orientar su elección, entre ellos, la capacidad de proveer para las necesidades de los hijos (1 Tim. 5: 8); la salud física, emocional y espiritual de la madre y de otros tutores (3 Juan 2; 1 Corintios 6: 19; Filipenses 2: 4; Efesios 5: 25); las circunstancias sociales y políticas en las que nacerán los hijos (Mateo 24: 19); y la calidad de vida y los recursos de los que se dispone. Somos mayordomos de la creación de Dios y, por lo tanto, tenemos que mirar más allá de nuestros propios deseos y felicidad, y considerar los deseos de los demás (Filipenses 2: 4).

9.Métodos adecuados para el control de la natalidad. La decisiones morales relacionadas con la elección y la utilización de los diversos métodos de control de la natalidad tienen que ser el resultado de una comprensión cabal de sus posibles efectos sobre la salud física y emocional, de la manera en que actúan estos métodos y de su costo. Existen diversos métodos de control de la natalidad —de barrera, espermicidas o esterilización— que impiden la concepción y son aceptables desde el punto de vista moral. Algunos métodos anticonceptivos* impiden la liberación del óvulo (ovulación), la unión del óvulo y los espermatozoides (fecundación), o la fijación del óvulo ya fecundado (implantación).

10.Debido a las incertidumbres sobre su acción en cada caso, puede que las personas que creen que la protección de la vida humana comienza en la fecundación tengan escrúpulos morales sobre esos métodos. Sin embargo, dado que la mayoría de los óvulos fecundados no llegan a implantarse o se pierden de manera natural después de la implantación aun cuando no se utilicen métodos anticonceptivos, los métodos anticonceptivos hormonales y los dispositivos intrauterinos (DIU), que tienen una acción similar, pueden ser considerados como moralmente aceptables. El aborto, es decir, la interrupción voluntaria de un embarazo en curso, no resulta moralmente aceptable para el control de la natalidad.

11.Uso inapropiado del control de la natalidad. Aunque la capacidad creciente de manejar los asuntos relacionados con la fertilidad y la protección de las enfermedades de transmisión sexual puede resultar útil para muchas parejas casadas, el control de la natalidad puede ser usado de manera incorrecta. Por ejemplo, quienes deseen tener relaciones sexuales premaritales y extramaritales pueden mostrarse más dispuestos a consentir en tales conductas debido a la accesibilidad de los métodos anticonceptivos.

12.La utilización de esos métodos con el propósito de proteger las relaciones sexuales fuera del vínculo conyugal puede reducir los riesgos de contraer enfermedades de transmisión sexual o de embarazo; no obstante, las relaciones sexuales fuera del matrimonio son perjudiciales e inmorales, más allá de la disminución o no de esos riesgos.

13.Un enfoque redentor. La accesibilidad de los métodos de control de la natalidad hace que actualmente se haya vuelto aún más imperativa la necesidad de educación sobre sexualidad y moralidad. Es necesario dedicar menos esfuerzos a condenar y más a educar y brindar un enfoque redentor que permita que cada persona sea persuadida por la profunda acción del Espíritu Santo.

RECOMENDACIONES SOBRE EL USO DE LA MIFEPRISTONA (RU-486)

1.En el tratamiento de enfermedades como el cáncer, donde la administración de RU-486 podría brindar una terapia eficaz, este medicamento debe ser usado conforme a la legislación vigente y las recomendaciones médicas.

2.La RU-486 es usada también como anticonceptivo. Cuando el objetivo es impedir la fecundación, su uso resulta permisible desde el punto de vista ético. No obstante, al igual que otros anticonceptivos orales, la RU-486 en ocasiones puede impedir la implantación de un óvulo fecundado. Esto resulta problemático desde el punto de vista ético para quienes consideren que este efecto es abortivo.

3.Cuando la RU-486 es usada de maneras legalmente permitidas y apropiadas desde el punto de vista médico con el propósito de provocar el aborto, esta práctica debería guiarse por las pautas de la Iglesia Adventista.

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General, el 19 de diciembre de 1995.

 

* Entre los ejemplos actuales de estos métodos se encuentran los dispositivos intrauterinos (DIU), las pildoras anticonceptivas (que incluyen la «píldora del día después»), las inyecciones y los implantes. Debe consultarse con un profesional de la medicina a fin de recibir respuestas a los interrogantes respecto a estos métodos.

 

10. EL CUIDADO DE LA CREACIÓN DECLARACIÓN SOBRE EL MEDIO AMBIENTE

El mundo en el que vivimos es un don de amor de Dios nuestro Creador, que «hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas» (Apocalipsis 14: 7). En el marco de esta creación Dios colocó a los seres humanos, con el propósito de que se relacionaran con él, con sus semejantes y con su entorno. Por consiguiente, los adventistas sostenemos que la conservación y el cuidado de este planeta se hallan íntimamente relacionados con nuestro servicio al Creador.

Dios apartó el séptimo día, el sábado, como un monumento conmemorativo y un recordatorio perpetuo de su obra creadora y de la fundación del mundo. Al descansar en ese día, los adventistas consolidamos la relación especial que existe entre el Creador y su creación. La observancia del sábado pone de relieve la importancia de nuestra integración con todo el medio ambiente.

La decisión del ser humano de desobedecer a Dios alteró el orden original de la creación, lo cual provocó una discordancia ajena a sus propósitos. De ahí que la atmósfera y el agua estén contaminadas, los bosques y la fauna asolados y los recursos naturales sobreexplotados. Los adventistas reconocemos que los seres humanos somos parte de la creación de Dios; por ello, nuestra preocupación por el medio ambiente incluye también la salud personal y el estilo de vida. Defendemos un estilo de vida saludable y rechazamos el consumo de sustancias tales como el tabaco, el alcohol y otras drogas que dañan el cuerpo y dilapidan los recursos de la tierra. Promovemos asimismo una alimentación vegetariana sencilla.

Los adventistas nos sentimos comprometidos a relacionarnos con todos los seres humanos de manera respetuosa y solidaria, reconociendo nuestro origen común y teniendo en cuenta que la dignidad humana es un don del Creador. Debido a que la pobreza y la degradación ambiental se hallan relacionadas entre sí, nos empeñamos en mejorar la calidad de vida de nuestros semejantes. Nuestra meta es un desarrollo sostenible de los recursos que permita al mismo tiempo satisfacer las necesidades humanas.

El verdadero progreso en el cuidado del medio ambiente depende tanto del esfuerzo individual como del colectivo. Aceptamos el desafío de actuar en pro de la restauración del diseño global de Dios. Motivados por la fe en el Señor, nos comprometemos a promover la sanación resultante de vivir, tanto a nivel personal como ambiental, vidas equilibradas y consagradas al servicio de Dios y de la humanidad.

Mediante este compromiso confirmamos nuestra mayordomía sobre la creación de Dios y creemos que la restauración completa se concretará cuando el Señor haga nuevas todas las cosas.

 

Declaración aprobada por la Junta Directiva de la Asociación General el 12 de octubre de 1992 en el Concilio Anual celebrado en Silver Spring (Maryland, EE. UU.).

 

11. EL HOGAR Y LA FAMILIA

La salud y la prosperidad de la sociedad se encuentran directamente relacionadas con el bienestar de la unidad familiar, que es su célula constitutiva. Hoy más que nunca antes, la familia se halla en peligro. Los sociólogos denuncian la desintegración de la familia moderna. El concepto cristiano tradicional del matrimonio entre un hombre y una mujer está en la cuerda floja. En esta época de crisis familiar, la Iglesia Adventista del Séptimo Día exhorta a todos los miembros de la familia a que fortalezcan su dimensión espiritual y sus relaciones familiares mediante el amor, la honestidad, el respeto y la responsabilidad mutuos.

La Creencia Fundamental número 23 de la Iglesia Adventista del Séptimo Día señala que la relación matrimonial «debe reflejar el amor, la santidad, la intimidad y la perdurabilidad de la relación que existe entre Cristo y su iglesia […]. Aunque algunas relaciones familiares estén lejos de ser ideales, los cónyuges que se dedican plenamente el uno al otro pueden, en Cristo, lograr una amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu y a la instrucción de la iglesia. Dios bendice a la familia y quiere que sus miembros se ayuden mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los padres deben criar a sus hijos para que amen y obedezcan al Señor. Tienen que enseñarles, mediante el precepto y el ejemplo, que Cristo disciplina amorosamente, que siempre es tierno, que se preocupa por sus criaturas, y que quiere que lleguen a ser miembros de su cuerpo, la familia de Dios» (Manual de la Iglesia, edición 2010, págs. 178, 179).

Elena G. White, uno de los fundadores de la iglesia, expresó: «La obra de los padres es cimiento de toda otra obra. La sociedad se compone de familias, y será lo que la hagan las cabezas de familia. Del corazón “mana la vida” (Prov. 4: 23), y el hogar es el corazón de la sociedad, de la iglesia y de la nación. El bienestar de la sociedad, el buen éxito de la iglesia y la prosperidad de la nación dependen de la influencia del hogar» (El ministerio de curación, cap. 28, pág. 239).

 

Declaración presentada por Neal C. Wilson, presidente de la Asociación General, el 27 de junio de 1985, tras consultas con los dieciséis vicepresidentes, en el Congreso de la Asociación General de Nueva Orleans (EE. UU.).

 

12. EL MEDIO AMBIENTE

Los adventistas creemos que todos los seres humanos han sido creados a imagen de Dios y que, por lo tanto, representan a Dios como sus mayordomos, para cuidar del medio ambiente de manera fiel y beneficiosa para la humanidad.

Desgraciadamente, la corrupción y la explotación han llegado a ser el modo en que los seres humanos administran estas responsabilidades. Cada vez más, hombres y mujeres participan de una destrucción megalómana de los recursos de la tierra, lo que ha dado como resultado incontables sufrimientos, problemas ambientales y la amenaza del cambio climático. Si bien las investigaciones científicas se hallan todavía en curso, resulta claro por las evidencias acumuladas que el incremento de la emisión de gases destructivos, el deterioro de la capa protectora de ozono, la destrucción masiva de los bosques de América y el efecto invernadero ponen en riesgo el ecosistema del planeta.

Estos problemas se deben en gran medida al egoísmo humano y a su deseo egocéntrico de poseer cada vez más y más, lo que conlleva una producción en constante crecimiento, un consumismo sin límites y el agotamiento de los recursos no renovables. La crisis ecológica tiene sus raíces en la codicia de la humanidad y en su negativa a ser mayordomos fieles y respetuosos con los límites de la creación de Dios.

Los adventistas defendemos un estilo de vida sencillo y saludable, elegimos no participar en los hábitos de consumismo ilimitado, de la búsqueda incesante de bienes y la producción de desperdicios. Hacemos un llamamiento a respetar la creación, moderarnos en el uso de los recursos del planeta, reevaluar nuestras propias necesidades y reafirmar la dignidad de la vida creada.

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General y dada a conocer por el presidente, Robert S. Folkenberg, en el Congreso de la Asociación General celebrado en Utrecht (Holanda), del 29 de junio al 8 de julio de 1995.

 

13. EL RACISMO

Uno de los más aborrecibles males de nuestros días es el racismo, la creencia o práctica que considera o trata a ciertos grupos étnicos como inferiores y, por lo tanto, justifica que sean objeto de discriminación, avasallamiento y segregación.

Aunque el racismo es un pecado muy antiguo que se basa en la ignorancia, el temor, la alienación y el falso orgullo, en nuestro tiempo se han manifestado algunos de sus extremos más repugnantes. El racismo y los prejuicios irracionales actúan como un círculo vicioso. El racismo se halla entre los prejuicios más arraigados que caracterizan la pecaminosidad humana. Sus consecuencias por lo general son tremendamente devastadoras, puesto que suele institucionalizarse y legalizarse con facilidad y de manera permanente; sus manifestaciones extremas pueden conducir a persecuciones sistemáticas e incluso al genocidio.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día condena toda manifestación de racismo, incluida la política del apartheid, que implica la segregación forzada y la legalización de la discriminación.

Los adventistas desean ser fieles al ministerio de reconciliación asignado a la iglesia cristiana. La Iglesia Adventista del Séptimo Día, una comunidad religiosa mundial, desea testificar y mostrar en sus propias filas la unidad y el amor que trascienden las diferencias raciales y se sobreponen al pasado distanciamiento entre las razas.

Las Escrituras enseñan claramente que todos los seres humanos fueron creados a la imagen de Dios, que «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre la faz de la tierra» (Hechos 17: 26). La discriminación racial constituye un agravio a nuestros hermanos de la especie humana, que fueron creados a la imagen de Dios. En Cristo «no hay judío ni griego» (Gálatas 3: 28). Por lo tanto, el racismo es en realidad una herejía y, en esencia, una forma de idolatría, dado que limita la paternidad de Dios al negar la hermandad de toda la humanidad y exaltar la superioridad de la raza propia.

Las normas de los cristianos adventistas respecto de este tema se especifican en la Creencia Fundamental número 14, «Unidad en el cuerpo de Cristo». En ella se señala: «En Cristo somos una nueva creación; las diferencias de raza, cultura, educación y nacionalidad, y las diferencias entre encumbrados y humildes, ricos y pobres, varones y mujeres, no deben causar divisiones entre nosotros. Todos somos iguales en Cristo, quien por un mismo Espíritu nos unió en comunión con él y los unos con los otros; debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservas» (Manual de la Iglesia, edición 2010, págs. 174, 175).

 

Declaración pública dada a conocer por Neal C. Wilson, presidente de la Asociación General, tras consultas con los dieciséis vicepresidentes de la Iglesia Adventista, durante el Congreso de la Asociación General celebrado en Nueva Orleans, (Luisiana, EE.UU.), el 27 de junio de 1985.

 

14. EL TABACO Y EL HÁBITO DE FUMAR

Durante más de un siglo, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha venido advirtiendo a sus jóvenes y a la población en general sobre los efectos adictivos y perjudiciales para la salud provocados por el consumo de tabaco.

Fumar es la primera causa de muerte evitable en el mundo. Un concepto ético admitido en la mayoría de las sociedades, sino en todas, afirma: «Más vale prevenir que curar». En lo que se refiere al tabaco, la mayoría de los países se encuentra frente a una paradoja ética: Aunque muchas décadas de investigación han producido evidencias irrefutables sobre los peligros del tabaco para la salud, la industria tabaquera continúa prosperando, a menudo con el apoyo tácito o manifiesto de los gobiernos. La ética en relación con el tabaquismo resulta tanto más importante a la vista de las alarmantes revelaciones sobre las muertes por cáncer y otros riesgos de salud que corren los fumadores pasivos.

Consideramos que la ética de la prevención requiere que todos los países prohíban la publicidad de tabaco, aprueben leyes más estrictas que impidan fumar en lugares públicos, empleen de forma decidida y sistemática los medios de comunicación para educar y eleven sustancialmente los impuestos sobre el tabaco. Estas medidas contribuirían a salvar millones de vidas cada año.

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General dada a conocer por Robert S. Folkenberg, presidente de la Asociación General, en el Congreso de la Asociación General celebrado en Utrecht (Holanda), del 29 de junio al 8 de julio de 1995.

 

15. EL SIDA

El síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) y las afecciones a él asociadas se están propagando con rapidez por todo el mundo. Según estudios estadísticos, se estima que en el futuro cercano, en muchos países, toda iglesia o congregación de cien miembros o más contará con al menos un miembro que tenga un amigo o pariente con sida.

El sida se transmite principalmente por dos vías: la intimidad sexual con una persona infectada y la introducción en el organismo de sangre contaminada con VIH (virus de la inmunodeficiencia humana), ya sea mediante el uso de agujas sin esterilizar o de instrumentos que contengan sangre contaminada. El sida puede prevenirse evitando el contacto sexual antes del matrimonio y manteniendo la fidelidad dentro del vínculo matrimonial con una persona no infectada; evitando el uso de agujas no esterilizadas y tomando medidas que garanticen la seguridad en el uso de instrumentos que contengan sangre.

Los adventistas estamos comprometidos con la educación para la prevención del sida. Durante muchos años hemos luchado contra el tráfico y el consumo de drogas, y lo seguimos haciendo. Apoyamos una educación sexual que incluya el concepto de que la sexualidad humana es un don de Dios. La Biblia circunscribe claramente las relaciones sexuales al vínculo matrimonial monógamo y proscribe las relaciones sexuales promiscuas, limitando así el consecuente incremento de la exposición al VIH.

La respuesta cristiana al sida ha de ser personal, compasiva, servicial y redentora. Así como Jesús se preocupaba por los enfermos de lepra —la enfermedad contagiosa más temida en sus días— en la actualidad sus seguidores han de preocuparse por quienes padecen el sida. El apóstol Santiago expresó: «Y si uno de ustedes les dice: “Que les vaya bien, abríguense y coman hasta saciarse", pero no les da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso» (Santiago 2: 16, NVI).

 

Declaración dada a conocer por Neal C. Wilson, presidente de la Asociación General, tras consultas con los dieciséis vicepresidentes de la Iglesia Adventista mundial, el 5 de julio de 1990, en el Congreso de la Asociación General de Indianápolis (EE. UU.).

 

16. LA CONDUCTA SEXUAL

En su infinito amor y sabiduría, Dios creó a la humanidad, tanto al hombre como a la mujer, y al hacerlo basó la sociedad humana sobre el firme fundamento de hogares y familias amorosas. No obstante, el propósito de Satanás es pervertir todo lo bueno, y la perversión de lo bueno inevitablemente lleva a lo peor. Bajo la influencia de pasiones desenfrenadas carentes de todo principio moral y religioso, la asociación de los sexos ha degenerado, hasta un punto sumamente perturbador, en una depravación y abusos que llevan a la esclavitud. Gracias a la contribución de innumerables películas, videos, programas de radio y televisión y de materiales impresos, el mundo está siendo conducido hacia la inmoralidad y depravación más profundas. De esta manera no solo se causa un gran daño a la estructura fundamental de la sociedad, sino que la destrucción de la familia da lugar a males incluso peores. Los resultados que vemos en las vidas desequilibradas de niños y jóvenes son inquietantes y suscitan nuestra compasión, y sus efectos no solo son desastrosos sino también acumulativos.

Estos males se muestran en forma cada vez más abierta y constituyen una grave y creciente amenaza para los ideales y propósitos de los hogares cristianos. Las prácticas sexuales contrarias a la expresa voluntad de Dios son el adulterio, las relaciones sexuales prematrimoniales y la adicción al sexo. El abuso sexual del cónyuge, el abuso sexual infantil, el incesto, las prácticas homosexuales tanto entre hombres como mujeres y el bestialismo se encuentran entre las perversiones más evidentes del plan original de Dios. Dado que se niega la intención de los pasajes de las Escrituras más claros (ver Éxodo 20: 14; Levítico 18: 22, 23, 29; 20: 13; Mateo 5: 27, 28; 1 Corintios 6: 9; 1 Timoteo 1: 10; Romanos 1: 20-32) y se rechazan sus advertencias para reemplazarlas por opiniones humanas, prevalece una gran incertidumbre y confusión. Esto es lo que Satanás desea, porque él siempre ha procurado hacer que la gente olvide que cuando Dios creó a Adán, también creó a Eva para que fuera su compañera («varón y hembra los creó» [Génesis 1: 27]). A pesar de las claras normas morales presentadas en la Palabra de Dios para las relaciones entre los hombres y las mujeres, en la actualidad el mundo está siendo testigo de un resurgimiento de las perversiones y aberraciones que caracterizaron las civilizaciones antiguas.

En la Palabra de Dios se describen con claridad cuáles son los resultados degradantes de la obsesión contemporánea con el sexo y la búsqueda de los placeres sensuales. Sin embargo, Cristo vino a destruir las obras del diablo y a restaurar la correcta relación entre los seres humanos y entre estos y su Creador. De este modo, aunque caídos por medio de Adán y cautivos en el pecado, los que se vuelven a Cristo arrepentidos reciben el perdón pleno y escogen un camino mejor, que es la senda hacia la plena restauración. Por medio de la cruz, el poder del Espíritu Santo en el «hombre interior» y el ministerio de instrucción y cuidado de la iglesia, todos pueden ser liberados de las garras de las perversiones y las prácticas pecaminosas.

La aceptación de la gracia gratuita de Dios lleva consiguientemente a cada creyente a un modo de vida y conducta que adornan «la doctrina de Dios, nuestro Salvador» (Tito 2: 10). También llevará a la iglesia como cuerpo a mostrar una disciplina firme y amante con los miembros cuya conducta represente mal al Salvador y distorsione o rebaje las normas de vida y conducta cristianas.

La Iglesia reconoce la penetrante verdad y la poderosa motivación de las palabras que Pablo escribió a Tito: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda la humanidad, y nos enseña que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, mientras aguardamos la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras» (Tito 2: 11-14; ver también 2 Pedro 3: 11-14).

 

Declaración aprobada el 12 de octubre de 1987 por la Junta Directiva de la Asociación General en el Concilio Anual celebrado en Washington D.C.

 

17. LA HOMOSEXUALIDAD

La Iglesia Adventista del Séptimo Día reconoce que todo ser humano es valioso a los ojos de Dios, y por ello procura ministrar a todos los hombres y mujeres con el Espíritu de Cristo. Los adventistas creemos que, por la gracia de Dios y mediante el apoyo de la comunidad de la fe, cualquier persona puede vivir en armonía con los principios de la Palabra de Dios.

Creemos que la intimidad sexual pertenece exclusivamente a la relación matrimonial entre un hombre y una mujer. Ese fue el designio establecido por Dios en la Creación. Las Escrituras declaran: «Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Génesis 2: 24). Ese modelo heterosexual es reiterado a lo largo de las Escrituras. La Biblia no da cabida a la actividad o a las relaciones homosexuales. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio heterosexual están prohibidas (Levítico 20: 7-21; Romanos 1: 24-27; 1 Corintios 6: 9-11). Jesús reafirmó el propósito de la creación divina cuando dijo: «¿No habéis leído que el que los hizo al principio, “hombre y mujer los hizo", y dijo: “Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne"? Así que no son ya más dos, sino una sola carne» (Mateo 19: 4-6). Por eso los adventistas nos oponemos a las prácticas y relaciones homosexuales.

Estamos comprometidos en seguir las enseñanzas y el ejemplo de Cristo, que reiteró la dignidad de todos los seres humanos y extendió la mano compasivamente a las personas y familias que sufrían las consecuencias del pecado. Él llevó a cabo un ministerio lleno de bondad y de palabras de consuelo hacia las personas que luchaban contra el pecado, aunque diferenció su amor por los pecadores de sus claras enseñanzas sobre las prácticas pecaminosas.

 

Declaración aprobada el 3 de octubre de 1999 en el Concilio Anual de la Junta Directiva de la Asociación General, celebrada en Silver Spring (Maryland, EE. UU.).

 

18. LA PORNOGRAFÍA

Mientras que legisladores y culturas de diversos países pueden dedicarse a debatir los límites y consecuencias de la pornografía (materiales con perversiones sexuales), los adventistas de cualquier cultura, sobre la base de los principios eternos, sostienen que la pornografía es destructiva, degradante, insensibilizadora y explotadora.

Destructiva de las relaciones maritales, porque corrompe el propósito divino de que el esposo y la esposa se mantengan en tan estrecha unión que lleguen a ser, simbólicamente, «una sola carne» (Génesis 2: 24).

Degradante porque reduce a la mujer, y en algunos casos al hombre, a un mero objeto sexual unidimensional y desechable, no considerándola como un ser integral de naturaleza física, mental y espiritual, y privándola de este modo del valor y el respeto que merece y de sus derechos como hija de Dios.

Insensibilizadora del observador o lector, porque cauteriza la conciencia y ciega a las personas, provocando la «depravación mental» (Romanos 1: 22, 28).

Explotadora, porque complace la sensualidad y es fundamentalmente abusiva; se opone así a la regla de oro, que nos insta a tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros (Mateo 7: 12). La pornografía infantil resulta especialmente detestable. Jesús dijo: «A cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiera en lo profundo del mar» (Mateo 18: 6).

Aunque Norman Cousins no lo haya expresado mediante un lenguaje bíblico, sí ha escrito con gran percepción: «El problema de la gran difusión de la pornografía […] no es que corrompa sino que insensibiliza; no es que desate las pasiones, sino que paraliza las emociones; no es que estimule una madurez precoz, sino que constituye un regreso a las obsesiones infantiles; no es que nos abra los ojos, sino que distorsiona la visión. Se celebra la destreza, pero se niega el amor. Su resultado no es la liberación sino la deshumanización» (Saturday Review of Literature, 20 de septiembre de 1975).

Una sociedad tan plagada como la nuestra de inmoralidad, prostitución infantil, embarazos de adolescentes, agresiones sexuales a mujeres y niños, mentes deterioradas por el consumo de drogas, y crimen organizado, no se puede permitir el lujo de que la pornografía contribuya con todos estos males.

Resulta muy sabio, en efecto, el consejo del primer gran teólogo del cristianismo: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Filipenses 4: 8). Este es un consejo que todos los cristianos harían bien en aceptar.

 

Declaración pública dada a conocer por Neal C. Wilson, presidente de la Asociación General, el 5 de julio de 1990, tras consultas con los dieciséis vicepresidentes de la Iglesia Adventista mundial, en el Congreso de la Asociación General celebrado en Indianápolis (EE. UU.).

 

19. LA VIOLENCIA DOMÉSTICA*

La violencia doméstica incluye toda agresión —ya sea verbal, física, emocional o sexual— y la negligencia activa o pasiva cometida por una o varias personas contra otra dentro del ámbito familiar, independientemente de que exista entre ellas un vínculo conyugal o de parentela, de que vivan juntas o separadas o de que estén divorciadas. Las más recientes investigaciones internacionales indican que la violencia doméstica se ha convertido en un problema mundial, y que afecta a personas de todas las edades y nacionalidades, a todos los niveles socioeconómicos, y a familias tanto religiosas como no religiosas. Se ha comprobado asimismo que su incidencia es similar en las grandes urbes, en las poblaciones pequeñas o en el medio rural.

La violencia familiar se manifiesta de diversas maneras. Puede, por ejemplo, consistir en una agresión física a uno de los cónyuges; pero también se manifiesta mediante abusos psicológicos, como amenazas verbales, episodios de ira, desvalorización del carácter de la otra persona o exigencias poco realistas de perfección. Puede tomar la forma de coacción y violencia físicas dentro de la relación sexual conyugal, o de amenaza de violencia mediante un comportamiento intimidatorio verbal o no verbal. Incluye prácticas como el incesto y el maltrato o descuido por parte de padres o tutores hacia menores que resulten en lesiones o daño. La violencia hacia los ancianos puede manifestarse a través de negligencia o agresiones físicas, psicológicas, sexuales, verbales, materiales o médicas.

La Biblia indica claramente que la señal distintiva de los cristianos es la calidad de sus relaciones humanas, tanto en la iglesia como en la familia. El espíritu de Cristo busca amar y aceptar, afirmar y edificar a los demás en lugar de abusar de ellos o denigrarlos. Entre los seguidores de Cristo no hay lugar para la tiranía ni para el abuso de poder o de autoridad. Los discípulos de Cristo, motivados por su amor, son llamados a respetar e interesarse por el bienestar de los demás, aceptar la igualdad entre hombres y mujeres, y reconocer que todo ser humano tiene derecho al respeto y a la dignidad. Si los cristianos no se relacionan con los demás de este modo, perderán su dignidad como personas y devaluarán a los seres humanos, que han sido creados y redimidos por Dios.

El apóstol Pablo se refiere a la iglesia como «la familia de la fe», la cual funciona como una familia extensa y brinda aceptación, comprensión y consuelo a todos, en especial a los que sufren y a los más desfavorecidos. La Escritura describe a la iglesia como una familia en la que se puede crecer personal y espiritualmente a medida que los sentimientos de traición, rechazo y dolor dan paso al perdón, la confianza y la plenitud. La Biblia también habla de la responsabilidad personal del cristiano de evitar que el templo de su cuerpo sea profanado, porque es la morada de Dios.

Lamentablemente, la violencia doméstica también se da en muchos hogares cristianos, pero jamás debe ser justificada, pues afecta profundamente a la vida de todos los implicados y a menudo genera una percepción distorsionada de Dios, de uno mismo y de los demás, que tendrá consecuencias a largo plazo.

Creemos que la iglesia tiene la responsabilidad de:

1.Atender a los afectados por la violencia doméstica y responder a sus necesidades:

a.Escuchando y aceptando a quienes hayan sufrido abusos, brindándoles amor y reafirmándoles su valor e importancia como seres humanos.

b.Poniendo de relieve las injusticias del abuso y hablando en defensa de las víctimas, tanto en la comunidad de la fe como en la sociedad.

c.Aportando un ministerio de apoyo a las familias afectadas por la violencia y el abuso, tratando de que tanto las víctimas como los agresores tengan acceso, donde sea posible, a la consejería de profesionales adventistas o a otros centros de su comunidad que cuenten con profesionales.

d.Fomentando la formación y el establecimiento de servicios de profesionales adventistas certificados tanto para los miembros de iglesia como para las comunidades circundantes.

e.Ofreciendo un ministerio de reconciliación cuando el arrepentimiento del agresor abra la posibilidad del perdón y la restauración de las relaciones. El arrepentimiento siempre incluye la completa aceptación de la responsabilidad por los errores cometidos, la disposición a buscar la restitución por todos los medios posibles y cambios en la conducta que erradiquen el abuso.

f.Centrando la luz del evangelio sobre la naturaleza de las relaciones entre cónyuges, padres e hijos, y otras relaciones entre allegados, y capacitando a los individuos y a las familias para que crezcan juntos buscando alcanzar los ideales de Dios para la vida familiar.

g.Evitando la tendencia de aislar a las víctimas o a los agresores tanto en la familia como en la iglesia, sin dejar por ello de responsabilizar claramente a los agresores por sus actos.

2.Fortalecer la vida familiar:

a.Ofreciendo una educación familiar orientada hacia la gracia, que incluya una comprensión bíblica de la reciprocidad, la igualdad y el respeto indispensables en las relaciones cristianas.

b.Intentando conocer cada vez mejor cuáles son los factores que contribuyen a la violencia familiar.

c.Buscando estrategias para romper el ciclo recurrente de abuso y violencia que se observa a menudo dentro de las familias y a través de las generaciones.

d.Corrigiendo las creencias religiosas y culturales que pueden ser usadas para justificar o encubrir la violencia familiar. Por ejemplo, aunque Dios da instrucciones a los padres para que apliquen la disciplina redentora con sus hijos, esta responsabilidad no les da licencia para ser crueles o aplicar medidas disciplinarias implacables.

3.Aceptar nuestra responsabilidad moral de estar alerta y de reaccionar ante cualquier abuso que se produzca en las familias de nuestras congregaciones y comunidades, y sostener que tal conducta abusiva constituye una violación de las normas de vida adventistas. Jamás debe minimizarse un indicio o informe de abuso; antes al contrario, ha de ser tomado con seriedad. Si los miembros de iglesia permanecen indiferentes e impasibles, con su actitud estarán justificando, perpetuando y posiblemente extendiendo la violencia doméstica.

Si hemos de vivir como hijos de la luz, es necesario que iluminemos las tinieblas cuando la violencia doméstica se produzca en nuestro medio. Tenemos que cuidarnos unos a otros, incluso cuando lo más fácil sería no implicarse.

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General el 27 de agosto de 1996, y enviada para su consideración al Concilio Anual celebrado en San José (Costa Rica), 1 al 10 de octubre de 1996.

 

* Declaración basada en los principios expresados en los siguientes pasajes bíblicos: Éxodo 20: 12; Mateo 7: 12; 20: 25-28; Marcos 9: 33-45; Juan 13: 34; Romanos 12: 10, 13; 1 Corintios 6: 19; Gálatas 3: 28; Efesios 5: 2, 3, 21-27; 6: 1-4; Colosenses 3: 12-14; 1 Tesalonicenses 5: 11; 1 Timoteo 5: 5-8.

20. LA VISIÓN BÍBLICA DE LA VIDA INTRAUTERINA Y SUS IMPLICACIONES PARA EL ABORTO

VOTADO: adoptar el documento Declaración Sobre la Visión Bíblica de la Vida Intrauterina y sus Implicaciones para el Aborto, que dice lo siguiente:

DECLARACIÓN SOBRE LA VISIÓN BÍBLICA DE LA VIDA INTRAUTERINA Y SUS IMPLICACIONES PARA EL ABORTO

Los seres humanos son creados a la imagen de Dios. Parte del don que Dios nos concedió como humanos es la procreación, la habilidad de participar en la creación junto con el Autor de la vida. Ese don sagrado siempre debería ser valorizado y estimado. En el plan original de Dios, todo embarazo debería ser el resultado de la expresión de amor entre un hombre y una mujer comprometidos el uno con el otro en matrimonio. Un embarazo debería ser deseado, y cada bebé debería ser amado, valorado y nutrido aun antes del nacimiento. Infelizmente, desde la entrada del pecado, Satanás se ha esforzado intencionalmente para arruinar la imagen de Dios, desfigurando todos sus dones, incluyendo el de la procreación. En consecuencia, a veces, las personas se enfrentan con dilemas y decisiones relativas a un embarazo.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día está comprometida con las enseñanzas y los principios de las Sagradas Escrituras, que expresan los valores de Dios en la vida y proporcionan orientaciones para futuros padres y madres, equipos médicos, iglesias y todos los creyentes, en cuestiones de fe, doctrina, comportamiento ético y estilo de vida. Aunque no sea la conciencia de los creyentes de forma individual, la iglesia tiene el deber de transmitir los principios y las enseñanzas de la Palabra de Dios.

Esta declaración afirma la santidad de la vida y presenta principios bíblicos relacionados con el aborto. Según esta declaración, el aborto se define como cualquier acción destinada a interrumpir el embarazo, y no incluye la interrupción espontánea de un embarazo, también conocida como aborto espontáneo.

PRINCIPIOS Y ENSEÑANZAS BÍBLICAS RELACIONADOS CON EL ABORTO

Como la práctica del aborto debe ser examinada a la luz de las Escrituras, los siguientes principios y enseñanzas bíblicos proveen orientación para la comunidad de fe y para los individuos afectados por esas elecciones tan difíciles:

1.Dios defiende el valor y la santidad de la vida humana. La vida humana es del más alto valor para Dios. Habiendo creado a la humanidad a su imagen (Gén. 1: 27; 2: 7), Dios tiene un interés personal en las personas. Dios las ama y se comunica con ellas, y ellas a su vez pueden amarlo y comunicarse con él. La vida es un don de Dios, y Dios es el Dador de la vida. En Jesús está la vida (Juan 1: 4). Él tiene vida en sí mismo (Juan 5: 26). Él es la Resurrección y la Vida (Juan 11: 25; 14: 6). Él provee vida en abundancia (Juan 10: 10). Quien tiene al Hijo tiene la vida (1 Juan 5: 12). También es el Sustentador de la vida (Hech. 17: 25- 28; Col. 1: 17; Heb. 1: 1-3), y se describe al Espíritu Santo como el Espíritu de vida (Rom. 8: 2). Dios se preocupa profundamente por su Creación y, especialmente, por la humanidad. Además, la importancia de la vida humana se ve recalcada por el hecho de que, después de la Caída (Gén. 3), Dios «ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3: 16). Aunque Dios pudo haber abandonado y destruido a la humanidad pecadora, optó por la vida. Como consecuencia, los seguidores de Cristo serán resucitados de entre los muertos y vivirán en comunión cara a cara con Dios (Juan 11: 25, 26; 1 Tes. 4: 15, 16; Apoc. 21: 3). Así, la vida humana es de valor inestimable. Eso vale para todas las fases de la vida humana: niños no nacidos, niños de varias edades, adolescentes, adultos y ancianos, independientemente de sus capacidades físicas, mentales y emocionales. También es válido para todos los humanos sin distinción de sexo, etnia, estatus social, religión y cualquier otra cosa que pueda distinguirlos. Tal comprensión de la santidad de la vida da un valor inviolable e igual a toda y cualquier vida humana, y exige que sea tratada con el máximo respeto y cuidado.

2.Dios considera al niño que aún no nació como vida humana. La vida prenatal es preciosa a los ojos de Dios, y la Biblia describe el conocimiento de Dios sobre las personas antes de que sean concebidas. «Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas» (Sal. 139: 16). En algunos casos, Dios guió directamente la vida prenatal. Sansón debía ser «nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer» (Juec. 13: 5, NVI). El siervo de Dios dijo: «Jehová me llamó desde el vientre» (Isa. 49: 1, 5). Jeremías ya había sido elegido profeta antes de nacer (Jer. 1: 5), al igual que Pablo (Gál. 1: 15), y Juan el Bautista sería «lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre» (Luc. 1: 15). Refiriéndose a Jesús, el ángel Gabriel explicó a María: «también el Santo ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Luc. 1: 35). En su encarnación, el propio Jesús experimentó el período prenatal humano y fue reconocido como el Mesías e Hijo de Dios después de ser concebido (Luc. 1: 40-45). La Biblia ya atribuye alegría al niño no nacido (Luc. 1: 44) y hasta rivalidad (Gén. 25: 21-23). Los niños aún no nacidos tienen un lugar seguro con Dios (Job 10: 8-12; 31: 13-15). La ley bíblica muestra un fuerte respeto por la protección de la vida humana y considera un daño grave la pérdida de un bebé o de una madre como consecuencia de un acto violento (Éxo. 21: 22-23).

3.La voluntad de Dios con relación a la vida humana está expresada en los Diez Mandamientos y fue explicada por Jesús en el Sermón del Monte. El Decálogo fue dado al pueblo del pacto de Dios y al mundo para guiar su vida y protegerla. Sus mandamientos son verdades inmutables que deberían ser apreciadas, respetadas y obedecidas. El salmista alaba la Ley de Dios (por ejemplo, Sal. 119), y Pablo la llama santa, justa y buena (Rom. 7: 12). El sexto Mandamiento afirma: «No matarás» (Éxo. 20: 13), y apela a la preservación de la vida humana. El principio de preservar la vida establecido en el sexto Mandamiento pone al aborto dentro de ese esquema. Jesús reforzó el mandamiento de no matar en Mateo 5: 21 y 22. La vida está protegida por Dios. Esta no se mide por las habilidades de los individuos o su utilidad, sino que su valor está en ser creación de Dios y por el amor sacrificial puesto en ella. La personalidad, el valor humano y la salvación no son conquistados o merecidos, sino concedidos por la gracia de Dios.

4.Dios es el Dueño de la vida y los seres humanos son sus mayordomos. Las Escrituras enseñan que Dios es el Dueño de todo (Sal. 50: 10-12). Dios tiene una doble reivindicación sobre los seres humanos. Le pertenecen porque él es el Creador. Por lo tanto, es su Dueño (Sal. 139: 13-16). También le pertenecen porque es el Redentor y los compró por el precio más alto, su propia vida (1 Cor. 6: 19, 20). Eso significa que todos los seres humanos son mayordomos de todo lo que Dios les confió, incluyendo su propia vida, y la vida de sus hijos y de los que están en gestación. La administración de la vida también incluye asumir responsabilidades que de alguna forma limitan sus elecciones (1 Cor. 6: 19, 20). Siendo Dios el Dador y Dueño de la vida, los seres humanos no tienen el control absoluto sobre sí mismos y deberían intentar conservar la vida siempre que sea posible. El principio de la mayordomía de la vida obliga a la comunidad de creyentes a guiar, apoyar, cuidar y amar a los que están enfrentando decisiones sobre el embarazo.

5.La Biblia enseña el cuidado del débil y el vulnerable. Dios mismo cuida de los desfavorecidos y oprimidos, y los protege. «Él es el gran Dios, poderoso y terrible, que no actúa con parcialidad ni acepta sobornos. Él defiende la causa del huérfano y de la viuda, y muestra su amor por el extranjero, proveyéndole ropa y alimentos» (Deut. 10: 17, 18, NVI; cf. Sal. 82: 3, 4; Sant. 1: 27). Él no permite que los hijos sean responsables por los pecados de los padres (Eze. 18: 20). Dios espera lo mismo de sus hijos, los llama para ayudar a aliviar las cargas de los vulnerables (Sal. 41: 1; 82: 3, 4; Hech. 20: 35). Jesús habla del menor de sus hermanos (Mat. 25: 40), por el cual sus seguidores son responsables, y de los pequeñitos que no deben ser despreciados o perdidos (Mat. 18: 10-14). Los menores, es decir, los que aún no nacieron, deberían ser contados entre ellos.

6.La gracia de Dios promueve la vida en un mundo manchado por el pecado y la muerte. La naturaleza de Dios es proteger, preservar y sustentar la vida. Además de la providencia de Dios sobre su Creación (Sal. 103: 19; Col. 1: 17; Heb. 1: 3), la Biblia reconoce los amplios, devastadores y degradantes efectos del pecado en la Creación, incluso en el cuerpo humano. En Romanos 8: 20 al 24, Pablo describe el impacto de la Caída, que sujetó la Creación a la vanidad. En consecuencia, en casos raros y extremos, la concepción humana puede producir gestaciones con perspectivas fatales y/o anomalías de nacimiento graves con riesgo de muerte que presentan dilemas excepcionales a individuos y matrimonios. Las decisiones en esos casos pueden quedar a conciencia de los individuos involucrados y de sus familias. Esas decisiones deben ser bien informadas y guiadas por el Espíritu Santo y por la visión bíblica de la vida descrita anteriormente. La gracia de Dios promueve y protege la vida. Los individuos en esas situaciones desafiantes pueden buscar al Señor con sinceridad, y encontrar dirección, aliento y paz en él.

IMPLICACIONES

La Iglesia Adventista del Séptimo Día considera el aborto como falto de armonía con el plan de Dios para la vida humana. Afecta al ser antes de nacer, a la madre, al padre, a los miembros cercanos o lejanos de la familia, a la familia de la iglesia y a la sociedad, con consecuencias a largo plazo para todos. Los creyentes buscarán confiar en Dios y seguir su voluntad, sabiendo que él tiene en mente los mejores intereses.

Aunque no apoye el aborto, la iglesia y los miembros son llamados a seguir el ejemplo de Jesús, quien estaba «lleno de gracia y de verdad» (Juan 1: 14), para 1) crear una atmósfera de amor verdadero y lleno de gracia, cuidado pastoral bíblico y apoyo amoroso a los que enfrentan decisiones difíciles relacionadas con el aborto; 2) solicitar la ayuda de familias funcionales y comprometidas, y educarlas para que presten asistencia a individuos, matrimonios y familias en dificultades; 3) alentar a los miembros de la iglesia a abrir sus hogares a las personas necesitadas, incluyendo padres solteros, hijos sin padres y niños adoptivos o que esperan ser adoptados; 4) cuidar profundamente y apoyar de varias formas a las mujeres embarazadas que deciden quedarse con sus hijos que aún están en gestación; y 5) ofrecer apoyo emocional y espiritual a las que por diversas razones abortaron o fueron obligadas a abortar y pueden estar sufriendo física, emocional y/o espiritualmente.

La cuestión del aborto presenta enormes desafíos, pero ofrece a los individuos y a la iglesia la oportunidad de ser lo que ellos anhelan ser, la confraternidad de hermanos y hermanas, la comunidad de creyentes, la familia de Dios, que revela el amor inmensurable e infalible del Señor.

 

Esta declaración fue aprobada por el Comité Ejecutivo de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día el 16 de octubre de 2019, durante el Concilio Anual realizado en Silver Spring, Maryland.

 

21. LAS DROGAS

La Iglesia Adventista del Séptimo Día exhorta a todos los ciudadanos de todos los países a cooperar con la erradicación de la epidemia mundial de las drogas, que socava la estructura social de las naciones y en la esfera individual a menudo mata a sus víctimas o las conduce a una vida delictiva.

Los adventistas creemos que la Biblia enseña que el cuerpo humano es «templo del Dios viviente», y que debería ser cuidado con sabiduría (2 Corintios 6: 15-17).

La Creencia Fundamental número 22 de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que se basa en la Biblia, expresa: «Junto con la práctica adecuada del ejercicio y el descanso, debemos adoptar un régimen alimentario lo más saludable posible, y abstenernos de los alimentos inmundos, identificados como tales en las Escrituras. Considerando que las bebidas alcohólicas, el tabaco y el uso irresponsable de drogas y narcóticos son dañinos para nuestros cuerpos, debemos también abstenernos de todo ello. En cambio, debemos participar en todo lo que ponga nuestros pensamientos y nuestros cuerpos en armonía con la disciplina de Cristo, quien quiere que gocemos de salud, de alegría y de todo lo bueno» (Manual de la Iglesia, edición 2010, pág. 178).

Para gozar de una vida plena, los adventistas nos exhortan a llevar un estilo de vida que se abstenga del tabaco, las bebidas alcohólicas y el consumo de drogas.

 

Declaración pública dada a conocer por Neal C. Wilson, presidente de la Asociación General, tras consultas con los dieciséis vicepresidentes de la Iglesia Adventista mundial, durante el Congreso de la Asociación General celebrado en Nueva Orleans (Luisiana, EE. UU.), en junio de 1985.

 

22. LAS RELACIONES HUMANAS

Los adventistas condenamos y procuramos combatir toda forma de discriminación basada en la raza, la tribu, la nacionalidad, el color o el sexo. Creemos que todo ser humano ha sido creado a imagen de Dios, quien hizo de una sangre a todas las naciones (Hechos 17: 26). Trabajamos a fin de dar continuidad al ministerio de reconciliación de Jesucristo, quien murió por todo el mundo, de manera que en él «ya no hay judío ni griego» (Gálatas 3: 28). Cualquier manifestación de racismo atenta directamente contra el corazón del evangelio de Cristo.

Uno de los problemas más preocupantes de nuestros tiempos es la manifestación de racismo y tribalismo que se produce en muchas sociedades, en ocasiones con violencia, y siempre denigrando tanto a hombres como a mujeres. La Iglesia Adventista del Séptimo Día, como organización mundial con presencia en más de doscientos países, procura promover la aceptación, el amor y el respeto hacia todas las personas, y hacer llegar este mensaje restaurador a todos los estamentos sociales.

Una de las enseñanzas básicas de nuestra iglesia es la igualdad de todas las personas. La Creencia Fundamental número 14 de la Iglesia Adventista indica: «En Cristo somos una nueva creación; las diferencias de raza, cultura, educación y nacionalidad, y las diferencias entre encumbrados y humildes, ricos y pobres, varones y mujeres, no deben causar divisiones entre nosotros. Todos somos iguales en Cristo, quien por un mismo Espíritu nos unió en comunión con él y los unos con los otros; debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservas» (Manual de la Iglesia, edición 2010, págs. 174, 175).

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General y dada a conocer por Robert S. Folkenberg, presidente de la Asociación General, en el Congreso de la Asociación General celebrado en Utrecht (Holanda), del 29 de junio al 8 de julio de 1995.

 

23. LAS SAGRADAS ESCRITURAS

El propósito, el mensaje y la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día se basan en las Sagradas Escrituras. Consideramos la Biblia como el mensaje que Dios nos ha transmitido por medio de escritores humanos. Aunque la forma de las Escrituras es humana en cuanto al lenguaje empleado, su contexto y su marco histórico, contienen mensajes divinos para toda la humanidad, especialmente para los creyentes. Por encima de la diversidad reflejada en su lenguaje humano se erige la verdad unificadora que hace de la Palabra de Dios un todo.

Las Escrituras proporcionan informes auténticos y confiables de la obra creadora de Dios, que dio existencia tanto al mundo como a sus habitantes. Brindan el conocimiento de los orígenes, dan significado a la vida y revelan el destino final de toda la humanidad.

Pero sobre todo, las Escrituras dan testimonio de Jesucristo, que es la revelación más completa, Dios con nosotros. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento dan testimonio de él. Por eso las Sagradas Escrituras se erigen como la revelación infalible de la voluntad de Dios, la norma por la que se rigen los valores y la vida cristiana, la medida de todo lo que atañe a la experiencia humana y la única guía confiable para la salvación en Cristo.

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General, dada a conocer por su presidente, Robert S. Folkenberg, en el Congreso de la Asociación General de Utrecht (Holanda), 29 de junio al 8 de julio de 1995.

 

24. LAS UNIONES DEL MISMO SEXO: UNA REAFIRMACIÓN DEL MATRIMONIO CRISTIANO

Durante las últimas décadas, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha sentido la necesidad de establecer con claridad y de diversas maneras su posición respecto al matrimonio, la familia y la sexualidad humana. Estos asuntos se encuentran en el centro mismo de las acuciantes problemáticas que tiene que enfrentar nuestra sociedad. Lo que durante siglos se venía considerando como moral cristiana básica en el contexto del matrimonio, está siendo cada vez más y más cuestionado, no solo en la sociedad secular, sino también en el seno de las propias iglesias cristianas.

Las instituciones de la familia y el matrimonio están sufriendo fuertes embestidas y enfrentan fuerzas centrífugas que las están destrozando. Un número cada vez mayor de países está debatiendo la cuestión de las uniones del mismo sexo, convirtiéndola en un asunto de interés mundial. Los debates públicos han provocado sentimientos encontrados. A la luz de estos acontecimientos, la Iglesia Adventista del Séptimo Día expone una vez más con claridad su posición.

Reafirmamos, sin la menor vacilación, nuestra posición histórica, tal y como ha sido expresada en la Creencia Fundamental número 23: «El matrimonio fue establecido por Dios en el Edén y confirmado por Jesús para que fuera una unión para toda la vida entre un hombre y una mujer, en amante compañerismo» (Manual de la Iglesia, edición 2010, p. 178). Aunque «el pecado ha desvirtuado los ideales de Dios para el matrimonio y la familia», «los lazos familiares son los más estrechos, tiernos y sagrados de todas las relaciones humanas que se establecen en la tierra», por lo que «las familias necesitan experimentar una renovación y un cambio en sus relaciones» (ver declaración Reafirmación de la familia, 1990, pp. 47-48). Dios «instituyó el matrimonio como un pacto basado en la unión física, emocional y espiritual de los dos sexos, que las Escrituras definen como “una sola carne"[…] La unión matrimonial monógama de un hombre y una mujer es […] el único ámbito moralmente apropiado para el contacto genital o la intimidad sexual[…]. Cualquier otra inferior a ese elevado ideal desvirtúa el propósito divino» (ver declaración Reafirmación del matrimonio, 1996).

La homosexualidad es una manifestación del trastorno y el quebrantamiento de las inclinaciones y relaciones humanas que se produjeron por la entrada del pecado a este mundo. Si bien todos estamos sujetos a una naturaleza humana caída, «creemos que, por la gracia de Dios y mediante el apoyo de la comunidad de la fe, cualquier persona puede vivir en armonía con los principios de la Palabra de Dios» (ver declaración «La homosexualidad», 1999).

Sostenemos que todos los seres humanos, sin importar su orientación sexual, son hijos de Dios. No aprobamos que se señale a ningún grupo para hacerlo objeto de burlas o escarnio, y menos aún de abuso. A pesar de ello, está claro que la Palabra de Dios no aprueba el estilo de vida homosexual, ni lo ha hecho la iglesia cristiana a lo largo de sus dos mil años de historia. Los adventistas creemos que la enseñanza bíblica sigue siendo válida en el presente, porque está inscrita en la propia naturaleza del ser humano y en el plan de Dios para el matrimonio establecido en la Creación.

 

Documento aprobado el 9 de marzo de 2004 por la Junta Administrativa de la Asociación General.

 

25. LIBERTAD RELIGIOSA, EVANGELIZACIÓN Y PROSELITISMO

Los adventistas creen que la libertad religiosa es un derecho básico de todo ser humano. Como cristianos, están convencidos de que la difusión de la religión no es solo un derecho, sino una gozosa responsabilidad que se basa en el mandato divino de testificar.

Dios ha llamado a los cristianos a evangelizar, es decir, a proclamar las buenas nuevas de la salvación en Cristo (Mateo 28: 19, 20). Este es un elemento esencial de la vida y el testimonio cristianos. Por eso, el cristianismo es misionero por naturaleza.

Lo que motiva a los adventistas a asumir su misión global y de evangelización es la obediencia voluntaria a la comisión dada por Cristo y su deseo sincero de que todos los seres humanos alcancen la salvación y hereden la vida eterna. También los motiva un sentido de urgencia en espera del inminente regreso de Cristo. Para cumplir la comisión evangélica en el presente, los adventistas se dedican a testificar, predicar y servir a los demás en más de doscientos países.

En el contexto de la difusión del evangelio ha surgido la cuestión del «proselitismo», al que se le otorga una connotación cada vez más peyorativa, ya que se lo asocia con métodos de persuasión poco éticos, incluida la fuerza. Los adventistas condenan sin ambages la utilización de métodos de ese tipo, porque creen que la fe y la religión se divulgan de mejor manera cuando se manifiestan y enseñan las convicciones propias con humildad y respeto, y cuando el testimonio de la vida de cada uno se encuentra en armonía con el mensaje que se proclama, suscitando así una aceptación libre y gozosa por parte de los que son evangelizados.

Es preciso que las actividades misioneras y de evangelización respeten la dignidad de todos los seres humanos. Las personas han de ser transparentes y veraces cuando traten con otros grupos religiosos. Es necesario usar una terminología que evite ofender a otras comunidades religiosas. No se deberían hacer declaraciones que sean falsas o que ridiculicen a otras religiones.

La conversión es una experiencia espiritual y, por lo tanto, jamás debería estar vinculada con la oferta o recepción de incentivos materiales. Si bien se reconoce el derecho pleno a participar en actividades humanitarias, tales acciones jamás han de estar ligadas a la evangelización de manera que se saque partido de personas vulnerables ofreciéndoles incentivos financieros o materiales para inducirlos a cambiar de religión.

Los adventistas están comprometidos en servir a su prójimo al predicar el evangelio eterno a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Apocalipsis 14: 6).

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General en el Congreso de la Asociación General en Toronto (Canadá), del 29 de junio al 9 de julio de 2000.

 

26. LOS JUEGOS DE AZAR

Los juegos de azar afectan a un cada vez más elevado número de personas en todo el mundo. La idea de ganar a expensas de otros ha llegado a convertirse en una maldición moderna. La sociedad paga costos cada vez más elevados por el crimen organizado que rodea a los juegos de azar, el apoyo a las víctimas y la destrucción de las familias, todas ellas consecuencias que menoscaban la calidad de vida. Los adventistas nos hemos opuesto sistemáticamente a los juegos de azar, pues resultan incompatibles con los principios cristianos. No constituyen una forma correcta de entretenimiento ni un medio legítimo para obtener fondos.

Los juegos de azar violan los principios de la mayordomía cristiana. Dios ha designado el trabajo como el método apropiado para obtener beneficios materiales, y no el juego de azar en el que se sueña con ganar a expensas de otros. Los juegos de azar ejercen un gran impacto en la sociedad y conllevan elevados costos económicos como resultado de los delitos que se cometen para mantener el hábito, la necesidad de mayor seguridad policial y los gastos legales que ocasionan, así como por los problemas de droga y prostitución que normalmente van asociados a ellos.

Los juegos de azar no generan ingresos; por el contrario, reducen los ingresos de los que a menudo no pueden darse el lujo de perder, y se los transfieren a unos pocos ganadores. Los mayores ganadores son, por supuesto, los agentes del sector de los juegos de azar. La idea de que la práctica de los juegos de azar puede reportar beneficios económicos es una ilusión. Además, los juegos de azar violan el sentido cristiano de responsabilidad hacia la familia, los conciudadanos, los necesitados y la iglesia (1 Tesalonicenses 4: 11; Génesis 3: 19; Mateo 19: 21; Hechos 9: 36; 2 Corintios 9: 8, 9).

Los juegos de azar crean falsas esperanzas. El sueño del jugador de ganar «a lo grande» suplanta la verdadera esperanza con falsas ilusiones sobre las posibilidades de ganar, ya que estadísticamente las probabilidades son extremadamente escasas. Los cristianos no han de depositar su esperanza en las riquezas terrenales. La esperanza cristiana de un futuro glorioso prometido por Dios es «segura y verdadera», a diferencia y en oposición al sueño del jugador. La gran ganancia que señala la Biblia es una «piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6: 17; Hebreos 11: 1; 1 Timoteo 6: 6).

Los juegos de azar son adictivos. La característica adictiva del juego es a todas luces incompatible con un estilo de vida cristiano. La iglesia procura no culpar sino ayudar a quienes padecen adicción al juego u otras adicciones. Los cristianos reconocen que son responsables ante Dios de sus recursos y estilo de vida (1 Corintios 6: 19, 20).

La Iglesia Adventista no aprueba las rifas ni las loterías como medios para recaudar fondos, e insta a los miembros de sus iglesias a no participar en actividades de ese tipo, aunque la finalidad sea benéfica. Tampoco aprueba las loterías del estado. La Iglesia Adventista exhorta a las autoridades a que limiten la accesibilidad a este tipo de juegos y eviten sus efectos dañinos sobre los individuos y la sociedad.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día desaprueba los juegos de azar según se definen en el presente documento, y no solicitará ni aceptará fondos que provengan de ellos.

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General dada a conocer en el Congreso de la Asociación General de Toronto (Canadá), del 29 de junio al 9 de julio de 2000.

 

27. PARA PONER FIN A LA VIOLENCIA DE GÉNERO*

Nosotros, los miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, nos pronunciamos en contra de la violencia de género y nos solidarizamos con quienes la combaten. Las estadísticas mundiales revelan que en todas las sociedades, mujeres y niñas son a menudo las principales víctimas de la violencia. Los actos o las amenazas que potencialmente puedan provocar daños físicos, sexuales o psicológicos son incompatibles con la ética bíblica y la moral cristiana. Estos actos incluyen, entre otros, la violencia doméstica, las violaciones, la mutilación genital femenina, los crímenes de honor y las muertes por la dote. La manipulación, la privación de la libertad y la coacción también constituyen actos de abuso y violencia. Ante conductas semejantes, la Iglesia Adventista del Séptimo Día dice: «¡Pongámosles fin inmediatamente!».

Los adventistas reconocen que todos los seres humanos han sido creados a imagen de Dios, lo cual les confiere dignidad y valor. El valor de cada persona se pone de manifiesto en la muerte redentora de Cristo para ofrecer la vida eterna a todo ser humano. El amor y la compasión que caracterizaron la vida terrenal de Jesús constituyen un ejemplo a imitar por todos sus seguidores en sus relaciones interpersonales. Ninguna conducta que siga el ejemplo de Cristo dará lugar a expresiones de violencia contra miembros de la familia ni contra ninguna persona ajena al círculo familiar.

La Biblia aconseja a los cristianos que consideren su propio cuerpo como templo de Dios. Causar daño intencionadamente a otro ser humano es profanar aquello que Dios honra y, por lo tanto, constituye una conducta pecaminosa. Los adventistas nos comprometemos a abanderar la lucha contra la violencia de género. Nos pronunciaremos en defensa de las víctimas y de las supervivientes por medio de la enseñanza, la predicación, el estudio de la Biblia y la creación de programas adecuados.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día promueve y es favorable a la colaboración con otras entidades para hacer frente a esta lacra mundial. Una voz solidaria colectiva puede salvar a miles de mujeres y niñas de los perjuicios y sufrimientos que resultan del abuso y la violencia.

 

Declaración aprobada el 23 de junio de 2010 por la Junta Ejecutiva de la Asociación General, dada a conocer en el Congreso de la Asociación General de Atlanta (EE. UU.), del 24 de junio al 3 de julio de 2010.

 

* Declaración refrendada por los siguientes pasajes de la Biblia: Juan 3: 16; Génesis 1: 26; Isaías 61: 1-3; Efesios 5: 2-3; 1 Juan 3: 10, 15-18, 4: 11; 3 Juan 1: 2; 1 Corintios 3: 16-17, 6: 19; Romanos 12: 1-2. Ver también «El cuidado y la protección de los niños».

28. REAFIRMACIÓN DEL MATRIMONIO

Las cuestiones relativas al matrimonio solo pueden ser apreciadas en toda su dimensión cuando se las contempla dentro del contexto del ideal divino. Dios estableció el matrimonio en el Edén, y Cristo reafirmó su carácter monógamo y heterosexual, definiéndolo como la unión de amor y compañerismo para toda la vida entre un hombre y una mujer. Al culminar su actividad creadora, Dios formó al ser humano como un hombre y una mujer creados a su propia imagen, e instituyó el matrimonio como un pacto basado en la unión física, emocional y espiritual de los dos sexos, que las Escrituras definen como «una sola carne».

La unidad del matrimonio, que surge de las diferencias entre los dos sexos, refleja de un modo singular la unidad dentro de la diversidad que existe en la Divinidad. A lo largo de las Escrituras se exalta la unión heterosexual del matrimonio como un símbolo de los vínculos entre Dios y la humanidad, y como un testimonio del amor de un Dios que se da a sí mismo, y del pacto que estableció con su pueblo. La vinculación armoniosa de un hombre y una mujer en matrimonio proporciona el microcosmos de la unidad social que siempre ha sido reconocida como el elemento básico de las sociedades estables. Era asimismo intención del Creador que la sexualidad matrimonial no estuviera tan solo destinada a un fin cohesivo, sino también a contribuir a la multiplicación y perpetuación de la especie humana. De acuerdo con el plan divino, la procreación surge de y se entrelaza con el mismo proceso mediante el cual el esposo y la esposa pueden hallar gozo, placer y plenitud física. A unos cónyuges, cuyo amor les ha permitido conocerse el uno al otro por medio de un vínculo sexual profundo, puede confiárseles el cuidado de un niño, que es la personificación viviente de la unidad de ellos. El niño en crecimiento prospera en una atmósfera de amor y unidad matrimonial en la cual fue concebido, y se beneficia de la relación con cada uno de sus padres naturales.

La unión matrimonial monógama de un hombre y una mujer es el fundamento ordenado por Dios de la familia y la vida social, y es el único ámbito moralmente apropiado para el contacto genital o la intimidad sexual. No obstante, el matrimonio no es el único plan de Dios para satisfacer las necesidades humanas de compañerismo o conocer la experiencia de la familia. La soltería y la amistad entre célibes también forman parte del plan de Dios. La compañía y el apoyo de los amigos ocupan un lugar primordial tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. La confraternidad de la iglesia, que es la casa de Dios, se halla disponible para todos sin importar su estado civil. A pesar de ello, las Escrituras establecen una clara demarcación social y sexual entre esas relaciones de amistad y el matrimonio.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día se adhiere sin reservas a esta visión bíblica del matrimonio, y cree que cualquier otra inferior a ese elevado ideal desvirtúa el propósito divino. El matrimonio ha sido corrompido por el pecado y, por lo tanto, es necesario restaurar su pureza y su belleza según fue concebido por Dios. Por medio de una adecuada valoración de la obra redentora de Cristo y de la acción de su Espíritu en los corazones humanos, es posible recobrar el propósito original del matrimonio y hacer realidad la plena y gozosa experiencia del matrimonio entre un hombre y una mujer que unen sus vidas mediante el pacto matrimonial.

 

Declaración aprobada el 23 de abril de 1996 por la Junta Administrativa de la Asociación General.

 

29. UN LLAMAMIENTO ADVENTISTA EN FAVOR DE LA PAZ

Vivimos en un mundo cada vez más inestable y peligroso. Los acontecimientos más recientes han aumentado la sensación de vulnerabilidad y el miedo a la violencia, tanto personal como colectivo. En nuestro planeta, millones de personas viven angustiadas por la guerra y el temor, y se sienten oprimidas por el odio y el terror.

UNA GUERRA TOTAL

Desde mediados del siglo pasado la humanidad se halla inmersa en una guerra total. El concepto de guerra total entraña que, en teoría y de no ser por la Providencia divina, los habitantes de la tierra podrían exterminar a toda la humanidad. Las armas bioquímicas y nucleares de destrucción masiva tienen como objetivo los grandes centros urbanos. Naciones y sociedades enteras son movilizadas para la guerra o se convierten en blanco de ella y, cuando estalla el conflicto, este se desarrolla de forma extremadamente violenta y devastadora. Cada vez resulta más difícil justificar la guerra, aunque los avances tecnológicos hayan hecho posible la destrucción de objetivos con un mínimo de bajas entre la población civil.

UNA NUEVA DIMENSIÓN

Si bien las Naciones Unidas y diversas entidades religiosas han proclamado la primera década del siglo XXI como la década de la promoción de la paz y la seguridad, ha surgido una nueva e insidiosa dimensión de la violencia: el terrorismo internacional organizado. El terrorismo en sí no es nada nuevo, pero sí lo son las redes terroristas internacionales. Otro nuevo factor es la vinculación del terrorismo con los así llamados «mandatos divinos» que supuestamente le brindan su base conceptual, bajo el pretexto de una guerra cultural o incluso «religiosa».

El auge del terrorismo internacional pone de manifiesto que no solo los países hacen la guerra, sino también grupos humanos de diferente composición. Como señaló una de las prominentes fundadoras de la Iglesia Adventista del Séptimo Día hace más de un siglo: «La inhumanidad del hombre para con el hombre es nuestro mayor pecado» (El ministerio de curación, cap. 10, pág. 100). En efecto, la naturaleza humana tiende a la violencia. Desde una perspectiva cristiana, tanta falta de humanidad forma parte de una guerra cósmica: el gran conflicto entre el bien y el mal.

EL TERRORISMO SACA PROVECHO DEL CONCEPTO DE DIOS

Los terroristas, en especial aquellos que buscan fundamentar sus motivaciones en la religión, reivindican que su causa es absoluta, y que segar vidas de manera indiscriminada se halla plenamente justificado. Mientras afirman ser representantes de la justicia de Dios, dejan por completo de representar su gran amor.

Por otra parte, este tipo de terrorismo internacional es totalmente ajeno al concepto de libertad religiosa. Se basa en un extremismo político y religioso, y en un fanatismo integrista que se atribuye el derecho de imponer determinada convicción o cosmovisión religiosa y de eliminar a quienes se opongan a sus opiniones. Imponer a los demás el punto de vista religioso personal mediante la coacción o el terror supone una manipulación del concepto de Dios, al que se convierte en un ídolo de la maldad y la violencia. Esto se traduce en desprecio a la dignidad de los seres humanos creados a imagen de Dios.

Aunque resulta inevitable que las naciones y los pueblos intenten defenderse de la violencia y del terrorismo por medio de acciones militares eficaces a corto plazo, no pueden obtenerse respuestas duraderas a los profundos problemas de división social por medio de la violencia.

LOS PILARES DE LA PAZ

Tanto desde la perspectiva cristiana como desde un punto de vista práctico, la paz duradera requiere que existan al menos cuatro ingredientes: el diálogo, la justicia, el perdón y la reconciliación.

El diálogo: Lo que hace falta es el diálogo y el debate, y no los discursos acalorados ni los gritos de guerra. La paz duradera no es el resultado de medidas violentas, sino de la negociación, el diálogo y, de manera inevitable, de los acuerdos políticos. En último término, el discurso racional tiene más autoridad que la fuerza militar. Especialmente los cristianos deberían estar siempre dispuestos a razonar juntos, como dice la Biblia (Isa. 1: 18, NBL).

La justicia: Es lamentable que el mundo esté lleno de injusticias, porque las injusticias derivan en contiendas. La justicia y la paz van juntas de la mano, al igual que la injusticia y la guerra. La pobreza y la explotación son caldo de cultivo del descontento y la desesperanza, que conducen a la desesperación y a la violencia.

Por otro lado, «la Palabra de Dios no sanciona los métodos que enriquezcan a una clase mediante la opresión y las penurias impuestas a otra» (El ministerio de curación, cap. 12, pág. 119).

La justicia requiere respeto a los derechos humanos, en especial a la libertad religiosa, pues esta tiene que ver con las aspiraciones humanas más profundas y constituye el fundamento de todos los demás derechos humanos. La justicia abarca la no discriminación, el respeto por la dignidad e igualdad humanas, y una distribución más equitativa de los recursos necesarios para vivir. Las políticas sociales y económicas darán por resultado la paz o el descontento. La preocupación de los adventistas por la justicia social se manifiesta a través del apoyo y la defensa de la libertad religiosa, y por medio de las organizaciones y departamentos de la Iglesia que trabajan para mitigar la pobreza y las situaciones de marginación. Estos esfuerzos por parte de la Iglesia pueden, con el tiempo, reducir los resentimientos y el terrorismo.

El perdón: Por lo común se considera que el perdón es esencial para restaurar las relaciones interpersonales quebrantadas. Jesús destaca esto en la oración que enseñó a sus seguidores (Mateo 6: 12). Sin embargo, no hemos de pasar por alto que el perdón tiene varias dimensiones: una colectiva, otra social y otra interpersonal. Para que se mantenga la paz es vital que se olviden los resentimientos del pasado, se superen las discrepancias y se trabaje en pro de la reconciliación. Como mínimo, esto requiere dejar de lado las injusticias y las violencias cometidas y perdonar, y asumir el dolor sin represalias.

Dada la naturaleza pecaminosa de los seres humanos y la violencia que genera, el perdón es necesario a fin de romper el círculo vicioso de encono, odio y deseo de venganza que se da a todos los niveles. El perdón es contrario a la naturaleza humana, ya que resulta natural que los seres humanos sientan deseos de vengarse y de devolver mal por mal.

En consecuencia es preciso, antes que nada, fomentar un ambiente de perdón en la iglesia. Como cristianos y dirigentes de la Iglesia, es nuestro deber contribuir para que tanto los individuos como las naciones se liberen de las cadenas del pasado y se nieguen —año tras año y generación tras generación— a reproducir el odio y la violencia que generan las experiencias del pasado.

La reconciliación: El perdón proporciona el fundamento para la reconciliación, que viene acompañada de la restauración de las relaciones quebrantadas y hostiles. La reconciliación es la única vía para el éxito en el camino que conduce a la cooperación, la armonía y la paz. Hacemos un llamamiento a las iglesias y a los dirigentes cristianos para que ejerzan el ministerio de la reconciliación y actúen como embajadores de buena voluntad, apertura y perdón (ver 2 Corintios 5: 17-19). Esta siempre será una tarea difícil y delicada. Es nuestro deber tratar de evitar los numerosos riesgos políticos que se presentan en el camino, pero al mismo tiempo proclamar libertad de las persecuciones, la discriminación, la pobreza extrema y de otras formas de injusticia. Es una responsabilidad cristiana empeñarnos en brindar protección a los que se encuentran en peligro de sufrir a causa de la violencia, la explotación y el terror.

CONTRIBUYENDO A UNA MAYOR CALIDAD DE VIDA

Los esfuerzos discretamente llevados a cabo por las entidades religiosas y las personas que actúan entre bastidores son de un valor incalculable, aunque resultan insuficientes. «No somos tan solo criaturas espirituales. Estamos interesados de manera activa en todo lo que influye sobre nuestra forma de vivir; nos preocupa el bienestar del planeta». El ministerio cristiano de la reconciliación tiene que «contribuir a la restauración de la dignidad, la igualdad y la unidad humanas mediante la gracia de Dios, que permite que los seres humanos se vean unos a otros como miembros de la familia de Dios».*

Las iglesias no deberían ser conocidas únicamente por sus contribuciones espirituales, aunque estas resulten esenciales, sino también por su aportación a la calidad de vida. En este contexto, es esencial el fomento de la paz. Es necesario que nos arrepintamos de las expresiones o los hechos de violencia en los cuales los cristianos y las iglesias han participado de manera activa, tolerado o tratado de justificar, a lo largo de la historia y en épocas recientes. Hacemos un llamamiento a los cristianos y a todas las gentes de buena voluntad del mundo para que participen de forma activa en el fomento y el mantenimiento de la paz, y así formen parte de la solución y no del problema.

LOS PACIFICADORES

La Iglesia Adventista del Séptimo Día desea abogar por la armonía no coercitiva del reino venidero de Dios. Esto requiere la construcción de puentes que fomenten la reconciliación entre las partes de un conflicto. El profeta Isaías lo expresó de la siguiente manera: «Serás llamado “reparador de portillos", “restaurador de viviendas en ruinas"» (Isaías 58: 12). Jesucristo, el Príncipe de Paz, quiere que sus seguidores sean los pacificadores de la sociedad y por eso los llama bienaventurados (Mateo 5: 9).

LA CULTURA DE LA PAZ POR MEDIO DE LA EDUCACIÓN

La Iglesia Adventista del Séptimo Día administra el que puede que sea el segundo mayor sistema educativo privado religioso del mundo. Se recomienda a cada una de sus más de seis mil escuelas primarias, secundarias, colegios superiores y universidades que dediquen una semana de cada año escolar a enfatizar y destacar, por medio de diversos programas, el respeto, la conciencia social, la no violencia, la pacificación, la resolución de conflictos y la reconciliación como formas de contribución «adventista» a una cultura de armonía y paz sociales. Con esto en mente, el Departamento de Educación de la Iglesia Adventista mundial está preparando planes curriculares y otros materiales para ayudar a poner en marcha este programa en favor de la paz.

La instrucción de los feligreses con respecto a la no violencia, la paz y la reconciliación tiene que ser un proceso permanente. Se hace un llamamiento a los pastores a usar el púlpito para proclamar el evangelio de la paz, el perdón y la reconciliación, que tiene poder para derribar las barreras creadas por las diferencias raciales, étnicas, de nacionalidad, sexo o religión, y para fomentar las relaciones humanas pacíficas entre las personas, los colectivos y las naciones.

LA ESPERANZA CRISTIANA

Aunque el fomento de la paz parezca tarea imposible, existe la promesa y la posibilidad de transformación por medio de la renovación. En términos teológicos, todos los actos de violencia y terrorismo son, en realidad, un aspecto del conflicto entre Cristo y Satanás. El cristiano tiene esperanza porque tiene la certeza de que el mal —el misterio de la iniquidad— seguirá su curso hasta que sea derrotado por el Príncipe de la Paz cuando el mundo sea restaurado. Esta es nuestra esperanza.

A pesar de contener relatos sobre guerras y violencia, el Antiguo Testamento, al igual que el Nuevo Testamento, presenta el anhelo de la nueva creación y sus promesas que pondrán fin al círculo vicioso de la guerra y el terror, cuando las armas desaparecerán y se tornarán en herramientas agrícolas, y la paz y el conocimiento de Dios cubrirán todo el mundo así como las aguas cubren los océanos (ver Isaías 2: 4; 11: 9).

Mientras tanto, es necesario que en todas nuestras relaciones sigamos la regla de oro, la cual nos pide que hagamos a los demás lo que nos gustaría que ellos nos hicieran a nosotros (ver Mateo 7: 12), y que no solo amemos a Dios sino que amemos así como él ama (ver 1 Juan 3: 14, 15; 4: 11, 20, 21).

 

Declaración aprobada por el Concilio de Primavera de la Junta Directiva de la Asociación General el 18 de abril de 2002 en Silver Spring, Maryland.

 

* Palabras pronunciadas por Jan Paulsen, presidente de la Asociación General. Declaración aprobada el 6 de abril de 1999 por la Junta Administrativa de la Asociación General, dada a conocer por el Departamento de Relaciones Públicas de la Asociación General.

 

30. USO, ABUSO Y DEPENDENCIA DE SUSTANCIAS QUÍMICAS

La Iglesia Adventista del Séptimo Día, organizada oficialmente en 1863, se ha posicionado desde sus mismos inicios con respecto al consumo de bebidas alcohólicas y de tabaco, condenando el consumo de ambas sustancias por ser destructivas de la vida, de la familia y de la espiritualidad. La Iglesia adoptó, en la práctica, una definición de la temperancia que apela a la abstinencia de lo nocivo, y un uso prudente y moderado de lo bueno.

La posición de la Iglesia respecto al consumo de alcohol y de tabaco no ha variado. Durante las últimas décadas se han promovido activamente en la Iglesia programas de educación en contra del alcohol y las drogas, y nos hemos unido a otras entidades para educar a la población sobre la prevención del alcoholismo y las drogodependencias. A principios de la década de los sesenta, la Iglesia creó un «Plan para dejar de fumar» que ha alcanzado una gran difusión mundial, y ha ayudado a miles de fumadores a abandonar el cigarrillo. Este programa, que originalmente se conoció como el «Plan de Cinco Días», ha sido probablemente el más exitoso de todos los programas para dejar de fumar.

La creación de innumerables nuevas drogas de diseño y el redescubrimiento y tráfico de antiguos productos de origen natural como la marihuana y la cocaína, ha agravado en la actualidad un problema que antes era comparativamente más sencillo, y constituye un creciente desafío tanto para la iglesia como para la sociedad. En una sociedad que tolera e incluso promueve el consumo de drogas, la adicción supone una constante amenaza.

La Iglesia está redoblando sus esfuerzos en el ámbito de la prevención de la dependencia de sustancias químicas mediante la implementación de nuevos planes de estudio en sus instituciones educativas y de programas que ayuden a los jóvenes a mantenerse alejados del alcohol y las drogas.

La Iglesia también procura ser una voz influyente que llame la atención de los medios de comunicación, las autoridades públicas y los legisladores respecto a los daños que está sufriendo la sociedad como resultado de la promoción y distribución continuas del alcohol y del tabaco.

La Iglesia sigue creyendo que la enseñanza de Pablo en 1 Corintios 6: 19, 20 sigue plenamente vigente hoy: Nuestro «cuerpo es templo del Espíritu Santo», y debemos «honrar» a Dios con nuestro cuerpo. Pertenecemos a Dios, somos testigos de su gracia. Hemos de esforzarnos por estar en las mejores condiciones físicas y mentales, para que podamos disfrutar de una directa relación con Dios honrando su nombre.

 

Declaración pública dada a conocer por Neal C. Wilson, presidente de la Asociación General, tras consultas con los dieciséis vicepresidentes de la Iglesia Adventista, el 5 de julio de 1990, en el Congreso de la Asociación General celebrado en Indianápolis, (Indiana, EE. UU.).