Posponer la confianza hasta que pase el problema
Mirian Montanari Grüdtner
«En el mar fue tu camino y tus sendas en las muchas aguas; tus pisadas no fueron halladas.» Salmo 77: 19.
La gran multitud de hebreos acababa de salir de Egipto. Estaban rodeados por las barreras de la naturaleza. Acampados junto al mar, estaban frente a un obstáculo humanamente insuperable. Y hacia sur, con una montaña escarpada y rocosa ante ellos, era imposible avanzar.
De repente, vieron a lo lejos el reflejo del sol en las armaduras y carros de un gran ejército que se acercaba. ¡Problemas a la vista! ¡Los perseguía el ejército egipcio! El terror se apoderó completamente de la mayoría. Pocos se volvieron a Dios. La mayoría se quejaba y, de forma equivocada gritaba con angustia: «Moisés, ¡te dijimos que era mejor que nos hubieras dejado en Egipto! ¡Incluso si muriéramos allí!».
Moisés sabía que humanamente no había salida. Pero confiaba en que el mismo Dios que los había sacado de Egipto les daría la liberación a su debido tiempo. Por eso descansó en su confianza en Dios. Tal confianza le había permitido responder al pueblo con calma: «No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy, porque los egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos». Sin embargo, el pueblo era tan indisciplinado espiritualmente que su imaginación desordenada y desesperada lo condujo a la violencia.
Cuando visualizamos mentalmente la derrota y nos entregamos al llanto y a los lamentos, no damos lugar a la confianza. Y empezamos a desconfiar incluso de las señales explícitas enviadas por Dios.
¡Qué reto para Moisés mantener la confianza del pueblo en Dios! Pronto la gente comenzó a discutir si la columna de nube enviada por Dios para protegerlos y guiarlos no se habría movido en sentido equivocado.
Pero, a pesar de la exaltada reacción del pueblo, la longanimidad y la misericordia divinas continuaron en acción. Mientras el ejército se acercaba agresivamente a su desesperada presa, la columna de nube se elevó, pasando por encima de los israelitas y aterrizando entre ellos y los egipcios. De repente, un muro de oscuridad se interpuso entre los dos grupos. Cayó una noche cerrada en el lado egipcio mientras que, para los hebreos, había mucha claridad.
¿Por qué el pueblo no pudo ver por fe que Dios los guiaba? ¿No habían visto ya tantas manifestaciones milagrosas?
Ahora la esperanza se reavivó en sus corazones. Los milagros se sucedían uno tras otro, como diciendo: «¡No temáis! Puedo hacer cosas mucho mayores de lo que podáis imaginar». Al amanecer, vieron los cuerpos de sus terribles enemigos, algunos flotando en el agua y otros arrojados a la orilla, mientras que ellos, con sus mujeres, niños y animales, sin la menor preparación para enfrentarse a semejante ejército, estaban sanos y salvos. Entonces no tuvieron más que alabar a Dios por la triunfante liberación.
Fue parte de la providencia divina permitir a los hebreos vivir esta situación, aparentemente desesperada, para que su poder pudiera manifestarse, humillando el orgullo de sus opresores. Podía haber evitado tal circunstancia, pero quiso probar su fe y fortalecer su confianza en Él.
¡Qué gran lección para nosotros! En la vida cristiana todos nos enfrentamos a peligros, y avanzar con confianza parece difícil. Dejamos que nuestra fértil imaginación defina nuestro fracaso espiritual. Pero Dios, en su misericordia, sigue actuando e invitándonos a avanzar. Tenemos que confiar y avanzar, aunque estemos rodeados de problemas, como ellos. Por la fe, podemos ver la poderosa mano de Dios que nos guía. Si dejamos la fe, los problemas no desaparecerán. No pospongamos la confianza porque haya peligro. Avancemos por fe y ¡esperemos en Él!