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Produciendo fruto

Mirian Montanari Grüdtner

«Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.» Gálatas 5: 22-23.

La voluntad de Dios es la máxima expresión de la excelencia.

El gran propósito de Dios para nuestras vidas es que le honremos al no permitirnos ser como la multitud desobediente, infeliz y desesperada. Y le honraremos produciendo el fruto del Espíritu. Este fruto tiene nueve gajos. Esto equivale a decir que solo está completo si todos los gajos se manifiestan en nosotros.

Cuando el fruto del Espíritu se da en nosotros, no hay lugar para las obras de la carne. Veamos las obras típicas de la carne femenina… Además de la desobediencia, la baja autoestima, la débil imagen de una misma, el desánimo, la melancolía, la incapacidad de decir ‘no’ a lo que nos hace mal y a las cargas excesivas impuestas por nosotras mismas y por los demás, la incapacidad de adoptar nuevos y buenos hábitos, el hecho de dejarse controlar por las emociones, las opiniones, las exigencias, las críticas de los demás y los halagos, la competencia con los hombres, la codicia, la lujuria, el egoísmo, el orgullo…

¡Dios quiere que alcancemos las alturas! Pero para producir el fruto del Espíritu y ser una mujer plena, emocional y espiritualmente madura, necesitamos tener una vida diaria de comunión con Él. Sin esto, no habrá transformación, ni cambio. Solo seremos un eco de la multitud, empujados por su forma de pensar, sentir y actuar.

Si estás pasando por duras luchas, recuerda esto: Dios siempre pone el mejor propósito en nuestro peor sufrimiento. Él quiere que experimentes su voluntad, que seas feliz, que vivas plenamente, pero hay aprendizaje a realizar antes. ¿Estás dispuesta a aprender lo que Él quiere enseñarte, incluso en medio del sufrimiento?

Él quiere permitirte ser victoriosa sobre ti misma y tener una vida que refleje Su vida. Busca la fuerza y el poder en Dios, para alcanzar las alturas que Él espera que alcances. ¿Es necesario hacer cambios en tu comportamiento, hábitos, pensamientos y sentimientos? Permite que Dios toque todo esto, sin miedo. ¡Y verás en lo que Él es capaz de transformarte!

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