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«Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. E hizo Jehová Dios nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal» (Génesis 2: 8-9). Oh, sí: ¡Este era un lugar muy especial! Un hermoso huerto para deleite de sus «bebés». Colocó a los seres humanos en ese lugar especial que había diseñado para ellos. ¿Te puedes imaginar a Dios creando y plantando árboles que no solo eran buenos para comer sino hermosos a la vista para que sus hijos se deleitaran con la belleza que los rodeaba? Lo hizo de la misma manera en que tú creaste un entorno adecuado para tus hijos, formados a tu imagen.

Este huerto era un lugar de belleza inigualable. En el antiguo lenguaje semítico del Mar Mediterráneo, la raíz de la palabra Edén significa ‘deleite'. Más aún, cuando el Antiguo Testamento fue traducido al griego muchos años antes del nacimiento de Jesucristo, la palabra griega usada para huerto en Génesis 2: 8-9, fue paradeisos. El huerto del Edén era, en el sentido más completo de la expresión, «el paraíso de deleite». ¡Por supuesto, Dios no haría nada menor que eso para sus hijos!

En el medio del paradeisos, Dios colocó «el árbol de la vida» (Génesis 2: 9). El fruto del árbol de la vida era un recuerdo visual y tangible de la conexión que ellos tenían con el Dador de la vida. Habían sido creados para ser inmortales, como Dios es eterno. Al comer de su fruto, vivirían para siempre. ¡Ese era el plan y ese era el lugar perfecto para cumplirlo! La eternidad es algo que tenemos profundamente arraigado en nuestras almas, porque fuimos hechos a la imagen de un Dios eterno.

Al traer a sus hijos a la vida se completó el proceso de la Creación; todo estaba hecho, acabado y perfecto. ¡Había llegado el momento de celebrarlo! Dios reposó de su obra, y bendijo y santificó el séptimo día; el día que por siempre recordaría la consumación de la obra creadora de Dios. El séptimo día quedaría vinculado perpetuamente con la creación y con la redención. Pero, ¡espera un momento! Todavía no hemos considerado el tema de la redención; lo haremos en los próximos capítulos. ¡Estoy ansiosa por compartirlo contigo!

Los seres humanos eran los hijos de Dios y, como tales, pasaron el primer día de sus vidas junto a su Creador en el hermoso huerto tan especial que había hecho para ellos. Celebraron la culminación de la obra creadora de Dios, de la que ellos mismos eran su corona, su obra maestra. El séptimo día fue el primero que el Creador y sus hijos pasaron juntos en íntima comunión. «Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación» (Génesis 2: 2-3). El Creador y sus criaturas descansaron juntos. ¿No habrías hecho lo mismo? ¿Acaso no te encanta tomar tiempo para celebrar algo junto a tus hijos? Bueno, Dios no quería una celebración de cumpleaños solo una vez al año; quería que nos acordáramos cada semana en el séptimo día. Así que apartó ese día y lo santificó. Sus hijos tendrían entonces un constante recordatorio de que él era su Creador.

Llena el espacio en blanco con tu propio nombre:

«Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí a que había formado. E hizo Jehová Dios nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal» (Génesis 2: 8-9).

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COMPRENDAMOS

LA BELLEZA DEL PARAÍSO: «Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre» El huerto estaba localizado en el centro de la tierra, y al este de donde se hallaba el narrador. En el huerto Dios puso toda clase de árboles. Los árboles representan la belleza majestuosa del huerto, como también el alimento, la sombra y el refugio para los animales. En el centro del huerto Dios colocó el árbol de la vida (2: 15-17).

El párrafo anterior (2: 10-14) da información, ya sea para situar geográficamente el huerto del Edén, para establecer el origen de cuatro grandes ríos anteriores al Diluvio o para ambas cosas. Iniciándose en una inmensa corriente de aguas alimentada desde las profundidades, el río fluía a través del Edén y se dividía en cuatro brazos que llevaban agua a las diversas regiones de la tierra.

«Dos de los ríos eran el Tigris y el Éufrates. La identidad del Pisón y del Gihón no es conocida, pero el Pisón llevaba agua a Hávila, una región del sudeste de Arabia rica en oro (Génesis 10: 7, 29; 1 Samuel 15: 7; 1 Crónicas 1: 9, 23). Otros materiales valiosos, posiblemente resina aromática y ónice (onix), también se encontraban allí (el significado de los términos hebreos no es conocido). Estos datos nos informan que Dios proveyó la tierra con una riqueza abundante» (Hartley, Genesis, pág. 60).

Dios proveyó la tierra con una riqueza abundante. Compara esta frase con la declaración de Jesús en Juan 10: 10.

LA BELLEZA DE LA LIBERTAD: Así como mis padres querían protegerme por amor y me enseñaron a no entablar conversación con extraños ni subir a un vehículo desconocido, Dios dio a sus amados hijos instrucciones acerca de cómo mantenerse lejos del peligro. Puesto que los seres humanos habían sido creados como seres dotados de moralidad, Dios protegería su libertad informándoles claramente de los límites. Sabrían exactamente cuándo estarían cruzando la línea hacia su independencia moral. Dios les dio amplia libertad. Solamente había una excepción: «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás"» (Génesis 2: 16-17). «De todo árbol» incluía el árbol de la vida. Una vida sin fin era lo que les esperaba. Comerían de todos los demás árboles y del árbol de la vida. Pero si decidían ser como dioses, con la idea de que podían discernir entre lo bueno y lo malo, se separarían de la protección del Dador de la vida y caerían bajo la sentencia de muerte. Ellos eran seres morales perfectos que conocían solo el bien, pero tenían la posibilidad de elegir abandonar la protección del discernimiento ético de Dios. Vivir o morir era su elección.

Como cualquier persona enamorada podría decirte, no se puede mantener secuestrado al ser amado. Simplemente, el amor no puede existir sin libertad. Por eso, la posibilidad de elegir es un requisito previo básico para que exista el amor. Si en la ecuación no se incluye la libertad, el amor se transforma en temor. Por eso, además del árbol que les recordaba el eterno plan de Dios (el árbol de la vida), estaba el otro árbol llamado «el árbol del conocimiento del bien y del mal» (Génesis 2: 9). Si ellos querían separarse de Dios y de su protección moral, ese era el camino para hacerlo. LA BELLEZA DE LA PLENITUD: «La declaración “y serán una sola carne” describe la unidad de un hombre y una mujer. El punto aquí no es la relación sexual resultante o los hijos que nacerán, aunque tampoco excluye estas manifestaciones de su unión. Mas bien se destaca la unidad social y espiritual de la nueva pareja. Al llegar a ser una sola carne, un hombre y una mujer estrechan un lazo más íntimo que el parentesco de sangre. Debido a que en el matrimonio se produce la más profunda relación humana, cualquier abuso de uno sobre el otro niega su mutua relación y quebranta la armonía que Dios diseñó» (Hartley, Genesis, pág. 64).

«Es interesante que el climax de la historia de la creación es la nota que ambos estaban desnudos y no se avergonzaban (Génesis 2: 25). Por supuesto, la expresión desnudos se refiere, en primer lugar, a la desnudez física, pero también se puede entender que no existía ninguna clase de barrera que separaba a Adán y Eva» (Hamilton, The Book of Genesis Chapters 1-17 (NICOT), pág. 181).

REFLEXIONEMOS

Sé que muchas veces durante mi juventud, no merecí la bondad de mis padres; no obstante, ellos siempre fueron compasivos y amantes conmigo. En muchas ocasiones creía que podía hacer las cosas mejor que ellos. Un día, siendo yo una adolescente, en lugar de pedirle ayuda a mi madre, decidí cortarme el cabello sola. Me encerré en el baño y comencé la tarea. Pero muy pronto experimenté lo que en psicología se conoce como «intensificación de compromiso». Comprendí que algo andaba mal, pero como ya había invertido energía y orgullo en el proyecto, decidí seguir adelante y tratar de arreglarlo. El caso es que las cosas iban de mal en peor. ¿Te ha ocurrido alguna vez? Te das cuenta de que vas por la dirección equivocada pero, debido a que ya invertiste dinero, tiempo, talento y honor, decides seguir en el mismo curso de acción e invertir aún más, aunque obviamente no estás avanzando.

Muy pronto entendí que me había metido en un grave problema. Trataba de arreglar el lío que había producido en mi cabeza, pero se me estaba terminando el cabello que intentaba igualar. Me quedaban unos pocos centímetros; mucho menos de lo que había imaginado cuando comencé mi aventura, ¡y estaba todo desigual! Fue entonces cuando asumí que, probablemente, me convenía buscar a mi madre, pedirle perdón por haber rechazado su ayuda, y ofrecerme como su esclava de por vida (estoy bromeando) si tan solo lograba que me viera nuevamente como una persona normal, aunque pareciera que ya no había remedio. Salí del baño con las tijeras y una cara que mostraba toda mi desesperación. ¡Mi madre tenía todo el derecho de rechazarme y hacerme vivir las consecuencias de mis actos! Sin embargo, me pidió que me sentara en una silla de la cocina y, con amor y mucha habilidad, invirtió un largo, largo tiempo, tratando de devolverle alguna respetabilidad al poco cabello que me quedaba. Finalmente, terminé con el pelo muy cortito, con mucho estilo y con el alma agradecida.

Cuántas veces en mi vida actué como si yo supiera más que Dios… Soy así de testaruda; en cambio, él es paciente, compasivo y amante conmigo.

 

¿Te acuerdas de algún suceso similar de tu vida diaria que te venga a la mente en este momento?

«Adán y Eva no necesitaban vestimenta material, pues el Creador los había rodeado con un manto de luz, un manto simbólico de su propio carácter justo que se reflejaba perfectamente en ellos» (Comentario bíblico adventista, t. 1, pág.239). En la historia de la redención, ¿qué fue lo que provocó la “crisis de la vestimenta"?

Bajo la BELLEZA de la protección moral de Dios no existía la vergüenza; ¿por qué hay vergüenza ahora?

Lee Génesis 3: 7. En la siguiente lección abordaremos la caída de la humanidad. Pero, ¿por qué piensas que lo primero que hicieron Adán y Eva, después de haber pecado y sentir que estaban desnudos, fue buscar hojas de higuera para cubrirse?

¿Por qué la «crisis de la vestimenta» continúa hasta el fin del tiempo? (ver, Apocalipsis 3: 17-18).

Repite estas palabras de la Escritura en voz alta:

«En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia» (Isaías 61: 10)

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VEAMOS A JESÚS EN LAS ESCRITURAS

Vamos a tratar el tema de la redención en las siguientes lecciones; pero, en este momento del relato bíblico, es muy importante que comprendamos que la sorprendente belleza de la obra completa de Dios incluye no solamente la creación, sino también la redención, porque él prometió recrear la belleza que había diseñado originalmente para la humanidad. Por eso, muchas de las palabras y conceptos que hemos estudiado en los primeros tres capítulos del Génesis en relación a la creación, se repetirán en el Nuevo Testamento en relación a la redención lograda por Jesús. Considera las siguientes expresiones del Génesis y del Nuevo Testamento:

Génesis Nuevo Testamento
Consumación (Génesis 2: 1-2)

En estos versículos se nos dice que Dios «acabó» la creación En la versión griega del Antiguo Testamento (La Septuaginta, LXX), esta palabra contiene el verbo teleó, que significa finalizar, completar, cumplir.

Consumación (Juan 19: 30)

El clamor final de Jesús en la cruz mientras moría para redimir al mundo fue «consumado es». Esta última declaración de Jesús también contiene el verbo teleó (completar, finalizar, cumplir).

Descanso y sábado (Génesis 2: 2-3)

El séptimo día fue apartado por Dios para ser un recordatorio de la creación (ver, Éxodo 20: 8-11). Dios descansó en ese día, celebró la terminación de la creación, y lo bendijo y santificó.

Descanso y sábado (Hebreos 4: 9-10)

En Jesús, el séptimo día se convierte también en una celebración de nuestra redención. Cuando el creyente siente un descanso pleno al confiar en la obra redentora de Cristo, descansa de sus propias obras como Dios descansó de su obra creadora.

Cubriendo la desnudez (Génesis 3: 7, 21)

Cuando Adán y Eva pecaron, se vieron desnudos y trataron de esconder su vergüenza cubriéndose con hojas de higuera. Pero Dios les hizo vestiduras de pieles y los vistió.

Cubriendo la desnudez (Apocalipsis 3: 17-18)

A través de la Biblia, la «crisis de la vestimenta» es la elección entre la suficiencia propia y la provisión divina. Jesús mismo nos exhorta a vestirnos con sus vestiduras blancas para que la vergüenza de nuestra desnudez no se revele.

El Paraíso y el árbol de la vida (Génesis 2: 8-9; 3: 24)

El hermoso lugar que Dios preparó para sus hijos fue un «paraíso de deleite» En el medio de ese huerto estaba el árbol de la vida: constante recordatorio de su conexión con el Dador de la vida. Lamentablemente, los humanos perdieron el paraíso y el acceso al árbol de la vida y fueron mortales.

El Paraíso y el árbol de la vida (Apocalipsis 2: 7; 22: 14)

Siendo que Jesús cargó sobre sí la muerte de la humanidad, abrió nuevamente el camino al Paraíso (ver, Lucas 23: 43). Los que crean que Jesús murió en su lugar, tendrán nuevamente acceso al árbol de la vida (Apocalipsis 22: 14) y a la eternidad. La Biblia comienza y termina con el mismo tema. ¡Es un círculo completo!

RESPONDAMOS A LA MARAVILLOSA BELLEZA DE DIOS

Escribe un pacto entre tú y Dios donde sustituyas tu vergüenza por la plenitud que él te ofrece: «El Espíritu del SEÑOR omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, […] y a confortar a los dolientes de Sión. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento. […] En vez de su vergüenza mi pueblo recibirá doble porción; en vez de deshonra se regocijará en su herencia; […] y su alegría será eterna» (Isaías 61: 1, 3, 7, versión NVI, el destacado es nuestro). Dios quería que sus hijos vivieran rodeados de belleza y abundancia. Los vistió con su manto de justicia y los bendijo con un «paraíso de deleite». Vislumbres de su maravillosa belleza pueden observarse todavía en la magnificencia de la naturaleza que nos rodea. Sin embargo, no podemos siquiera imaginarnos cómo era en el principio, antes de que el pecado entrara en este mundo. No obstante, Dios no abandonó a sus hijos cuando estos cayeron en la trampa de una «crisis de vestimenta». Prometió rescatarnos y traernos de regreso al «paraíso de deleite». Sin embargo, el precio sería muy elevado, ya que nuestras vestiduras solo podrían ser emblanquecidas en la sangre del Cordero (ver Apocalipsis 7: 14).

 

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