Richard M. Davidson
En la Biblia el mensaje de adoración y salvación no se expone con una terminología teorética ni escolástica, sino más bien de una manera que podríamos describir como «artística». Aproximadamente el cuarenta por ciento del Antiguo Testamento está escrito en forma de poesía, y extensas porciones de las Escrituras están redactadas con un estilo cuidado y elaborado. Podemos decir con propiedad que ninguna porción de la Biblia carece de belleza literaria.1 La Escritura expone, sobre todo, el plan de salvación de modo estético y perceptible mediante la espectacular magnificencia del santuario, donde Dios escenificó para los israelitas el plan de salvación. La impactante simbología y tipología del santuario hacen que la verdad se presente de manera efectiva.
Jo Ann Davidson señala que esta constante presencia estética en las Escrituras «ratifica la naturaleza holística del hombre al comunicarse mediante manifestaciones estéticas. Aunque el intelecto es parte esencial de la naturaleza humana, Dios no limita su comunicación al razonamiento abstracto o al discurso sistemático».2 Además, yo mismo quedé, profundamente impresionado al descubrir que Elena G. de White usa «belleza»/«bello» o «hermosura»/«hermoso más de 5,600 veces en sus escritos.3 En concreto, ella destaca que la doctrina correcta y los sistemas éticos más perfectos por sí mismos nunca conmoverán los corazones. Es la belleza de la verdad la que cautiva los sentidos para acercar y atraer al observador.4 Esta «hermosura de la verdad» se pone de manifiesto especialmente en el santuario.
En su «Canto del santuario» (Sal. 27), David describe su propósito primordial en su experiencia dentro del santuario: «Contemplar la hermosura de Jehová» (vers. 4). El término hebreo nō’am, traducido como «hermosura», encierra un concepto dinámico, que describe la belleza que atrae al observador por sus valores estéticos y espirituales. David desea contemplar la belleza de la Divinidad en el santuario —una hermosura que es inherente al Señor —su carácter— y que el propio Jehová nos da a conocer.
A lo largo del Antiguo Testamento, la experiencia de la salvación y la adoración en el santuario se describe en el lenguaje de la belleza estética. En su descripción de esta experiencia estética, los escritores bíblicos inspirados emplearon en hebreo al menos catorce vocablos diferentes para «hermosura».5
El divino Diseñador y los artistas divinamente comisionados
Gran parte del Pentateuco está dedicado a describir las llamativas estructuras y los vistosos servicios del tabernáculo de Moisés en el desierto. Tengamos muy en cuenta que fue Dios mismo quien dio el diseño (Éxo. 25: 9, 40). ¡Él es el gran Maestro diseñador! Cuando leemos con detenimiento el libro de Éxodo, podemos sentirnos abrumados e incluso cansados por la abundancia de detalles, pero es importante tener en cuenta que Dios se extiende con intención en cada uno de ellos. El Señor propuso que todo tenía que ser hecho perfectamente, que todos los elementos habían de ser bellos. Moisés no solo describe minuciosamente los detalles en las instrucciones sobre la construcción (Éxo. 25–31), sino que luego Dios inspira a Moisés a repetir la minuciosa descripción, ahora indicando que el tabernáculo había sido construido tal como Dios lo había ordenado (Éxo. 35-40).
El Señor no dio todas las indicaciones para la construcción del tabernáculo diciendo: «Y ahora háganlo lo mejor que puedan». De ningún modo; sino que además escogió al artista Bezaleel, al que había «llenado del espíritu de Dios», y le había «dado sabiduría, inteligencia, ciencia y dotes artísticas» (Éxo. 35: 31, RVC). Resulta llamativo que la primera persona en ser llenada con el Espíritu Santo en las Escrituras no fuera un predicador, ni un sacerdote o un profeta, sino que haya sido un artista (véase también Éxo. 28: 3). No únicamente Bezaleel, sino Aholiab y otros artistas fueron elegidos: «Moisés llamó a Bezaleel y a Aholiab, y a todos los que tenían el mismo espíritu artístico, y a quienes el Señor había dado pericia y habilidad y se sentían movidos a […] hacer el trabajo» (Éxo. 36: 2, NVI). Fueron divinamente otorgados diversos dones «para hacer trabajos artísticos en oro, plata y bronce, para cortar y engastar piedras preciosas, para hacer tallados en madera y realizar toda clase de diseños artísticos y artesanías» (Éxo. 35: 32-33, NVI). A Bezaleel y Aholiab también les fue concedida la habilidad de enseñar a otros a hacer «toda clase de artesanías, diseños y recamados en lana, púrpura, carmesí y escarlata, y lino» (Éxo. 35: 35, NVI). ¡Cuánta creatividad artística!
De igual modo, David recibió indicaciones de Dios para construir el templo (1 Crón. 28: 11) y varios capítulos de los libros de Reyes y Crónicas describen la recolección de materiales para el templo de Jerusalén (1 Crón. 22–29; 1 Rey. 5), así como la construcción y dedicación salomónica del templo (1 Rey. 6–8; 2 Crón. 2–7). El maestro de obras encargado de la construcción del templo de Salomón fue Hiram, que «era por parte de su madre descendiente de Aholiab a quien, centenares de años antes, Dios había dado sabiduría especial para la construcción del tabernáculo».6
Belleza única
En las indicaciones inspiradas para la construcción del tabernáculo y más tarde del templo de Salomón, la descripción del estilo de adoración resulta espléndido y atractivo. En efecto, los escritores inspirados señalan explícitamente la función estética de diversos detalles. Veamos que Dios da dos veces instrucciones precisas a Moisés a fin de que las vestiduras sagradas sacerdotales «confieran honra y hermosura [tip’ereṯ]» (Éxo. 28: 2, 40, RVC). El redactor de Crónicas reitera que Salomón «adornó el templo» (LPH) con «un ornamento [tip’ereṯ] de piedras preciosas» (2 Crón. 3: 6).
La belleza del tabernáculo del desierto
El trabajo artístico del tabernáculo mosaico fue espectacularmente realizado con un conjunto de finísimos materiales: «Oro, plata, bronce, lana teñida de púrpura, carmesí y escarlata; lino fino, pelo de cabra, pieles de carnero teñidas de rojo, pieles de delfín, madera de acacia, aceite para las lámparas, especias para aromatizar el aceite de la unción y el incienso, y piedras de ónice y otras piedras preciosas para adornar el efod y el pectoral del sacerdote» (Éxo. 25: 3-7, NVI).
No he encontrado mejor ni más sucinta descripción del aspecto que presentaba el tabernáculo mosaico que la de Patriarcas y profetas:
El tabernáculo fue construido desarmable, de modo que los israelitas pudieran llevarlo en su peregrinaje. Era por consiguiente, pequeño, de unos diecisiete metros de largo por unos cinco metros y medio de ancho y alto. No obstante, era una construcción magnífica. La madera que se empleó en el edificio y en sus muebles era de acacia, la menos susceptible al deterioro de todas las que había en el Sinaí. Las paredes consistían en tablas colocadas verticalmente, fijadas en basas de plata y aseguradas por columnas y travesaños; y todo estaba cubierto de oro, lo cual hacía aparecer al edificio como de oro macizo. El techo estaba formado de cuatro juegos de cortinas; el de más adentro era «de lino torcido, azul, púrpura, carmesí; y […] querubines de obra primorosa» (Éxo. 26: 1); los otros tres eran de pelo de cabras, de cueros de carnero teñidos de rojo y de pieles de tejones, arreglados de tal manera que ofrecían completa protección.
El edificio se dividía en dos secciones mediante una bella y suntuosa cortina, o velo, suspendida de columnas doradas; y una cortina semejante a la anterior cerraba la entrada de la primera sección. Tanto estos velos como la cubierta interior que formaba el techo eran de los más magníficos colores, azul, púrpura y escarlata, bellamente combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y plata, querubines que representaban la hueste de los ángeles asociados con la obra del santuario celestial, y que son espíritus ministradores del pueblo de Dios en la tierra.7
Después de la concisa descripción del atrio circundante y del mobiliario, Elena G. de White no logra encontrar palabras adecuadas para describir la armoniosa hermosura del interior del tabernáculo, la cual solo reflejaba débilmente la deslumbrante gloria del santuario celestial, cuyo modelo fue la base para el terrenal:
No hay palabras que puedan describir la gloria de la escena que se veía dentro del santuario, con sus paredes doradas que reflejaban la luz de los candelabros de oro, los brillantes colores de las cortinas ricamente bordadas con sus relucientes ángeles, la mesa y el altar del incienso refulgentes de oro; y más allá del segundo velo, el arca sagrada, con sus querubines místicos, y sobre ella la santa shekinah, manifestación visible de la presencia de Jehová; pero todo esto era apenas un pálido reflejo de las glorias del templo de Dios en el cielo, que es el gran centro de la obra que se hace en favor de la redención del hombre.8
La belleza del templo de Salomón
La arquitectura y todo el arte del templo de Salomón fueron aún más admirables por la ingente utilización de oro, plata, bronce, hierro, tapices lujosamente tejidos de finas texturas y elegante colorido, gigantescos bloques de piedra tallada, macizos tablones de cedro y ciprés, y madera de olivo para las puertas, y ni qué decir de las «piedras de ónice, piedras de engaste, piedras talladas de diversos colores, piedras preciosas de toda clase, y mármol en abundancia» (1 Crón. 29: 2, NVI; cf. 1 Crón. 22, 28; 1 Rey. 5-6). Elena G. de White compendia estupendamente la hermosura del templo de Salomón:
De una belleza insuperable y esplendor sin rival era el palacio que Salomón, y quienes le ayudaban, erigieron para Dios y su culto. Adornado de piedras preciosas, rodeado por atrios espaciosos y recintos magníficos, forrado de cedro esculpido y de oro bruñido, el templo, con sus cortinas bordadas y muebles preciosos, era un emblema adecuado de la iglesia viva de Dios en la tierra, que a través de los siglos ha estado formándose de acuerdo con el modelo divino, con materiales comparados al «oro, plata, piedras preciosas», «labradas a manera de las de un palacio (1 Cor. 3: 12; Sal. 144: 12). De este templo espiritual es «la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor» (Efe. 2: 20-21).9
En otras partes ella misma llega a decir que el templo de Salomón era «el edificio más soberbio que este mundo haya visto»,10 «la más grandiosa construcción que jamás edificaran manos humanas»11 y que «no se halla en el mundo un edificio tal en lo que atañe a belleza, riqueza y esplendor».12
¿Alguna vez ha tratado usted de imaginar realmente la gran belleza del santuario que Moisés erigió en el desierto por indicación divina, y el impresionante esplendor del templo de Salomón? Considere el valor de los metales preciosos, lo llamativo del arte visual, los asombrosos detalles de lo auditivo, y hasta la conjunción de penetrantes aromas que caracterizaba al templo.
Metales preciosos
Para que nos hagamos una idea, pensemos tan solo en los metales preciosos. De acuerdo a Éxodo 38: 24-25. Para el santuario portátil del desierto se empleó una tonelada de oro (29 talentos, 730 siclos) y casi tres toneladas y media de plata (100 talentos, 1 775 siclos).
Si lo anterior resulta impresionante, uno se queda totalmente pasmado al pensar en la cantidad de oro usado para todo el templo de Salomón, incluyendo la cubierta de oro para los muros, el suelo y las puertas, además de los sólidos zócalos de oro y el candelabro de siete brazos. Según 1 Crónicas 22: 14, David almacenó «tres mil trescientas toneladas de oro» y «treinta y tres mil toneladas de plata» (RVC), lo cual al precio de estos metales actualmente supondría un costo de no menos de 300 mil millones de dólares. Imaginémonos ahora los muros y el mobiliario cubiertos de oro junto con los vasos dorados: ¡El oro resplandecía por todas partes! Pensemos en aquella deslumbrante hermosura. ¿Nos atreveremos a calcular la cantidad de oro que finalmente se empleó en el templo de Salomón? Un millón de talentos: algo así como 35 mil toneladas, que hoy supondrían una inversión superbillonaria solo en oro. ¿Y qué diríamos de la ingente cantidad de bronce y hierro? Se nos dice que era «incalculable» (1 Crón. 22: 14, LPH).
Arte visual
Para la construcción del santuario mosaico y del templo salomónico se recurrió a prácticamente todas las artes visuales entonces conocidas: querubines de oro puro; candelabros labrados con flores y frutos; el «mar» de bronce con una capacidad de más de cuarenta mil litros, que estaba sostenido por doce bueyes y decorado con leones, lirios y palmeras. «Dios está diciendo: “Habrá hasta leones esculpidos en mi Casa, además de bueyes y querubines”. Y no por un sentido utilitario, sino para embellecimiento».13
Había una cubierta labrada de oro en los muros interiores, el suelo del templo, la mesa y el altar del incienso en el lugar santo; una tapicería tejida en variados colores y texturas; usada para cubrir el tabernáculo, para los velos del tabernáculo y del templo, y para las vestiduras especiales del sumo sacerdote; un fino recamado de querubines en la tela de los cortinajes que cubrían el tabernáculo, un bajorrelieve de querubines, palmeras, y flores abiertas y cadenetas en los muros interiores del templo; una labor de repujado como en el título en la mitra del sumo sacerdote; y gemas cortadas y engastadas, como las piedras preciosas sobre las vestiduras sumosacerdotales y las que embellecían el templo salomónico.14
Como una prueba más de la importancia de la estética en la construcción del templo, para la fachada se erigieron dos enormes columnas de casi veinte metros de altura con capiteles en la cima. Tal como Schaefer observa, estas columnas «no sostenían ningún edificio, así que no tenía ninguna utilidad arquitectónica. Estaban allí solo porque Dios dijo que allí debían estar como elemento ornamental».15
El arte auditivo
La estética del templo incluía no solo una arquitectura impresionante sino también exquisitez musical, con el libro de los Salmos constituyendo el himnario para la adoración. Los coros de los levitas estaban compuestos de doscientos ochenta y ocho cantores (1 Crón. 25: 7), y cuatro mil músicos que tocaban los instrumentos que el mismo David había diseñado y construido (1 Crón. 23: 5). Durante los servicios regulares y especialmente durante los festivales anuales, tres coros antifonales, conformados por descendientes de los tres hijos de Leví —los coatitas en el medio, dirigidos por Hemán; los meraritas en la izquierda, dirigidos por Etán; y los gersonitas en la derecha, dirigidos por Asaf—, entonaban salmos conjuntamente, acompañados «de las trompetas y de los címbalos y de los otros instrumentos de música» (2 Crón. 5: 13). En la dedicación del templo, junto con los cantores y los músicos, había 120 trompetistas, que estallaban en tonos extáticos a medida que la gloria de Dios llenaba la casa (vers. 12-14). Además de la gloriosa música, no debe olvidarse la liturgia de los servicios del santuario/templo de una espectacular magnificencia con la que sacerdotes y adoradores escenificaban el plan de salvación.
La estética aromática
Los goces estéticos alcanzaban incluso el sentido del olfato en el momento en que el campamento quedó impregnado con la fragancia aromática del incienso sagrado. Dios mismo estableció la composición de ese precioso y único aceite aromático (Éxo. 30), elaborado con unos cuatro litros del más puro aceite de oliva virgen, combinado con las más finas especias: unos seis kilos de costosa mirra líquida de Somalia; tres kilos de canela aromática y otro tanto de cáñamo aromático de Arabia; seis kilos de olorosa corteza de casia índica. Todo esto era transformado poco a poco por el maestro perfumista en una singular y finísima fragancia. ¿Puede imaginar el cautivador aroma original de la mirra, la canela, el cáñamo y la casia flotando sobre el campamento de Israel?
¡Qué majestuosa exhibición estética en el santuario!
Un Dios amante de lo bello
Cuando presento el tema de la belleza del santuario en mis clases del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, suele surgir la pregunta respecto a por qué Dios ordenó que Israel construyera un tabernáculo y un templo tan espectaculares, cuando ellos podían haber usado aquellos enormes recursos para alimentar a los pobres o cuidar a los necesitados.
Muchos adventistas están tentados a reclamar, tal como lo hicieron los discípulos de Jesús cuando vieron el vaso de alabastro lleno de perfume aromático que la Magdalena tenía listo para derramar: «¿Para qué este despilfarro? Porque esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres» Y Dios tendrá que recordarnos lo que Jesús dijo a sus discípulos: «Esta mujer […] ha hecho conmigo una buena obra» (Mat. 26: 8-10, RVC). En el Antiguo Testamento Dios hace amplia provisión para los pobres, pero también ordena a Israel que construya un impresionante santuario/templo.
La espectacular magnificencia del santuario/templo pone, en primer lugar, de manifiesto que Dios es amante de la belleza y cuida con esmero que todo lo relacionado con su servicio esté lleno de hermosura. En cambio, en diversos ámbitos, los adventistas dedicamos gran esfuerzo en la buena presentación de la verdad (doctrina) y lo benéfico (ética), pero poco a la belleza (estética). Se dedica tiempo, energía y recursos bastante limitados para conseguir que nuestros servicios y lugares de culto sean realmente bellos y atractivos.
De la hermosura del santuario, tenemos que tomar buena nota de la necesidad de disfrutar de la belleza que Dios creó de modo que todo resulte atractivo. Hemos de «detenernos a oler las rosas», deleitándonos en la contemplación de las obras de nuestro Creador. Es preciso que aprendamos a reflejar el amor divino por la belleza en el buen gusto en el vestir y en el cuidado del aspecto físico personal, en el buen cuidado y conservación de nuestras viviendas y, sobre todo, en la preparación de servicios y lugares de culto con una estética atrayente.
En nuestro intento por completar el panorama, nos vamos a encontrar con otra sorprendente belleza. Cuando el Eterno dio instrucciones para construir el santuario terrenal en Éxodo 25, le indicó a Moisés: «Conforme a todo lo que yo te muestre, así haréis el diseño (del hebreo tabnîṯ) del tabernáculo y el diseño de todos sus utensilios» (vers. 9). Según el término tabnîṯ, a Moisés le fue mostrado un modelo en miniatura del santuario original en el cielo.16 De acuerdo con este texto, el santuario terrenal fue construido para reproducir el celestial previamente existente. Esta conclusión la corrobora Hebreos 8: 5, al citar Éxodo 25: 9, donde se dice que los sacerdotes terrenales «sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: “Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte”». El tabernáculo terrenal fue construido siguiendo el modelo que en última instancia apuntaba al original celestial. Esto es igualmente cierto en cuanto al templo de Salomón. Elena G. de White dice:
La morada del Rey de reyes, donde miles y miles ministran delante de él, y millones de millones están en su presencia (Dan. 7: 10); ese templo, lleno de la gloria del trono eterno, donde los serafines, sus resplandecientes guardianes, cubren sus rostros en adoración, no podía encontrar en la más grandiosa construcción que jamás edificaran manos humanas, más que un pálido reflejo de su inmensidad y de su gloria.17
Hemos de ir mucho más allá en el tiempo para conocer mejor el panorama completo. ¿Cuándo se originó el santuario celestial? ¿Existía antes del pecado? ¿Había un santuario celestial incluso antes de la necesidad de resolver el problema del pecado en el universo?
Pueden encontrarse indicios sobre este santuario o templo celestial previo a la caída en dos pasajes que los adventistas del séptimo día venimos usando para explicar el surgimiento del mal en el universo con la rebelión luciferina: Isaías 14 y Ezequiel 28. Aunque ha sido cuestionado que estos capítulos se refieran realmente al origen del pecado en el cielo, investigaciones eruditas han puesto de manifiesto que en ambos pasajes evidentemente se traspasa del ámbito local e histórico de los reyes terrenales, al ámbito cósmico y celestial, describiendo a Lucifer/Satanás y el origen del gran conflicto.18
Como prueba de ello, fijémonos en que Ezequiel 28: 1-10 describe al «gobernante» (vers. 1, RV95) de Tiro como «príncipe» (vers. 1, RVA/RVC, nāgid en hebreo), pero en Ezequiel 28: 11-19 hay un radical cambio de terminología. Estos últimos versículos describen al «rey» cósmico (meleḵ en hebreo) de Tiro, el verdadero gobernante («rey»), Satanás mismo, que maneja entre bambalinas, como rey de las «potestades que dominan este mundo de tinieblas, […] fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Efe. 6: 12, NVI), moviendo el peón humano («príncipe») que ocupa el trono terrenal. Además, la terminología de Ezequiel 28: 11-19 no se puede aplicar al gobernante de Tiro, ni a ningún otro monarca terrenal. El personaje descrito en estos versículos había sido mucho antes, «en Edén, en el huerto de Dios», «un modelo de perfección, lleno de sabiduría y hermosura» (vers 13, 12, NVI). El Señor dice de él en aquellos días, antes de su pecado: «Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad» (vers. 15).
Lo que es particularmente significativo al analizar el tema del santuario celestial es el papel atribuido a este ser celestial antes de que pecara. El pasaje afirma que él sirvió como un «querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios. Allí estuviste» (Eze. 28: 14). Reflexionemos: Si nos hallamos frente a una escena celestial que presenta a un «querubín grande y protector», ¿que estamos viendo? Siguiendo el paralelo con el santuario terrenal —donde había querubines con alas que cubrían el arca del pacto en el lugar santísimo (Éxo. 37: 9)— podemos deducir que estamos nada menos que ante el mismísimo lugar santísimo del santuario celestial. Por lo tanto, Ezequiel 28 no solo nos presenta el origen de Satanás, que era una vez un hermoso ángel no caído, sino que es un indicio de la existencia del Santuario celestial antes del pecado.
Ezequiel 28 indica la ubicación de este santuario/templo celestial sobre «el santo monte de Dios» (Eze. 28: 14, 16). El pasaje paralelo en Isaías 14 —que en realidad designa al querubín no caído como «Lucifer, hijo de la aurora» (vers, 12, NBV) y describe en detalle su orgullo y rebelión— aporta un valioso elemento informativo sobre este «santo monte de Dios». En Isaías 14, este monte, en el cual se halla el trono de Dios, es llamado «el monte de la asamblea» (Isa. 14: 13, BA; RVA/RV95: «monte del testimonio»; RVC: «monte del concilio»). Aun antes del primario origen del pecado, el santuario celestial estaba funcionando como un lugar de asamblea en conexión con el trono de Dios. Era el palacio del Rey, donde seres no caídos se congregaban para adorar y servir a su Creador. Esta era la función original del santuario. Antes de llegar a ser el centro de actividad para resolver la gran tragedia cósmica del pecado, era un lugar de adoración. Para aquellos lectores que no les suena a «música celestial» la terminología de la erudición teológica podemos decir que «antes de la soteriología [salvación] era la doxología [alabanza]».
Pero ¿desde cuándo existía el santuario celestial como lugar del trono divino y donde el universo venía a alabar, adorar y servir a Dios? Abramos la mente para poder ver todavía más allá en el tiempo, remontándonos a los inicios del propio universo, al principio del principio. Según Jeremías 17: 12, «desde el principio, nuestro santuario es un lugar excelso; ¡es el trono de la gloria!» (RVC). Que «nuestro santuario […] es excelso», en este pasaje no puede referirse al santuario terrenal; pues el arca del pacto, que representaba el trono de Dios, no fue puesta en «un lugar excelso». A la luz de otros pasajes del Antiguo Testamento que describen el sublime trono celestial de Dios (véase Isa. 6: 1; cf. Jer. 25: 30), el santuario en el versículo anterior tiene que referirse al Santuario celestial. Fijémonos además en que su existencia se remonta al «principio».19 Desde el comienzo de la creación del universo de Dios —mucho antes del surgimiento del mal— el santuario celestial venía siendo el centro de gobierno del universo, ¡el salón del trono del Creador omnipotente!
A lo largo y ancho de toda la Biblia encontramos bastantes evidencias del templo celestial. Durante mi curso de doctorado, se me asignó que hiciera un trabajo monográfico sobre el santuario celestial en el Antiguo Testamento sin citar el libro de Daniel. No creía yo que fuera a encontrar nada significativo sobre lo cual explayarme, pero cuando ya llevaba sesenta páginas redactadas, apenas había empezado a rascar la superficie de decenas de pasajes referentes al Santuario celestial. Recientemente, Elias Brasil de Souza ha escrito y publicado su tesis doctoral sobre el Santuario celestial en el Antiguo Testamento,20 donde presenta cuarenta y tres pasajes que contenían el motivo del santuario/templo celestial.21
Leonardo Nunes también examina los pasajes del Nuevo Testamento que abordan el motivo del santuario/templo celestial.22 En su lista hay por lo menos treinta y cinco referencias directas, además de numerosas alusiones no explícitas que él no toma en cuenta.23
Las representaciones del santuario celestial que encontramos en la Biblia se dan en todos los géneros literarios —narrativa, liturgia, poética y sapiencial, profética, Evangelios, Epístolas, apocalíptica—, y todas ellas coinciden en afirmar la realidad del santuario celestial. Las escenas de la asamblea divina, de la liturgia celestial y del tribunal celestial sesionando, coinciden en atribuir realidad espacio-temporal a un lugar en el cielo conocido como Santuario o templo celestial.24 Después de estudiar toda la evidencia del Antiguo Testamento, De Souza concluye que «el santuario/templo celestial es un lugar en el cielo y, por lo tanto, no debe ser interpretado como una metáfora para la presencia de YHWH o como una realidad coextensiva con el cielo».25
Isaías vio el templo celestial en plena actividad doxológica. Los serafines están cantando antifonalmente «¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!» (Isa. 6: 3). Daniel contempla el santuario celestial, donde «miles de miles lo servían, y millones de millones estaban delante de él» (Dan. 7: 10). Todo el Apocalipsis está estructurado con escenas del santuario celestial, con actividades de adoración, alabanza, y honra al Rey de reyes.
El panorama completo nos hace ver que el santuario celestial tiene otra función, además de su propósito redentor, como palacio/templo donde Dios mora, como el centro de gobierno del universo, y como el lugar de adoración y congregación para todas las criaturas divinas no caídas.
Puesto que el santuario terrenal lo que nos ofrece «no son más que copias y sombras de lo que hay en el cielo» (Heb. 8: 5, DHH), podemos inferir que las contrapartes de los principales enseres del santuario de acá reproducen realidades celestiales de allá. Esto es confirmado en Apocalipsis, donde se le permite a Juan contemplar el santuario celestial, y observa un mobiliario correspondiente al que había en el santuario terrenal: el candelabro (Apoc. 4: 5), el altar dorado (Apoc. 8: 3) y el arca del pacto (Apoc. 11: 19).26
Por supuesto, no podemos afirmar con certeza cómo es realmente el mobiliario del santuario celestial. Mi profesor, el fallecido Gerhard F. Hasel, bromeaba en una ocasión con sus alumnos, asegurando que él sabía de qué estaba realmente hecho el santuario celestial y sus enseres. Luego de mantenernos en suspenso por unos instantes, finalmente nos desveló su «secreto», diciendo, con mirada de pícara complicidad: «El santuario celestial está hecho de… ¡cosas celestiales!», poniendo el debido énfasis en «celestial» y «celestiales». Las «cosas celestiales» no son meramente las abstracciones mentales de la filosofía platónica. Buena parte de la teología actual todavía sigue la noción platónica de un Dios atemporal, ajeno a la realidad espacio-temporal. Esa, sin embargo, no es la noción bíblica. Los pasajes en la Escritura concernientes al santuario celestial revelan a un Dios que, efectivamente, interviene y participa en el espacio y en el tiempo. Aunque él no esté limitado ni por el espacio ni por el tiempo, ciertamente mora en un lugar real en el universo: su templo/palacio.27
El santuario celestial no es menos real de lo que podamos imaginar, sino que sobrepasa la imaginación más creativa en cuanto a su gloria y magnificencia. «El esplendor incomparable del tabernáculo terrenal reflejaba a la vista humana la gloria de aquel templo celestial […] [pero era solo] un pálido reflejo de su inmensidad y de su gloria».28 El santuario celestial es «más real» de lo que podamos imaginar.
Como antídoto contra la actual tendencia platónica común de hacer las cosas celestiales menos importantes y menos reales, recomiendo leer El gran divorcio de C. S. Lewis,29 donde el autor narra un viaje fantástico al cielo hecho por los habitantes de la tierra, donde descubren que el cielo no es un lugar con espíritus incorpóreos flotando en una nube mientras tañen sus arpas. Más bien, son los habitantes de la tierra que aparecen como fantasmas en contraste con las «personas reales» que pueblan el cielo. En resumen, Lewis utiliza una ingeniosa alegoría para transmitir la verdad bíblica de que las realidades celestiales son mucho más reales de lo que podemos imaginar.
Una vez más vayamos al panorama general, para ver el santuario celestial antes de la rebelión de Lucifer. Si el santuario celestial existía antes del pecado, entonces parece lógico pensar que las contrapartes celestiales del mobiliario del terrenal también estuvieran allí. Hagamos un ejercicio de «imaginación realista». Los enseres en el santuario celestial no están exclusivamente conectados con la solución al problema del pecado, sino que presentan un hermoso simbolismo que trasciende el simbolismo relacionado con el plan de salvación. Solemos decir que el pan alude a Cristo, el Pan de vida; que el candelabro es símbolo del Espíritu Santo; y que el incienso es una alusión a la justicia de Cristo. Aquí, fijémonos que estos son ante todo símbolos que apelan a los sentidos desde un punto de vista estético: el gusto —el pan de la Presencia—, la vista —el candelabro— y el olfato —el incienso—. El sentido del oído es también intensamente atraído por el cántico de los serafines (Isa. 6: 3; Apoc. 4: 8) y tanto el sentido del tacto como el del oído se conmueven cuando «los quicios de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo» (Isa. 6: 4). La sensación de impactante majestuosidad se pone de manifiesto en el «trono alto y sublime» (Isa. 6: 1).
Teniendo lo que antecede en cuenta, el simbolismo del santuario celestial resulta altamente significativo para las criaturas no caídas que adoran dentro de él. Incluso antes de que tuviera una significación salvífica, la mesa de la Presencia, o su contraparte en el santuario celestial, sin duda revelaba la íntima comunión o «la mesa de confraternización» dispuesta para Dios y sus criaturas. El candelabro bien puede haber simbolizado la iluminadora presencia del Espíritu Santo también para los mundos no caídos; el incienso puede haber sido un símbolo de la justicia del Hijo —la belleza de su carácter— incluso antes de que la justicia hubiera de ser imputada a los pecadores.
Invito al lector a contemplar el santuario celestial y considerar su función primaria. Lo más natural es que todos los elementos —mesa, incienso aromático, arca-trono— sean los que se supone que existen en un palacio real. Si aceptamos la comprensión bíblica de la realidad espacio-temporal de lo celestial (a diferencia de la perspectiva platónica de la atemporalidad como realidad última), con la descripción bíblica de un Dios que se revela a sí mismo ante los seres celestiales no caídos en el espacio y el tiempo, entonces su palacio celestial con todo lo que contenga ha de ser tan solo una parte del panorama general.
El santuario celestial en el Antiguo Testamento es presentado a menudo como «templo» (véase, por ejemplo, Sal. 11: 4; Isa. 6: 1; Miq. 1: 2; Hab. 2: 20). La palabra hebrea para «templo», hêkal, proviene de la antigua palabra sumeria EGAL, que significa «casa grande». Esto encaja con una de las acepciones de «templo» en inglés como lugar donde reside una deidad. El santuario celestial es, en última instancia, la casa de Dios, su hogar. De hecho, varias veces en el Antiguo Testamento el santuario celestial es descrito como la «morada» o «habitación» de Dios (Deut. 26: 15; Sal. 68: 5; Jer. 25: 30; Zac. 2: 13; Éxo. 25: 8-9). El santuario/templo es descrito a menudo en el Antiguo Testamento como «la casa de Jehová», recalcando que el santuario/templo es la morada de Dios (véase 1 Sam. 1: 7; 1 Rey. 6: 37; Sal. 23: 6).
En mi propia experiencia con la doctrina del santuario, cuando el santuario celestial es mencionado, mi cerebro me evoca de inmediato una solemne escena de juicio. En efecto, esto es parte del panorama en lo que se refiere a la función actual del santuario celestial, dado que Dios ha emitido «juicios» desde la sede de su gobierno universal, incluso antes del pecado, y está ahora comprometido en una obra especial de juicio investigador. Sin embargo, antes yo no lograba percibir que el santuario celestial es, ante todo, el lugar donde Dios mora. Con mayor razón existe una sala del trono en el santuario celestial, la «sede del tribunal supremo», por así decirlo, donde Dios arbitra todos «los asuntos de estado» del universo.30 Sin embargo, esto no es todo lo que conforma el panorama. Tal como Salomón, el rey terrenal de Israel, construyó «el pórtico del juicio» y también su residencia personal (véase 1 Rey. 7: 1, 7-8), así también sugiero que el Rey celestial tiene un «pórtico del juicio» (el lugar santísimo) y su residencia personal (el lugar santo).
¡Necesitamos captar la visión del santuario celestial como la morada de Dios! Tenemos que ver lo entrañable y acogedor del santuario celestial, donde Dios vive e invita a sus amigos del universo no caído a confraternizar en su casa. Me encanta imaginarme la mesa celestial de la Presencia situada en el «salón comedor» celestial, en el que Dios invita a su pueblo a tener una charla de sobremesa con él. Imagino el candelabro celestial cual magnífica lámpara de palacio real terrenal, y ubicado en el «salón regio» celestial, donde Dios recibe a sus invitados para compartir momentos de reflexión y estudio con la iluminación del Santo Espíritu. Imagino los gratísimos aromas del equivalente celestial del «altar del incienso» siendo, tal vez, el «salón de invitados» celestial, desde donde los visitantes son agasajados con la fragancia celestial de la justicia de Cristo. Todo esto es únicamente fruto de mi «imaginación santificada», siguiendo el consejo inspirado de tratar de imaginar la realidad del cielo y todo lo celestial.31 No se nos ha detallado todo el «diseño de la vivienda» de Dios, pero lo que sí sabemos es que el santuario celestial es la morada de Dios, y que es de sublime hermosura y supremo atractivo para su pueblo.
La hermosura de nuestro Dios
Dios no solo es amante de la belleza, no solo habita en un templo de indescriptible hermosura, sino que la última lección por aprender de la belleza del santuario es que el mismo Dios es hermoso. El Señor y Dios todopoderoso, y el Cordero son el templo definitivo (Apoc. 21: 22). Isaías y Juan el Revelador, no solo vieron la belleza del templo, sino que pudieron contemplar la belleza del Señor en el templo. El santuario/templo terrenal, de igual modo que el del cielo, son un testimonio permanente de la belleza del Señor.
En el verano 1989, tuve la oportunidad de impartir un curso sobre la doctrina del santuario en Rusia, justo después de la caída del comunismo. Mis alumnos fueron los docentes del Seminario Adventista de Zaokski, que durante los años de comunismo no habían tenido la oportunidad de hacer estudios formales de Teología, sino que habían estudiado materias no bíblicas de medicina, música o filosofía. Una de mis alumnas, que había estudiado decoración de interiores, decidió escribir su monografía para el curso que tituló «Una diseñadora de interiores ante el santuario». En aquel artículo, ella expuso que un decorador de interiores es capaz de considerar detenidamente el modo en que una vivienda está amueblada, y hacerse una buena idea sobre qué clase de persona vive en la casa. Luego, ella procedió a mostrar que lo mismo era verdad para la casa de Dios, su santuario. Mirando la exquisita belleza del santuario y su mobiliario es posible deducir la belleza de Aquel que mora en el santuario, la belleza del carácter de Dios.
Como lo expresó David, en el santuario él podía «contemplar la hermosura de Jehová» (Sal. 27: 4). Nuestro Dios es un Dios de amor, que desea tener una dulce comunión con sus criaturas, para habitar con ellos. Los hermosos atributos del carácter de Dios son revelados, antes del pecado, por medio de su disposición a descender al tiempo y espacio para estar con sus seres creados en la historia del universo, de igual modo que su carácter es gráfica y vívidamente revelado en su descenso para «habitar» con la humanidad (Juan 1: 14) a fin de salvarla de sus pecados.
Cuando yo era estudiante de Teología capté una visión de la sacrosanta belleza del Señor en su santuario celestial, especialmente en el sexto capítulo de Isaías. En mis inicios como pastor, en mi pleno «primer amor», al comprender la justificación por la fe, fui introducido a la estética representación del evangelio en los tipos de los servicios del santuario en el Antiguo Testamento. La belleza del evangelio mostrada en la tipología del santuario ha seguido resplandeciendo cada vez más intensamente para mí, a medida que voy descubriendo cómo los tipos del Antiguo Testamento apuntan con poder y coherencia al sacrificio sustitutorio de Jesús y a su ministerio sumo sacerdotal en el santuario celestial. Me ha henchido de alegría ver cómo cada tipo se cumple claramente en Cristo, y, además de que nosotros mismos somos realmente parte del cumplimiento, nos hallamos aguardando la gloriosa consumación del total cumplimiento antitípico en su segunda venida.
Hemos empleado nuestras facultades mentales para captar vislumbres de la hermosura del Señor en su santuario, y especialmente la sublime belleza de la morada celestial de Dios, la cual revela la hermosura de su carácter. Hemos llegado a la conclusión de que, el santuario celestial es en primer lugar la morada de Dios. Como hemos indicado, la palabra «templo» en el Antiguo Testamento proviene de un vocablo sumerio que significaba «casa grande». El santuario celestial es la sublime casa del Señor, su morada celestial, un lugar acogedor, donde él invita a sus criaturas a tener comunión con él.
Cuando la tragedia cósmica del pecado llegue a su fin, el santuario celestial retomará su función original. En Apocalipsis 21: 22, Juan el Revelador informa que él no ve ningún templo en la ciudad, ya que el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo. Pero ¿significa esto que no habrá más una casa del Señor a donde sus criaturas puedan venir a tener especial comunión con él? ¡De ninguna manera! El mismo capítulo 21 de Apocalipsis lo aclara: el versículo 2 describe el descenso de la nueva Jerusalén. Luego el versículo 3 explica que «el tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios». Toda la nueva Jerusalén es descrita como «tabernáculo de Dios». Esta es la razón de que se presente en forma de un cubo perfecto de la misma longitud que anchura y altura, porque es el lugar santísimo de la tierra nueva (Apoc. 21: 16). La nueva Jerusalén entera será el tabernáculo, la casa del Señor. ¿Alcanzamos a darnos cuenta de lo que implica todo esto? Jesús lo deja claro en Juan 14: 1-3: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis».
¿Dónde está Cristo? En la casa de su Padre, el santuario celestial definitivo, la nueva Jerusalén. ¡Él está preparándonos lugares en el santuario celestial! De hecho, Dios dice: «Mi casa será vuestro hogar. ¡Bienvenidos a casa hijos! Este es el lugar que he preparado para ustedes en mi palacio, mi santuario, mi morada». ¡Qué Dios tan admirable!
Pero no tenemos que esperar hasta aquella futura multitudinaria asamblea en la anhelada patria celestial. El santuario celestial es donde Cristo está ministrando en nuestro favor, y él nos invita ahora a entrar al lugar santísimo por fe, para «buscar [su] rostro». Nos invita a morar espiritualmente «en los lugares celestiales» en la casa del Señor, a venir a su morada celestial por fe (Heb. 4: 16; 6: 19-20; 10: 19-20; 12: 22-24). El santuario no es solo algo de sublime belleza, una doctrina verdadera, una guía para la conducta correcta o un lugar de celebraciones ocasionales, es un estilo de vida, en una constante e íntima comunión con nuestro Amado en su celestial residencia: el templo. No se trata solo de tener momentos de oración en el santuario, sino de vivir cada día en el santuario.
Dios nos invita, ahora por la fe, y pronto para vivir por siempre con él a su casa. En el mensaje del santuario contemplamos verdaderamente la hermosura del Señor.
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1 Para una mayor evidencia de la naturaleza estética de las Escrituras, véase especialmente Jo Ann Davidson, Toward a Theology of Beauty: A Biblical Perspective (Lanham, MD: University Press of America, 2008), pp. 37-174.
2 Jo Ann Davidson, «Toward a Scriptural Aesthetic», Andrews University Seminary Studies 41, n° 1 (2003): p. 108.
3 Véase www.egwwritings.com
4 Véase, por ej’emplo, E. G. de White, Palabras de vida del gran Maestro (Doral, FL: IADPA, 2019), pp. 103, 104: «Cuando comemos la carne de Cristo y bebemos su sangre, el elemento de vida eterna se encontrará en el ministerio. No habrá acopio de ideas añejas y siempre repetidas. El sermonear insípido y sin interés terminará. Se presentarán las antiguas verdades, pero se verán con una nueva luz. Habrá una nueva percepción de la verdad, una claridad y un poder que todos discernirán. Aquellos que tengan el privilegio de sentarse a los pies de tales ministros, si son susceptibles a la influencia del Espíritu Santo, sentirán el poder vivificador de una nueva vida. El fuego del amor divino se encenderá en ellos. Sus facultades perceptivas serán avivadas para discernir la hermosura y la majestad de la verdad. […] Las palabras de verdad crecerán en importancia, y llegarán a tener una amplitud y una profundidad de significado con la cual nunca hemos soñado. La hermosura y la riqueza de la Palabra tienen una influencia transformadora sobre la mente y el carácter. La luz del amor divino brillará en el corazón como una inspiración» (la cursiva es nuestra).
5 Para ilustraciones bíblicas de cada uno de los catorce términos estéticos, véase J. Davidson, Toward a Theology of Beauty, pp. 154-174.
6 E. G. de White, Profetas y reyes (Doral, FL: IADPA, 1957), p. 43. Lamentablemente, Hiram no estaba santificado como su antecesor Aholiab, sino que se dejó llevar por el egoísmo y la codicia al demandar una paga exorbitante.
7 E. G. de White, Patriarcas y profetas (Doral, FL: IADPA, 2008), p. 315.
8 E. G. de White, Patriarcas y profetas, p. 317.
9 E. G. de White, Profetas y reyes, p. 24.
10 E. G. de White, El conflicto de los siglos (Doral, FL: IADPA, 2013), p. 23.
11 Ibid., p. 410.
12 E. G. de White, Comentario biblico adventista, ed. Francis D. Nichol (Buenos Aires: ACES, 1992), t. 1, p. 1103.
13 Francis A. Schaeffer, Art and the Bible (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1976), p. 17.
14 Para más detalles sobre esta obra de arte, véase Éxodo 25–31; 1 Reyes 6–7; 2 Crónicas 3–4.
15 Schaeffer, Art and the Bible, 16 (la cursiva figura en el original).
16 Véase Richard M. Davidson, Typology in Scripture: A Study of Hermeneutical Typos Structures, Andrews University Seminary Doctoral Dissertation Series 2 (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1981), pp. 367-388.
17 E. G. de White, El conflicto de los siglos, p. 410.
18 Véase José M. Bertoluci (Tesis doctoral, Andrews University, 1985), «The Son of the Morning and the Guardian Cherub in the Context of the Controversy between Good and Evil»; cf. Richard M. Davidson, «Satan’s Celestial Slander», Perspective Digest 1, no 1 (1996): pp. 31-34; R. M. Davidson, «The Chiastic Literary Structure of the Book of Ezekiel», To Understand the Scriptures: Essays in Honor of William H. Shea, ed. David Merling (Berrien Springs, MI: Institute of Archaeology/Siegfried H. Horn Archaeological Museum, 1997), pp. 71-93 (especialmente pp. 87-89); R. M. Davidson, «Ezequiel 28: 11-19 y el inicio del gran conflicto», en El conflicto cósmico y la erradicación del mal, ed. Gerhard Pfandl (Doral, FL: IADPA, 2020), pp. 65-80.
19 Cf. E. G. de White, Patriarcas y profetas, p. 12.
20 Elias Brasil de Souza, The Heavenly Sanctuary/Temple Motif in the Hebrew Bible, Adventist Theological Society Dissertation Series, t. 7 (Berrien Springs, MI: ATS Publications, 2005).
21 Para aquellos lectores que deseen ahondar más en este asunto, aquí está la lista de pasajes: Génesis 11: 1-9; 28: 10-22; Éxodo 15: 1-18; 24: 9-11; 25: 9, 40; 32-34: 34; Deuteronomio 26: 15; 2 Samuel 22: 1-51; 1 Reyes 8: 12-66; 22: 19-23; 2 Crónicas 30: 27; Job 1: 6; 2: 1; Salmos 11: 1-7; 14: 1-6; 20: 1-9; 29: 1-11; 33: 1-22; 60: 1-12; 68: 1-35; 73: 17, 25; 76: 8-9; 82: 1-8; 96: 1-3; 102: 19-20; 150: 1-6; Isaías 6: 1-8; 14: 12-15; 18: 4; 63: 15; Jeremías 17: 12; 25: 30; Ezequiel 1: 1-28; 10: 1-22; 28: 11-19; Daniel 7: 9-14; 8: 9-14, 24; Oseas 5: 15; Jonás 2: 4, 7; Miqueas 1: 2-3; Habacuc 2: 20; Zacarías 2: 13; 3: 1-10.
22 Véase Leonardo Nunes, «Function and Nature of the Heavenly Sanctuary/Temple in the New Testament: A Motif Study» (Tesis doctoral en religión, Andrews University, 2020).
23 Mateo 23: 22; Juan 14: 1-3; Hechos 2: 30-36; 7: 55-56; Romanos 8: 33-34; 2 Corintios 5: 1-2; Gálatas 4: 26; Efesios 1: 3, 20; 2: 6; 4: 8, 10; 6: 9; Colosenses 3: 1; 2 Tesalonicenses 2: 4; Hebreos 1: 3-5; 2: 17-3: 1; 4: 14-16; 6: 18-20; 8: 1-5; 9: 11-12; 9: 23-24; 10: 12-13, 19, 21; 13: 10-12; 1 Juan 2: 1-2; Apocalipsis 1: 12-20; 3: 12; 4-5; 7: 15; 8: 1-5; 11: 1-2; 11: 19; 13: 16; 14: 15-17; 15: 5-16: 1; 16: 17; 19: 1-10; 21-22: 5.
24 Véase los estudios de Souza y Nunes que analizan cada uno de estos pasajes en detalle.
25 De Souza, op. cit., p. 497.
26 E. G. de White, Primeros escritos (Doral, FL: IADPA, 2010), pp. 304-305, concuerda: «También se me mostró en la tierra un santuario con dos departamentos. Se parecía al del cielo, y se me dijo que era una figura del celestial. Los muebles del primer departamento del santuario terrenal eran como los del primer departamento del celestial. El velo estaba levantado, miré el interior del lugar santísimo y vi que los objetos eran los mismos que los del lugar santísimo del santuario celestial». Cf. E. G. de White, La historia de la redención (Doral, FL: IADPA, 2004), pp. 324-325, «Así como el santuario terrenal tenía dos compartimentos, el lugar santo y el lugar santísimo, también hay dos lugares santos en el santuario celestial. Y el arca que contenía la ley de Dios, el altar del incienso y otros instrumentos de servicio que encontramos en el santuario terrenal, tenían su contraparte en el santuario celestial».
27 Para un estudio adicional sobre este punto, véase especialmente Fernando L. Canale, «Philosophical Foundations and the Biblical Sanctuary», Andrews University Seminary Studies 36, no 2 (1998): pp. 183-206.
28 E. G. de White, El conflicto de los siglos, pp. 409-410.
29 C. S. Lewis, The Great Divorce (Nueva York: Macmillan, 1946; reimpreso, San Francisco: Harper & Row, 2001). Aunque existe traducción en español, la versión impresa está actualmente agotada.
30 Véase 1 Reyes 22: 19; Daniel 7: 9-10; Job 1: 6; Salmo 103:19-20; Isaías 6: 1.
31 Véase a lo que nos motiva E. G. de White: «!A qué alturas puede llegar la imaginación santificada e inspirada por las virtudes de Cristo! Podemos percibir las glorias del futuro mundo eterno. Podemos vivir como viendo al Invisible». «Necessity of Contemplating Heavenly Things», Sings of the Times, 10 de julio de 1893, p. 550). Véase también E. G. de White, El conflicto de los siglos, p. 654, donde cita 1 Corintios 2: 9.