Gerhard Pfandl
El 22 de octubre de 1844 miles de fervientes cristianos en los Estados Unidos aguardaban la segunda venida de Cristo. Ellos se llevaron un gran chasco porque no habían entendido lo que Daniel 8: 14 enseña acerca del juicio. Pero en medio de aquella tremenda decepción surgió la Iglesia Adventista del Séptimo Día, identificada como la iglesia remanente.
En los primeros años, la identidad de grupo de nuestros antepasados espirituales se centraba en cinco pilares doctrinales: el sábado, la segunda venida, el estado de los muertos, la verdad del Santuario y el Espíritu de Profecía. El sábado, la segunda venida y el estado de los muertos generalmente no son cuestionados dentro de la iglesia. Sin embargo, un siglo y medio después de los comienzos de nuestra iglesia, el Santuario y el Espíritu de Profecía se hallan bajo un tremendo escrutinio. Hoy en día hay adventistas del séptimo día que niegan estos dos pilares, o que los modifican hasta tal punto que apenas resultan reconocibles. El resultado es que algunos miembros de iglesia tienen una crisis de identidad. ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? Algunos de nuestros ministros y miembros ya no están seguros de que somos, realmente, la iglesia remanente de Dios.
Ya desde los tiempos de Lutero, los cristianos han reconocido que hay una iglesia invisible de Dios que está constituida por miembros de todas las confesiones cristianas. Hay miembros fieles en todas las iglesias, incluyendo la Iglesia Católica Romana, que han aceptado a Cristo como su Salvador personal y son considerados como su pueblo. Por eso, en Apocalipsis 18: 4, al final de tiempo, se hace el llamado: «¡Salid de ella [Babilonia], pueblo mío».1 Muchos del pueblo de Dios todavía están en Babilonia, ellos pertenecen a la iglesia de Dios invisible, y cuando se produzca el fuerte clamor mencionado en Apocalipsis 18: 4, saldrán para unirse a la iglesia remanente visible de Dios.
En Apocalipsis 12 se enseña claramente que Dios tiene una iglesia remanente en el tiempo del fin. En los versículos 1-6 leemos:
Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Estaba encinta y gritaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. Otra señal también apareció en el cielo: un gran dragón escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas. Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciera. Ella dio a luz un hijo varón, que va a regir a todas las naciones con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. La mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar preparado por Dios para ser sustentada allí por mil doscientos sesenta días.
La mujer es un símbolo del pueblo de Dios (Isa. 54: 5-6; 2 Cor. 11: 2), el dragón es Satanás (Apoc. 12: 9), el niño es Cristo (Sal. 2: 9) y los 1,260 días proféticos se refieren al período de supremacía papal que se extendió desde el siglo VI hasta el siglo XVIII (538-1798).
En Apocalipsis 12: 7-12 tenemos un interludio que explica de dónde vino Satanás. La historia continúa en el versículo 13:
Cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Pero se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila para que volara de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuera arrastrada por el río. Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y se tragó el río que el dragón había echado de su boca. Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de ella [RVA: contra los otros de la simiente de ella], contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo.
Apocalipsis 12: 13-15 describe en términos simbólicos la persecución de la iglesia cristiana, primero a manos del Imperio romano y luego por medio de la apóstata Iglesia Romana. En el versículo 16, la tierra personificada ayuda a la iglesia proporcionando un refugio seguro en el recién descubierto Nuevo Mundo, tragando por esa razón simbólicamente a los ejércitos perseguidores (Apoc. 17: 15). Enviar tropas a través del Atlántico, de Europa a América, en el siglo XVII era algo realmente muy difícil. En Apocalipsis 12: 17, nos encontramos en un tiempo posterior al período de 1,260 días, es decir, en el siglo XIX. Satanás, viendo que era incapaz de exterminar al pueblo fiel de Dios, está molesto con un grupo concreto llamado «el resto de la descendencia de ella» «los otros de la simiente de ella», es decir, la iglesia remanente. «Entonces el dragón fue airado contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo» (Apoc. 12: 17, RVA).2
El simbolismo ha cambiado en el versículo 17; ya no se enfoca en la mujer —símbolo del pueblo de Dios, la iglesia invisible a través de las edades— sino en un grupo en concreto, «el resto de la descendencia de ella», la iglesia remanente visible. La iglesia invisible —la mujer— no deja de existir al final de los 1,260 años; todavía hay muchos del pueblo de Dios en todas las iglesias cristianas, pero la atención ahora está en la iglesia remanente visible de Dios.
Solo se menciona dos veces una descendencia de la mujer en este capítulo. La primera vez es el niño del versículo 5, el Mesías; la segunda, «el resto de la descendencia de ella», la iglesia remanente. En ambas ocasiones la descendencia de la mujer es identificada claramente, dando apoyo al punto de vista de que «el resto de la descendencia de ella» es la iglesia visible, la iglesia remanente, no la invisible.
Esto no significa que solo los miembros de la iglesia remanente son salvos. Como ya hemos indicado, gran parte del pueblo de Dios todavía sigue en Babilonia (Apoc. 18: 4). Ser un israelita en el Antiguo Testamento, no significaba que aquella persona fuera elegida para la salvación. Los israelitas eran escogidos para el servicio —a fin de ser una luz en el mundo—, y tal como los judíos fueron escogidos para el servicio, así también la iglesia remanente ha sido escogida para ello, a fin de preparar al mundo para la segunda venida. Se dan dos marcas o señales identificadoras de esta iglesia remanente: primero, los que la conforman guardan los mandamientos de Dios; y segundo, ellos tienen el testimonio de Jesús.
Guardar los mandamientos de Dios
Sin importar qué mandamientos queramos incluir en esta primera marca, ciertamente debemos incluir los Diez Mandamientos. De este modo, la primera señal identificadora de la iglesia remanente es su lealtad a los mandamientos de Dios, todos, incluyendo el cuarto, el mandamiento del sábado. En Apocalipsis 12: 17 Dios nos está diciendo: «Al fin del tiempo Yo tendré una iglesia —la iglesia remanente— que será reconocida por el hecho de que guarda los mandamientos tal como Yo los he dado en el principio incluyendo el mandamiento del sábado». En el tiempo de los apóstoles, o la iglesia primitiva, esta no habría sido una señal relevante, porque todos ellos guardaban el sábado; pero hoy, cuando la mayoría de los cristianos guardan el domingo, el sábado ha llegado a ser con más razón una marca distintiva.
El testimonio de Jesús
La segunda marca identificadora es «el testimonio de Jesús». Pero ¿qué significa esta frase? La expresión «testimonio de Jesús» (marturía Iêsou) aparece seis veces en el libro de Apocalipsis (1: 2, 9; 12: 17; 19: 10 [dos veces]; 20: 4).
Apocalipsis 1:1-2
La introducción al libro de Apocalipsis presenta la fuente: Dios, y el contenido del libro: la revelación de Jesucristo. En Apocalipsis 1: 2 se nos dice que Juan dio testimonio de la «palabra de Dios» y del «testimonio de Jesucristo». Se entiende generalmente que la «palabra de Dios» se refiere a lo que Dios dice. En consecuencia, el «testimonio de Jesucristo» en paralelo a la «palabra de Dios» debe referirse al testimonio que Jesús mismo da. ¿Cómo testificó Jesús de sí mismo? Mientras estuvo en la tierra, él testificó en persona al pueblo en Palestina. Después de su ascensión, él habló a través de sus profetas.
Apocalipsis 1:9
Antes de hablar detalladamente sobre su primera visión, Juan se presenta y manifiesta sus credenciales. Él menciona quién es él —Juan, «vuestro hermano»—; dónde está —en Patmos—; por qué está allí —por causa de la «palabra de Dios» y del «testimonio de Jesucristo»—; y cuándo recibió la visión —«en el día del Señor»—.
El paralelismo entre la «palabra de Dios» y el «testimonio de Jesucristo» es una vez más claramente distinguible. «La palabra de Dios» en el tiempo de Juan se refería al Antiguo Testamento, y el «testimonio de Jesucristo» a lo que Jesús había dicho en los Evangelios y por medio de sus profetas, como Pedro y Pablo, tal cual se encuentra en el Nuevo Testamento. Así, ambas expresiones: «la palabra de Dios» y «el testimonio de Jesucristo» pueden ser tomadas como genitivos subjetivos; las cuales describen el contenido de la predicación de Juan, por la cual él fue exiliado.
El espíritu de profecía
En Apocalipsis 19: 10, por lo tanto, leemos la explicación, «el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». No obstante, ¿qué es el «espíritu de la profecía»? Esta frase aparece solo en este texto de la Biblia. El paralelo bíblico más cercano se encuentra en 1 Corintios 12: 8-10. Allí Pablo se refiere al Espíritu Santo, quien, entre otros dones, otorga el don de profecía. La persona que recibe este don es llamada profeta (1 Cor. 12: 28).
Ahora, tal como en 1 Corintios 12: 28 se llama profetas a quienes tienen el don de profecía mencionado en el versículo 10, del mismo modo en Apocalipsis 22: 8-9, se denomina profetas a quienes tienen el espíritu de profecía explicado en 19: 10. Fijémonos bien en el paralelismo entre 19: 10 y 22: 8-9.
Apocalipsis 19:10 | Apocalipsis 22:8-9 |
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Yo me postré a sus pies para adorarlo, pero él me dijo: «¡Mira, no lo hagas! Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús. ¡Adora a Dios!» (El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.) | Yo, Juan, soy el que oyó y vio estas cosas. Después que las hube oído y visto, me postré a los pies del ángel que me mostraba estas cosas, para adorarlo. Pero él me dijo: «¡Mira, no lo hagas!, pues yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro. ¡Adora a Dios!» |
Las circunstancias en ambos pasajes son las mismas. Juan se postra a los pies del ángel para adorarlo. Las palabras de la respuesta del ángel son casi idénticas, pero la diferencia es significativa. En Apocalipsis 19: 10, los «hermanos» son identificados por la frase «que mantienen el testimonio de Jesús». En Apocalipsis 22: 9, los «hermanos» son simplemente llamados «profetas».
Si el principio protestante de interpretar la Escritura por la Escritura tiene algún valor, esta comparación debe conducir a la conclusión de que «el espíritu de profecía» de Apocalipsis 19: 10 no está en posesión de todos los miembros de iglesia en general, sino solo en aquellos que han sido llamados por Dios a ser profetas.
Intérpretes no adventistas
En los escritos de otros eruditos puede notarse que esta no es una interpretación exclusivamente adventista. Por ejemplo, el erudito luterano alemán Hermann Strathmann, comentando Apocalipsis 19: 10, dice:
De acuerdo al paralelo 22: 9, los hermanos aludidos no son los creyentes en general, sino los profetas. Aquí también se les describe de esta manera. Este es el punto del versículo 10c. Si ellos tienen el marturía Iēsou [testimonio de Jesús] ellos tienen el espíritu de profecía, es decir, ellos son profetas, como el ángel, quien simplemente permanece al servicio del marturía Iēsou.3
De manera similar, el erudito inglés James Moffat explica:
«Pues el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». Este comentario marginal en prosa define específicamente que aquellos hermanos que sostienen el testimonio de Jesús son quienes poseen la inspiración profética. El testimonio de Jesús es prácticamente equivalente a Jesús testi-ficando.4
El testimonio de los tárgumes
Los lectores judíos en los días de Juan sabían lo que era entendido por la expresión «espíritu de profecía». Ellos habrían entendido la expresión como una referencia al Espíritu Santo, quien imparte el don profético al hombre. El judaísmo rabínico igualaba las expresiones del Antiguo Testamento como «Santo Espíritu», «Espíritu de Dios» o «Espíritu de Jehová» con el «espíritu de profecía» como puede verse en el frecuente uso de este término en los tárgumes (traducciones del Antiguo Testamento al arameo):
Después de eso el faraón dijo a sus siervos: «¿Podemos encontrar un hombre como este en quien esté el espíritu de profecía de delante del Señor?» (Gén. 41: 38).5
Entonces el Señor dijo a Moisés: «Toma a Josué, hijo de Nun, hombre que tiene dentro de sí el espíritu de profecía, y pon tu mano sobre él» (Núm. 27: 18).6
A veces, el término «espíritu de profecía» se refiere simplemente al Espíritu Santo, pero en muchos casos el contexto deja en claro que hace referencia al don de profecía dado por el Espíritu Santo. Haciendo comentarios sobre esta expresión en los Tárgumes, F. F. Bruce dice:
La expresión «el espíritu de profecía» es frecuente en el judaísmo postbíblico: es usada, por ejemplo, en un circunloquio targúmico para el Espíritu de Jehová que desciende sobre este o aquel profeta. De esta manera, el Tárgum de Jonathan traduce las palabras iniciales de Isaías 61: 1 como «el Espíritu de profecía de delante del Señor Dios está sobre mí». El pensamiento expresado en Apocalipsis 19: 10 no es diferente del que ya citamos de 1 Pedro 1: 11, donde se dice que «el Espíritu de Cristo» ha testificado anticipadamente en los profetas del Antiguo Testamento.
En Apocalipsis 19: 10, sin embargo, es por medio de los profetas cristianos que el Espíritu de profecía da testimonio. Lo que los profetas de los días precristianos anunciaban es proclamado como un hecho cumplido por los profetas de la nueva época, entre quienes Juan ocupa un lugar destacado.7
Resumen de Apocalipsis 12: 17
Regresando ahora a Apocalipsis 12: 17, podemos decir que «el resto de la descendencia de ella […] [son] los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo», el cual es el espíritu de profecía o el don profético.
Esta interpretación se ve confirmada al analizar el término griego echo, «tener», que indica posesión. Ellos tienen un don de Dios, el don profético. Si el testimonio de Jesús fuera nuestro testimonio sobre Jesús, Juan habría escrito algo como «los que guardan los mandamientos de Dios y testifican sobre Jesús» o «dan testimonio de Jesús». Pero el término griego echo nunca es usado en el sentido de «dar testimonio».8
En resumen, podemos decir que la iglesia remanente, que de acuerdo a la profecía existe después del período de 1,260 días (después de 1798), tiene dos marcas identificadoras:
1. Guarda los mandamientos de Dios, incluyendo el mandamiento del sábado como Dios lo dio.
2. Tiene el testimonio de Jesús, que es el espíritu de profecía o el don profético en medio de ellos.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día, desde su mismo comienzo en 1863, siempre ha reclamado estas marcas identificadoras para sí misma. Como adventistas proclamamos los Diez Mandamientos, incluyendo el sábado, y creemos que como iglesia tenemos el testimonio de Jesús, es decir, que Dios mismo se manifestó en la vida y obra de Elena G. de White.
Nuestros pioneros estaban persuadidos de que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la iglesia remanente de Apocalipsis 12: 17. George I. Butler, el presidente de la Asociación General desde 1871 hasta 1888, escribió en un artículo titulado «Visiones y sueños»:
Entonces ¿es que no hay nadie en estos últimos días en quien se den estas condiciones? Creemos que dichas condiciones se dan realmente en los adventistas del séptimo día. En todas partes, vienen declarando durante los últimos veinticinco años que ellos constituyen la iglesia «remanente» […]
¿Guardan los mandamientos de Dios? Todo aquel que sabe algo sobre ellos puede responder que esta es la parte más importante de su fe [.] Con respecto al Espíritu de profecía, es un hecho notable que, desde el principio de su existencia como pueblo, los adventistas del séptimo día han declarado que ha estado en ejercicio activo entre ellos.9
Elena G. de White estaba plenamente convencida de que los adventistas del séptimo día eran la iglesia remanente de Dios y que Apocalipsis 12: 17 se les aplicaba cabalmente. Los adventistas del séptimo día «son los representantes de Dios en la tierra».10 «Tenemos los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesucristo, que es el espíritu de profecía».11 Y ella aconsejó: «Tengan todos cuidado de no hacer declaraciones contra el único pueblo que está cumpliendo la descripción que se da del remanente que guarda los mandamientos de Dios, tiene la fe de Jesús y exalta la norma de la justicia en estos últimos días».12
Hoy todavía creemos que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la iglesia remanente y que el espíritu de profecía es una de las marcas identficadoras.
Las Escrituras dan testimonio de que uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una señal identificadora de la iglesia remanente y creemos que se manifestó en el ministerio de Elena G. de White. Sus escritos hablan con autoridad profética, y proporcionan consuelo, dirección, instrucción y corrección a la iglesia. También establecen con claridad que la Biblia es la norma por la cual debe ser probada toda enseñanza y toda experiencia.13
Como adventistas del séptimo día, somos miembros de la iglesia remanente de Dios. Sin embargo, esta identificación con la iglesia remanente no nos otorga un estatus exclusivo ante Dios. La salvación no queda garantizada por la pertenencia a ninguna iglesia, pues somos salvos individualmente, no como iglesia. Ahora bien, ser parte de la iglesia remanente de Dios signfica que tenemos acceso al don especial de Dios, el consejo inspirado de Elena G. de White, y podemos participar en proclamar el mensaje especial de Dios para el tiempo del fin —los mensajes de los tres ángeles— a todo el mundo.
El origen profético del movimiento adventista y la misericordiosa conducción de Dios por medio del don profético de Elena G. de White debería hacernos más conscientes de la responsabilidad que tenemos al ser la iglesia remanente, y debería estimularnos a finalizar la misión que Dios nos ha encomendado.
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1 A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas pertenecen a la RV95.
2 «El dragón se enfureció contra la mujer, y marchó a hacer la guerra a los restantes de su descendencia, a los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Apoc. 12: 17, CI).
3 Hermann Strathmann, «Martyrs», Theological Dictionary of the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1964-1974), t. 4, p. 500.
4 James Moffat, «The Revelation of St. John the Divine», The Expositor’s Greek Testament, ed. W. R Nicoll (Grand Rapids, MI: Hendrickson, 1956), t. 5, p. 465.
5 Bernard Grossfeld, The Targum Onqelos to Genesis, The Aramaic Bible, eds. K. Cathart, M. Maher, M. McNamara (Collegeville, MN: Liturgical Press, 1988), t. 6, p. 138.
6 Ibid., t. 8, pp. 102, 145 (la cursiva figura en el original). Otras apariciones del término «espíritu de profecía» se encuentran en Éxodo 31: 3; 35: 31; Números 11: 25-26, 29; 24: 2; Jueces 3: 10; 1 Samuel 10: 6; 19: 10, 23; 2 Samuel 23: 2; 1 Reyes 22: 24; 2 Crónicas 15: 1; 18: 22-23; 20: 14; Salmos 51: 13; Isaías 11: 2. Véase Hermann L. Strack, Paul Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament (Múnich: Beck’sche Verlagsbuchhandlung, 1965), t. 2, p. 129.
7 F. F. Bruce, The Time is Fulfilled (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1978), pp. 105-106.
8 Gerhard Pfandl, «La iglesia remanente y el espíritu de profecía», en Simposio sobre Apocalipsis-Libro 2, ed. Frank B. Holbrook (Doral, FL: IADPA, 2011), pp. 395-398.
9 G. I. Butler, «Visions and Prophecy», Review and Herald, 2 de junio de 1874, p. 193.
10 E. G. de White, Testimonios para la iglesia (Doral, FL: IADPA, 1996), t. 2, p. 402.
11 E. G. de White, Testimonios para los ministros (Doral, FL: IADPA, 2018), p. 114.
12 Ibid., p. 66.
13 Creencias de los adventistas del séptimo día: Una expopsición bíblica de las doctrinas fundamentales de la IASD, edición corregida y actualizada (Doral FL: IADPA, 2018), p. 246.