¿Cómo debería vestirme?

Samuele Bacchiocchi

Probablemente son muy pocas las personas que permanecen indiferentes al deseo de vestirse de forma llamativa y adornarse con joyas costosas y cosméticos coloridos. Por lo tanto, no debería llamarnos la atención que a través de toda la historia bíblica y cristiana se hayan hecho frecuentes llamados para que la vestimenta sea sencilla y decente.

La enseñanza bíblica respecto al vestir tiene en la actualidadad mucha importancia, especialmente porque la industria de la moda actúa con muy poco respeto por la dignidad del cuerpo humano creado por Dios. En este artículo presentaré siete principios básicos que pueden servir de guía a los cristianos para formular su propia filosofía del arreglo personal. Para la formulación de los mismos principios, me he basado en el estudio de ejemplos, alegorías y admoniciones bíblicas relacionadas con la vestimenta, las joyas y los cosméticos.1

Principio número uno

La vestimenta y la apariencia personal son un índice importante del carácter cristiano. La vestimenta y la apariencia personal constituyen poderosos comunicadores del lenguaje no hablado, ya que no sólo muestran el nivel socio-económico, sino también los valores del individuo. El conocido consejero de jefes ejecutivos acerca de “cómo vestirse para tener éxito”, William Thourlby, dice que “consciente o inconscientemente la ropa que nos ponemos revela el concepto que tenemos de nosotros mismos y que queremos que el mundo tenga de nosotros”.2 Desde hace bastante tiempo el mundo comercial reconoció la importancia que tiene la vestimenta y la apariencia personal en la venta de sus productos, servicios e imagen que proyecta una compañía.

La Biblia también reconoce la importancia de la vestimenta. Implícitamente, lo indica en el simbolismo de vestir de manera sencilla para representar la provisión de Dios (“ropaje de salvación”, Isaías 61:10; ver también Apocalipsis 3:18; 1 Pedro 5:5)* y la vestimenta inmodesta para representar el adulterio y la apostasía espiritual (Ezequiel 23:40-42; Jeremías 4:30; Apocalipsis 17:4-6). Lo indican explícitamente las múltiples historias, alegorías y consejos relacionados con el atuendo y adorno adecuados e inadecuados.

La Biblia considera que nuestra apariencia externa es un testimonio visible y silencioso de nuestros valores morales. Algunos visten y se adornan con ropa y joyas costosas como para agradarse a sí mismos y a los demás. Quieren ser admirados por su riqueza, poder o por su nivel social. Otros se visten de acuerdo con cierto tipo de moda para ser aceptados por sus iguales. Pero los cristianos se visten para dar gloria a Dios. Para ellos la vestimenta es importante porque es como el marco del cuadro de Aquel a quien ellos sirven. Elena White lo expresó muy bien cuando escribió: “No existe una forma mejor para que su luz brille sobre los demás que su sencillez en el vestir y en su conducta. Puede mostrarle a todos que, en comparación con las cosas eternas, usted le da su debido lugar a las cosas de esta vida”.3

Como cristianos no podemos decir: “¡Mi apariencia es asunto mío!”, porque nuestra apariencia refleja a nuestro Señor. Mi casa, mi apariencia personal, mi vehículo, el uso que le doy al tiempo y al dinero, todo indica la forma en que Cristo cambió mi vida desde adentro hacia afuera. Cuando Jesús entra en nuestra vida, no cubre nuestras imperfecciones con polvo cosmético. Todo lo contrario, él nos limpia completamente obrando desde el interior, lo cual se refleja en nuestra apariencia externa.

Una persona con una sonrisa radiante en un rostro limpio y vestida con gusto es el testimonio más elocuente de que Cristo ha transformado su vida. Una apariencia y un peinado demasiado sofisticados, los adornos de joyas y la ropa extravagantes, no revelan una personalidad centrada en Dios, sino la imagen artificial de un hombre o una mujer centrados en sí mismos.

Principio número dos

El adornarse con joyas brillantes, cosméticos coloridos y ropa lujosa revela el orgullo y la vanidad internos, que resultan ser destructivos para nosotros y para los demás. Esta verdad sale a luz en forma implícita en varios ejemplos negativos y en forma explícita en los consejos de los apóstoles Pedro y Pablo.

Isaías reprobó a las mujeres judías ricas por el orgullo que mostraban al adornarse desde la cabeza hasta los pies con joyas brillantes y vestidos costosos para seducir a los dirigentes, quienes eventualmente llevaron a toda la nación a la desobediencia y al castigo divino (Isaías 3:16-26).

En la Biblia, Jezabel se destaca por sus denodados esfuerzos para seducir a los israelitas y llevarlos a la idolatría. La corrupción de su corazón se revela en el esfuerzo que hizo en su hora final para estar lo más seductora posible pintándose los ojos y adornándose para la llegada del nuevo rey, Jehú (2 Reyes 9:30). Pero el rey no se dejó seducir y Jezabel murió la más ignominiosa de las muertes. Por este motivo su nombre ha llegado a ser en la historia bíblica un símbolo de seducción (Apocalipsis 2:20).

Ezequiel dramatiza la apostasía de Israel y de Judá por medio de la alegoría de dos mujeres, Ahola y Aholiba, quienes, al igual que Jezabel, se pintaban los ojos y se ataviaban con adornos para seducir a los hombres y llevarlos al adulterio (Ezequiel 23). Encontramos nuevamente en esta alegoría que los cosméticos y los adornos están asociados con la seducción, el adulterio, la apostasía y el castigo divino.

Jeremías también usa una alegoría semejante para representar el abandono político de Israel, quien vanamente trata de atraer a sus antiguos e idólatras aliados (Jeremías 4:30). También en este caso los cosméticos y las joyas fueron usados para seducir a los hombres y hacerlos caer en el adulterio.

Juan el revelador ofrece un retrato profético para describir a la gran ramera “vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas” (Apocalipsis 17:4). Esta mujer impura, que en el tiempo del fin representa al poder religioso y político apóstata, seduce a los habitantes de la tierra para que cometan con ella fornicación espiritual. En un contraste muy claro, la novia de Cristo, quien representa a la iglesia, está vestida de manera recatada y pura, de lino fino, sin adornos exteriores (Apocalipsis 19:7, 8).

Como vemos, salvo en pocas excepciones metafóricas (Isaías 61:10; Jeremías 2:32; Ezequiel 16:9-14), tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento relacionan el uso de cosméticos coloridos, joyas brillantes y ropa llamativa con la apostasía y la rebelión contra Dios. El condena su uso. También los apóstoles Pablo y Pedro reiteran en forma positiva en el Nuevo Testamento lo que se enseña en forma implícita en el Antiguo Testamento por medio de ejemplos negativos.

En efecto, ambos apóstoles contrastan el adorno apropiado de las mujeres cristianas con los adornos inadecuados de las mujeres mundanas. Los dos apóstoles nos ofrecen básicamente la misma lista de adornos inadecuados (1 Timoteo 2:9, 10:1; 1 Pedro 3:3, 4 y reconocen que, tanto en el caso de las mujeres como en el de los hombres, los adornos exteriores del cuerpo son inconsistentes con los adecuados adornos internos del corazón, el espíritu y las acciones benévolas.

Principio número tres

Para experimentar la renovación espiritual y la reconciliación con Dios, es necesario desprenderse de todos los objetos idolatrados externos, incluyendo las joyas y los adornos. Esta verdad está muy bien expresada en la experiencia que tuvo la familia de Jacob en Siquem y en la de los israelitas en el Monte Horeb. En ambos casos, para efectuar la reconciliación con Dios, se quitaron los adornos.

En Siquem Jacob amonestó a los miembros de su familia a desprenderse de sus ídolos y adornos exteriores (Génesis 35:2, 3) al prepararse para la purificación espiritual que quería llevar a cabo junto al altar que quería construir en Bethel. La respuesta fue excelente: “Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina que estaba junto a Siquem” (Génesis 35:4).

En el Monte Horeb Dios exigió que los israelitas se quitasen los adornos como prueba de que su arrepentimiento por haber adorado el becerro de oro era sincero: “Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa lo que te he de hacer” (Exodo 33:5). Nuevamente la respuesta del pueblo fue positiva: “Entonces los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde el monte Horeb” (Exodo 33:6). La frase “desde el monte Horeb” indica que allí los arrepentidos israelitas se comprometieron a abandonar el uso de adornos para mostrar su sincero deseo de obedecer a Dios. Tanto en Siquem como en el monte Horeb el quitarse los adornos de joyas ayudó a preparar al pueblo para la renovación de su pacto con Dios.

Estas experiencias nos enseñan que el uso de joyas como adorno contribuye a la rebelión contra Dios porque alimenta la glorificación de uno mismo, y que el hecho de desprenderse de ellas ayuda a la reconciliación con Dios pues estimula una actitud de humildad. Por lo tanto, para experimentar una renovación y reforma espiritual, necesitamos sacar de nuestros corazones los ídolos que acariciamos, ya sean ellos la exaltación propia, los logros profesionales o las posesiones materiales, para reemplazarlos por la devoción a Dios.

Principio número cuatro

Los cristianos deberían vestirse en forma modesta y adecuada, evitando los extremos. Encontramos este principio en el uso que Pablo le da al término kosmios (bien ordenado) para describir el adorno apropiado del cristiano (1 Timoteo 2:9). Al referirse a la vestimenta, el término significa que los cristianos deben vestirse con decoro, pudor y modestia. Este principio presenta un desafío para que estemos atentos a nuestra presentación personal, pero evitando los extremos.

El vestirse modestamente incluye que la ropa debe cubrir el cuerpo de tal manera que los demás no se sientan avergonzados o tentados. Este principio es muy importante en nuestros días cuando la industria del vestido trata de vender ropa, joyas y cosméticos que explotan las poderosas atracciones sexuales del cuerpo humano, aún cuando esto implique comercializar productos inmodestos que fomentan el orgullo y la sensualidad.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que podemos violar el código cristiano de vestir de manera apropiada tanto si le dedicamos demasiada atención como si descuidamos nuestra apariencia personal.

Elena White aconsejó: “Vestíos pulcra y atractivamente, pero no os convirtáis en el objeto de observaciones ya sea por estar demasiado ataviados o por vestiros de una forma descuidada y desaseada. Proceded como si supierais que el ojo del cielo está sobre vosotros y que vivís bajo la aprobación o desaprobación de Dios (Manuscrito 53, 1912)”.4

Principio número cinco

Los cristianos deberían vestirse en una manera apropiada y decente, mostrando respeto por Dios, por sí mismos y por los demás. Este principio lo encontramos en el uso que Pablo le da al término aidos (decencia, reverencia) para describir el adorno adecuado para el cristiano (1 Timoteo 2:9). Los cristianos muestran reverencia y respeto cuando se visten decente y prudentemente, sin provocar vergüenza a Dios, a los demás y a sí mismos.

Este principio es muy importante en la actualidad porque la industria del vestido rechaza constantemente el respeto y la decencia como la base para estimular las relaciones humanas. La Biblia condena expresamente el mirar lascivo: “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28). La ropa muy escotada o muy ceñida que promueven algunos de los principales diseñadores de la moda, despiertan las pasiones bajas en el corazón de los que la usan y contribuye a la depravación de nuestra época. Al vestirse con modestia, los cristianos juegan un papel clave para mantener la moralidad pública.

Dios nos aconseja que nos vistamos modesta y decentemente, no sólo para prevenir el pecado, sino también para preservar nuestra intimidad. Es verdad que los que quieran pecar pecarán sin importar cuán modestamente se vista la gente que ven. El propósito de vestirse con modestia no es sólo para prevenir los deseos lascivos, sino también para preservar algo que es muy frágil y sin embargo fundamental en la sobrevivencia de una relación matrimonial: la habilidad de mantener una relación profunda e íntima con su cónyuge. Si se quiere que el matrimonio dure toda la vida, como fue la intención de Dios, el esposo y la esposa deben esmerarse para preservar, proteger y nutrir su intimidad. La modestia y la decencia preservarán el gozo de la intimidad mucho después que hayan dejado de tocar las campanas de boda.

Principio número seis

Los cristianos deberían vestirse sobriamente, resistiendo el deseo de exhibirse. Este principio se encuentra en el uso que Pablo le da al término sophrosune (sobriamente) para describir el adorno cristiano adecuado (1 Timoteo 2:9). Ese término denota una actitud mental de control propio y una actitud que determina todas las otras virtudes. El apóstol reconoce que el control de sí mismo es indispensa-ble para que un cristiano se vista modesta y decentemente.

Pablo describe a la mujer cristiana convertida como una que se viste sobriamente al restringir su deseo de exhibirse y viste “no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 Timoteo 2:9). Su apariencia no dice: “Mírenme, admírenme”, sino: “Miren cómo Cristo me ha cambiado desde adentro hacia afuera”. Una mujer o un hombre cristianos que fueron liberados de la preocupación de ser el objeto de admiración no temerán usar la misma ropa varias veces, si ésta está bien confeccionada, es modesta y le sienta bien.

El consejo de Pablo en cuanto a controlar el deseo de comprar o usar ropa costosa (1 Timoteo 2:9) también señala el principio cristiano de mayordomía. Los gastos que van más allá de nuestras posibilidades son incompatibles con el principio cristiano de mayordomía. Aun cuando pudiésemos comprar ropa cara, no debemos permitirnos gastar los medios que Dios nos ha dado en tiempos cuando existen tantos necesitados que claman para que los ayudemos y para alcanzar a los que no han recibido el mensaje del evangelio.

Principio número siete

Los cristianos deberían respetar las diferencias de sexo en el vestir y usar ropa que confrma su identidad masculina o femenina. Este principio se enseña en la ley que encontramos en Deuteronomio 22:5, que prohíbe usar la ropa del sexo opuesto. Un comentario bíblico, que refleja un punto de vista ampliamente aceptado por los eruditos, destaca que “el objetivo inmediato de esta prohibición no era prevenir la promiscuidad, o de oponerse a las prácticas idólatras…sino mantener la santidad de la diferencia de los sexos, la cual fue establecida en la creación del hombre y de la mujer”.5

Este concepto tiene una gran importancia en la actualidad, pues ahora en el mundo de la moda ya no se grita: “¡Viva la diferencia!”, sino: “¡Viva la igualdad!”. Realmente, la similaridad de cierto tipo de peinado y ropa de hombres y mujeres es tan grande que uno no puede estar completamente seguro si dos jóvenes que van caminando son dos muchachos, dos chicas o un muchacho y una chica.

La Biblia considera que es importante preservar las diferencias sexuales en el vestir. Estas diferencias son fundamentales para nuestra comprensión de quiénes somos y el papel que Dios desea que cumplamos. La ropa que usamos define nuestra identidad. Si un hombre desea ser tratado como mujer, lo más probable es que use artículos femeninos como joyas, perfume y ropa ornamentada. Si una mujer desea ser tratada como un hombre, lo más probable es que guste vestirse como tal.

La Biblia no especifica sobre el estilo de ropa que los hombres y las mujeres deberían usar porque reconoce que el estilo lo dicta el clima y la cultura. Sin embargo, nos enseña el respeto por la diferencia de sexos en el vestir, así como lo acepta nuestra cultura, lo cual quiere decir que, como cristianos, cuando compramos ropa, debemos preguntarnos: ¿Confirma esta ropa mi identidad sexual, o me hace parecer como si fuera del otro sexo? Siempre que te parezca que cierto tipo de ropa no pertenece a tu sexo, sigue tu conciencia: No la compres, aun cuando esté de moda.

No es siempre fácil para un cristiano encontrar ropa que confirme su sexo, especialmente ahora que el estilo de la moda trata de borrar las diferencias; es más, nunca ha sido fácil vivir de acuerdo con los principios bíblicos. Sin embargo, tenemos un llamado cristiano: no conformarnos a los valores y estilos de nuestra sociedad, sino, con el poder de Dios, ser una influencia transformadora en este mundo.

Conclusión

La ropa no hace a un cristiano, pero los cristianos revelan su identidad por medio de su ropa y apariencia. La Biblia no estipula la ropa que debe usar un cristiano ni establece un uniforme para el mismo. Sin embargo, aconseja la sencillez y simplicidad del estilo de vida de Cristo, lo cual incluye nuestra vestimenta y apariencia.

El seguir a Jesús en la forma en que nos vestimos y adornamos significa permanecer separados de la multitud y no pintarnos ni enjoyarnos ni engalanar nuestros cuerpos como lo hacen muchos de nuestros contemporáneos; lo cual requiere valor y discernimiento; valor para no conformarnos con los seductivos dictados de la moda, sino para ser transformados por las sensatas instrucciones de la Palabra de Dios (Romanos 12:2), y discernimiento para distinguir entre el capricho de la moda que cambia y el estilo sensato que permanece; valor para demostrar el amor del carácter de Cristo, no por medio del adorno exterior de nuestro cuerpo “con oro o perlas o ropas costosas” (1 Timoteo 2:9), sino con la hermosura interna de nuestras almas y la quietud de espíritu que son preciosos a los ojos de Dios (1 Pedro 3:3, 4); valor para vestirnos no para glorificarnos a nosotros mismos, sino para glorificar a Dios con nuestra vestimenta modesta, decente y sobria.

Nuestra apariencia externa es un testigo mudo constante de nuestra identidad cristiana. Ojalá muestre al mundo que vivimos para glorificar a Dios y no a nosotros mismos.

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Notas y Referencias

1 Este artículo fue adaptado del libro Christian Dress and Adornment (Berrien Springs, Michigan.: Biblical Perspectives, 1994).

2 William Thourlby, You Are What You Wear (New York New American Library, 1980). p. 52.

3 Ellen White, Testimonies for the Church (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1948), t. 3, p. 376.

4 Ellen White, Conducción del niño (Asociación Publicaciones Interamericanas, 1992) p. 388.

5 C.F. Keil y F. Delitzsch, Biblical Commentary on the Old Testament (Edinburgh: T. y T. Clark, 1873). J. Ridderbos afirma algo parecido: “Estas prohibiciones tienen el objetivo de inculcar respeto por el orden de la creación y de diferenciar los sexos y género que ese orden presenta” (Deuteronomy [Grand Rapids, Mich.: Regency Reference Library, 1984], p.135). Ver también The Interpreter’s Bible (Nashville, Ten.: Abingdon, 1981), vol. 2. p. 464; The Expositor’s Bible Commentary (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 1992), t. 3, p. 135.