Comprender la naturaleza humana

La tensión inicial que produjo la afirmación de Dios: “Ciertamente morirás” (Gén. 2:17, NVI) y la negación de Satanás: “No es cierto, no van a morir” (Gén. 3:4; cf. Apoc. 12:9), se extendió mucho más allá del Jardín de Edén, hasta los confines de la historia humana. Incontables voces alrededor del mundo se han hecho eco de la teoría de que todo ser humano tiene un cuerpo mortal con un alma inmortal, espíritu o energía divina que permanece consciente después de la muerte. Por el contrario, pocos mantienen la visión holística de la naturaleza humana que niega cualquier entidad consciente sobreviviente.

Estos puntos de vista opuestos han polarizado la comprensión de la muerte y distorsionado todo el plan de salvación, incluyendo el proceso del juicio divino. En este capítulo revisaremos los errores doctrinales sobre la naturaleza humana que han dado forma a los puntos de vista del cristianismo moderno. Después, dirigiremos nuestra atención a algunos pasajes bíblicos cruciales que nos ayudarán a comprender lo que realmente dice la Biblia en este aspecto.

Las conjeturas antiguas

Las percepciones filosóficas sobre la naturaleza humana son muy variadas. Los antiguos egipcios, por ejemplo, tenían una visión mitológica compleja de los seres humanos. Creían que la persona era una unidad orgánica conformada por el cuerpo, el corazón, una sombra y dos entidades espirituales llamadas ba (alma) y ka (espíritu). La muerte, sin embargo, disociaba estos componentes y liberaba el ba inmortal (representado por un ave con cabeza humana) para que volara como un ave en el cielo. Utilizaban muchos amuletos y ritos mágicos mientras preparaban al difunto para el más allá. Los procesos de momificación ayudaban al ba a reconocer su cadáver más fácilmente y relacionarse mejor con él. Para los egipcios, así como el dios Sol supuestamente “atravesaba el cielo de día, y de noche visitaba su cadáver, que descansaba en el inframundo de Heliópolis”, el ba de la persona fallecida visitaba periódicamente su cadáver en reposo y se reunía con él en el inframundo de la tumba.1 Aun así, el concepto de una resurrección corporal no les era del todo ajeno.2

Los filósofos griegos de la antigüedad también hablaban de un alma inmortal que sobrevivía a la muerte del cuerpo mortal. Según Platón, Sócrates decía que el ser humano tenía un cuerpo físico en el que el alma estaba “aprisionada como en un caparazón”.3 Sobre la base de su suposición de que “toda alma es inmortal”,4 promovió la teoría de la encarnación y la reencarnación del alma. El alma de los que practican la filosofía pasa por una sola encarnación, mientras que todas las demás almas son juzgadas después del final de su primera vida. En ese juicio, son sentenciados a sufrir un castigo en las prisiones del inframundo o elevados a un lugar en los cielos, donde vivirán como se merecen. A su debido tiempo, ambos grupos de almas tienen derecho a una segunda vida: “Un momento en el que el alma humana se puede reencarnar como un animal y en el que alguien que anteriormente era humano puede renacer como un ser humano una vez más, en vez de terminar como animal”.5

El dualismo griego, que separaba el alma inmortal del cuerpo mortal, no se extinguió con sus defensores originales. El helenismo (la cultura griega) lo diseminó por todo el Imperio Romano. Aunque Roma conquistó Grecia, la historia muestra que finalmente la filosofía griega conquistó a Roma. El poeta romano Horacio (65 al 8 a.C.) declaró: “La Grecia conquistada conquistó al bárbaro conquistador e introdujo las artes en el Lacio agreste”.6 No es de extrañar que, durante el período intertestamentario, importantes sectas del judaísmo incorporaran algunos postulados propios de la doctrina de la inmortalidad que sostenían los griegos. Según el historiador romano judío Flavio Josefo (c. 37 d.C al 100 d.C.), los saduceos sostenían que “el alma muere con el cuerpo”, pero los fariseos alegaban que “el alma tiene un vigor inmortal propio”, y que los que viven indignamente serían detenidos en “una prisión eterna”, mientras que aquellos que viven virtuosamente tenían el “poder de revivir y vivir de nuevo”. Los esenios, otra antigua secta judía, enseñaban abiertamente la inmortalidad del alma.7

Para el filósofo judío helenista Filón, el ser humano es al mismo tiempo mortal, “según la parte de él que es visible [su cuerpo]”, e inmortal, “según la parte que es invisible [su intelecto]”.8 A medida que los principales segmentos de la religión judía recibieron la influencia del pensamiento helenístico, también la recibieron muchos cristianos antiguos de la era postapostólica. Gregorio de Nisa (c. 335–c. 395 d.C.), por ejemplo, trató de armonizar la enseñanza bíblica de la resurrección con la teoría filosófica griega del alma inmortal. En su opinión, el alma continuaba presente en los elementos disueltos del cuerpo sin vida, incluso después de que esta migrara de esta vida visible a la invisible. Afirmó: “Si el Poder que gobierna el universo envía a los elementos disueltos la señal para que se unan, entonces, por el poder del alma, los diversos elementos se unirán”, y se producirá la resurrección.9 En este caso, el alma permanecería activa, con al menos una función especial que desempeñar, incluso después de la muerte del cuerpo.

La noción griega de un cuerpo mortal con un alma inmortal moldeó el pensamiento cristiano a lo largo de los siglos, y es intensamente promovida actualmente por las llamadas “experiencias cercanas a la muerte” y “experiencias fuera del cuerpo”. Tener una comprensión clara de la verdad bíblica de la naturaleza humana evitará que seamos víctimas de antiguos engaños.

“Un ser vivo”

Muchos pasajes de las Escrituras nos permiten conocer más sobre la naturaleza humana, pero todos se fundamentan en los conceptos básicos que integran el relato de la Creación en Génesis. Allí leemos que Dios creó a Adán y a Eva a su imagen y semejanza (Gén. 1:26, 27) y que “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Gén. 2:7). Por lo tanto, la infusión del “aliento de vida” (en hebreo nismat chayyim) en el cuerpo físico de Adán lo transformó en “un ser viviente” (en hebreo, nefés chayyá). La muerte, por el contrario, invierte el proceso, como lo indica la propia declaración de Dios: “Porque polvo eres y al polvo volverás” (Gén. 3:19).

La Septuaginta, una antigua versión griega del Antiguo Testamento ampliamente utilizada en el mundo helenístico, tradujo el término hebreo nefés (ser) que aparece en Génesis 2:7 con el termino griego psyjé (alma), que es la misma palabra que Platón usaba al afirmar que toda alma es inmortal. Desafortunadamente, muchos judíos y gentiles helenísticos terminaron leyendo la Septuaginta a través de la lente de la cultura griega, sin darse cuenta de que algunas palabras griegas clave habían asumido nuevos significados. Entonces, en lugar de expresar la cosmovisión bíblica, esas palabras con el tiempo comenzaron a transmitir las doctrinas griegas. Todo estudio serio de las Escrituras debe, por tal motivo, preservar el significado original hebreo del texto.

El teólogo británico Henry W. Robinson reconoció correctamente que “el concepto hebreo de personalidad representa un cuerpo animado, no un alma encarnada”.10 Afirmaba que “la explicación obvia de la diferencia entre un muerto y un vivo era la respectiva ausencia o presencia de aliento, así que, en consecuencia, no hay teoría más común del alma que la que la identifica con el aliento”.11 Por lo tanto, como bien afirma el teólogo alemán Hans W. Wolff, el ser humano no tiene nefés, sino que es un nefés, y vive como nefés.12 Hay casos, sin embargo, en los que nefés se refiere a partes o aspectos más específicos del ser humano,13 pero nunca como una entidad consciente separada del ser humano como un todo.

Vale la pena señalar que nefés no solo se refiere a los seres humanos que están vivos, sino también a otras criaturas vivientes (Gén. 1:20, 21, 24, 30), con excepción de las plantas. Se nos dice que “los hombres terminan igual que los animales; el destino de ambos es el mismo, pues unos y otros mueren por igual, y el aliento de vida es el mismo para todos, así que el hombre no es superior a los animales […] y todo va hacia el mismo lugar. Todo surgió del polvo, y al polvo todo volverá” (Ecl. 3:19, 20, NVI). No es de extrañar que el Señor mismo declarara:

“He aquí que todas las almas son mías: como el alma del padre, así el alma del hijo es mía. El alma [nefés] que peque, esa morirá” (Eze. 18:4; compárese con el vers. 20).

Y la ley de Moisés declara: “El que le quite la vida a otro ser humano [nefés] será condenado a muerte. El que le quite la vida a algún animal [nefés] ajeno, reparará el daño con otro animal” (Lev. 24:17, 18, NVI). Estos pasajes confirman la mortalidad del nefés, que muchas veces se traduce como “alma”.

“El espíritu vuelve a Dios”

Algunos lectores tal vez aceptan la mortalidad del alma, pero con la creencia de que el espíritu de los muertos regresa en un estado consciente a Dios. Uno de los pasajes más citados en apoyo de esta teoría es Eclesiastés 12:7, que dice: “Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu [en hebreo ruaj] volverá a Dios, que es quien lo dio” (NVI). Este pasaje presenta el proceso de creación original de Génesis 2:7, pero a la inversa: (“Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente”), evocando la última frase de Génesis 3:19 (“Pues polvo eres y al polvo volverás”). Pero ¿qué significado tiene esta noción de que el “espíritu” regresa a Dios?

El libro de los Salmos subraya el estado de inconsciencia de los muertos. Afirma, por ejemplo, que “los muertos, los que han bajado al sepulcro, ya no pueden alabar al Señor” (Sal. 115:17). También se nos dice que cuando el espíritu [en hebreo ruaj] “se va”, la persona “vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Sal. 146:4). En la misma línea, el libro de Eclesiastés destaca, como ya se mencionó, que tanto los seres humanos como los animales, “todos tienen un mismo aliento de vida. No es más el hombre que la bestia” (Ecl. 3:19). Eclesiastés 9:5 y 10 reitera que “los que viven saben que un día morirán; pero los muertos nada saben. […] Todo lo que te venga a la mano hacer, hazlo según tus fuerzas. En el sepulcro, que es adonde vas, no hay obras ni proyectos, ni conocimiento ni sabiduría”.

Eclesiastés 12:1 al 7 describe de manera vívida el proceso de envejecimiento que conduce a la muerte. Así lo parafrasea la versión de la Biblia The Message, en inglés:

Honra a tu Creador y disfrútalo mientras aún eres joven,

Antes de que los años te pasen factura y tus fuerzas disminuyan,

Antes de que tu visión se apague y veas el mundo borroso.

Y los años de invierno te mantengan pegado al fuego.

En la vejez, el cuerpo ya no funciona tan bien.

Los músculos se aflojan, el agarre se debilita, las articulaciones se endurecen.

El telón del mundo comienza a bajar.

No podemos ir y venir a voluntad. Todo va camino a su final.

El ruido del hogar comienza a apagarse.

El trinar de un pájaro ahora nos despierta.

Las caminatas a las montañas son cosa del pasado.

Hasta un paseo por el camino tiene sus terrores.

El cabello se vuelve blanco como la flor del manzano,

Adornando nuestro cuerpo frágil y sin fuerzas.

Sí, estamos bien adelantados en nuestro camino al descanso eterno,

Mientras que los amigos hacen planes para nuestro funeral.

La vida, hermosa mientras dura, pronto se acaba.

La vida como la conocemos, valiosa y hermosa, se termina.

El cuerpo vuelve a ser colocado en el mismo suelo de donde vino.

Y el aliento regresa a Dios, quien lo inspiró por primera vez.14

Algunos comentaristas bíblicos encuentran aquí cierta alusión a una entidad consciente que sobrevive a la muerte del cuerpo, como proponían los filósofos griegos. Pero si tomamos en cuenta lo que ya hemos dicho (Ecl. 3:19, 20; 9:5, 10) y los versículos anteriores (Ecl. 12:1-7), concluir algo así estaría completamente fuera de contexto y no tendría fundamento bíblico. ¡El pasaje tiene un fuerte tono negativo y en ningún momento apoya la noción de un supuesto “espíritu” desencarnado en el Paraíso!

Como señaló Roland Murphy, Eclesiastés 12:7 nos muestra “un cuadro de disolución, no de inmortalidad”.15 George S. Hendry explica:

Pareciera que Eclesiastés hubiera progresado en su posición con respecto a 3:21, pero sus palabras en esta ocasión, si bien sugestivas, no lo son tanto que fundamenten una esperanza de inmortalidad. Está especulando sobre la disolución del cuerpo y del espíritu desde el punto de vista de “debajo del sol”, y no hace más que afirmar que cada uno retorna a la fuente de donde surgió: el cuerpo al polvo y el espíritu a Dios (cf. Gén. 2:7). En cuanto al destino final del espíritu, luego de su retorno a Dios, es algo que no le concierne.16

De la misma manera, cuando el Antiguo Testamento menciona que Abraham murió y “fue reunido a su pueblo” (Gén. 25:8), que el buen rey David “durmió con sus padres” (1 Rey. 2:10), y que el malvado rey Acab también “durmió con sus padres” (1 Rey. 22:40), no está queriendo decir que fueron a una comunidad paradisíaca llena de almas o espíritus desencarnados. Significa simplemente que fueron enterrados como todos sus respectivos antepasados. La esperanza bíblica no está enraizada en la teoría de un alma inmortal, sino en la resurrección de todo el ser humano íntegro por efecto de un acto sobrenatural de Dios.

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1 Jan Assmann, Death and Salvation in Ancient Egypt (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2005), p. 92; véanse también pp. 87-96.

2 Paul Carus, “The Conception of the Soul and the Belief in Resurrection Among the Egyptians”, Monist 15, N° 3 (julio de 1905), pp. 409-428.

3 Platón, Phaedrus (Oxford: Oxford University Press, 2002), p. 34.

4 Ibíd., p. 27.

5 Ibíd., p. 32.

6 Horacio, “Epistle” 2.1.155, en Horacio, Satires and Epistles (Oxford: Oxford University Press, 2011), p. 98.

7 Flavio Josefo, “Antiquities of the Jews” 18.1.2–5, en The Complete Works of Josephus (Grand Rapids, MI: Kregel, 1981), pp. 376, 377.

8 Filón, “On the Creation” 46 (135), en The Works of Philo: Complete and Unabridged, nueva edición actualizada (Peabody, MA: Hendrickson, 1993), p. 19.

9 Gregorio de Nisa, “On the Soul and the Resurrection”, Popular Patristics 12 (Crestwood, NY: SVS Press, 1993), p. 68; véanse también las pp. 65–69.

10 H. Wheeler Robinson, “Hebrew Psychology”, en The People and the Book, ed. Arthur S. Peake (Oxford: Clarendon, 1925), p. 362.

11 H. Wheeler Robinson, The Religious Ideas of the Old Testament (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1913), p. 80.

12 Hans W. Wolff, Anthropology of the Old Testament (Londres: SCM Press, 1974), p. 10.

13 Ver Horst Seebass, “Nephesh”, en Theological Dictionary of the Old Testament, ed. G. Johannes Botterweck, Helmer Ringgren, y Heinz-Josef Fabry, (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), t. 9, pp. 497-519.

14 Traducción libre al español de la Biblia parafraseada en inglés, The Message.

15 Roland Murphy, “Ecclesiastes”, Word Biblical Commentary 23A (Dallas: Word Books, 1992), p. 120.

16 George S. Hendry, “Eclesiastés”, en Nuevo comentario bíblico (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1977), p. 433. Tomado de: https://books.google.com/books?id=vVxc9kJzev0C, el 4 de abril de 2022.