John C. Peckham
«Ahora que se han descubierto las fuerzas y las leyes de la naturaleza, ya no podemos creer en espíritus, sean buenos o malos. […] Es imposible utilizar la luz eléctrica, la radio o aprovechar los modernos descubrimientos médicos y quirúrgicos; y al mismo tiempo, creer en el mundo de demonios y espíritus que es presentado en el Nuevo Testamento».1 Esto escribió Rudolf Bultmann en 1941, ilustrando la afirmación común de aquel tiempo, de que la modernidad había abolido la noción misma de que Satanás y sus huestes demoníacas pudiesen existir o desempeñar algún papel en el mundo.
Dada la hostilidad contra la idea de la existencia de seres demoníacos que surgió tras la Ilustración, es fácil que incluso los cristianos piensen en términos que descarten, minimicen o ignoren la influencia de las huestes demoníacas. No obstante, estamos convencido de que negarse a reconocer esta realidad, aunque sea implícitamente, constituiría un grave error. El tema del conflicto cósmico,2 una batalla constante entre el reino de Dios y las huestes demoníacas, está profundamente arraigado en las Escrituras. Además, este tema ha tenido una presencia notable a lo largo de la historia de la tradición cristiana y, en nuestra opinión, ofrece recursos esenciales para la comprensión de la fe cristiana.
¿Una guerra universal?
Cualquiera que lea el Nuevo Testamento se encontrará, de manera repetida y sorprendente, con lo que Bultmann denominó «el mundo de demonios y espíritus».3 En su clásico libro Mero cristianismo, C. S. Lewis relató su propia experiencia al respecto, escribiendo lo siguiente:
Una de las revelaciones que más me impactó al leer detenidamente el Nuevo Testamento fue su insistencia en la existencia de un Poder Oscuro en el universo: un espíritu maligno poderoso, considerado la fuerza detrás de la muerte, la enfermedad y el pecado. […] El cristianismo sostiene que Dios creó este Poder Oscuro, que originalmente era bueno, pero que se corrompió. […] El universo se encuentra en medio de una guerra, más específicamente, una guerra civil, una rebelión. Vivimos en una parte del universo ocupada por el rebelde, en territorio enemigo. Este mundo es, efectivamente, territorio ocupado por el adversario. El cristianismo narra cómo el rey legítimo ha llegado, podríamos decir, de incógnito, y nos convoca a todos a unirnos en una vasta campaña de sabotaje.4
Sin embargo, la misma noción de un conflicto cósmico entre el reino de Dios y las huestes demoníacas suscita una serie de preguntas y posibles objeciones. En este capítulo, dividido en dos partes, abordaremos brevemente tres cuestiones generales que consideramos de gran importancia. Primero, ¿es plausible creer en la existencia de Satanás y sus demonios, y en su influencia en este mundo? Segundo, ¿cómo podría un Dios omnipotente entrar en conflicto con alguna simple criatura o criaturas? Tercero, ¿de qué manera el concepto de un conflicto cósmico contribuye a la comprensión de la fe cristiana o al desarrollo de una visión cristiana del mundo?
¿Es plausible una cosmovisión del conflicto cósmico?
En relación al asunto de la plausibilidad, a primera vista, la creencia en la existencia de demonios y su influencia en el mundo podría parecer extravagante y fácilmente ser descartada como absurda. De hecho, Alvin Plantinga señala que muchos afirman que «es poco creíble, especialmente en nuestra era ilustrada, suponer la existencia de seres como Satanás, y mucho menos de sus huestes demoníacas».5 Sin embargo, Plantinga continua diciendo: «La plausibilidad, desde luego, se encuentra en el oído del oyente; incluso en nuestros tiempos ilustrados, hay mucha gente que piensa que hay criaturas libres no humanas y que estas que son responsables del mal, en parte, que el mundo contiene».6
El historiador Jeffrey Burton Russell destaca que «el Diablo siempre ha constituido una creencia cristiana central, un elemento integral de la tradición cristiana».7 Además, la gran mayoría de las personas, tanto en el pasado como en el presente, han creído en espíritus; y existe un riesgo etnocéntrico real en el simple acto de descartar tales creencias. Kabiro wa Gatumu sostiene que muchos eruditos cristianos no occidentales consideran que «la iglesia occidental ha fallado» al no prestar «suficiente o seria atención al tema de los poderes sobrenaturales», debido a «prejuicios contra lo considerado no natural» heredados de la Ilustración.8
Plantinga ha señalado con acierto que «no existe una certeza basada en evidencia que desmienta rotundamente esta idea desde la perspectiva académica occidental». Además, opina que «no es totalmente improbable, especialmente desde el punto de vista del teísmo cristiano», que seres como Satanás y sus huestes demoníacas «estén involucrados en la historia de nuestro mundo».9 En esta línea, Garrett DeWeese argumenta que negar la realidad de los «seres espirituales» implica «descartar por completo la cosmovisión presentada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, incluyendo la del mismo Jesús».10
Los evangelios, por ejemplo, están repletos de referencias al diablo y a demonios que se oponen al reino de Dios. Entre otros muchos casos, solo en el evangelio de Mateo se narra que Jesús fue tentado por el diablo en el desierto (e.g., Mat. 4: 1-11); que Jesús confrontó repetidamente a demonios y los «expulsó», declarando que «el reino de Dios ha llegado», por encima y en contra del poderío satánico (Mat. 12: 28, 26). Además, que Jesús identificó explícitamente al diablo como su enemigo, quien se opone a su buena obra y siembra el mal en el mundo (Mat. 13: 37-39; cf. 25: 41). En los evangelios y en otros textos de la Escritura, como lo afirma Brian Han Gregg, «el conflicto entre Dios y Satanás, evidentemente es un aspecto central de la enseñanza y ministerio de Jesús».11
Si consideramos como fiables los relatos de los evangelios acerca de las palabras y acciones de Jesús, la idea de un conflicto cósmico adquiere una plausibilidad destacada. Esta noción no es ajena, sino que constituye un elemento central en la cosmovisión cristiana: es el corazón mismo del mensaje evangélico, es la historia de la redención. Para algunos, esta historia puede ser considerada como una «locura», una «insensatez», especialmente para aquellos que se consideran sabios; sin embargo, recordemos que «lo insensato de Dios es más sabio que los hombres» (1 Cor. 1:23-25). Por eso, Pablo exhorta a los cristianos a «estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Efe. 6: 11, 12, BA).12
No obstante, persiste la interrogante acerca de cómo puede existir un conflicto cósmico entre Dios y una simple criatura. Asimismo, surge la cuestión de la relevancia de esta noción dentro de la cosmovisión cristiana.
Estamos convencidos de que el concepto del conflicto cósmico ocupa un lugar destacado en las Escrituras y en la tradición cristiana a lo largo de los siglos. No obstante, en tiempos recientes, este tema frecuentemente se ha dejado de lado. Desde una perspectiva modernista y naturalista, la idea de un conflicto cósmico puede parecer poco convincente. Sin embargo, bajo el prisma del teísmo cristiano, apoyado por la totalidad del testimonio bíblico y la amplia mayoría de la tradición cristiana, la existencia de este conflicto se presenta como algo eminentemente plausible. Además, es importante destacar que el conflicto cósmico está intrínsecamente arraigado a la historia del evangelio de Cristo.
¿Tiene sentido el conflicto cósmico como cosmovisión universal?
Tras haber destacado la prominencia del tema del conflicto cósmico, surgen preguntas fundamentales: ¿Es coherente concebir la idea de un conflicto cósmico? ¿Cómo puede el Dios omnipotente verse envuelto en un conflicto con alguna de sus criaturas? Desde una perspectiva de poder absoluto, ninguna criatura podría rivalizar con Dios, y las Escrituras descartan explícitamente cualquier forma de dualismo cósmico (cf. Col. 1:16-17; Apoc. 12:12). Por lo tanto, si existe un conflicto cósmico, este no puede basarse en una lucha de poder, sino que debe ser de otra índole.
En mi reciente obra, Teodicea del amor, argumento que la Escritura presenta este conflicto como predominantemente epistémico. Se trata de un enfrentamiento surgido a partir de las acusaciones calumniosas contra el carácter de Dios, vertidas por el diablo en la corte celestial. Estas acusaciones, según propongo, están destinadas a ser refutadas a través del plan de redención divino. Este plan no solo tiene como fin la salvación, sino también garantizar que todas las criaturas del universo puedan confiar y amar a Dios plenamente, lo cual es esencial para la perfecta armonía del universo.13
La naturaleza del conflicto
La esencia de un conflicto epistémico centrado en el carácter de Dios reside en que no puede ser resuelto simplemente mediante el ejercicio del poder. Así como un gobernante acusado de corrupción no puede desmentir dichas acusaciones únicamente con el uso de la fuerza, de igual manera, debido a la naturaleza epistémica de las acusaciones contra el carácter divino, las calumnias lanzadas por el diablo no pueden ser solventadas solo con el poder de Dios. En su lugar, se requiere una demostración pública de justicia y rectitud para refutar tales alegatos.
En este contexto, la obra de Cristo desempeña un papel crucial como esa demostración. La Escritura revela que el diablo es:
• Quien ha engañado al mundo entero desde el principio (Apoc. 12: 9; Mat. 4: 3; cf. Juan 8: 44; Hech. 5: 3; 2 Cor. 11: 3; 1 Juan 3: 8; Apoc. 2: 10).
• El que calumnia y acusa a Dios y a su pueblo ante la corte celestial (Apoc. 12: 10; cf. 13: 6; Job 1–2; Zac. 3: 1-2; Jud. 9).
• El gobernante usurpador de este mundo (Juan 12:31; 14:30; 16:11; cf. Mat. 12:24-29; Luc. 4:5-6; Hech. 26:18; 2 Cor. 4:4; Efe. 2:2; 1 Juan 5:19; Apoc. 12–13).
Por otro lado, en contraste directo, Jesús:
• Vino al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Juan 18: 37),
• Demostró de manera suprema cuan perfecta es la justicia y el amor de Dios a través de la cruz (Rom. 3: 25-26; 5: 8), refutando así las acusaciones calumniosas del diablo ante corte celestial (Apoc. 12: 10-11).
• Finalmente, destruirá el gobierno del diablo, quien sabe que «tiene poco tiempo» (Apoc. 12: 12; cf. Rom 16: 20), concluyendo en que Cristo «reinará por los siglos de los siglos» (Apoc. 11: 15).
De esta manera y en cualquier circunstancia, la obra de Cristo deshace la obra del diablo. Esta verdad encuentra respaldo en las Escrituras, como se refleja en 1 Juan 3: 8: «para esto apareció [Jesús] para deshacer las obras del diablo». Este propósito de Cristo se alinea con la promesa de redención de Génesis 3: 15. Además, la Epístola a los Hebreos profundiza en este concepto al señalar que Jesús vino «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (2: 14).
Las «leyes de confrontación» en el conflicto
Si consideramos que el diablo tiene «el imperio de la muerte», debemos inferir que dicho dominio le fue concedido. En primer lugar, para que exista un conflicto, incluso de índole epistémico, Dios habría tenido que conceder al diablo poder y jurisdicción de proporciones significativas para enfrentarse a él. Surge, entonces, una pregunta pertinente: ¿Por qué Dios concedería a Satanás tal autoridad? Dado que las acusaciones contra el carácter divino no pueden ser desvirtuadas únicamente por el ejercicio del poder, parece plausible que la única forma de refutarlas sea a través de una audiencia y demostración públicas. Sin embargo, para que esta audiencia sea posible, debe existir ciertos límites o «leyes de confrontación» que permitan al diablo y a sus huestes actuar en oposición a Dios, aunque de manera restringida y temporal (Apoc. 12:12; cf. Job 1–2). Puesto que Dios siempre cumple sus promesas y pactos, estas leyes también limitarían (moralmente) el ejercicio del poder divino para evitar los males que (temporalmente) están bajo la jurisdicción del diablo.
Es notable observar que, durante la tentación de Jesús en el desierto, Satanás haya proclamado que «todos los reinos de la tierra» le habían sido «entregados» (Luc. 4: 5-6). Además, Jesús mismo se refirió en repetidas ocasiones a Satanás como «el príncipe de este mundo» (Juan 12: 31; 14: 30; 16: 11; cf. 2 Cor. 4: 4). Estas referencias sugieren que la autoridad del diablo sobre ciertos aspectos del mundo es una realidad reconocida en las Escrituras. Por otro lado, observamos que, en numerosos pasajes bíblicos, la expulsión de demonios y la realización de otros milagros están vinculados con elementos como la fe (Mat. 17: 20; Mar. 6: 5) y la oración (Mar. 9: 29). Estos relatos indican que, aunque el diablo posea cierta autoridad, el poder de Dios manifestado a través de la fe y la oración es capaz de superar las acciones y la influencia maligna.
Si realmente existen estas «leyes de guerra» o «reglas de confrontación» en el conflicto cósmico, entonces es posible que Dios, en su omnibenevolencia, desee evitar todo mal, y, en su omnipotencia, tenga la capacidad de hacerlo. Sin embargo, en ciertas circunstancias, intervenir directamente podría ir en contra de las «leyes de guerra» establecidas por Dios en aras del bien mayor del universo.
Algunas implicaciones del gran conflicto como cosmovisión universal
La adopción del gran conflicto cósmico como marco referencial revela cómo este puede iluminar y enriquecer la fe y la cosmovisión cristianas del mundo. En otras palabras, la perspectiva del conflicto cósmico proporcionar un marco referencial que ayuda a reflexionar sobre el problema del mal, especialmente en lo que respecta a su prevalencia en el mundo., Entonces, si realmente vivimos en un «territorio ocupado por el enemigo», como lo planteó C. S. Lewis, entonces es razonable esperar que nuestro mundo refleje las características de un campo de batalla. Esta idea se ve reflejada en las palabras de Jesús en su parábola del trigo y la cizaña: «Un enemigo ha hecho esto» (Mat. 13: 28).
Este marco referencial del conflicto cósmico, aunque plantea numerosas cuestiones que exceden el alcance de este espacio, ofrece una perspectiva reveladora. Si existe un conflicto cósmico con leyes de guerra a las que Dios accedió por razones moralmente suficientes, las acciones divinas contra el mal de este mundo podrían estar temporalmente limitadas (por causas morales), de una manera que resulta coherente con su omnipotencia y omnibenevolencia. Este enfoque no solo arrojar luz sobre el problema del mal, sino también sobre una serie de cuestiones relacionadas, como los milagros (aparentemente) selectivos, la oración petitoria y la (aparente) ausencia divina.
En concreto, si la intervención de Dios en este mundo está (moralmente) limitado por ciertas leyes de guerra, la manifestación de su presencia o la realización de milagros en situaciones específicas podrían estar condicionadas por estas leyes, que a su vez podrían estar influenciadas dinámicamente por factores poco evidentes, como la oración y la fe. Además, es plausible pensar que estas leyes de guerra permitan que la oración petitoria expanda, bajo ciertas circunstancias, la jurisdicción moral de Dios para actuar de una forma en la que, sin dicha oración, no le sería moralmente permitido.14
Existe un vasto campo de conocimiento aún por explorar en relación con este tema y con muchas cuestiones adyacentes. Independientemente de nuestras opiniones sobre las ideas brevemente esbozadas aquí, estamos convencidos de que los defensores de la cosmovisión cristiana deben prestar especial atención al conflicto cósmico, ya que este se encuentra profundamente arraigado en la historia de la redención. Si, como sugirió Lewis, el universo realmente está «en guerra», entonces «no hay terreno neutral en el universo. Cada centímetro cuadrado y cada fracción de segundo es reclamado tanto por Dios como por Satanás».15 En este contexto, es imperativo para los cristianos estar adecuadamente preparados para permanecer «firmes contra las asechanzas del diablo» (Efe. 6: 11).
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1 Rudolf Bultmann, New Testament Mythology and Other Basic Writings (Filadelfia, PA: Fortress, 1984), pp. 4, 5.
2 Llamado también gran conflicto o gran controversia.
3 Bultmann, New Testament Mythology, p. 5.
4 Lewis, Mere Christianity (New York: HarperCollins, 2001), pp. 45-46.
5 Alvin Plantinga, «Self-Profile», en Alvin Plantinga, ed. James E. Tomberlin y Peter van Inwagen (Dordrecht, Países Bajos: D. Riedel, 1985), p. 42.
6 Plantinga, «Self-Profile», p. 42.
7 Jeffrey Burton Russell, Satanás: La primitiva tradición cristiana, trad. Juan José Utrilla (México: Fondo de Cultura Económica, 2000), p. 291.
8 Kabiro wa Gatumu, The Pauline Concept of Supernatural Powers: A Reading from the African Worldview, Paternoster Biblical Monographs (Milton Keynes: Paternoster, 2008), pp. 51, 52.
9 Plantinga, «Supralapsarianism or “O Felix Culpa”», en Christian Faith and the Problem of Evil, ed. Peter van Inwagen (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2004), p. 16.
10 Garrett DeWeese, «Natural Evil: A “Free Process” Defense», en God and Evil, ed. Chad Meister y James K. Dew (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2013), p. 63.
11 Brian Han Gregg, What Does the Bible Say About Suffering? (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2016), 66. Para encontrar más sobre el tema, véase los capítulos 3 al 5 de Peckham, Teodicea del amor.
12 Si se desea revisar una buena discusión sobre las muchas referencias de Pablo sobre los seres celestiales que se oponen al reino de Dios, véase Clinton Arnold, Powers of Darkness: Principalities and Powers in Paul’s Letters (Downers Grove, IL: IVP Academic, 1992).
13 Véase los capítulos 3 al 5 de John C. Peckham, Teodicea del amor: El conflicto cósmico y el problema del mal, trad. Samuel E. Ricra (Trujillo, Perú: Publicaciones Alétheia, 2023).
14 Para más información, véase John C. Peckham, «The Influence Aim Problem of Petitionary Prayer: A Cosmic Conflict Approach», Journal of Analytic Theology 8 (2020): pp. 412-432.
15 C. S. Lewis, «Christianity and Culture», en Christian Reflections, ed. Walter Hooper (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1967), p. 33.