El apóstol Pablo llama a los creyentes a ser unidos y humildes:
Por tanto, si sentís algún estímulo en vuestra unión con Cristo, algún consuelo en su amor, algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, llenadme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. No hagáis nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad considerad a los demás como superiores a vosotros mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás (Fil. 2: 1-4, NVI)
La humildad es una virtud importante que se despreciaba en el mundo grecorromano. El orgullo y el egoísmo son lo contrario de la humildad.
Pablo da el ejemplo supremo de humildad: la vida sacrificada de Jesucristo, que era igual al Padre, pero se humilló de tal manera que no solo aceptó nuestra naturaleza humana, sino que vivió como siervo y murió por nosotros en la cruz para salvar a los humanos de la esclavitud del pecado y la muerte. Cita un poderoso poema:
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo [ekenōsen], tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Fil. 2: 5-11)
En esta extraordinaria historia de Cristo, se afirma que Jesús «se vació a sí mismo» (vers. 7, ekenōsen). Los traductores de la Versión Biblia Libre (VBL) lo expresan con estas palabras:
Aunque en su naturaleza él siempre fue Dios, no le preocupó mantener su igualdad con Dios. Más bien se vació a sí mismo [ekenōsen], tomando la naturaleza de un siervo, volviéndose un ser humano. Y al venir en forma humana, humillándose a sí mismo, se sometió a la muerte, incluso a la muerte en una cruz. (Fil. 2: 6-8).
¿Cómo entender la frase de que Jesús se «vació» a sí mismo? ¿Vació su divinidad en el momento de la encarnación? Nuestro pasaje es el texto «accidental» en el que Pablo explica que los creyentes deben estar unidos en Cristo y ser humildes. Pablo les exhorta a considerar a los demás más dignos que a sí mismos, a valorarlos y apreciarlos. Da el ejemplo supremo de humildad: La encarnación, el servicio y la muerte en cruz de Jesús. ¡Sé humilde como Jesús! Era igual a Dios, pero se vació a sí mismo; es decir, se humilló y se hizo hombre, se convirtió en siervo y, finalmente, en sacrificio vivo cuando murió por la humanidad. Es una narración impresionante de la vida de Cristo.
El significado de kenōsis queda claro cuando se estudia el contexto de cada aparición en el Nuevo Testamento. Este término es utilizado cinco veces y solo por Pablo (además de nuestro texto, véase Rom. 4: 14; 1 Cor. 1: 17; 9: 15; 2 Cor. 9: 3). Hagamos un repaso de ellas y estudiemos diligentemente lo que tienen en común:
De estos usos del término «vaciar/anular», es evidente que la palabra tiene un significado figurativo o simbólico consistente. Es una figura retórica, y en relación con Cristo, indica que «se humilló a sí mismo» de una manera última e impensable. Así, el significado de la frase que Jesús «se despojó a sí mismo» significa que dejó a un lado los beneficios de su divinidad y se humilló a sí mismo no siendo nada, es decir, convirtiéndose en el Siervo sufriente en nombre de la humanidad. No vació su divinidad, sino que se despojó de los privilegios de su divinidad. En términos prácticos significó que Jesucristo: 1) dejó su posición privilegiada de autoridad y dignidad en el cielo, 2) abandonó su gloria, 3) tomó sobre sí nuestra frágil naturaleza humana, 4) sirvió a los demás desinteresadamente como siervo del Señor, 5) vivió en la pobreza entre la gente no privilegiada, 6) y sacrificó su vida sin pecado en la muerte en la cruz por nuestros pecados. Además, 7) vino a vivir en la tierra como persona humana en total dependencia de Dios. Cristo voluntariamente dejó de lado el uso de su poder divino para ayudarse a sí mismo, para emplear independientemente su fuerza divina. Se decidió que no usaría su poder divino para sí mismo, sino para demostrar que el primer Adán podría haber obedecido a Dios. Esto explica por qué Satanás le tentó a emplear el poder divino para demostrar su filiación divina convirtiendo las piedras en pan. Fue una verdadera tentación para Jesús ayudarse a sí mismo en aquella situación profundamente problemática (para nosotros, por supuesto, no sería una tentación porque no tenemos tal poder). Cristo se sometió totalmente a la voluntad de su Padre y vivió una vida de obediencia (Heb. 4: 15-16; 7: 25).
En la historia de los reyes de Bohemia hay un relato sobre el rey de Bohemia Václav (Wenceslao) IV durante la Edad Media (siglo XV) que ilustra muy bien esta cuestión. Al rey Václav le gustaba disfrazarse de campesino pobre y vivir como un mendigo mezclándose con la gente para saber lo que pensaban y decían del rey. ¿Seguía siendo el rey cuando se vestía de campesino? Sí, incluso disfrazado de pobre y apenas reconocible, seguía siendo el rey. Del mismo modo, durante la humanidad de Jesús y sus humildes acciones de sacrificarse por los humanos cuando tomó sobre sí una naturaleza humana, ni por un momento dejó de ser Dios ni renunció a su divinidad. Fue siempre y al mismo tiempo Dios.
Estas siete difíciles afirmaciones confirman y profundizan poderosamente nuestra comprensión de la naturaleza divina de Jesucristo.
Cuando conocemos experimentalmente a nuestro asombroso Dios, tenemos vida eterna (Juan 17: 3). ¿Qué implica esto? Significa que queremos entender, tanto como sea humanamente posible, quién es Dios. Conocer a Dios va más allá de una comprensión intelectual de él, por importante que ésta sea. Comprender a Dios significa vivir diariamente en una relación íntima con él (Jer. 9: 23-24; Miq. 6: 8). A este conocimiento existencial estamos llamados a crecer en Cristo (2 Ped. 3: 18). Tener la misma «mente» de Cristo significa tener la misma «actitud» hacia otras personas como lo tuvo Jesucristo. Por el orgullo vino la caída en el pecado, pero por la humildad viene la victoria sobre el pecado, el mal y Satanás.
La profunda confesión del «incrédulo» Tomás después de encontrarse con Cristo resucitado vivo debería ser nuestra confesión: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20: 28). Nuestra reflexión sobre Jesús como Dios y Hombre, divino y humano, solo puede entenderse correctamente en el contexto del discipulado. No podemos seguir a Jesús por nuestro esfuerzo humano, porque él es Dios, pero por su capacidad divina puede salvarnos, cambiarnos y elevarnos. Cristo es Hombre; y en su humanidad, puede relacionarse con nosotros, y podemos abrazarle con gratitud y amor y estar cerca de él. Sin embargo, solo cuando recibimos el poder del Espíritu Santo podemos entregarnos a seguir a Jesús de Nazaret.
En la ciudad de Valasske Mezirici, en la República Checa, hay un observatorio astronómico, y a la entrada, en la pared, hay una enorme declaración: «Un poco de conocimiento te lleva al orgullo, pero mucho conocimiento te lleva a la humildad». Así pues, nuestra única respuesta adecuada a la sumisión, humillación y muerte de Cristo es nuestra aceptación de su inestimable don de la salvación creyendo, adorando, obedeciendo, sirviendo y adorándole como nuestro Salvador, Señor y Rey personal.