Jesucristo es el Hijo de Dios (Mat. 16: 16; Mar. 1: 1; Juan 1: 34, 49; 1 Juan 5: 12; cf. Luc. 3: 38), lo que significa que vino a este mundo como el cumplimiento de las expectativas del Antiguo Testamento de ganar donde el primer Adán fracasó cuando pecó (Gén. 3: 1-15) y perdió su posición única como cabeza de la humanidad. Por lo tanto, el nuevo Adán o el segundo Adán tuvo que venir para redimir a la humanidad de la esclavitud del pecado y la muerte y demostrar que era posible que el primer Adán obedeciera a Dios (Rom. 5: 12-19; 1 Cor. 15: 21-22). Jesucristo vino como la Simiente Prometida (Gén. 3: 15), el Hijo de Dios (Mar. 1: 1; Luc. 3: 38; Juan 20: 31), el Hijo del Hombre (Dan. 7: 13) y el segundo Adán (1 Cor. 15: 45-49), porque el primer Adán perdió este privilegio.1
Dios, en su sabiduría, inspiró a los escritores bíblicos a describir la relación entre las tres personas de la Deidad como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Dios Todopoderoso es el Padre, Jesucristo es el Hijo, y la Tercera Persona de la Deidad es el Espíritu. ¿Por qué la Biblia describe la relación entre el Dios Todopoderoso y Jesucristo como una relación entre padre e hijo? Como humanos, consideramos la relación entre padre e hijo como algo muy cercano, íntimo y cálido. Es la mejor descripción de una relación estrecha entre dos personas sin ningún trasfondo sexual. Dios, en su infinita sabiduría, eliminó terminología como «marido y mujer» porque connotaba una relación erótica. Si hubiera elegido la frase «amigo y amigo», podría haber resultado confusa, distante y poco coherente. La relación padre-hijo es el mejor descriptor en nuestro lenguaje y experiencia humana, sin embargo, puede ser engañosa si no se entiende en su significado pretendido.
En cuanto a la terminología del Padre celestial y del Hijo, hay que darse cuenta de que se trata de un lenguaje metafórico o simbólico. No significa que tengan una relación paterno-filial (¡el Espíritu Santo no es una madre!) como la conocemos en nuestras familias. No podemos poner a la Deidad a nuestra imagen y en nuestra esfera humana. La Biblia esta usando el mejor lenguaje humano posible para ayudarnos a entender su estrecha relación donde son uno y están en completa armonía en naturaleza, posición, propósito y metas (pero diferentes en funciones). Recuerde que estamos utilizando nuestro lenguaje imperfecto para describir realidades divinas absolutamente perfectas. Estos términos no hablan del origen físico o nacimiento de Jesucristo saliendo del Padre. Esto sería una interpretación completamente errónea —una blasfemia— porque el Padre y el Hijo son iguales, eternos, en perfecta armonía y sin rango de subordinación de uno al otro, el Hijo al Padre (excepto durante su encarnación).
El Padre no es el primero entre iguales, como nos gusta hablar del presidente de un comité, del director general de una empresa o del presidente de un país. Su relación no puede compararse con ninguna de nuestras relaciones con las que estamos familiarizados. Dios está siempre por encima de todo y supera todas nuestras comparaciones y categorías humanas. Isaías se pregunta: «¿A qué, pues, haréis semejante a Dios o qué imagen le compondréis?» (Isa. 40: 18). La respuesta es clara: no hay cosa, animal o ser humano o celestial que pueda ser igual a Dios. Por supuesto, no un ídolo, porque es una proyección humana. Dios es el Creador de todo y de todos, por lo que nada puede medirse a él. «¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo» (Isa. 40: 25). «¿A quién me asemejáis, me igualáis y me comparáis, para que seamos semejantes?» (Isa. 46: 5). La respuesta es obvia. Dios mismo proclama: «Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos, porque yo soy Dios; y no hay otro Dios, ni nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: “Mi plan permanecerá y haré todo lo que quiero”» (Isa. 46: 9-10).
Para demostrar que el término «hijo» relativo a Jesús no se refiere a categorías de nacimiento u origen, consideremos varios ejemplos de otra esfera de la vida:
Dios se acerca a Ezequiel y le llama constantemente «hijo de hombre», lo que en el contexto significa un ser humano frágil, un hombre mortal en contraste con el Señor eterno y santo (Eze. 2: 1, 3, 6, 8; 3: 1, 4, 10, etc.). Esta expresión se utiliza noventa y tres veces en Ezequiel. Esta expresión tiene claramente un sentido figurado.
Dos discípulos de Jesús (Santiago/Jacobo y Juan) estaban ansiosos por ver la destrucción de los samaritanos que no aceptaban a Jesús como su Mesías. Querían que, como en tiempos de Elías, bajara fuego del cielo para consumirlos y destruirlos. Jesús no estuvo de acuerdo y los llamó «Boanerges», que significa «hijos del trueno». El texto dice: «Jacobo, hijo de Zebedeo, y a Juan, hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, es decir, “Hijos del trueno”» (Mar. 3: 17, véase también Luc. 9: 51-56). Nadie discutiría que el trueno tenía dos hijos literales porque este nombre dado es simbólico y se refiere a su carácter colérico. Son tan impulsivos, ruidosos y destructivos como un trueno. Por lo tanto, muestran las mismas características que el trueno.
El apóstol Pablo predice que aparecerá «el hijo de perdición» (2 Tes. 2: 3). Una vez más, no significa que «perdición» tuviera un hijo («perdición» es un término abstracto), sino que el anticristo llevará a cabo acciones malvadas que conducirán a su destrucción.
El vocabulario de la relación padre-hijo se emplea en algunos casos aunque no se trate de relaciones familiares estrechas, sino de lo común del cargo. Véase, por ejemplo, la relación entre Belsasar y Nabucodonosor, que compartían el cargo real (Dan. 5: 2, 11, 13, 18, 22), o la posición de los reyes de Judá respecto a David, que se convirtió en su «padre», es decir, predecesor en el trono (véase, por ejemplo, 2 Crón. 17: 3; 34: 2-3).
La ilustración más poderosa está registrada en Juan 8:39-44:
Respondieron y le dijeron: —Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: —Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. […] —Si vuestro padre fuera Dios, entonces me amaríais, […] Vosotros sois [hijos] de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira.
Es evidente que Jesús habla de los líderes de Israel como si tuvieran las mismas características que el diablo. ¡Qué trágico! Los términos «padre» e «hijos» tienen obviamente un significado figurado.
Así, aplicado a la relación de Jesús como Hijo con su Padre celestial, la terminología de padre e hijo se refiere a sus mismas hermosas características y naturaleza divina, no a su origen. Es una imagen que nos ayuda a comprender la estrecha e íntima relación entre estas dos personas, entre el Padre y el Hijo.
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1 Para más detalles sobre el significado bíblico-teológico de la terminología Hijo de Dios, véase Ty Gibson, The Sonship of Christ: Exploring the Covenant Identity of God and Man (Madrid: Safeliz, 2019).