Títulos como «Yo soy», «Emanuel», «Dios», «Hijo de hombre», «Hijo de Dios» y «Yahvé» son muy elocuentes a este respecto.
Jesús utilizó el título divino «Yo soy» (Juan 8: 58), que remite a la auto-rrevelación de Dios a Moisés: «Yo soy el que soy» (Éxo. 3: 14). Es significativo que Jesús no dijera «Antes que Abraham fuera, yo soy», como cabría esperar, sino «Yo soy». Los judíos comprendieron claramente la afirmación de Jesús de ser Dios; por eso querían apedrearle (Juan 8: 59). Además, Jesucristo proclamó en diferentes ocasiones otros dichos «Yo soy», como atestigua el Evangelio de Juan (en total siete pronunciamientos) y afirma ser «el pan de vida» (Juan 6: 35); «la luz del mundo» (Juan 8: 12); «la puerta de las ovejas» (Juan 10: 7); «el buen Pastor» (Juan 10: 11); «la resurrección y la vida» (Juan 11: 25); «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14: 6); y «la vid verdadera» (Juan 15: 1). Era el Dios del éxodo que sacó a su pueblo de Egipto a la tierra prometida y cuidó de él (1 Cor. 10: 1-4). Jesús no solo era preexistente (Miq. 5: 2), sino también «Padre Eterno» (Isa. 9: 6). No hubo tiempo en que él no existiera. A Jesús se le llama Emanuel, que significa «Dios con nosotros» (Isa. 7:14; Mat. 1: 23; cf. Isa. 9: 6).
Al menos siete pasajes del Nuevo Testamento señalan explícitamente a Jesucristo como Dios. El prólogo del Evangelio de Juan es muy elocuente y afirma con fuerza esta verdad: «En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Éste estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. […] Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1: 1-3, 14). El versículo 18 proclama inequívocamente: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer (Juan 1: 18). La hermosa confesión de Tomás declara sobre Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20: 28). Jesús, como Dios, fue ungido por Dios (Sal. 45: 6-7; cf. Heb. 1: 8-9) y también es designado como Dios en Romanos 9: 5, Tito 2: 13 y 2 Pedro 1: 1. Según las Escrituras hebreas, Jesús es «Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Isa. 9: 6).
Jesús es el Hijo de hombre de Daniel 7: 13, y esta fue la razón por la que se llamó a sí mismo Hijo de hombre. Le encantaba hablar de sí mismo como Hijo de hombre (usado en los cuatro Evangelios ochenta y cuatro veces por Jesús y solo refiriéndose a sí mismo como en Mat. 8: 20; 9: 6; 16: 13; Luc. 9: 22; Juan 1: 51). Es el ser divino que vino del cielo y fue representado cabalgando sobre las nubes y siendo adorado (Dan. 7: 13-14, 27; véase también Apoc. 1: 13-18; 14: 14). El Hijo del hombre es el Mesías, un título que apunta tanto a la divinidad de Jesús como a su humanidad (véase Sal. 8: 4; Eze. 2: 1, 3, 6, etc. Ezequiel utiliza esta expresión noventa y cuatro veces; el propio Daniel es llamado «hijo de hombre» en Dan. 8: 17 en contraste con el Hijo del hombre celestial de Dan. 7: 13).
Jesús es el Hijo de Dios (Luc. 3: 38; Juan 11: 27; 1 Juan 5: 12) que revela al Padre (Juan 14: 6-9) y siempre es uno con el Padre (Juan 10: 29-36). Los judíos entendieron correctamente la afirmación de Jesús de que se considera Dios e intentaron arrestarle (Juan 10: 39). Asimismo, el apóstol Pablo predicó que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (Hech. 9: 20, 22). El título «Hijo de Dios» designa a una persona divina enviada por el Dios Todopoderoso para ser el Mesías como cumplimiento de las promesas de redención del Antiguo Testamento a partir de Génesis 3: 15. Este título no debe entenderse en el sentido literal de nacimiento, sino como un epíteto divino que se refiere a él como el Mesías, que tiene una relación única con el Señor y la misión de salvar a la humanidad. Los evangelios se escribieron para dar testimonio de que Jesús de Nazaret era ese Hijo de Dios prometido (Mar. 1: 1; Luc. 1: 35; 3: 38; Juan 20: 31).
Jesucristo es designado como el Señor en el Nuevo Testamento (por ejemplo, Luc. 1: 43; 2: 11), lo que señala muchos lugares en las Escrituras hebreas acerca de que él es Yahvé, como en Isaías 40: 1-5 y 43: 10-13. Jesús es Yahvé según Mateo 3: 3, ya que la tarea de Juan el Bautista era preparar «el camino al Señor» (Isa. 40: 3), es decir, preparar el camino para Jesús. Jesús/Yahvé acompañó y guió a Israel (Éxo. 13: 21; 1 Cor. 10: 4). La gloria de Jesús se menciona en Isaías 6: 1-3, como atestigua Juan 12: 41 (también Juan 12: 39-40 cita Isa. 6: 10). Juan 1: 18 y 6: 46 declaran que nadie ha visto al Padre, pero Abraham, Jacob y Moisés vieron al Señor, el Dios Todopoderoso, es decir, a Jesús (Gén. 17: 1, 22; 35: 9-13; Éxo. 3: 1-7; 6: 1-3; 24: 8-12). La base para que Pablo diga que Jesús es nuestra justicia (Rom. 3: 22-24; 1 Cor. 1: 30) son los textos de Jeremías 23: 6 y 33: 16 donde se declara: «Jehová [Yahvé] justicia nuestra». Compare las afirmaciones de Isaías 12: 2, «El Señor Dios Él ha sido mi salvación» (LBLA), con Hechos 4: 12, donde Pedro afirma que «en ningún otro hay salvación» que en Jesucristo, «porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (véase también Hech. 5: 31; cf. Sal. 83: 18 con Fil. 2: 9-10). Jesucristo es la Roca como Yahvé es la Roca (véase Éxo. 17: 6; Deut. 32: 4, 15, 18; Sal. 78: 16; Isa. 17: 10; 26: 4; 28: 16; 30: 29; 44: 8; Hech. 4: 11; 1 Cor. 10: 4; Efe. 2: 20; 1 Ped. 2: 5-7).