La adoración y el culto divinos solo se deben a Dios, pero Jesús fue adorado como una persona divina y aceptó este honor. Tenía la autocomprensión de ser Dios mientras la gente creía en él. Cuando Juan intentó por error adorar a un ángel, se le advirtió: «No lo hagas […] adora a Dios» (Apoc. 19: 10; 22: 9). Pablo se negó a ser adorado (Hech. 10: 25-26; 14: 11-15). Los preceptos primero y segundo de los Diez Mandamientos limi-tan la adoración solo a Dios y prohiben la adoración de cualquier cosa o persona aparte de Yahvé. Cuando Satanás pidió a Jesús que se postrara ante él, Jesucristo se negó y declaró explícitamente: «Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás”» (Mat. 4: 10; cf. Deut. 6: 13). Pero Jesús aceptó ser adorado (Juan 9: 38), porque él era Dios. Jesús fue adorado por los magos, sus discípulos y otras personas que vieron sus acciones sobresalientes (Mat. 2: 8; 14: 33; 15: 25; 18: 26; 20: 20; 28: 9, 17; Luc. 24: 52). Los ángeles adoran al Hijo (Heb. 1: 6). En la escena de entronización de Apocalipsis 4 y 5, se registran cinco himnos que fueron cantados en el cielo: los dos primeros himnos adoran al Padre (Apoc. 4: 8, 11) y los dos siguientes dan el más alto honor en adoración al Hijo (Apoc. 5: 9-10, 12). El último himno culminante se dirige tanto al Padre como al Hijo, y se afirma que todos los adoran (Apoc. 5: 13-14). Todos en el universo entero adorarán a Cristo según Filipenses 2: 10-11. En 1 Corintios 1: 2 se dirige a Jesús en oración cuando los creyentes invocan el nombre de Jesús. Juan 14: 14 subraya que lo que le pidamos a Jesús en su nombre, él lo hará. El diácono Esteban oró a Jesús cuando fue apedreado (Hech. 7: 59).