Jiří Moskala
Es muy probable que todos los cristianos estén familiarizados con la canción Amazing Grace (Sublime gracia, en español). Esta canción explica que la gracia divina es asombrosa porque por medio de este don, Dios es capaz de salvar a las personas quebrantadas, desdichadas y sobre todo pecadoras. Los estudiosos de la Biblia y los teólogos describen la gracia de Dios como sublime, extraordinaria, sorprendente, resplandeciente, asombrosa, gloriosa, viva y vivificante, expiatoria y abrasadora. Dietrich Bonhoeffer se refiere a la gracia “onerosa” en contraste con la así llamada gracia “barata”, que no exige una auténtica obediencia para ser discípulos de Jesús.1 Estos diferentes adjetivos caracterizan el precioso don de Dios para la humanidad desde diversos ángulos, pero no hacen justicia a la complejidad y profundidad de este inestimable don, porque ningún idioma moderno puede expresar adecuadamente su profundo significado.
La palabra gracia es muy cuantiosa en matices y connotaciones, ya que la gracia de Dios es un término que tiene una gran variedad de significados. El apóstol Pablo, al referirse a Dios, nos habla de las “inconmensurables riquezas de su gracia” (Efe. 2:7, ESV [inglés]), lo que expresa la bondad divina hacia los seres humanos. Los traductores de la Biblia han interpretado de diversas maneras la expresión griega hyperballon (partícula presente del verbo hyperballo), traducida anteriormente como inconmensurable.2 Han interpretado esta palabra como “abundantes” (JBS, RVC, RV60), “sobreabundantes” (BA, RV77), “incomparable” (NBV, NVI, CST), “impresionante” (BLP). Todos estos adjetivos se han usado en este versículo en particular para describir la gracia divina.3
Durante su ministerio terrenal, Cristo fue la encarnación de la gracia de Dios (Juan 1:14, 17). El Espíritu Santo es el dispensador de la gracia divina, pues se le llama “Espíritu de gracia” (Zac. 12:10; Heb. 10:29) ya que es él quien “toma la ‘gracia de Cristo’ y nos la confiere”.4 Es significativo que el término gracia aparezca por primera en la Biblia en el relato del Diluvio. En este relato, leemos que Noé halló gracia ante los ojos de Dios en medio del juicio divino sobre el mundo pecador (Gén. 6:8).
El término gracia (en hebreo chen, que significa “favor, bondad, caridad, elegancia, aceptación, acción benévola, encanto, belleza, hermosura”) se deriva de la raíz chanan, cuyo significado es “tener misericordia, ser bondadoso, proporcionar algo gentilmente, apiadarse, mostrar compasión, anhelar, inclinarse hacia, o inclinarse en bondad hacia otra persona”. El equivalente a chen es el término griego charis. La gracia es el don o favor inmerecido de Dios, y es una expresión de su amor hacia la humanidad. Wayne Grudem la define como “la bondad de Dios hacia aquellos que únicamente merecen el castigo” por ser pecadores.5 Louis Berkhof explica que la gracia “Es el favor o amor gratuito, soberano e inmerecido de Dios hacia el hombre en su estado de pecado y culpa, que se manifiesta en el perdón del pecado y la liberación de su condena”.6 Dios concede la gracia a los seres humanos, aunque ellos no la merezcan. La bondad divina se muestra a todas las personas.
La gracia de Dios siempre es asombrosa y estremecedora; molesta, desconcierta e incluso puede ofender a algunas personas. La confrontación con el don de Dios nos humilla porque anhelamos y trabajamos por cosas que creemos que merecemos. La gracia que aceptamos nos quita el aliento, quedando perplejos ante el Dios de la gracia (1 Ped. 5:10) y asombrados porque su gracia siempre se da en abundancia. Pablo explica que “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20, BA).
La gracia de Dios es una sola, pero tiene muchas funciones y matices. Dios ama a todos sin excepción (Juan 3:16; Rom 5:8); murió por todos (Tito 2:11) y desea salvar a todos (1 Tim 2:3-4). Él otorga gratuitamente a las personas todo lo que necesitan. La gracia común o universal es una descripción de la bondad de Dios hacia todos, y puede llevar a las personas a la salvación cuando aceptan la bondad y misericordia divina. La gracia común sostiene la vida en general y debe ser diferenciada de la gracia especial.7
Descubramos la riqueza de la gracia divina con sus múltiples funciones. ¿Cómo actúa la gracia en nuestras vidas? Podemos mencionar al menos 7 funciones.
1) Dios cuida de la vida física de nuestro mundo y de sus habitantes mediante la gracia universal o común. El amor de Dios es universal porque es bueno con todos: “El Señor es bueno con todos, él se compadece de toda su creación” (Sal. 145:9). Jesús confirma que Dios proporciona en su generosidad las bendiciones básicas de la vida a todos, incluso si son malvados (Mat. 5:45-48). Daniel le dijo a Belsasar: “nunca ha honrado al Dios en cuya mano está su vida y todos sus caminos” (Dan. 5:23, RVC). El apóstol Pablo subraya que nuestro aliento y movimiento están en manos de Dios (Hech. 17:25, 28). Dios muestra su misericordia y da dones a todas las personas, no solo a los creyentes.
Cada persona experimenta las bendiciones básicas que provienen de Dios (Sant. 1:17). Hay muchas gracias o dones naturales de Dios. Podemos respirar, ver, oír, oler, saborear, tocar, movernos, pensar, hablar, sentir, escribir, comunicarnos, recordar, amar, crear, reproducirnos, recibir sol, lluvia, etcétera. Dios da todo esto y mucho más gratuitamente, aunque la humanidad sea pecadora y tenga una actitud antagónica o indiferente hacia él.
Los teólogos han reconocido diferentes aspectos de la gracia común, además de las condiciones de sostenibilidad de la vida física de la humanidad, donde se escribe a Dios como refrenando su ira, limitando el mal, iluminando a las personas con la verdad, la bondad y el poder (Sal. 117:1-2; Juan 1:9; Rom. 1:19-21). John Murray describe la gracia común como “todo beneficio de cualquier tipo o grado, insuficiente para la salvación, que este mundo inmerecido y condenado por el pecado disfruta de la mano de Dios”.8
Cuando no se reflexiona sobre la existencia física, entonces es menester darle lugar a la reflexión espiritual. Necesitamos ir más allá de la bondad divina con el objetivo de darnos cuenta de un asunto clave: Sin Dios y sin una experiencia de conversión, estaremos “muertos en nuestras transgresiones y pecados” (Efe. 2:1). ¿Cómo podemos resucitar a la vida y vivir una vida espiritualmente abundante (Juan 10:10)? Esto es posible únicamente gracias a la intervención especial de Dios en nuestro favor. En el contexto del texto de Efesios 2 que acabamos de citar, el apóstol Pablo utiliza el “pero” divino para subrayar un cambio. La cita reza de la siguiente manera:
En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. […] En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! (vers. 1-5, cursiva añadida).
Solo tendremos vida cuando aceptemos a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Este “pero” divino lo cambia todo y nos da la brillante perspectiva futura de la vida eterna.
Aquí es válido preguntarnos: ¿Cómo ocurre esto si sabemos que una persona muerta no es sensible a ninguno de los llamados de Dios? La respuesta está relacionada con la gracia divina en colaboración con la obra del Espíritu Santo y la Palabra (Eze. 36:26-27; 37:11-14; Juan 1:13; 3:5; 16:7-11; 1 Ped. 1:23). Desarrollemos este proceso discerniendo la belleza y el poder de la gracia.
2) La gracia preveniente es una gracia que viene antes de la salvación y le permite a una persona espiritualmente muerta escuchar la voz de Dios, ser despertada y responder positivamente al llamado de amor divino. Lo que no podemos hacer por nosotros mismos, Dios lo hace por nosotros gratuitamente. Él está en busca de la humanidad, dando siempre el primer paso para iniciar nuestra relación con él. La pregunta de Dios en el huerto de Edén resuena hasta hoy: “¿Dónde estás?” (Gén. 3:9). Jesús afirma: “Y, cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12:32, NTV). Él es “la luz verdadera, que alumbra a todo ser humano” (Juan 1:9). Dios siempre da el primer paso. Él es la fuente de todas las cosas buenas en nuestra vida, el summum bonum (Sant. 1:17) y nos lleva a responder adecuadamente a su deseo de salvarnos (Gén. 3:9; Rom. 5:8; 1 Tim. 2:4; Tito 2:11; 2 Ped. 3:9).
La gracia preveniente (del inglés prevenient, se deriva del latín praevenire, que significa “venir antes, preceder, anticipar, esperar”) influye en nuestro corazón y nuestra mente, y capacita nuestra voluntad para responder positivamente al enternecedor llamado de volver a Dios, a arrepentirnos cuando se nos predica su Palabra (Isa. 45:22; Joel 2:12-13; Mar. 1:15; Juan 12:32; Hech. 2:38; Rom. 10:17; Efe. 2:1-5; 1 Tes. 2:13).
Pablo lo explica de forma muy elocuente: “Pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Fil. 2:13). Todo el cielo colabora para ayudar a los seres humanos a encontrar el camino correcto hacia la salvación. Dios envía a los santos ángeles para que ayuden a las personas y así recibir la salvación (Heb. 1:14). La gracia de Dios se apodera de nuestra vida espiritual.
La gracia preveniente es el paso inicial de Dios que invita a cada persona a responder a su oferta de salvación. Es un llamado misericordioso que nos recuerda quienes somos y, por lo tanto, que debemos abandonar el pecado para alcanzar la vida eterna (1 Ped. 2:9-10). Es un beneficio universal del ministerio expiatorio de Cristo. En este sentido, toda “la gracia común es un subconjunto de la gracia preveniente”.9 Dios hace todo lo posible para llevar a las personas hacia él (Isa. 45:22; 1 Tim. 2:4). Dios nos da la capacidad de responder a su misericordioso llamado para recibir su gracia. Sin embargo, las personas pueden endurecer sus corazones y negarse a aceptar el don de la salvación (Heb. 6:4-6; 10:26-27, 29).
George R. Knight subraya con justa razón que “la mayoría de las personas ha confundido el libre albedrío con la libre gracia”.10 Sin Cristo no solo estamos muertos, sino que somos esclavos del pecado e incapaces de seguir a Dios. Sin embargo, con la predicación del evangelio, el poder de Dios alcanza a cada persona para que puedan responder a las buenas nuevas de salvación (Juan 5:24; Rom. 10:17; Heb. 4:12; 1 Ped. 1:23). Nuestra voluntad está capacitada para ser libre de reaccionar y decidir positiva o negativamente a la gracia preveniente de Dios. Los pecadores no tienen libre albedrío sin la gracia preveniente. John Reeve explica correctamente:
Con la capacidad restaurada de escoger por Dios a través de la gracia preveniente, el papel del pecador en la salvación es permitir o rechazar los dones gratuitos de las operaciones salvíficas de Dios en favor de todos y cada uno de los pecadores, facultando al pecador que ha sido salvado para desear y actuar en armonía con la ley de Dios en respuesta a su amor.11
La gracia preveniente permite a las personas aceptar o descartar el don de la salvación en Jesucristo. El Espíritu Santo despierta nuestra conciencia para recibir el perdón que brota de la cruz del Calvario.
3) La gracia salvadora procede de la aceptación de la gracia preveniente, porque la gracia preveniente es anterior a la gracia salvadora como se ha explicado anteriormente. La gracia preveniente lleva a las personas a aceptar la gracia salvadora o justificadora de Dios después de la reacción afirmativa inicial cuando el ser humano no se resiste a ella o la rechaza. Podemos obstinadamente decir que no a Dios (Sal. 81:12; Isa 48:4; Jer 5:23; 7:24). Por eso a los cristianos se los exhorta y anima a que: “Si escuchan hoy la voz de Dios” (Heb. 3:7, PDT), “no endurezcan el corazón” (vers. 7, NVI; 3:15; 4:7; cf. Sal. 95:8; Prov. 28:14; Efe. 4:18, 30). El arrepentimiento no es obra nuestra, es el resultado de abrir nuestro corazón a Dios y cambiar nuestra mente bajo la influencia de su santo Espíritu y su Palabra. Dios despierta el corazón, pero nunca obliga a nadie a abrirle su corazón. Jesús proclama: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él y comeré con él, y él conmigo” (Apoc. 3:20). La palabra griega anothen en la frase de Cristo “quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3), significa “nuevamente” o “desde arriba” (ver Juan 3:3-8). Este concepto teológico se amplía en Juan 1:12; Romanos 12:1-2 y 2 Tesalonicenses 2:13.
Cuando aceptamos la Palabra de Dios y no nos resistimos a su Espíritu Santo, entonces se produce en nosotros una nueva vida, un reavivamiento espiritual, y trabajamos y hacemos cosas para Cristo y para los demás porque nos sentimos “obligados” a hacerlo por su gracia, su Palabra y su Espíritu capacitadores (Eze. 36:25-28; 37:4-10, 14; Zac. 4:6; Rom. 8:11; Sant. 1:18; 1 Ped. 1:23). Si hacemos buenas obras, no tenemos nada de qué jactarnos (Jer 9:23-24; 1 Cor 1:29-31), porque Dios ya ha preparado las obras de antemano para que andemos en ellas (Efe. 2:10). Solo el Espíritu Santo nos permite ser diferentes y actuar en armonía con su voluntad. Cristo está vivo hoy para interceder por nosotros como único y omnipotente Intercesor para salvarnos completamente y capacitarnos para hacer su voluntad (Rom. 8:34; 12:1-2; 1 Tim. 2:5; Tito 2:11-14; Heb. 7:25). Por lo tanto, la obediencia solo es posible para los redimidos que están capacitados para hacerlo (Eze. 11:19-20; 36:27). La gracia salvadora es una gracia asombrosa porque puede salvar a las personas quebrantadas, y es una gracia sublime debido a que surge de la seguridad de que Jesús ama a todos. Debido a la gracia salvadora de Dios, los pecadores arrepentidos son perdonados, salvados, sanados, liberados, guardados, sostenidos y redimidos. Ahora tienen buenas razones para vivir con propósito. Se desarrolla el sentido de la vida. Dios es generoso, compasivo, cuidadoso, amoroso e interviene en favor de sus hijos.
4) La gracia transformadora cambia la vida de los creyentes, incluido sus pensamientos, emociones, metas, motivaciones, deseos, imaginación, servicio y estilo de vida. La gracia de Dios es sorprendente porque cambia el corazón y el comportamiento del ser humano. Esta gracia santificante transforma el comportamiento de las personas; si no los cambiara, significaría que la gracia no es tan asombrosa y poderosa. Lo que es humanamente imposible, lo que ni siquiera la energía atómica puede hacer, Dios sí puede hacerlo, pues hace de los creyentes nuevas criaturas en Cristo (2 Cor. 5:14). El fruto del Espíritu Santo es visible en el comportamiento de quienes dicen ser sus discípulos (Gal. 5:22). Pablo habla de este poder transformador de Dios en Romanos 12:1-2 y en 2 Corintios 3:18. Los seguidores de Cristo se convierten en seres amorosos y amables, confiados y dignos de confianza, transformados a la imagen de Dios con un nuevo yo (Efe. 4:22-24; Col. 3:9-10). Dios transforma completamente nuestra vida, nos da nuevas motivaciones, actitudes y valores. La gracia lo cambia todo por el poder de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo.
5) La gracia capacitadora equipa a los creyentes para un servicio y un testimonio eficaces para Dios. El Espíritu Santo les da dones espirituales para realizar la obra de Dios, para servir y ministrar a las personas. La gracia es una facultad divina (1 Cor. 12:4-11, 27-31; Efe. 4:7-16). Esta gracia energizante da nuevas fuerzas para perseverar en nuestro peregrinaje con Dios y proporciona vitalidad y alegría a nuestras vidas.
6) La gracia sustentadora es un poder en la vida que nos mantiene en una relación vital con Cristo (1 Juan 2:24, 27). Por lo tanto, a medida que nos mantenemos conectados con Cristo y perseveramos en nuestro peregrinaje con él, creceremos constantemente en la gracia y el conocimiento de Dios (2 Ped. 3:18).
7) La gracia triunfante es el aspecto de la gracia divina que obra milagros en la vida y triunfa en las luchas cotidianas sobre el egoísmo, el egocentrismo, y le permite al ser humano ser desinteresado y centrarse en las necesidades de los demás. La gracia otorga la victoria sobre las adicciones y vence la maldad y el mal día a día (2 Cor. 3:18), y culmina esas victorias en el triunfo final al llevar a los creyentes a su eterno hogar (Juan 14:1-3). Lo que Dios comenzó por nosotros, en nosotros y a través de nosotros, culminará triunfalmente cuando él regrese por segunda vez. Pablo afirma de forma categórica lo siguiente: “Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva” (Fil. 1:6, NTV). La gracia triunfa sobre el pecado, el odio y la muerte. Cristo es el vencedor, por lo tanto, solo él puede evitar que nos alejemos de Dios:
¡Al único Dios, nuestro Salvador, que puede guardarlos para que no caigan, y establecerlos sin tacha y con gran alegría ante su gloriosa presencia, 25 sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad, por medio de Jesucristo nuestro Señor, antes de todos los siglos, ahora y para siempre! Amén (Jud. 24-25).
La gracia de Dios es la experiencia cristiana omnipresente y completa de nuestra existencia humana en este mundo pecaminoso. John M. Frame declara acertadamente:
La gracia se manifiesta en la bendición, las bendiciones de Dios. Los saludos apostólicos (Rom. 1:7; 1 Cor. 1:3, etc.) y las bendiciones (Rom. 16:20, 24; 1 Cor. 16:23; y especialmente 2 Cor. 13:14) siempre enfatizan la gracia. […] Así que todas las bendiciones de Dios nos llegan por la gracia soberana de él mismo. Sin su gracia no somos nada. Por la gracia viene el perdón de nuestros pecados, el poder de hacer buenas obras y la capacidad de servir al pueblo de Dios.12
El mensaje del libro de Apocalipsis comienza y termina con un énfasis en la gracia divina (Apoc. 1:4; 22:21). La gracia divina tiene diferentes facetas: desde la gracia común, pasando por la gracia preveniente, salvadora, transformadora, capacitadora y sustentadora, hasta la gracia triunfante. Hemos subrayado estas siete funciones de la gracia, pero hemos destacado que todas ellas pertenecen a la única gracia de Dios.
De este estudio se evidencia que la Biblia no afirma que sea imposible que el creyente se aparte o tergiverse la gracia de Dios (Gál. 1:6; Jud. 4). La enseñanza bíblica no apoya la noción de la gracia irresistible13 ni el concepto de “una vez salvo, siempre salvo”, porque uno puede elegir rechazar o apartarse de la gracia divina (véase, por ejemplo, Juan 3:36; Gál. 5:4; 2 Cor. 6:1; 2 Tim. 4:10; Heb. 10:29; 12:15; 2 Ped. 1:10; 1 Juan 2:1-2). Dios no le impone su gracia a nadie. La naturaleza de la gracia es voluntaria y libre, es decir, uno puede traicionarla, rechazarla o negarla. Aunque los creyentes no se ganan ni merecen la gracia de Dios, la reciben con gratitud. Los colores brillantes de la gracia divina no pueden desvanecerse ni agotarse, sino que pueden ampliarse con nuevas dimensiones y acciones. El apóstol Pablo explica los resultados prácticos de aceptar la gracia de Dios:
En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo (Tito 2:11-13).
Los textos bíblicos clave subrayan el significado y los beneficios de la gracia que proviene de Jesucristo: “Ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2 Cor. 8:9). Pablo exhorta: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Cor. 13:14). La declaración del apóstol Pedro debe ser nuestra experiencia diaria con Dios para que podamos crecer en él e ir de victoria en victoria: “Crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él sea la gloria ahora y para siempre! Amén” (2 Ped. 3:18).
__________
1 Véase Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship (Nueva York: Touchstone, 1995).
2 Las versiones inglesas de la Biblia, como la ESV, NAB, NRS, RSV, utilizan la palabra immeasurable, que su traducción en español es inconmensurable y cuyo significado básico es “enorme, que por su gran magnitud no puede medirse” (Diccionario de la Real Academia Española). Este adjetivo parece expresar con mayor precisión lo que el apóstol Pablo está queriendo decir al usar el término griego hyperballon, aunque reconocemos que esta expresión tiene varios matices. Por ejemplo, una mirada rápida a la página web BibleGateway.com, nos muestra que ninguna de las versiones bíblicas en español empleadas allí utiliza el adjetivo inconmensurable. Por el contrario, leemos otras expresiones como podrá notarse arriba.— N. d. T.
3 A menos que se indique lo contrario, los textos bíblicos pertenecen a la NVI.
4 Louis Berkhof, Systematic Theology, 4ª ed. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1979), 426.
5 Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine, 2ª ed. (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2020), 239.
6 Berkhof, 427.
7 Berkhof, 435.
8 John Murray, “Common Grace”, en Collected Writings of John Murray, vol. 2 (Edimburgo: Banner of Truth, 1977), 96. Sobre la gracia común, véase especialmente Berkhof, 432-446; y Gruden, 803-815.
9 John W. Reeve, “Grace: A Brief History”, en Salvation: Contours of Adventist Soteriology, ed. Martin F. Hanna, Darius W. Jankiewicz y John W. Reeve (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2018), 280.
10 George R. Knight, “The Grace That Comes Before Saving Grace”, en Salvation: Contours of Adventist Soteriology, ed. Martin F. Hanna, Darius W. Jankiewicz y John W. Reeve (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2018), 288.
11 Reeve, 286.
12 John M. Frame, Systematic Theology: An Introduction to Christian Belief (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing Company, 2013), 246.
13 El término “gracia irresistible” es una frase favorita en el calvinismo y forma parte del acrónimo TULIP (depravación total, elección incondicional, expiación limitada, gracia irresistible y perseverancia de los santos). Tampoco usamos el término “gracia sacramental” porque no creemos que la última cena o el bautismo sean un sacramentum, y también rechazamos la frase “gracia infusa” porque el Señor no infunde la gracia salvífica en las personas sin que estas la acepten primero. Dios no hace nada al redimir a las personas automáticamente, ex opere operatum, sin el consentimiento de los seres humanos. Dios respeta nuestras decisiones.