Dragoslava Santrac
Rolf Jacobson comparte una sorprendente anécdota de la vida de su amigo. La historia habla de una ocasión en que un viejo evangelista hizo una visita a su casa. Mientras se sentaban a cenar, su padre comenzó la comida con una oración que consistía en recitar el Salmo 145: 15, 16: «Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano y colmas de bendición a todo ser viviente».1 Cuando estaba en medio de su oración, el evangelista le interrumpió: «Te damos gracias, Dios, porque no tenemos que quemar nuestras lámparas con aceite prestado». Jacobson observa con razón que, con esta crítica peyorativa, el evangelista rechazó el valor insustituible de los usos oracionales de los Salmos.2
Parece prevalecer entre algunos cristianos la creencia de que solo la oración espontánea y no aprendida es verdadera oración. Sin embargo, los discípulos de Jesús fueron inmensamente recompensados cuando le pidieron que les enseñara a orar (Luc. 11: 1-4). Dios colocó un libro de oraciones, los Salmos, en el corazón de la Biblia no simplemente para informarnos sobre cómo oraban los hombres de la antigüedad, sino para enseñarnos a orar hoy. Con el debido respeto a la oración espontánea, sostengo aquí que nuestra vida de oración convencional y rutinaria puede ofrecer nuevas dimensiones y poder cuando el aceite espiritual de los Salmos se vierte en nuestras lámparas. He aquí algunas maneras en que al orar los Salmos puede enriquecer, dar forma y transformar nuestras oraciones individuales y comunitarias.
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1 A menos que se indique lo contrario, ésta y otras citas bíblicas están tomadas de la RV95.
2 Rolf Jacobson, «Burning Our Lamps with Borrowed Oil», en Psalms and Practice: Worship, Virtue, and Authority, ed. Stephen Breck Reid (Collegeville, MN: Liturgical Press, 2001), p. 90.