Dragoslava Santrac
La oración se describe comúnmente como hablar con Dios o con el poder divino. Sin embargo, las oraciones bíblicas no son monólogos piadosos. Los salmistas van más allá de la mera proclamación de alabanzas y de la revelación de sus pensamientos y anhelos más profundos a un poder superior, buscando suscitar una respuesta del oyente divino. Los salmistas a menudo imploran a Dios que «escuche» (Sal. 5: 1; 17: 1; 39: 12; 54: 2; 55: 1), «oiga mi oración» (Sal. 39: 12; 54: 2; 84: 8; 143: 1), «mire» (Sal. 11: 4; 25: 18; 80: 14; 84: 9; 119: 132; 142: 4), «respóndeme» (Sal. 27: 7; 102: 2; 143: 1, 7), «ven a mí» (Sal. 101: 2; 119: 77), «apresúrate a (ayudarme)» (Sal. 38: 22; 40: 13; 70: 1, 5; 71: 12; 141: 1) y «líbrame» (Sal. 6: 4; 7: 1; 22: 20; 25: 20; 31: 1-2, 15). De este modo, los Salmos buscan asumir la dinámica de diálogos o interacciones vívidas con Dios. Las oraciones a Dios son significativas porque «el Dios de Israel no es un numen natural personificado, sino que en realidad, en su persona, es el Señor, el rey, el creador y el juez de todos los seres».1 El Señor se refiere a sí mismo como «yo» (Sal. 81: 10), y por eso es posible dirigirse a él como «tú» (Sal. 90: 1).
Para los salmistas, orar a Dios tiene sentido porque Dios es el Creador soberano, en contraste con los ídolos paganos sin vida que son producto de la mano del hombre (Sal. 96: 5; 115; 135: 14-21; 136: 5). Si no hay un Creador que participe activamente en su creación, la oración no es más que un monólogo dirigido a un espacio que no responde, por lo que deja de ser oración. Las oraciones bíblicas brotan de la experiencia de la gracia de Dios en la creación y en la historia de la redención, y son respuestas a la revelación de Dios (Sal. 34: 4; 54: 6-7; 135: 1-13; 136: 1-26). El Señor se ha revelado a Israel como el Dios vivo que responde a quienes le invocan (Sal. 55: 22; 135; 136). Por eso, Israel invoca continuamente al Señor (Sal. 116: 6; 118: 5; 145: 19), lo que implica una relación viva y dinámica entre Dios y su pueblo. Como Creador y Salvador, Dios inicia y sostiene el diálogo con su pueblo. James L. Mays señala que seguramente los salmistas no tienen «ninguna prueba empírica que ofrecernos de que el universo no está vacío, carente de toda respuesta a los afanes de la experiencia humana», pero saben lo que la fe sabe porque ya se han dirigido a ellos con una palabra, y se aventuran a hablar porque ya han oído «hablar» a alguien. La oración es, pues, un testimonio de que «Dios existe, de que se le puede dirigir la palabra, de que se le habla desinhibidamente de lo peor de la vida, de que escucha y acepta».2
La noción de los Salmos como diálogos vitales con Dios se pone especialmente de relieve en muchos Salmos en los que Dios habla o responde en primera persona, o en los que los salmistas, hablando de Dios, pasan repentinamente de la tercera a la primera persona para dar la impresión de que Dios se dirige directamente al pueblo.3 La notable belleza y atractivo de los Salmos como oraciones reside en el hecho de que los Salmos son al mismo tiempo las oraciones piadosas de los creyentes y la palabra inspirada de Dios. Orar los Salmos nos proporciona momentos de intimidad con Dios en los que experimentamos lo que el apóstol Pablo describe en Romanos 8: 26-27:
De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Los Salmos nos dan tanto la palabra que le decimos a Dios como la palabra que Dios nos declara. No nos limitamos a repetir las palabras de los Salmos, sino que nos sentimos impulsados a asumir la fe, la devoción y la perspectiva espiritual de los salmistas, que pronunciaron estas oraciones guiados por el Espíritu Santo.
Cuando oramos los Salmos, nos solidarizamos con generaciones de creyentes que han derramado sus corazones ante Dios con estas palabras inspiradas y han buscado ser confirmados a la Palabra de Dios, en lugar de esperar que Dios sea confirmado a sus palabras. Los Salmos son «oraciones de una nube de testigos»4 (Heb. 12: 1). Somos testigos de que las palabras de los Salmos son verdaderas, y de que estamos comprometidos con sus valores y expectativas. Orar los Salmos unió al pueblo de Israel en una sola fe y una sola esperanza (Sal. 106; 118; 122; 136) y del mismo modo une a los creyentes de todos los tiempos como oró Jesús (Juan 17).
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1 Hans-Joachim Kraus, Theology of the Psalms (Minneapolis: Fortress, 1992), p. 33.
2 James L. Mays, The Lord Reigns: A Theological Handbook to the Psalms (Louisville: Westminster John Knox, 1994), p. 57.
3 Por ejemplo, Salmos 2: 6-9; 12: 5; 35: 3; 46: 10; 50: 5-23; 60: 6-8; 68: 22-23; 81: 6-14; 82; 89: 3-4, 19-37; 91: 14-16; 95: 8-11; 105: 11; 132: 11-12, 14-18.
4 Véase la nota 3.