Orar con los salmos articula nuestra experiencia

Dragoslava Santrac

Es notable la selectividad con que se utilizan los Salmos en algunas liturgias. Los Salmos que exaltan el poder y el esplendor de Dios (himnos) o alaban a Dios por sus maravillosas obras y su salvación (Salmos de acción de gracias) se escuchan desde los púlpitos con mucha más frecuencia que otros Salmos, en su mayoría Salmos con quejas y lamentos, que parecen estar prohibidos en muchas liturgias. Las palabras del Salmo 137: 8, 9 simplemente no le parecen correctas a la mayoría de la gente: «Hija de Babilonia, la desolada, bienaventurado el que te dé el pago de lo que tú nos hiciste. ¡Dichoso el que tome tus niños y los estrelle contra la peña!». Muchos argumentarían que el Salmo 44 no encaja en un servicio de adoración: «No se ha vuelto atrás nuestro corazón ni se han apartado de tus caminos nuestros pasos, para que nos arrojaras al lugar de los chacales y nos cubrieras con la sombra de la muerte» (vers. 18, 19). Así, la selectividad de los Salmos en la liturgia refleja la exclusividad de los estados de ánimo y de las palabras que expresamos en nuestras oraciones comunitarias.

A veces, los servicios de culto contemporáneos que presentan música de alabanza de género popular intentan crear «una sensación de “falsa felicidad” como propósito principal y estado normal de la iglesia cristiana y de las vidas cristianas individuales».1 Esto podría hacernos perder el sentido del culto. Tal restricción puede ser un signo de nuestra incapacidad o incomodidad para comprometernos con las oscuras realidades de la vida en el culto. Walter Brueggemann observa acertadamente que «el uso superficial de los Salmos coincide con la negación de las discontinuidades de nuestra propia experiencia».2 Esto es cierto no solo del uso selectivo de los Salmos, sino también de la oración. Aunque a veces sintamos que Dios nos trata injustamente cuando el sufrimiento nos golpea, no nos parece apropiado expresar nuestros pensamientos en la liturgia o incluso en la oración privada. El hecho de no expresar honesta y abiertamente nuestros sentimientos y puntos de vista ante Dios en la oración nos deja a menudo esclavizados a nuestras propias emociones y al pecado. Esto también nos niega confianza y seguridad al acercarnos a Dios. Orar los Salmos nos da la seguridad de que «cuando oramos y adoramos, no se espera que censuremos o neguemos la profundidad de nuestra propia peregrinación humana».3 El Salmo 44, por ejemplo, puede ayudar a los fieles a articular libre y adecuadamente su experiencia de sufrimiento inocente. Orar los Salmos ayuda a las personas a experimentar la libertad de expresión en la oración. Los Salmos nos dan palabras que no encontramos o que no nos atrevemos a pronunciar.

Del mismo modo, los Salmos de alabanza y acción de gracias ayudan a los creyentes a expresar con fuerza su alabanza y agradecimiento a Dios, y a afirmar su confianza en él. Difícilmente se pueden encontrar palabras de alabanza más vibrantes y hermosas que las de los Salmos 93, 96–100, 105, 113, 126, 148 y 150. Orar estos Salmos permite a los creyentes permanecer con mayor concentración en la alabanza a Dios. Cuando su alabanza resuena con los Salmos de alabanza, el pueblo se ve impulsado a detenerse significativamente en sus propios motivos de acción de gracias y a reflexionar sobre el significado de la alabanza en el contexto del culto universal a Dios como Rey de toda la creación. Los Salmos son oraciones inspiradas que, como dice Bonhoeffer, determinan nuestras oraciones por la riqueza de la Palabra de Dios, no por la pobreza de nuestro corazón, y nos transforman en la imagen de Cristo, que se pone en nuestro lugar y ora por nosotros.4

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1 Beth LaNeel Tanner, «How Long, O Lord! Will Your People Suffer in Silence Forever?», en Psalms and Practice, p. 144.

2 Brueggemann, Praying the Psalms, p. 8.

3 Ibid., p. 14.

4 Bonhoeffer, Psalms, pp. 15, 20-21.