Dragoslava Santrac
Orar los Salmos transformó la fe de Israel porque hizo que el pueblo de Dios se redefiniera repetidamente a sí mismo y su relación con Dios para ajustarse a su revelación y su voluntad. Tuvieron que sustituir la falsa esperanza y la falsa interpretación de los acontecimientos por la verdad de Dios. Tuvieron que enfrentarse a su negación de lo malo que era la realidad, a la negación de su propia culpabilidad por su situación y a la negación de la ira y la desconfianza que sentían hacia Dios, a quien a menudo responsabilizaban de sus desgracias. Al orar los Salmos ayudó a los israelitas a llegar a una nueva comprensión y supuso varios cambios en su forma de pensar y creer.1 Por ejemplo, el Salmo 50 exhorta al pueblo a servir a Dios con verdadera devoción y pureza de corazón y acciones, recordándoles que sus sacrificios a Dios carecen de sentido sin estas cualidades. Los Salmos 78, 81 y 89 corrigen la tendencia del pueblo a crear falsas esperanzas, resaltando solo la fidelidad de Dios a su alianza y descuidando su propia respuesta obediente de fe hacia él.
Tremper Longman dice con razón que «cuando leemos los Salmos con fe, salimos cambiados y no simplemente informados».2 El lenguaje de los Salmos es creativo y transformador. Al orar los Salmos no siempre se dice lo que es, sino que «se evoca lo que no existe hasta que se dice».3 En otras palabras, los Salmos no son simplemente antiguas palabras humanas que ayudan a los creyentes a expresar sus sentimientos interiores ante Dios. Los Salmos son la Palabra de Dios por la que el creyente se transforma en, por ejemplo, una persona con el corazón quebrantado y contrito, como se describe en el Salmo 51. El poder constitutivo de los Salmos en relación con la piedad se demuestra en la capacidad de un Salmo concreto para capacitar al creyente, a través del Espíritu Santo, para actuar de la manera exigida por ese Salmo. En otras palabras, «la oración del Salmo es un acontecimiento por el que la gracia de Dios se manifiesta en la vida de los creyentes».4
La gracia de Dios se manifiesta porque al orar los Salmos en nombre de Jesús. Esto significa que permitimos que la Palabra de Dios nos modele según la voluntad de Dios y nos una a Cristo, que demostró perfectamente la voluntad de Dios y oró los Salmos como Hijo de Dios encarnado. Bonhoeffer reflexiona sobre la profunda unidad entre los creyentes y Cristo, su intercesor:
Es el Hijo de Dios encarnado, que ha llevado en su propia carne todas las debilidades humanas, quien aquí derrama el corazón de toda la humanidad ante Dios y quien se pone en nuestro lugar y ora por nosotros. Él ha conocido el tormento y el dolor, la culpa y la muerte más profundamente que nosotros. Por eso, es la oración de la naturaleza humana asumida por él la que se presenta aquí ante Dios. Es realmente nuestra oración, pero puesto que él nos conoce mejor que nosotros mismos y puesto que él mismo fue verdadero hombre por nosotros, es también realmente su oración, y puede convertirse en nuestra oración solo porque fue su oración.5
Cuando oramos los Salmos, buscamos a Cristo, que se revela en ellos,6 y entendemos su mensaje a la luz de la revelación de Dios en Cristo. Este enfoque puede ayudarnos a adoptar ciertos Salmos difíciles, como los Salmos con imprecaciones (por ejemplo, el Sal. 109), y orarlos como protestas divino-humanas contra el mal y a la luz de la gracia y el juicio de Dios en Cristo.
Una mera repetición de las palabras de los Salmos con solo una ligera comprensión de su significado puede no producir la auténtica transformación que se pretende con su uso. Por eso, los creyentes necesitan estudiar cuidadosa y metódicamente los Salmos y buscar una comprensión profunda de ellos. Orar los Salmos no pretende servir como una especie de uso de amuletos con citas del Salterio hebreo a las que se atribuye algún tipo de poder mágico curativo.7 Mays observa que las palabras de los Salmos pueden resultar vacías y pervertidas si se pronuncian sin una comprensión de la fe distintiva de los mismos. Uno debe, por medio de los Salmos, entrar y vivir en ese mundo particular de fe si la oración con sus palabras ha de ser auténtica.8 Orar los Salmos permite a los creyentes no solo comprender, sino también habitar y celebrar la cosmovisión bíblica en la que, contrariamente a la mayoría de las suposiciones modernas, el tiempo de Dios y el nuestro se solapan y entrecruzan, el espacio de Dios y el nuestro se solapan y entrecruzan, y el puro mundo material de la creación de Dios está inundado del amor y la gloria de Dios.9
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1 Kathleen Harmon, «The Role of the Psalms in Shaping Faith Part 2: How Praying the Psalms Transformed Israel’s Faith», Liturgical Ministry 15 (Winter 2006): p. 58.
2 Tremper Longman III, How to Read the Psalms (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1988), p. 13.
3 Brueggemann, Praying the Psalms, p. 18.
4 Harry P. Nasuti, «The Sacramental Function of the Psalms in Contemporary Scholarship and Liturgical Practice», en Psalms and Practice, p. 83.
5 Bonhoeffer, Psalms, pp. 20-21.
6 Jesús señaló los Salmos como recursos inspirados sobre su persona y su ministerio (Luc. 24: 44). Los Salmos se citan ampliamente en el NT en relación con Cristo (p. ej., La filiación de Cristo, Sal. 2: 7 en Mat. 3: 17; Heb. 1: 5; la obediencia, Sal. 40: 6-8 en Heb. 10: 5-7; el sufrimiento, Sal. 69: 4 en Juan 15: 25; la resurrección, Sal. 2: 7; 16: 10 en Hech. 2: 25-28; 13: 33-35; el sacerdocio, Sal. 110: 4 en Heb. 5: 6; y la realeza, Sal. 2: 6; 89: 18-19 en Hech. 5: 31).
7 Eli Davis, «The Psalms in Hebrew Medical Amulets», VT 42, nº 2 (1992): p. 174.
8 Mays, The Lord Reigns, p. 6.
9 N. T. Wright, The Case for the Psalms: Why They Are Essential (New York: HarperCollins, 2013), p. 22.