Dragoslava Santrac
A veces puede haber una disyunción total entre las palabras de un Salmo y la experiencia presente del adorador. Imaginemos a una feliz pareja de recién casados orando el Salmo 88: «¡Llegue mi oración a tu presencia! ¡Inclina tu oído hacia mi clamor!, porque mi alma está hastiada de males y mi vida cercana al seol» (vers. 2, 3). Sin embargo, Jacobson comparte dos razones por las que orar un Salmo de lamentación es beneficioso para los adoradores que no están angustiados. Primero, los prepara para el tiempo de angustia que puede venir en el futuro. Contrariamente al popular evangelio de la prosperidad, los Salmos hacen que los fieles sean conscientes de que el sufrimiento forma parte de la experiencia humana general y le sucede a los justos, no solo a los malvados. Los Salmos dan la seguridad de que Dios tiene el control y proporciona fuerza y solución en tiempos de angustia. En segundo lugar, orar los Salmos de lamentación enseña a los fieles compasión hacia los que sufren. Al expresar nuestra alegría y gratitud a Dios, debemos tener presentes a los menos afortunados y a los creyentes perseguidos por su fe. Del mismo modo, presentar un Salmo de alabanza a los que sufren puede transformar su sufrimiento creando esperanza.1
Los Salmos amplían nuestra experiencia al mostrar que las oraciones individuales forman parte del culto universal a Dios, y así nos inspiran a mirar más allá de nuestras circunstancias personales y a asumir una perspectiva mucho más amplia, histórica y universal de la vida. Por ejemplo, el Salmo 139 nos ayuda a ver nuestras vidas como parte de la historia del pueblo de Dios y a reclamar ese pasado como propio. Los Salmos 148 y 150 nos transforman en miembros de un coro universal que, incluso ahora, alaba a Dios sin cesar. Incluso orar el Salmo 88, el Salmo que confiesa probablemente los sentimientos más abatidos del Salterio, puede proporcionarnos un sentido de pertenencia y consuelo en tiempos de angustia, porque nos conecta con generaciones de adoradores, incluido Jesús, que oró este Salmo.
A menudo, los Salmos nos ofrecen nuevas razones para orar que no habíamos considerado antes o que habíamos descuidado. Por ejemplo, el Salmo 122 nos manda orar por la paz de Jerusalén (vers. 6). Jerusalén ha sido un lugar de conflicto durante más de tres mil años, y su continua lucha por la paz se ha convertido en un símbolo del clamor mundial por la paz y la prosperidad. Éste y otros Salmos nos incitan a tener en cuenta y orar por las personas que viven fuera de nuestra comunidad inmediata y por las necesidades del mundo que sufre.
Orar los Salmos hace que la comunidad creyente sea consciente de toda la gama de la experiencia humana y enseña a los fieles a comprometerse con las diversas facetas de esa experiencia y adoración. La responsabilidad de los pastores y líderes de la iglesia incluye dirigir ese proceso y mantener las lámparas de la congregación ardiendo constantemente con buen aceite. Los Salmos son abundantes en aceite espiritual precioso. Los Salmos son oraciones divino-humanas. Por eso, orar los Salmos sitúa a la comunidad creyente en el centro de la voluntad de Dios y de su poderosa gracia sanadora.
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1 Jacobson, «Burning Our Lamps with Borrowed Oil», pp. 94-97.