La alegoría usa una narración a modo de metáfora de gran extensión para referirse a una verdad espiritual que está más allá del significado literal del texto. Una de las palabras clave de esta definición es ‘usa’. La alegoría usa un relato como medio para lograr un fin. Toma el relato como medio para expresar una idea que está por entero fuera de cualquier significado histórico literal. En cambio, la tipología encuentra la fuente de su significado en lo histórico y ve un paralelo en el acontecimiento histórico posterior. La alegoría hace que la historia se convierta en una simple cáscara dentro de la cual se vierte el significado. La alegoría usa la narración para sus propios fines.
Independientemente de que la narración usada sea histórica o ficticia, el concepto de la alegoría siempre es ir más allá del relato, a un significado más elevado sin conexión histórica alguna con la historia original. Como señala G. W. H. Lampe en Essays on Typology [Ensayos sobre la tipología], «la alegoría difiere radicalmente del tipo de la tipología que depende de la percepción de un cumplimiento histórico real. La razón de esta gran diferencia es, sencillamente, que la alegoría no tiene en cuenta alguna a la historia».1
La propia historia no es el centro de atención; es solo un vehículo para expresar la realidad espiritual más elevada. El foco de atención reside en el método del intérprete, más que en el relato en sí mismo. Por ello, la alegoría es inherentemente un género centrado en el intérprete, no un género centrado en el texto. Eta Linnemann señala:
Una alegoría no puede entenderse, por lo tanto, a no ser que se conozca no solo la narración alegórica, sino también el estado de los asuntos a los que se refiere. Quien no tenga esta clave puede leer las palabras, pero el significado más profundo le queda oculto. Por ello, las alegorías pueden servir para transmitir información codificada, que resulta inteligible únicamente para los iniciados.2
En esta coyuntura resulta útil distinguir entre alegoría y alegorización. La alegoría es el género literario recién mencionado que usa un relato para impartir un significado que está fuera del significado literal del propio relato. La alegorización es el proceso mediante el cual textos que está claro que no son de naturaleza alegórica se toman como si fuesen alegorías para inferir de ellos nuevos significados, significados que es evidente que no formaban parte del propósito original del autor.3
El problema de la alegorización es doble. En primer lugar, se inyecta algo en el texto que no formaba parte de él en su origen, y, en segundo lugar, puede resultar difícil aplicar un control apropiado al proceso. La meta de la exégesis es entender y explicar lo que quería transmitir el autor original. Inyectar en un texto algo que no era el propósito del autor es inapropiado para la interpretación bíblica.4 La segunda dificultad, la de dar con un control apropiado para el proceso, solo agrava el problema mediante vuelos de la fantasía y principios de interpretación que pueden hacer de la Biblia prisionera de ideas contrarias incluso a las enseñanzas más fundamentales de la Palabra de Dios.
Algunos predicadores usan la alegorización y así dan credibilidad a este método, que impone significados al texto de las Escrituras en lugar de extraer el significado del texto. Los tres dones de los magos —el oro, el incienso y la mirra— son objeto de alegorización y se convierten en la justificación, la santificación y la glorificación. Las cuatro anclas echadas del barco en el que iba Pablo con rumbo a Roma (Hech. 27: 29) se alegorizan y se convierten en la salvación, la iglesia, el hogar y la familia. La parábola del buen samaritano se convierte en una alegoría de la caída de la humanidad y de su restauración en el evangelio, siendo Adán el hombre apaleado, transformados los ladrones en el diablo y sus ángeles, siendo el sacerdote y el levita el sacerdocio y el ministerio del AT, convirtiendo al buen samaritano en Cristo, al asno en la encarnación y la posada en la iglesia.5
Estos son casos típicos de alegorización. El texto es usado por el intérprete para enseñar alguna idea totalmente ajena al significado original, y el intérprete impone al texto un significado no histórico. En vez de permitir que la Palabra de Dios nos use, damos la vuelta a la situación y la usamos para nuestros propios fines. Dado que señala a conceptos fundamentales de las Escrituras, puede que esto parezca del todo inocente, o puede que, en realidad, dé la apariencia de poner de manifiesto un significado espiritual más profundo de las mismas, pero el peligro reside en un método interpretativo que tiene pocos controles y que desplaza el centro de atención de la intencionalidad del autor original a las inquietudes del intérprete. En realidad, este método no tiene cabida en el púlpito. ¡Las Escrituras están llenas de la verdad! No es preciso que usemos un método que socave su autoridad.
¿Contienen las Escrituras alegorías, tal como se han definido anteriormente? Es cierto que las Escrituras están llenas de metáforas. «Ustedes son la luz del mundo» (Mat. 5: 14, NVI); «El SEÑOR es mi pastor» (Sal. 23: 1, NVI); «Eres fuente de los jardines, manantial de aguas vivas, ¡arroyo que del Líbano desciende!» (Cant. 4: 15, NVI). No obstante, aunque las Escrituras estén llenas de metáforas, no están llenas de alegorías. En la Biblia el lenguaje metafórico se da normalmente en ráfagas breves, aun en palabras aisladas que dan colorido y realzan la comprensión dentro de un contexto literal. Es mucho más infrecuente tener ante nosotros todo un relato que sea metafórico, y aún más inusitado que los autores bíblicos tomen un relato y lo usen según el patrón habitual de la alegorización.
Gálatas 4: 21-31 es uno de los ejemplos más claros de alegoría de las Escrituras. El apóstol Pablo escribe en los versículos 21-26 (NVI):
Díganme ustedes, los que quieren estar bajo la ley: ¿por qué no le prestan atención a lo que la ley misma dice? ¿Acaso no está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre? El de la esclava nació por decisión humana, pero el de la libre nació en cumplimiento de una promesa. Ese relato puede interpretarse en sentido figurado: estas mujeres representan dos pactos. Uno, que es Agar, procede del monte Sinaí y tiene hijos que nacen para ser esclavos. Agar representa el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la actual ciudad de Jerusalén, porque junto con sus hijos vive en esclavitud. Pero la Jerusalén celestial es libre, y esa es nuestra madre.
En el versículo 24, cuando Pablo dice «en sentido figurado», el término que usa es ἀλληγορούµενα. [allēgoroumena]. Esta palabra puede significar o bien “hablar o escribir alegóricamente” o “explicar o interpretar alegóricamente”.6 En el caso de que el significado sea el primero, entonces Pablo dice que Moisés, en el Génesis, escribió el relato a modo de alegoría. En el caso de que sea lo segundo, entonces Pablo dice que él mismo, en el siglo I d.C., está interpretando el pasaje alegóricamente; es decir, está haciendo alegorización. Parece que la segunda opción es lo que tiene lugar, puesto que el apóstol usa una forma pasiva del verbo ἀλληγορέω [allēgoreō]; dicho de otra manera, la historia está «siendo interpretada alegóricamente».7
Ahora bien, si esto es así, parece que nuestro rechazo previo a la alegorización precise replantearse. Si el apóstol inspirado usa el método, ¿es inapropiado para el predicador contemporáneo? Una respuesta es que el propio hecho de la inspiración de Pablo lo sitúa en una categoría diferente a la de quienes no estamos inspirados ni autorizados por el Espíritu a ser portavoces tan directos de Dios. Debemos ser más cautelosos en nuestro enfoque, no vaya a ser que apliquemos indebidamente las Sagradas Escrituras y las malinterpretemos. Sin embargo, tal respuesta no satisface del todo, porque parece separarnos del propio proceso de explicar las Escrituras que ilustra el texto inspirado.
Un enfoque más matizado es fijarse más atentamente en qué tipo exacto de alegorización usa el apóstol y en el probable marco en que lo emplea. R. P. C. Hanson señala:
Parece razonable concluir, entonces, que San Pablo estaba perfectamente dispuesto a usar la alegoría, […] pero que emplease esta alegoría [de Gál. 4] siguiendo una tradición palestina y no alejandrina, y que, en la práctica, la tendencia de su pensamiento fuese en tal medida en el sentido de la tipología, y no en lo que debería denominarse estrictamente alegoría, que, en el conjunto de las cartas que nos han llegado, tuvo pocas ocasiones de permitirse la alegoría. Por todo lo que sabemos, su motivación para usarla distaba de ser la de los alejandrinos, y en especial la de Filón, que con la alegoría quería evitar la necesidad de tomarse en serio los relatos históricos; Pablo, por el contrario, usó la alegoría como auxiliar de la tipología, método de interpretación del Antiguo Testamento que, independientemente de lo caprichosas que puedan ser algunas de sus formas, al menos considera la historia como algo dotado de significado. Resulta significativo que no haya tipología en Filón, mientras que Pablo está repleto de ella.8
El argumento principal que recogemos de Hanson es que la alegorización de Pablo era de un tipo distinto a la de Filón, y, más tarde, a la de Orígenes. El tipo de alegorización de Pablo tiene en cuenta la situación histórica, pero aquí lo hace con un giro muy poco habitual, pues identifica el pacto sinaítico con Agar. Ello parece algo que va completamente en contra de lo que cabría esperar del hecho histórico de que el pueblo judío era descendiente de Sara, no de Agar.
Aquí entra en juego la situación especial en la que escribe Pablo. F. F. Bruce se explaya:
Sin embargo, en la actual “alegoría”, hay una inversión contundente de la analogía que carece de paralelos en otros pasajes paulinos. Mientras que en otros pasajes tipológicos se deja incólume el AT, el argumento aquí presentado es contrario al hecho histórico de que Isaac fue el antepasado de los judíos, mientras que los descendientes de Ismael eran gentiles. Este desencuentro entre tipo y antitipo exige una explicación, y C. K. Barrett presentó una explicación sumamente probable […] concretamente, que el incidente de los dos hijos de Abraham había sido aducido por los adversarios de Pablo en Galacia en apoyo de sus propias tesis, y que Pablo se sintió obligado a refutar el argumento que presentaban dándole la vuelta y demostrando que el incidente, debidamente entendido, apoyaba el evangelio de la gracia gratuita, con su antítesis entre el espíritu y la carne.9
Por ello, aunque Pablo esté empleando la alegorización, no se trata de una alegorización del tipo representado por Filón ni por los alegoristas de la iglesia cristiana en tiempos posteriores. El argumento de Pablo mantiene una conexión con la historia, pero efectúa un giro en la aplicación de los relatos de las dos mujeres para rebatir el argumento de sus adversarios, que pueden perfectamente haber estado usando los mismos relatos para apoyar su propio punto de vista. Pablo usa contra ellos el propio argumento de tales individuos, ilustrando que los verdaderos hijos de Abraham y Sara son los que creen en la justificación por la fe.
En resumidas cuentas, podemos decir que la alegoría es infrecuente en las Escrituras. Sí que aparece ocasionalmente, como en algunas de las parábolas de Jesús. Pero esas parábolas van seguidas por la explicación de su significado metafórico. Pablo sí que utiliza la alegoría o la alegorización, pero lo hace poco, y cuando presenta una alegoría, esta sigue manteniendo una conexión con la historia. El uso contemporáneo de la alegorización como método para un sentido más profundo o más espiritual de las Escrituras es injustificado.
1. Determinar que el texto sea una alegoría. La mayoría de los textos de la Biblia son históricos, y deberían tomarse literalmente, no de forma alegórica. Hay pocos ejemplos de alegoría en las Escrituras. En la mayoría de los casos, o bien son identificados como tales o contienen las claras distintivas de una alegoría: un relato que tiene significados asociados a la mayoría de los elementos del relato, como en la parábola del sembrador.
2. Buscar claves interpretativas en el contexto. A menudo dentro del texto de la propia alegoría hay indicios de vinculaciones con el mundo real. En ocasiones se da una interpretación dentro del mismo contexto que hace las veces de control del significado (por ejemplo, la parábola del sembrador).
3. Confirmar que la interpretación sea coherente con la temática y la teología del autor. Una vez que se determina una interpretación para una alegoría, es preciso que se compruebe su coherencia con los temas y la teología del autor y con todo el tenor de las Escrituras. Esto sirve de control a interpretaciones de la alegoría que puedan desviarse de las interpretaciones del autor.
4. Evitar la alegorización. Este método de interpretación aprisiona la Biblia y la convierte rehén de nuestro propio sentido de lo que son verdades espirituales más elevadas que van más allá del significado literal e histórico de las Escrituras. Al dar rienda suelta a este método, apartamos a la gente del significado histórico y llano de la Biblia y la animamos a que se tome el mensaje histórico con menor seriedad.
__________
1 G. W. H. Lampe y K. J. Woolcombe. Essays on Typology [Ensayos sobre tipología], Studies in Biblical Theology (Naperville, Illinois: Alec R. Allenson, Inc., 1957), p. 31.
2 Eta Linnemann, Parables of Jesus: Introduction and Exposition [Parábolas de Jesús: Introducción y exposición] (Londres: S.P.C.K., 1966), p. 7.
3 Véase Maureen Quilligan, The Language of Allegory: Defining the Genre [El lenguaje de la alegoría: Definición del género] (Ithaca, Nueva York: Cornell University Press, 1979), pp. 29-31.
4 Podría argumentarse que «inyectar en un texto algo que no estaba ahí en su origen» es exactamente lo que sucede en la tipología. Pero lo que ocurre en la tipología es muy diferente. La tipología se toma en serio el contexto histórico original, y luego ve su expresión en un nivel más elevado en la nueva situación histórica. La alegoría no tiene nada de eso, puesto que ni se toma en serio la situación histórica original, ni infiere el nuevo significado de ningún vínculo con el nuevo acontecimiento histórico.
5 Véase Klyne R. Snodgrass, “From Allegorizing to Allegorizing: A History of the Interpretation of the Parables of Jesus” [De alegorización en alegorización: Historia de la interpretación de las parábolas de Jesús], en The Challenge of Jesus’ Parables [El reto de las parábolas de Jesús], ed. Richard N. Longenecker (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 2000), p. 4. El ejemplo de la parábola del buen samaritano procede de la alegorización de Agustín de Hipona.
6 Véase Richard N. Longenecker, Galatians [Gálatas], Word Biblical Commentary, tomo 41 (Dallas, Texas: Word Books, 1990), pp. 209-210.
7 Ibíd., p. 210.
8 R. P. C. Hanson, Allegory and Event: A Study of the Sources and Significance of Origen’s Interpretation of Scripture [Alegoría y acontecimiento: Estudio de las fuentes y de la significación de la interpretación de Orígenes de las Escrituras] (Londres: SCM; Richmond, Virginia: John Knox Press, 1959), pp. 82-83, tal como lo recoge Longenecker, Galatians, p. 210. Hanson utiliza aquí el término “alegoría”, no “alegorización”. Se refiere al texto de Gálatas en que Pablo presentó una alegoría. Sin embargo, el proceso que Pablo empleó para hacer una alegoría con un texto histórico se denomina “alegorización” con total justicia.
9 F. F. Bruce, Commentary on Galatians [Comentario sobre Gálatas], New International Greek Testament Commentary (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1982), p. 218. La referencia a C. K. Barrett se encuentra en C. K. Barrett, “The Allegory of Abraham, Sarah, and Hagar in the Argument of Galatians” [La alegoría de Abraham, Sara y Agar en el argumento de Gálatas], en J. Friedrich, ed., Rechtfertigung: Festschrift für Ernst Käsemann [La justificación: Homenaje a Ernst Käsemann] (Tubinga/Gotinga: P. Stuhlmacher, 1976), pp. 1-16.