Frank M. Hasel
“Y Jehová le dijo [a Moisés]: ‘Cuando hayas vuelto a Egipto, ocúpate de hacer delante del faraón todas las maravillas que he puesto en tus manos; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo’ “. Éxodo 4:21.
Lo que ha perturbado a algunos lectores de la Biblia es que Dios, después de decir que endurecería el corazón del faraón para no dejar salir al pueblo de Israel, trae sobre Egipto diez plagas porque el faraón hizo lo que Dios dijo que lo iba a hacer realizar. El faraón, ¿estaba predestinado por Dios para desempeñar ese papel, o fue responsable por su conducta y de ese modo culpable de rebelión contra Dios?
El tópico del endurecimiento del corazón del faraón aparece múltiples veces entre Éxodo 3 y 14, y se lo describe del siguiente modo:
a. Dios predice que endurecerá el corazón del faraón: Éxo. 4:21; 7:3
b. Se endureció el corazón del faraón, sin indicación de agente: Éxo. 7:13, 14, 22; 8:19; 9:7, 35
c. Faraón endureció su propio corazón: Éxo. 8:15, 32; 9:34
d. Dios endureció el corazón del faraón: Éxo. 9:12; 10:1, 20, 27; 11:10; 14:4, 8, 17
Ya en Éxodo 3:19 Dios predijo que “el rey de Egipto no os dejará ir sino por la fuerza”; es decir, bajo compulsión. Cuando Moisés regresó a Egipto para cumplir el pedido divino, Dios le dijo que endurecería su corazón para que no dejara ir al pueblo (4:21), predicción que se reitera en 7:3.
Faraón y las diez plagas – En el primer incidente, aún antes que Dios lanzara la primera plaga sobre el faraón y Egipto, el texto bíblico indica la resistencia del faraón hacia Dios al llamar a sus magos para realizar “sus encantamientos” (7:[11]). Cuando Dios mostró su soberanía y poder mediante Moisés y Aarón, “el corazón del faraón se endureció [heb. (hāzāq)], y no los escuchó, como lo había dicho Jehová” (7:13). El término hāzāq expresa una actitud firme e inflexible. Por cuanto se apoyó en los magos de Egipto, “el corazón del faraón se endureció” (7:22).
Durante la segunda plaga, el faraón por primera vez pidió a Moisés y a Aarón que rogaran a Dios que lo ayude a él y a Egipto (8:8), pero, cuando esa ayuda tuvo lugar (8:10), “endureció su corazón y no los escuchó” (8:15). Fue el faraón mismo quien endureció su corazón. Durante la tercera plaga, los magos admitieron francamente (8:18) frente al faraón: “Es el dedo de Dios” (8:19), y sin embargo “el corazón del faraón se endureció y no los escuchó”. Del mismo modo, durante las siguientes dos plagas el faraón continuó endureciendo su corazón (8:32), el cual permaneció endurecido (9:7).
Solo después del séptimo endurecimiento, durante la plaga de sarpullido, leemos: “Jehová endureció el corazón del faraón, y no los oyó, tal como Jehová lo había dicho a Moisés” (Éxo. 9:12). Mientras varios siervos del faraón creyeron que había sido Dios el que había salvado sus vidas (9:20), el faraón no temía “todavía la presencia de Jehová Dios” (9:30). Después de la devastadora tormenta de granizo, “se obstinó en pecar, y endurecieron su corazón él y sus siervos” (9:34). Este pasaje deja en claro que el endurecimiento de su corazón fue su propio pecado y el desobedecer a Dios. Dios no es responsable por el endurecimiento de su corazón. De ese modo “se endureció el corazón del faraón, y no dejó ir a los hijos de Israel, tal como Jehová lo había dicho por medio de Moisés” (9:35). El uso de dos descripciones del endurecimiento del corazón del faraón en rápida sucesión subraya el incremento del problema. Solo entonces leemos en 10:1 que Dios dice: “Yo he endurecido su corazón”, porque en la Biblia a menudo se describe a Dios haciendo lo que no impide. Sin embargo, que Dios permita algo no significa necesariamente que lo haya causado.1
Antes de comenzar la octava plaga se señala nuevamente la responsabilidad individual del faraón ante el planteo de Moisés y Aarón: “Jehová, el Dios de los hebreos, ha dicho así: ‘¿Hasta cuándo no querrás humillarte delante de mí? Deja ir a mi pueblo, para que me sirva. Y si aún rehúsas dejarlo ir, mañana yo traeré sobre tu territorio la langosta’ “ (Éxo. 10:3, 4, énfasis agregado). A pesar de admitir que había pecado, el faraón rehusó permitir la salida de los israelitas. El perdón de Dios no lo condujo al arrepentimiento (10:16, 17). Siguió obstinado, y es por eso que leemos que “Jehová endureció el corazón del faraón” (10:20); o sea, permitió que se le opusiera. ¡Qué condescendencia la del Altísimo! El relato ilustra la intrincada conexión entre el libre albedrío humano y la soberanía de Dios.
Antes de comienzo de la décima plaga, Dios dijo a Moisés: “El faraón no os oirá” (Éxo. 11:9). Esta predicción indica que el faraón lo decidió por su propia voluntad. Sin embargo, en el siguiente versículo leemos que “Jehová había endurecido el corazón del faraón, y este no dejó salir a los hijos de Israel fuera de su país” (11:10). Al final de la historia del éxodo leemos: “Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre; y cuando se endureció el faraón para no dejarnos ir, Jehová hizo morir en la tierra de Egipto a todo primogénito” (13:14, 15). Esto indica que el endurecimiento del corazón del faraón no ocurrió contra su libre voluntad.
Conclusión – Las predicciones de Dios no eran necesariamente sus decretos. Dios fue responsable por el envío de las plagas, y el faraón fue responsable por su impenitencia. Así como la luz solar derrite la cera y endurece la arcilla, la misma revelación del poder de Dios condujo a los siervos del faraón a obedecerlo (Éxo. 9:20) pero endureció el corazón del faraón.
“Dios había declarado tocante a Faraón: ‘Pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo’ (Éxo. 4:21). No fue ejercido un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey. Dios dio a Faraón las evidencias más notables del poder divino; pero el monarca rehusó obstinadamente aceptar la luz. Toda manifestación de poder infinito que él rechazaba lo empecinaba más en su rebelión. Las semillas de rebelión que el rey sembró cuando rechazó el primer milagro, produjeron su cosecha. Al continuar aventurándose en su propio curso de acción, yendo de un grado de terquedad a otro mayor, su corazón se endureció más y más, hasta que fue llamado a contemplar el rostro frío de su primogénito muerto” (PP 273).
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1 Nota del Traductor: En este caso Dios aparece en el relato en un papel más activo que simplemente “no impidiendo” (Rom. 9:17 = Éxo. 9:16; cf. Dan. 2:21; 4:35), aunque no causara sobrenaturalmente el endurecimiento. El pedido de los israelitas era justo en sí mismo, pero el carácter orgulloso y obcecado del faraón, del cual él era el único responsable, hacía segura su negativa ante la reiteración de la amenaza de las plagas, sin interferir con su libre albedrío.