Daniel Bosqued
El ser humano no fue creado para morir. El texto bíblico señala que Dios «ha puesto eternidad en el corazón» de cada uno de sus hijos (Ecl. 3: 11). Sin embargo, el pecado mancilló el plan de Dios y, como resultado, se introdujo la muerte (Rom. 5: 12; 6: 23). Desde entonces la muerte se considera el «postrer enemigo que será destruido» (1 Cor. 15: 26).
En su plan de restauración, Dios ofrece a todo ser humano la esperanza de la vida eterna (Juan 3: 16) mediante la resurrección de los muertos como revelación máxima del «autor de la vida» (Hech. 3: 15). Solo Dios puede devolver la vida y eso es lo que hará al final de la historia para revelar su justicia y misericordia.
En este artículo vamos a explorar una resurrección especial que figura en la Biblia y revela la justicia de Dios al final de los tiempos.
¿De cuántas resurrecciones se habla en la Biblia?
En la Biblia se narran varias resurrecciones.1 En el Antiguo Testamento encontramos la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta (1 Rey. 17: 17-23), el hijo de la sunamita (2 Rey. 4: 31-37), y la resurrección de un hombre al tocar los huesos de Eliseo (2 Rey. 13: 20-21).2
En el Nuevo Testamento, además de la resurrección de Jesús, que constituye el fundamento de todas las demás (Mat. 28: 6; Mar. 16: 6; Luc. 24: 5-7; 1 Cor. 15: 17-20), se mencionan tres resurrecciones realizadas por Jesús: la hija de Jairo (Mar. 5: 38-43; Luc. 8: 49-56), la resurrección de Lázaro (Juan 11: 38-44) y la del hijo de la viuda de Naín (Luc. 7: 11-17). Más adelante también se narra la resurrección de Dorcas por parte de Pedro (Hech. 9: 36-42) y la de Eutico por parte de Pablo (Hech. 20: 7-12). Es importante señalar que, salvo la de Jesús (y la de Moisés), ninguna de estas resurrecciones que aparecen en la Biblia fueron «para vida eterna», sino que todas ellas implicaron la continuación de la vida en este mundo caído.
Hay una excepción, y es cuando algunos fueron resucitados durante la muerte de Jesús:
«Pero Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se partieron; los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y después que él resucitó, salieron de los sepulcros, entraron en la santa ciudad, y aparecieron a muchos» (Mat. 27: 50-53).
Estos santos, como primicias, fueron resucitados para vida eterna y trasladados al cielo con Jesús, por lo que su resurrección es diferente de las otras.3
Sin embargo, en términos escatológicos Jesús mismo menciona dos resurrecciones generales al final de los tiempos: «No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Juan 5: 28-29).
La «resurrección de vida» (áνάστασιν ζωῆς) a la que hace referencia es la que tendrá lugar en la Segunda venida de Jesús, tal y como es descrita por el apóstol Pablo:
«Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4: 15-17).
La «resurrección de condenación» (áνάστασιν κρίσεως), en cambio, ocurrirá después de los mil años: «Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (Apoc. 20: 5-6). Es una resurrección muy breve que afecta a todos aquellos que no han aceptado la salvación y por tanto reciben la retribución de su propia decisión en la llamada «muerte segunda» (Apoc. 2: 11; 20: 8, 14).
Así pues, aparecen a lo largo del texto bíblico tanto resurrecciones históricas como resurrecciones escatológicas al final de los tiempos. En la Segunda venida tendrá lugar la «resurrección de vida» de todos los redimidos y, tras el milenio, la «resurrección de condenación» en la que los impíos serán resucitados para recibir la retribución final de la no-existencia.
¿Qué es la llamada «resurrección especial»?
En el contexto de la primera resurrección escatológica, se puede inferir del texto bíblico una «resurrección especial»4 previa a la resurrección de todos los santos en la Segunda venida de Jesús. Al describir a los protagonistas de la crucifixión de Jesús contemplando su regreso dicha resurrección es clara: «He aquí que viene con las nubes: Todo ojo lo verá, y los que lo traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán por causa de él. Sí, amén» (Apoc. 1: 7).
Durante sus últimas horas antes de morir, Jesús sufrió el escarnio de diferentes miembros del sanedrín, dirigentes judíos y soldados romanos que lo condujeron a la cruz. Al sumo sacerdote y los que estaban presentes Jesús les dijo: «Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo» (Mat. 26: 64; Mar. 14: 62). También en la despedida de Jerusalén Jesús pronunció unas palabras parecidas: «He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mat. 23: 38-39). Estos pasajes revelan claramente que, al menos, aquellos que tomaron una parte activa en el juicio a Jesús y en su crucifixión, serán resucitados al final de los tiempos en una resurrección especial para ver con sus propios ojos la venida de aquel al que menospreciaron.
¿Qué otras personas formarán parte de esa resurrección especial?
Además de este grupo especial de testigos de la Segunda venida, la Biblia señala que otro grupo de personas también formará parte de esta «resurrección especial». Su descripción la encontramos en el capítulo 12 de Daniel.5
Este capítulo se enmarca en el tiempo del fin:
«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua» (Dan. 12: 1-2).
La expresión «muchos de los que duermen» es clave en este pasaje, porque establece una diferencia con la resurrección general en la que «todos los que están en los sepulcros oirán su voz» (Juan 5: 28).6 En este episodio no son «todos», sino un grupo especial. Por el contexto se puede inferir que los que son resucitados para «vergüenza y confusión perpetua» son, como hemos visto, precisamente aquellos que tomaron parte en la crucifixión de Jesús, porque la resurrección escatológica de condenación ocurre después del milenio (Apoc. 20: 5-6).
Sin embargo, para descubrir la identidad de «muchos de los que duermen», que serán resucitados para vida eterna, es necesario acudir a Apocalipsis. En el versículo 14: 13 se indica «Y oí una voz que me decía desde el cielo: “Escribe: «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor». Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”.».
El contexto del pasaje es muy importante, pues está situado justo después de la proclamación del mensaje de los tres ángeles (Apoc. 14: 6-12) y antes de la descripción de la Segunda venida: «Miré, y vi una nube blanca. Sentado sobre la nube, uno semejante al Hijo del hombre, que llevaba en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz aguda» (Apoc. 14: 14). Esta bienaventuranza del cielo (v. 13) no se ofrece a los muertos «que mueren en el Señor». Sino de manera específica a los que mueren «de aquí en adelante», por ello es importante su delimitación temporal.
La ubicación de esta bienaventuranza acotada en el tiempo es explicada y desarrollada por el profeta Daniel al indicar el tiempo en el que comenzaría: «Y desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días. Bienaventurado el que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días» (Dan. 12: 11-12).7
A pesar de que hay múltiples interpretaciones sobre estas fechas, el comienzo del periodo de 1260 años (Dan. 7: 25; 12: 7 y Apoc. 12: 14) está sólidamente establecido en el año 538 d. C- y finaliza en 1798 d. C- El periodo de 1290 días acaba, como el de 1260 días, al final de la abominación desoladora, en 1798, por lo que vemos que comienza en el año 508 d. C- cuando Clodoveo, rey de los francos, entrega el poder temporal al papado preparando su larga supremacía. El texto nos dice que quien espere, desde el mismo punto de partida (508), por un periodo de tiempo más largo (1335 días) será bienaventurado. Este periodo desemboca precisamente a finales del año 1843, que es justo cuando el movimiento millerita proclamó el mensaje de la purificación del santuario para 1844.8
La mejor explicación a las bienaventuranzas de Apocalipsis 14: 13 «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor» y la de Daniel 12: 12 «Bienaventurado el que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días» es que ambas se refieren a los creyentes que murieron en el Señor después de la proclamación del mensaje de los tres ángeles a partir de 1844. Así la bendición que conlleva la bienaventuranza consiste en formar parte de esos «muchos de los que duermen», que pasaron al descanso habiendo vivido esa esperanza y que serán resucitados para vida eterna en una resurrección especial que les permitirá contemplar en primera persona la Segunda venida de Jesús.
¿Qué enseña Elena G. White al respecto?
El pasaje más claro de Elena G. White respecto a esta resurrección especial se encuentra en El Conflicto de los siglos donde señala:
Los sepulcros se abren y «muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua» (Daniel 12: 2). Todos los que murieron en la fe del mensaje del tercer ángel, salen glorificados de la tumba, para oír el pacto de paz que Dios hace con los que guardaron su ley. «Los que le traspasaron» (Apocalipsis 1: 7), los que se mofaron y se rieron de la agonía de Cristo y los enemigos más acérrimos de su verdad y de su pueblo, son resucitados para mirarle en su gloria y para ver el honor con que serán recompensados los fieles y obedientes.9
¿Cuál es el propósito de esta resurrección especial?
El propósito de esta resurrección especial es doble, en virtud de los dos grupos que forman parte de ella. Por una parte, la resurrección de los que tomaron una parte activa en el rechazo, juicio y muerte de Jesús, así como de los «enemigos más acérrimos de su verdad», permite que vean con sus propios ojos el evento culminante del plan de salvación. Se les da la oportunidad de ser testigos oculares de la reivindicación como «Rey de Rey. y Señor de Señores» (Apoc. 19: 12, 16) de aquel al que rechazaron. La muerte de Jesús, como el evento más trascendente de la historia universal, exige que sus perpetradores presencien el alcance de lo que despreciaron contemplando la majestad del hijo de Dios viniendo en toda su gloria, tal y como Él mismo prometió.
Por otra parte, aquellos que vivieron, creyeron y predicaron el mensaje de los tres ángeles y murieron sin ver cumplida la promesa del segundo advenimiento, son reivindicados con el privilegio de contemplar con sus propios ojos aquello que constituyó el contenido central de ese mensaje final a la Tierra y puedan escuchar el pacto de paz del Señor con sus seguidores fieles.
¿Cuánto antes de la Segunda Venida será?
Según la descripción que hace Apocalipsis, esta resurrección tiene lugar al inicio de la séptima plaga: «El séptimo ángel derramó su copa por el aire. Y salió una gran voz del santuario del cielo, desde el trono, que decía: “¡Ya está hecho!” Entonces hubo relámpagos, voces, truenos y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande cual no lo hubo jamás desde que los hombres existen sobre la tierra» (Apoc. 16: 17-18). Igual que la resurrección de las primicias tuvo lugar con un terremoto que abrió los sepulcros (Mat. 27: 53), un terremoto marca la resurrección especial al final de los tiempos: «Síguese un gran terremoto, “cual no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra” (Apocalipsis 16: 17) (…) Los sepulcros se abren y “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12: 2)».10
¿Qué me quiere enseñar Dios en relación con esta resurrección especial?
La resurrección especial, por un lado, muestra la justicia de Dios que se manifiesta incluso hacia aquellos que rechazaron a Jesús y fueron capaces de causarle la muerte. Se les permite verificar que lo que Jesús proclamó, era cierto. Cuando resuciten, lo primer que verán será a ese Jesús al que condenaron «viniendo con poder y gran gloria» (Mar. 13: 26).
Por otro lado, resulta reconfortante saber que todos aquellos cristianos sinceros que han muerto durante el tiempo del fin predicando el mensaje de los tres ángeles, tendrán la oportunidad de compartir, con todos los que estén vivos, el acontecimiento más esperado de la historia de la redención, al ver a Jesús volver por segunda vez para finalizar la redención de su pueblo y disfrutar juntos por la eternidad.
Conclusión
Al final de los tiempos habrá una resurrección especial donde se revelará la misericordia y la justicia de Dios. La Biblia declara: «Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva» (Eze. 33: 11). Su voluntad, por tanto, es que «todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim. 2: 4).
Por ello, aunque temporalmente el ser humano haya de experimentar la muerte como consecuencia del pecado, su anhelo es que la resurrección de todo hombre no sea para muerte, sino para «vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom. 6: 23).
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1 Para un estudio sobre la Doctrina adventista de la resurrección véase, John C. Brunt, “La resurrección y la glorificación” en Teología: Fundamentos Bíblicos de nuestra Fe, ed. Raoul Dederen (Florida: APIA, 2006), págs. 41-94.
2 También aparece de forma implícita la resurrección de Moisés (Deut. 34: 5,6) ampliada en el Nuevo Testamento (Mat. 17: 3; Jud. 9).
3 «Pero los que resucitaron en ocasión de la resurrección de Cristo, fueron resucitados para vida eterna. Ellos fueron la multitud de cautivos que ascendieron con Cristo como trofeos de su victoria sobre la muerte y el sepulcro», Elena G. White, Mensajes selectos, vol 1, pág. 358. «Eran aquellos que habían sido colaboradores con Dios y que, a costa de su vida, habían dado testimonio de la verdad. Ahora iban a ser testigos de Aquel que los había resucitado», Elena G. White, Deseado de todas las gentes, pág. 730.
4 También se llama “resurrección parcial” o “resurrección limitada”.
5 Para un profundo análisis sobre la teología de Daniel 12 véase Artur A. Stele, “Resurrection in Daniel 12 and its Contribution to the Theology of the Book of Daniel”, Tesis Doctoral (Andrews University, 1996).
6 Stele, “Resurrection in Daniel 12 and its Contribution to the Theology of the Book of Daniel”, págs. 201-202.
7 Stele, “Resurrection in Daniel 12”, págs. 44-65.
8 Véase William H. Shea, “Time Prophecies of Daniel 12 and Revelation 12-13”, en Frank B. Holbrook, ed., Symposium on Revelation -Book I, Daniel and Revelation Committee Series, vol. 6 (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 1992), págs. 327-60; Gerhard Pfandl, “Time Prophecies in Daniel 12”, en Biblical Research Institute Releases-5 (Biblical Research Institute, 2005), págs. 6-9; Francis D. Nichol, ed., Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día, trad. Víctor E. Ampuero Matta y Nancy W. de Vyhmeister (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana (1996), 4: pág. 906.
9 Elena G. White, El conflicto de los siglos, pág. 621.
10 White, El conflicto de los siglos, págs. 620-621.