El elemento estructurante del libro de los Hechos

Eike Mueller

El libro de los Hechos es el segundo volumen que Lucas escribe a Teófilo. En él, el autor continúa su estudio reflexivo de la vida de Cristo con un relato de la obra del Espíritu Santo en la iglesia primitiva (Luc. 1: 1-4; Hech. 1: 1-3). Como en el volumen anterior, Lucas combina aquí una construcción meditada de la narración con un estilo de escritura elocuente.

El lector moderno está acostumbrado a una señalización significativa: las divisiones de capítulos, los encabezados de párrafos y los índices hacen que el desarrollo de un libro sea relativamente explícito. Este no era el caso de las obras antiguas, que a menudo se leían en voz alta a un grupo de oyentes, quienes deducían la progresión de ideas o eventos a medida que se desarrollaba la narración. No obstante, es útil para nosotros, como audiencia moderna, dar un paso atrás y considerar cómo Lucas estructura su relato.

Se ha señalado que los Hechos pueden dividirse aproximadamente en dos partes. La primera describe el ministerio de los apóstoles en Jerusalén y sus alrededores (capítulos 1–15), mientras que la segunda sigue los viajes misioneros de Pablo por todo el Imperio Romano (capítulos 13-26). O, en lugar de centrarse en ubicaciones geográficas, esta división también puede considerarse en términos de personajes centrales, con la parte 1 tratando principalmente de Pedro y los apóstoles, y la parte 2 más centrada en Pablo y sus compañeros.

Esta división del libro es directa y sencilla; sin embargo, las distinciones en el desarrollo que hace Lucas de la historia de la iglesia primitiva no son tan sencillas. Por un lado, las historias de Pedro y Pablo se superponen: la conversión de Pablo tiene lugar en Hechos 9: 1-31, su ministerio se menciona en Hechos 11: 24-30, y su primer viaje misionero se registra en Hechos 13–14. Estos relatos iniciales de Pablo se interrumpen luego por continuaciones en la narrativa del ministerio de Pedro (9: 34-43 ministerio de sanidad en Lida y Jope; 10–12 encuentro con Cornelio y la liberación milagrosa de la prisión de Herodes Agripa). Además, aparte del hecho de que la separación entre las secciones está lejos de ser clara, un análisis más detallado revela que, en realidad, Pedro no era el foco principal de los capítulos iniciales en primer lugar. En el capítulo 6, por ejemplo, vemos a todos los apóstoles trabajando juntos para resolver el conflicto en la iglesia sobre la distribución de alimentos entre las viudas gentiles. Los capítulos siguientes se centran en la obra de Esteban y luego de Felipe (7–8). Aunque Pedro ocupa un lugar destacado en los capítulos 1–5 y 10–11, no es el protagonista. Los apóstoles trabajan como un cuerpo unido (y se consideran claramente como tal); Pedro no es la cabeza de los doce.

Tal vez podamos entender mejor las sutilezas de lo que Lucas está tratando de hacer si observamos su introducción y cómo la usa para preparar el escenario para la progresión de las narraciones del libro. Primero resume los eventos que siguieron inmediatamente a la resurrección, en Hechos 1: 3, centrándose en el hecho de que Jesús enseñó a sus discípulos acerca del «reino de Dios». A partir de allí, Lucas avanza inmediatamente a un relato de Jesús hablando directamente a sus discípulos, ordenándoles que permanecieran en Jerusalén para recibir el Espíritu Santo (1: 4-5). Los discípulos aprovechan la oportunidad para preguntarle a Jesús si ahora «restaurará el reino a Israel» (1: 6). La enseñanza de Jesús acerca del «reino de Dios» contrasta marcadamente con el deseo de los discípulos de restaurar el «reino a Israel», y muestra que no han entendido la naturaleza del reino de Dios; no es un reino político o nacional, sino una realidad celestial que ya han experimentado en la persona de Jesús (Luc. 4: 43; 8: 1). Lucas ya había afirmado en su evangelio que el reino estaba disponible para los discípulos y que nunca se desvanecería (6: 20; 1: 33). Una función esencial del Espíritu Santo será convencer a los discípulos de su necesidad de una perspectiva celestial, en lugar de sus preconcepciones religiosas y culturales existentes.

Hasta que el Espíritu Santo haya completado esta obra, se les instruye que permanezcan en Jerusalén. Pero las palabras de despedida de Jesús apuntan a un tiempo más allá de esto, cuando los discípulos —o apóstoles, como se habrán convertido para entonces— serán sus testigos «en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hech. 1: 8). Estas instrucciones finales de Jesús anticipan no solo un cambio de mentalidad, sino también el ministerio activo de la iglesia primitiva. Este, entonces, es el enfoque del libro de los Hechos: la misión del evangelio que irradia desde Jerusalén hacia el mundo entero. La estructura del libro sigue esta trayectoria, tal como la delineó el propio Jesús:

• Los apóstoles permanecen en Jerusalén, orando (1: 12-26), predicando (2; 7), sanando y enseñando (3–5) y atendiendo las necesidades de los creyentes (5–6).

• Felipe hace sus primeras incursiones en Samaria, seguido por Pedro y Juan; el evangelio también se extiende hacia el sur, a África (8).

• Comienza un nuevo ministerio entre los gentiles, tras la conversión de Saulo y el ministerio a lo largo de la costa de Pedro; se establece una base para esta obra en Antioquía (9–11).

• La persecución de Herodes a los cristianos en Jerusalén empuja a los creyentes a salir de allí; al mismo tiempo, Pablo y Bernabé se embarcan en su primer viaje misionero, a Asia Menor (12–14).

• El concilio de los apóstoles da su apoyo al ministerio entre los gentiles, encabezado por dos compañeros misioneros: Pablo y Silas, y Bernabé y Marcos. La obra se expande a Macedonia y Grecia (15–18).

• Pablo emprende su tercer viaje, en el que fortalece a las iglesias gentiles e intenta unir a los elementos judíos y gentiles de la iglesia (Hech. 18-21).

• A través del encarcelamiento de Pablo, el evangelio llega a importantes líderes y funcionarios romanos. Finalmente, Pablo es llevado a Roma, el centro del mundo conocido en ese entonces, desde donde las buenas nuevas se difunden a todos (21–28).

Esta estructura refuerza el mensaje teológico que Lucas busca transmitir. Su enfoque principal no son los individuos ni las ubicaciones geográficas. Más bien, Lucas resalta el hecho de que el Espíritu Santo usó todo tipo de creyentes fieles (apóstoles, ancianos, mujeres, gentiles, un eunuco, un centurión, etc.) para extender el «reino de Dios» a todo el mundo. Esta expansión del evangelio cumple la comisión final de Jesús a sus seguidores y demuestra la fidelidad de la iglesia primitiva.

Esta estructura también ayuda a explicar las peculiaridades del relato de Lucas. A diferencia de lo que ocurre con las biografías, que se concentran en la experiencia de un solo protagonista, los dos candidatos a la posición de «personaje principal» en los Hechos, Pedro y Pablo, desaparecen de la vista durante la narración de Lucas. Nuestra curiosidad se despierta con muchas preguntas sin respuesta: ¿Logró llegar Pablo a España? ¿Cómo fue su vida en Roma? ¿Cómo murieron Pedro y Pablo? Si bien los Padres de la iglesia ofrecen respuestas posibles a estas preguntas (con distintos grados de fiabilidad), al pasarlas por alto, Lucas recuerda a sus lectores que la proclamación de la buena noticia de Jesucristo debe ser nuestro enfoque central. Los apóstoles son simplemente embajadores del reino de Dios.

La segunda característica inusual de Hechos es que el ministerio del evangelio a menudo va acompañado de conflictos internos. Cada aventura en territorio desconocido (de Jerusalén a Samaria, de Samaria al «mundo», etc.) es llevada a cabo por siervos fieles de Dios, pero implica contiendas. En la conversión de Cornelio (Hech. 10–11) vemos a un predicador renuente, pero en última instancia fiel, Pedro, bajo el ataque de un sector perturbado de la comunidad cristiana por su asociación con los gentiles. El mismo patrón se repite en Antioquía y en el primer viaje misionero de Pablo, que conduce al establecimiento del concilio apostólico (Hech. 15). La historia de Hechos muestra ejemplos de gran fe, pero también de inmensa lucha entre la comunidad de creyentes. En última instancia, el Espíritu Santo trabaja a través de ellos y con ellos, a pesar de sus reveses.

Finalmente, en la estructura de los Hechos vemos que Lucas recorre velozmente casi cuatro décadas de la historia de la iglesia primitiva. Presenta solo los puntos destacados, omitiendo los acontecimientos significativos. Pablo, en sus cartas a la iglesia, nos da una visión mucho más profunda de su enfoque del ministerio, la teología y las luchas cotidianas de la vida. Lucas, en cambio, recorre intencionalmente el extenso arco de la historia para centrarse en su mensaje clave: Jesús encargó a la iglesia primitiva que llevara las buenas noticias desde Jerusalén al mundo… ¡y, por su Espíritu, lo hicieron! Los primeros creyentes llevaron el mensaje del evangelio desde un pequeño rincón del Imperio Romano hasta su corazón, hasta Roma misma. Y, sin embargo, todavía falta llegar a los rincones de este mundo. Depende de las generaciones sucesivas de creyentes llevar la comisión del evangelio desde más allá de las fronteras del Imperio Romano, hasta los «fines de la tierra». Si las generaciones de seguidores que vendrán son tan fieles a la guía del Espíritu Santo como lo fue la iglesia primitiva, tanto en la tribulación como en el triunfo, entonces las palabras de despedida de Jesús podrán realizarse plenamente (Mat. 24: 14).