Clinton Wahlen
Dios es la fuente de la vida. Por lo tanto, para él, decretar la destrucción está lejos de ser su voluntad deseada. Pero como nos muestra la historia de la salvación, desde la entrada del mal hasta su erradicación definitiva, Dios no siempre obtiene lo que quiere. «Él quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim. 2: 4). Dios no quiere «que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Ped. 3: 9).
Es por eso que a la destrucción de los injustos se le llama «su extraño trabajo» (Isa. 28: 21). Dios declara: «No quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva. ¡Volveos, volveos de vuestros malos caminos!» (Eze. 33: 11). La Biblia enseña solo dos posibles destinos para los seres humanos: la vida eterna o la muerte eterna. Porque todos pecaron (Rom. 3: 23), los seres humanos merecen la muerte, pero a través de la expiación de Jesús por el pecado, Dios ha abierto el camino para que todos los que aceptan las buenas nuevas de la salvación reciban la vida eterna como un regalo por la fe en Jesucristo nuestro Señor (Rom. 6: 23; 2 Cor. 5: 14-15).
Por supuesto, la visión tradicional entre los cristianos sobre el castigo de los impíos, basada en la concepción de la filosofía griega del alma como inmortal, es un infierno eternamente ardiente donde aquellos que están perdidos serán atormentados con fuego y azufre por toda la eternidad. Desafortunadamente, la prevalencia de este concepto erróneo ha llevado a muchos a rechazar a un Dios así. Recientemente, algunos cristianos se han distanciado de este punto de vista, al parecerles incompatible con la enseñanza bíblica de que Dios es amor (1 Juan 4: 8). En cambio, sostienen que el castigo de Dios por el pecado es redentor y que el fuego del infierno purifica a los impíos del mal y los capacita para morar en la presencia de Dios.1 Sin embargo, esta postura tampoco tiene ninguna base bíblica clara. Parece ser un esfuerzo de rescatar una enseñanza falsa que no soporta el escrutinio.
Al contrario que estos puntos de vista, la Biblia enseña que la muerte es inherentemente antinatural en el universo de Dios. En el principio, todo lo creado era perfecto y su obra de creación en esta Tierra fue declarada «buen[a] en gran manera» (Gén. 1: 31). El mal no es eterno. El pecado nunca fue necesario o inevitable y finalmente será erradicado del universo mediante la destrucción de todos los que persisten en aferrarse a él. Este punto de vista se basa en el concepto bíblico de que el alma es mortal y que la inmortalidad está condicionada por la respuesta del ser humano al evangelio (Rom. 2: 7).
El presente estudio sobre la enseñanza bíblica acerca del castigo de los injustos examinará los términos claves tal como aparecen en los pasajes más importantes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero antes de pasar a un análisis más detallado del tema, sería útil mencionar una distinción importante que las Escrituras hace entre los «perdidos» y los «injustos». Decir que algo está perdido implica que se puede recuperar. En tres parábolas, estrechamente relacionadas, Jesús habló de una oveja perdida, una moneda perdida y un hijo perdido (Luc. 15). El clímax de las dos primeras historias es el regocijo que sobreviene cuando lo perdido se encuentra (Luc. 15: 6, 9). «Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (Luc. 15: 10; cf. vers. 7). La tercera parábola es un tanto diferente. Hay regocijo y celebración cuando el hijo perdido regresa a casa (Luc. 15: 22-24), pero no todos se alegran por ello. El «hijo mayor» está enfadado y aparentemente se aparta de la familia porque se siente ofendido por el amor del padre hacia su hijo pródigo (Luc. 15: 28-30).
De forma significativa, el padre, quien representa a Dios en la parábola, no escatima esfuerzos para “salvar” a su otro hijo. Sale y le ruega que entre y disfrute de la celebración. Al final de la parábola, el padre reafirma el estatus de su hijo pródigo en la familia y enfatiza: «Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado» (Luc. 15: 31-32).
Aunque no se nos dice cómo respondió el hermano mayor a la súplica de su padre, la conclusión de la parábola señala un aspecto increíblemente importante: la revelación del carácter del padre, su amor y conducta al hacer lo justo o lo correcto. Por lo tanto, la parábola presenta un microcosmos de los temas que giran en torno a la resolución final del conflicto de los siglos entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás.
Al igual que el hermano mayor, a través de Cristo, los perdidos tienen la oportunidad de ser recIbídos de nuevo en la familia de Dios y ser reintegrados como ciudadanos en el reino celestial. Pero si rechazan la invitación de amor de Dios sistemáticamente, acabarán posicionándose fuera del alcance de Dios, se identificarán completamente con Satanás y con sus ángeles, y serán declarados «injustos». Al final, todos serán juzgados «según sus obras» (Mat. 16: 27; Apoc. 20: 12-13). El criterio del juicio es la ley de Dios (Rom. 2: 12; Sant. 2: 12), los diez mandamientos (Rom. 2: 21-23; Sant. 2: 10-11). Por ello, fue guardada en el lugar más santo, dentro del arca del pacto, para que mostrara los principios sobre los que se establece el gobierno de Dios (Sal. 97: 2; Isa. 16: 5).
El proceso judicial y su propósito
Las cuestiones planteadas por Lucifer al comienzo del gran conflicto solo pueden recibir una respuesta a través del proceso de salvación y juicio, el cual se centra en el santuario (Sal. 73: 16-17) y se revela en las visiones del santuario en libro del Apocalipsis (1: 12-18; 4-5; 6: 9-11; 8: 3-5; 11: 19; 15: 5-8; 20: 11-15). Las limitaciones nos permiten solo una breve sinopsis del proceso del juicio. Lo que parece ser vital desde el punto de vista del Cielo es que todo ser inteligente creado, incluidos los seres humanos, los ángeles malos e incluso el propio Satanás, reconozcan en última instancia en las decisiones tomadas que los caminos de Dios son «todos justos» y verdaderos (Sal. 19: 9; Apoc. 15: 3-4; cf. Rom. 3: 4; Fil. 2: 9-11). Por lo tanto, los injustos serán castigados en varias etapas.
1. La Segunda Venida. En la cruz, la muerte de Jesús reveló la verdadera naturaleza del mal y de Satanás, «el príncipe de este mundo», quien usurpó el control de este planeta que le pertenecía a Adán y Eva y fue juzgado y «echado fuera» (Juan 12: 31). Los culpables de crucificar al Hijo de Dios, ya sea literalmente en el Gólgota o figurativamente mediante la persecución de su pueblo (cf. Hech. 9: 4-5; Heb. 6: 6)2 verán a Jesús venir en gloria como Rey victorioso a su Segunda Venida. Así entenderán de primera mano su verdadera situación con respecto a la eternidad en base a las decisiones que han tomado.
2. El juicio ejecutivo. Durante el mileno, los justos tienen la oportunidad de revisar los registros de todos los que perecerán finalmente, de juzgar tanto a los hombres como a los ángeles (1 Cor. 6: 2-3; Apoc. 20: 4). Cuando, finalmente, la Nueva Jerusalén descenderá del cielo a la tierra (Apoc. 21: 1-2), los injustos serán resucitados (Apoc. 20: 5-6). Aunque Juan describe el proceso del juicio temáticamente en siete visiones distintas, nosotros describiremos estos eventos cronológicamente. La intransigencia de los injustos es evidente al aceptar el liderazgo de Satanás e intentar rodear y tomar la ciudad santa (Apoc. 20: 7-9). Sus esfuerzos se ven interrumpidos por la aparición del «gran trono blanco» (Apoc. 20: 11).
Al abrirse los «libros», todos tendrán la oportunidad de ver las acusaciones en su contra (Apoc. 20: 12-13) y finalmente reconocerán la justicia de Dios y la justicia de su sentencia a muerte eterna. Verán «como en vista panorámica (…) las fases sucesivas del gran plan de redención».3 Verán la cruz alzarse por encima del trono y verán cómo rechazaron repetidamente las oportunidades que Dios les ofreció para ser salvos. Verán en las manos de Cristo «las tablas de la ley divina, los estatutos que ellos despreciaron y transgredieron». «Todos ven que su exclusión del cielo es justa. Por sus vidas, declararon: “No queremos que este Jesús reine sobre nosotros”.».4
El propósito del gran conflicto y del proceso de juicio y salvación prolongado se cumple en este reconocimiento. Ha garantizado que el pecado nunca volverá a surgir (Nah. 1: 9). Esta etapa final del proceso purgará el universo del mal.
La destrucción de los injustos
Apocalipsis describe la destrucción de los impíos de esta manera: «Dios descendió fuego del cielo y los consumió» (Apoc. 20: 9). Observamos que el fuego consume a los injustos y los consume por completo: «(…) serán estopa todos los soberbios y todos los que hacen maldad. Aquel día que vendrá, los abrasará, dice Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama» (Mal. 4: 1). No quedará nada. David lo describe de la siguiente manera: «Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová heredarán la tierra, pues dentro de poco no existirá el malo; observarás su lugar, y ya no estará allí. (…) Mas los impíos perecerán, (…) se disiparán como el humo» (Sal. 37: 9-10, 20).
El diluvio universal que destruyó el mundo antiguo es similar al juicio final de Dios sobre los injustos mediante el fuego: «Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos» (2 Ped. 3: 7). Este acontecimiento culminante de la historia del gran se ha descrito vívidamente: «Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche. Entonces los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos ardiendo serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas» (Mal. 4: 1; 2 Ped. 3: 10). La superficie de la tierra parece una masa fundida, un inmenso lago de fuego hirviente.5
El Nuevo Testamento define este castigo de los impíos con fuego al final del milenio como un «infierno» (gr. geenna).6 Por ejemplo, Jesús advirtió sobre el castigo del «infierno de fuego» (Mat. 5: 22; 18: 9) y dijo que Dios puede «destruir el alma y el fuego en el infierno» (Mat. 10: 28). No hay ningún indicio de un tormento eterno. Incluso la imagen del «fuego que nunca se apagará» (Mat. 3: 12) o del «fuego que no puede ser apagado» (Mar. 9: 43), así como la del gusano eterno que se alimenta del cadáver de los impíos (Mar 9: 48; cf. Isa. 66: 24), no significa que el castigo durará para siempre, sino que nada puede impedir que finalice su obra de destrucción.
Isaías 34: 10 emplea un lenguaje similar para describir la destrucción por fuego de Edom que tuvo lugar en el siglo VII a. C-: «No se apagará de noche ni de día, sino que por siempre subirá su humo; de generación en generación quedará desolada y nunca jamás pasará nadie por ella.» Evidentemente, el fuego que consumó las ciudades de Edom no sigue ardiendo, y el humo no sigue subiendo. La profecía describe la destrucción total: no quedará nada una vez que el fuego haya hecho su trabajo. El mensaje del tercer ángel de Apocalipsis 14: 9-11 toma prestado este lenguaje para describir la destrucción completa y definiti≠va de los impíos. Incluso la referencia a los impíos siendo atormentados «día y noche» emplea una estructura griega que describe un castigo ininterrumpido, sin fin.7
Lo mismo es cierto en el caso del tormento en el lago de fuego del que se dice que será «por los siglos de los siglos» (Apoc. 20: 10). Continuará sin interrupciones hasta que los impíos, incluidos el diablo y sus ángeles, sean consumidos, como indica el versículo anterior. En la Biblia, «para siempre» es un período relativo dependiendo a qué se refiere. Aplicado a Dios, significa eterno en el sentido más amplio. Sin embargo, en el caso de un esclavo que servía a su amo para siempre, significaba «mientras viva». Jonás estuvo en el vientre del pez «para siempre» (Jon. 2: 6), lo cual significa «tres días y tres noches» (Jon. 1: 17). Por consiguiente, cuando la Biblia dice que los impíos serán atormentados para siempre, significa «hasta que el fuego los consuma».
Un pasaje que ha confundido a muchos en cuanto a las ideas populares sobre el infierno es la parábola del rico y Lázaro. Pero más que describir el infierno, la parábola hace referencia a la noción judía del ‘hades’ (vers. 23) traduciendo la palabra hebrea para ‘tumba’ (she’ol).8 Según el entendimiento popular de la época, era un lugar adonde iban los muertos; los justos para estar con Abraham y los injustos para sufrir el tormento de fuego, con una sima infranqueable que separaba a los dos grupos (vers. 23-24, 26). Jesús emplea esta noción para decir algo importante, no sobre lo que sucede tras la muerte, sino sobre cómo el destino de la gente depende de si oyen o no «a Moisés y a los Profetas» (Luc. 16: 31). Como hemos visto, el Nuevo Testamento emplea la palabra geenna para ‘infierno’, la cual hace referencia a la destrucción final de los impíos mediante el fuego.
Del mismo modo, la destrucción de Sodoma por parte de Dios con fuego y azufre (Gén. 19: 24) a menudo se evoca como una imagen poderosa del juicio divino (por ejemplo, Isa. 1: 9; 13: 19; Jer. 49: 18; Sof. 2: 9). Estas ciudades fueron «destruida[s] en un instante» (Lam. 4: 6). Judas 7 declara que, al recibir el castigo de Dios debido a su maldad, «fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno». Aquí queda bastante claro que «fuego eterno» no significa que arderá para siempre, sino que su efecto será eterno. Al igual que estas ciudades fueron borradas de la existencia, también lo serán los impíos que también deben enfrentarse al juicio por el fuego eterno (Mat. 25: 41).
Conclusión
La gloriosa buena nueva de la Biblia es que este fuego infernal eterno o lago de fuego extinguirá para siempre el mal y a todos los del universo que se aferren a él. «El fuego que consume a los impíos purifica la tierra. Desaparece todo rastro de la maldición. (…) Solo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las señales de su crucifixión»9, un testimonio eterno del maravilloso amor de Dios. Y nosotros, como pueblo suyo, disfrutaremos de «cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia» (2 Ped. 3: 13).
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1 Además de estos puntos de vista, así como de la perspectiva del condicionalismo sostenida por los adventistas del séptimo día, véase Jiří Moskala (2015). “Eternal Punishment in Hell and the Immortality of the Soul: Overview of the Current Debate”. En Clinton Wahlen (Ed.) “What Are Human Beings That You Remember Them?” Proceedings of the Third International Bible Conference, Nof Ginosar and Jerusalem, June 11–21, 2012 (págs. 295-300). Silver Spring, MD: Biblical Research Institute.
2 White, Profetas y reyes, págs. 481-482.
3 Elena G. White, El conflicto de los siglos, pág. 647.
4 Ibíd., pág. 649.
5 Ibíd., pág. 652.
6 Véase Mateo 5: 22, 29-30; 10: 28; 18: 9; 23: 15, 33; Marcos 9: 43, 45, 47; Lucas 12: 5; Santiago 3: 6. Se ha producido cierta confusión en relación con este tema debido a la frecuente traducción de la palabra hebrea para ‘tumba’ (she’ol) como una referencia al infierno (por ejemplo, Sal. 9: 17; Prov. 9: 18; Amos 9: 2). 2 Pedro 2: 4 usa una palabra griega diferente (tartaroõ) para describir el lugar donde «los ángeles que pecaron» fueron aprisionados, no en el ‘infierno’ (como la mayoría de las versiones traduce este término), sino en la tierra (Apoc. 12: 9) en la «prisión de oscuridad». Comparado con la gloria del cielo, este planeta de pecado en el que están confinados el diablo y sus ángeles debe ser un lugar muy oscuro.
7 Esto se enfatiza mediante el genitivo (se usa también en 1 Tes. 2: 9; 3: 10), mientras que, para enfatizar la duración, se usa el acusativo (por ejemplo, Apoc. 20: 4, el reino con Cristo en el cielo dura «mil años»).
8 La palabra se usa 63 veces en el Antiguo Testamento con este significado (véase Gen. 37: 35; 1 Sam. 2: 6; Sal. 6: 5; 49: 14-15; Ecl. 9: 10). Además, véase Felix H. Cortez, “Death and Future Hope in the Hebrew Bible”, en What Are Human Beings That You Remember Them? (págs. 101-105).
9 White, El Gran conflicto de los siglos, pág. 653.