La Escritura muestra preocupación por el extranjero que vivía en Israel. No tenía afiliación familiar o tribal a la nación en la que residía. La palabra hebrea más común traducida como ‘extranjero’ es ger, pero otras palabras como zār, ben nēkār y nokrı también se refieren a un extranjero. En su mayoría, los matices asociados a estos términos son negativos, pero ocasionalmente se refieren a los extranjeros de manera neutral o incluso positiva. Otras traducciones para el término ger son ‘residente extranjero’, ‘extraño’, ‘extranjero’, ‘inmigrante’ y ‘cliente’. Un ger era, en su sentido más estricto, una persona que pertenecía a una familia pero que no estaba relacionada por sangre o matrimonio con la familia. Generalmente era un empleado doméstico o un sirviente rentado.
Los extranjeros residentes se enfrentaron a todo tipo de barreras y discriminación. Eran socialmente vulnerables. La Escritura a menudo los enumeró con grupos fácilmente explotables como los siervos (Éxo. 20: 10; Lev. 25: 6; Deut. 5: 14), los asalariados (Lev. 25: 6; Deut. 24: 14), los necesitados (Lev. 19: 10; 23: 22; Deut. 24: 14; Eze. 22: 29) y los pobres (Deut. 10: 18; 14: 29; 24: 17-21; 26: 12; 27: 19; Sal. 94: 6; 146: 9; Jer. 7: 6; 22: 3; Zac. 7: 10).
Israel entendía lo que significaba ser peregrinos porque su historia hasta la conquista de Canaán había sido un peregrinaje constante. La Escritura los describe como peregrinos (1 Crón. 16: 19; 29: 15; Sal. 105: 12). Tenían pocos derechos en la tierra que Dios les había prometido y para establecerse por un período de tiempo en Canaán tuvieron que pedir permiso a las autoridades locales (Gén. 20: 1). La Biblia describe a Canaán como la tierra de peregrinaje de los patriarcas (Gén. 17: 8; 28: 4; 36: 7: 37: 1; Éxo. 6: 4). Egipto también fue una tierra de peregrinaje (Gén. 15: 13; 47: 4, 11; Éxo. 22: 21; 23: 9; Lev. 19: 34; Deut. 10: 19; 23: 7; 26: 5; Sal. 105: 23; Isa. 52: 4).
Cuando los hebreos se preparaban para entrar en la tierra prometida, Dios inspiró específicamente a Moisés para que incluyera leyes en la legislación de Israel que trataran muy favorablemente a los extranjeros. La propia experiencia histórica de Israel como pueblo extranjero fue la base sobre la cual Dios instó a los israelitas a tratar amablemente a los extranjeros. Varias leyes se refieren a los extranjeros. Dios dio como premisa el hecho de que los hebreos habían sido extranjeros en Egipto. «No oprimirás al extranjero, porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto» (Éxo. 23: 9; cf. Lev. 19: 33, 34; Deut. 10: 19; 16: 9-12).
La Ley israelita otorgó a los extranjeros residentes en Israel el derecho al descanso del sábado (Éxo. 20: 10; 23: 12; Deut. 5: 14); el derecho a un juicio justo (Deut. 1: 16); permiso para huir a las ciudades de refugio (Núm. 35: 15; Jos. 20: 9); y autorización para participar en las celebraciones religiosas israelitas, incluyendo la fiesta de los Tabernáculos, la fiesta del Pentecostés (Deut. 16: 11, 14), el Día de la expiación (Lev. 16: 29) y la Pascua (Éxo. 12: 49; Núm. 9: 14). Al igual que los israelitas, los extranjeros tenían que abstenerse de consumir sangre (Lev. 17: 10), no debían blasfemar contra el nombre de Dios (Lev. 24: 16), y debían cumplir las ceremonias relacionadas con las cenizas del sacrificio de la vaca rojiza (Núm. 19: 2-10) y otros sacrificios (Lev. 17: 8, 9; 22: 18-20; Núm. 15: 14-16). Podían obtener la expiación por el pecado (Núm. 15: 26-31). Además, tenían que mantener la pureza sexual y moral (Lev. 18: 26).
Para su sustento económico, podían recoger lo que había quedado en los campos luego de la cosecha (Lev. 19: 10; 23: 22), participar del diezmo trienal (Deut. 26: 11-12) y del producto de la tierra durante el año sabático (Lev. 25: 6). Los derechos y deberes de los extranjeros residentes en Israel reflejan los de sus anfitriones. Ellos fueron parte de la asamblea cuando Dios renovó el pacto con Israel (Jos. 8: 33).
Pero los extranjeros recibían tales derechos solo si se identificaban con la comunidad del pacto (Éxo. 12: 43-47) y adoraban a Dios. El objetivo divino era restaurar la unidad de la raza humana con todos aquellos que lo aceptaran. Sin embargo, los que rechazaban la invitación a ser incluidos eran tratados como ‘extranjeros’ (hebreo nokri). Aunque el Antiguo Testamento usa el término para referirse a personas de otras tierras o grupos étnicos, lo usa principalmente para referirse a aquellos que se opusieron a Israel o amenazaron destruir su identidad.
El Salmo 144: 7 al 11 dice que el nokri es falso y mentiroso. La forma femenina nokriya se convirtió en un término técnico para referirse a una prostituta en el libro de Proverbios (Prov. 2: 16; 5: 20; 6: 24; 7: 5; 23: 27). Esdras se opuso al matrimonio de hombres judíos con mujeres no judías de Palestina porque al mezclarse con los extranjeros desaparecería el pueblo de Dios (Esd. 9: 2). En lugar de expandir al pueblo elegido, esa práctica estaba destruyendo su propia existencia. Los nokri continuaron siendo un desafío para la comunidad del pacto (Mal. 2: 11). Anteriormente, Isaías 2: 6 había protestado en contra de las relaciones de los israelitas con tales ‘extranjeros’, y Jeremías, utilizando la imagen de una vid pura que se ha convertido en salvaje, denuncia la prostitución espiritual de su pueblo (Jer. 2: 20, 21). Israel no había transformado a los demás, sino que había sido descarriado por ellos.
Debido a la oposición de los nokri a la comunidad del pacto, la Ley mosaica era menos compasiva con ellos como grupo. No podían comer la Pascua (Éxo. 12: 43), sus animales no eran aceptables como sacrificios (Lev. 22: 25), sus deudas con un israelita no eran canceladas el año sabático (Deut. 15: 3), y se les podía cobrar intereses por los préstamos (Deut. 23: 20).
Además del nokri, el zar (‘extraño’) también era hostil, como grupo, a Israel. Las Escrituras también usan el término para referirse a las prostitutas o los adúlteros en el libro de Proverbios (Prov. 2: 16; 5: 3, 20; 7: 5; 22: 14) y a los enemigos nacionales (Isa. 1: 7; Jer. 5: 19; 30: 8; 51: 51; Eze. 7: 21; 11: 9; Ose. 7: 9; 8: 7; Joel 3: 17; Abd. 11). Aunque los zar podían residir en Israel o tener contactos políticos con el pueblo de Dios, no podían ser recibidos en la comunidad del pacto debido a su negativa a aceptar las obligaciones y estipulaciones del pacto.