Persia

Persia aparece por primera vez en los registros históricos del siglo VII a. C. como un área en la costa noreste del Golfo Pérsico, limitada al este por Carmania, al norte con Media y al oeste con Susiania (Elam). Fraortes (c. 647-c. 625 a. C.) uno de los primeros reyes de Media conocidos, es recordado por haber subyugado a las tribus persas de modo que, desde ese momento hasta la época de Ciro el Grande, Persia formó parte de Media, aunque el gobernante de los persas continuó llevando el título de ‘rey de Anshan’. Anshan era el territorio de la antigua Elam que conquistaron los persas.

La historia persa comienza propiamente con Ciro el Grande (c. 553-530 a. C.). Aunque la historia menciona cuatro generaciones de sus antepasados reales, no ha sobrevivido ningún registro o tradición sobre su gobierno. Aquemenes, el tatarabuelo de Ciro, así como un antepasado de Darío a través de una línea diferente, fue considerado el fundador de la dinastía.

Aunque probablemente la madre y la esposa de Ciro pertenecían a la casa real de los medos, él se sublevó contra su abuelo Astiages, el último rey Medo, y tomó posesión de su territorio. Después de consolidar su dominio sobre todo el reino, conquistó Lidia (547 a. C.) y Babilonia (539 a. C.), convirtiéndose así en el fundador de un imperio más grande que cualquiera de los que habían existido anteriormente. Ciro fue tolerante con otras religiones y favoreció especialmente a los pueblos que previamente habían subyugado los babilonios, restaurando sus templos y permitiendo que los exiliados regresaran a sus países de origen. Entre los que se beneficiaron por esas políticas tan favorables estaban los judíos, que recibieron permiso para regresar a Palestina y reconstruir el Templo en Jerusalén (2 Crón. 36: 22, 23; Esd. 1: 1-11; 6: 2-5).

Cambises (530-522 a. C.), un gobernante no mencionado en la Biblia, sucedió a su padre en el trono. Su mayor logro fue la conquista de Egipto (525 a. C.). Permaneció en ese país durante tres años y organizó el valle del Nilo como una fuerte satrapía persa. Sin embargo, antes de partir hacia Egipto, había hecho matar a su hermano Bardiya (llamado Esmerdis por los griegos) por temor a que intentara tomar el trono en su ausencia. En 522 a. C., mientras Cambises todavía estaba en Egipto, Gaumata, un mago medo, afirmó ser Bardiya (Esmerdis) y usurpó el trono (los magos no se dedicaban a la magia sino que eran expertos en tradiciones religiosas iraníes). Cambises regresó apresuradamente a Persia pero murió en el camino, ya sea por su propia mano o como resultado de un accidente, y no dejó herederos.

Darío, un pariente lejano, se alzó entonces para reclamar la realeza (522-486 a. C.). Mató a Bardiya, el usurpador del trono que había reinado solo unos seis meses. Sin embargo, Darío tuvo que luchar contra varios otros aspirantes al trono antes de convertirse en el gobernante indiscutible del Imperio Persa. Una vez en el trono, Darío I demostró ser un monarca decidido y un gran organizador. Durante los primeros años de su reinado, los judíos, que habían encontrado oposición a su intento de reconstruir el Templo en Jerusalén después de la época de Ciro, finalmente completaron el proyecto sin interferencias apoyados por un decreto extremadamente favorable emitido por Darío (Esd. 4: 24–6: 15). Los desastres militares que sufrió en sus guerras contra los griegos nublaron los años posteriores de Darío.

Jerjes I, el hijo de Darío I, fue un gobernante débil en comparación con su padre y sufrió varias derrotas importantes en Grecia, aunque logró reprimir los levantamientos en Egipto y Babilonia. También destruyó parcialmente a Babilonia después de que esa ciudad se rebelara por segunda vez contra su gobierno. Así que participó en el cumplimiento de las profecías sobre el destino de Babilonia hechas mucho antes por Isaías y Jeremías (ver Isa. 13: 17-22; Jer. 50: 9-16). La Biblia se refiere a Jerjes con el nombre de Asuero.

Artajerjes I (465-423 a. C.), hijo de Jerjes, subió al trono tras el asesinato de su padre. Era errático como su padre y amaba el placer y el poder, pero logró gobernar durante más de cuatro décadas, principalmente porque su cuñado, Megabizo, lo ayudó reprimiendo una rebelión egipcia y manteniendo intacto el imperio. Sin embargo, el propio Megabizo una vez se rebeló cuando no soportó el comportamiento errático del rey, pero fue perdonado. Artajerjes siguió la política de tolerancia religiosa practicada por sus predecesores. Bajo su gobierno, Esdras, un escriba judío erudito, regresó a Jerusalén en 457 a. C. con autoridad para reorganizar el gobierno civil y judicial de la provincia de Judá de acuerdo con la Ley mosaica (Esd. 7: 1, 6, 11-26). Además, bajo el gobierno de Artajerjes, Nehemías, otro judío, llegó a ser gobernador de Judá y recibió permiso para re fortificar Jerusalén (Neh. 2: 5-8).

Darío II (423-405/4 a. C.) subió al trono después de un breve intervalo durante el cual Jerjes II, y posiblemente también Sogdiano, gobernaron brevemente antes de ser eliminados por la fuerza. Darío II es el último gobernante persa mencionado en el Antiguo Testamento, siendo probablemente el que Nehemías 12: 22 llama ‘Darío el persa’.

Cuatro gobernantes más siguieron en el trono de los aqueménidas: Artajerjes II (405/4-359/8 a. C.), Artajerjes III (359/8-338/7 a. C.), Arsés (338/7-336/5 a. C.), y Darío III (336/5-331 a. C.). Durante su reinado, el imperio perdió gran parte de su poderío y territorio, incluyendo Egipto, mientras que Macedonia se levantaba para desafiar el dominio persa. En su lucha contra Alejandro Magno, Darío III perdió una batalla tras otra hasta que, unos pocos años más tarde, todo el imperio cayó en manos del joven macedonio. Darío III murió a manos de sus propios cortesanos mientras huía.

La religión persa del período del Imperio fue la religión pagana más ética jamás desarrollada. Su fundador fue Zaratustra (Zoroastro). Su sistema de creencias reconocía solo un dios, Ahura Mazda (también llamado Ormuz), ‘el señor sabio’, el principio fundamental de todo lo bueno y el espíritu creador sabio que se revela a sí mismo en la luz y el fuego. El principio maligno estaba encarnado en Angra Mainyu (Ahriman), el jefe de todos los demonios, quien se opone con el mal a todo lo que creó el dios de la luz. Dado que la humanidad estaba involucrada en esta lucha de los poderes espirituales, Zoroastro y sus seguidores tenían la tarea de ayudar a llevar el principio del bien a la victoria a través de la pureza y la verdad. Se despreciaba y evitaba toda clase de falsedad. Por pureza, Zoroastro entendía la salud, la vida, la fuerza, la honestidad, la lealtad, la agricultura, la cría de ganado, la protección de los animales útiles y la destrucción de las alimañas, que se consideraban una creación del maligno. La pereza, la deshonestidad y el contacto con un cadáver producían contaminación. Zoroastro elevó así el código de ética de su pueblo y lo educó para que se convirtiera en portador de una elevada cultura moral, que se extendió por todo el imperio.