El libro de Isaías presenta muchos detalles de cómo Dios planeaba restaurar a Israel, establecer su reino mesiánico en la tierra y luego expandir su pueblo hasta que incluyera a todas las naciones de la tierra (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 232). Su propósito era exaltarlos «sobre todas las naciones de la tierra» (Deut. 28: 1). La recompensa por poner en práctica los principios del cielo sería prosperidad temporal y espiritual (Deut 4: 6-9). De modo que las profecías del Antiguo Testamento eran una declaración del propósito de Dios para el pueblo de Israel literal, y su cumplimiento estaba estrictamente condicionado a la fidelidad de Israel al pacto. Desafortunadamente, la nación de «Israel no cumplió el propósito de Dios» (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 233), y estas promesas nunca se cumplieron literalmente. «Lo que Dios quiso hacer en favor del mundo por Israel, la nación escogida, lo realizará finalmente mediante su iglesia que está en la tierra hoy» (Profetas y reyes, p. 526). La iglesia establecida por Jesús constituyó el remanente fiel de Israel a través del cual el mensaje de salvación de Dios llegará a las naciones de la tierra en cumplimiento de Génesis 12: 1 al 3.
Otros aspectos de las profecías de Isaías se centran en el juicio divino. Además de las muchas advertencias de juicio contra Israel y Judá esparcidas a lo largo de la primera mitad del libro de Isaías (ver, p. ej., Isa. 1: 7, 8, 24, 25; 2: 10-12; 3: 25, 26; 5: 25-30; 8: 5-8; 9: 19-21; 22: 1-8; 28: 21-29), el profeta también describe a Dios anunciando juicios contra las naciones de la tierra. «La tierra será totalmente devastada y completamente saqueada» (Isa. 24: 3). «Porque Jehová está airado contra todas las naciones…; las destruirá y las entregará al matadero… Todo el ejército de los cielos se disolverá, y se enrollarán los cielos como un libro» (Isa. 34: 2-4).
Dios esparciría muerte y destrucción por toda la tierra, pero la desolación no sería total. Muchas de las naciones sobrevivirían y, bajo la dirección de Dios, ayudarían a su remanente disperso a regresar a Palestina. El tema de los exiliados restaurados a Judá e Israel se entreteje a lo largo del libro.
Después de traer a los cautivos de regreso a la Tierra Prometida, Dios transformaría la tierra. Antiguamente, los bosques habían cubierto quizás el sesenta por ciento de Palestina. Pero una población en constante expansión había talado gran parte de ellos para obtener tierras de cultivo. Luego, las invasiones militares habían devastado repetidamente la tierra. Tales fuerzas enemigas derribaban una gran cantidad de árboles para construir máquinas de asedio y fortificaciones. También era común que los ejércitos merodeadores talaran huertos y destruyeran viñedos para debilitar a la población local al reducir sus recursos alimentarios. La interrupción de las actividades agrícolas normales y la deportación de los campesinos hicieron que el suelo de las terrazas cultivables se erosionara o se cubriera de zarzas y malezas. La frágil ecología de Palestina se desmoronó bajo tales ataques. Pero Dios ahora transformaría el desierto de Sión en «un edén y su tierra estéril en huerto de Jehová» (Isa. 51: 3).
Entonces, en su hogar revitalizado, el pueblo de Judá e Israel, ahora un solo pueblo, glorificaría al Señor (Isa. 49: 3) al alabarlo y testificar de su poder y del hecho de que él es el único Dios verdadero (Isa. 43: 10, 21; 44: 8). Israel sería una «luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo último de la tierra» (Isa. 49: 6; cf. Isa. 42: 6, 7). El Señor enviaría representantes de su pueblo a otras naciones (Isa. 66: 19; cf. Isa. 42: 12). Al observar lo que Dios estaba haciendo con su pueblo, los gentiles reconocerían que él bendecía a su pueblo (Isa. 61: 9) y que era en verdad el único Dios verdadero (Isa. 45: 14). La luz de la verdad brillaría desde Jerusalén (Isa. 2: 3; 60: 3). Dios llamaría a toda la humanidad: «¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay otro!» (Isa. 45: 22).
Gente de todas partes del mundo acudiría en masa a Palestina (Isa. 14: 1; 45: 14; 49: 12, 18, 22; 56: 6, 7; 60: 3). La bendición divina derramada sobre Israel atraería la atención de naciones que nunca antes habían oído hablar del pueblo escogido de Dios, y vendrían a Jerusalén (Isa. 55: 5). El Templo de Jerusalén se llamaría «casa de oración para todos los pueblos» (Isa. 56: 7). Inspirados por lo que vieran, y deseando participar también, las naciones traerían su riqueza y su servicio a Jerusalén (Isa. 45: 14; 60: 1-11; 61: 5, 6), recursos que el pueblo de Dios podría usar para alcanzar aún a otras naciones. Incluso los antiguos enemigos de Dios adorarían al Señor y serían su pueblo (Isa. 19: 18-24). «Florecerá y echará renuevos Israel, y la faz del mundo llenará de fruto» (Isa. 27: 6). El mundo entero se convertiría en la Tierra Prometida.
En el libro de Isaías, Dios transforma el mundo mayormente de manera gradual. Parece no incluir un conflicto global catastrófico. Por tanto, necesitamos incorporar la escatología de Isaías al resto de la escatología bíblica. Lo más cercano a una lucha violenta son los indicios que aparecen en Isaías 6, 8, 13, 17, 60 y 66. De hecho, Isaías 66: 15 y 16 se refieren a Dios viniendo con fuego para destruir a los malvados (vers. 24). Además, Isaías menciona que el Señor destruiría a Babilonia (Isa. 13), un símbolo del mal universal y cósmico.