Naturaleza condicional de la profecía

Posiblemente el concepto más importante del Antiguo Testamento que nos ayuda a comprender la naturaleza de las promesas hechas a Israel en Ezequiel 40 al 48 es el concepto de pacto. La palabra española ‘pacto’ se usa en el ámbito secular en ciertos tipos de documentos legales en los que significa un contrato formal y sellado. En la Biblia, la palabra ‘pacto’ (hebreo berith) también se usa de esta manera; por ejemplo, cuando se emplea en contratos matrimoniales (Prov. 2: 17; Mal. 2: 14; cf. Eze. 16: 8). Pero la palabra berith en el Antiguo Testamento también tiene otro significado. A menudo se usa en tratados internacionales, como los que se realizaron entre Salomón e Hiram (1 Rey. 5: 12), Aram (Siria) y Judá (15: 19), y Efraín y Asiria (Ose. 12: 1). Varias versiones españolas normalmente traducen estos usos de berith con la palabra ‘alianza’, que es el equivalente más cercano.

La conexión subyacente entre el berith usado como una alianza y el pacto que Dios hizo con Israel es importante porque, en muchos sentidos, el pacto entre Dios e Israel es muy similar a los tratados hechos entre naciones. El pacto entre Dios y su pueblo es como los tratados entre naciones que contienen las obligaciones de ambas partes, los diversos beneficios para cada participante y las sanciones por incumplimiento del tratado.

Esto se ilustra dramáticamente en Deuteronomio 27 al 30. Estos capítulos describen detalladamente la ceremonia de celebración del pacto que tendría lugar en los montes Ebal y Gerizim, cerca de Siquem (actual Nablus). Esos montes se llaman el Monte de las bendiciones y el Monte de las maldiciones, y por buenas razones. En la ceremonia del pacto se leyeron las bendiciones y las maldiciones desde estos montes, correspondiendo a la lista de beneficios y sanciones de un tratado entre naciones. Por ejemplo, la lista de actividades prohibidas incluía:

« “Maldito el que deshonre a su padre o a su madre”.

Y dirá todo el pueblo: “Amén”.

« “Maldito el que desplace el límite de su prójimo”.

Y dirá todo el pueblo: “Amén” » (Deut. 27: 16, 17).

Luego de estas maldiciones iniciales sigue una lista detallada de bendiciones por la obediencia (Deut. 28: 1-14). La nación tendría vientres fértiles y cosechas abundantes (vers. 4); sus enemigos serían derrotados (vers. 7); Israel sería el pueblo santo de Dios (vers. 9), y el Señor abriría los depósitos de los cielos para enviar lluvia sobre la tierra (vers. 12). Pero, si el pueblo era desobediente, habría un conjunto de maldiciones (Deut. 28: 15-68): los vientres y las cosechas serían malditos (vers. 18); el Señor permitiría que vengan enfermedades que atacarían a los seres humanos, los animales y los cultivos, y habría sequías desastrosas (vers. 20-23); serían derrotados por sus enemigos (vers. 25, 26); serían exiliados lejos de su tierra (vers. 36) y esparcidos entre las naciones (vers. 64-68). Después de una lista adicional de beneficios y sanciones del pacto, el pueblo recibe un desafío final: «Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal… A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia, amando a Jehová, tu Dios, atendiendo a su voz y siguiéndolo a él» (Deut. 30: 15-20).

Por lo tanto, una parte integral del pacto entre Dios e Israel era esta doble perspectiva: bendiciones o maldiciones. Tanto las bendiciones como las maldiciones eran condicionales. Este tema de las bendiciones y maldiciones del pacto también aparece de manera prominente en los escritos de los profetas. Por ejemplo, a Jeremías se le dice de manera muy explícita que la amenaza de Dios es condicional (Jer. 18: 7-10). Si la nación cambia, también cambiará lo que le sucederá: «Vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: “Toma un rollo en blanco y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel, contra Judá y contra todas las naciones… Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles para que se arrepienta cada uno de su mal camino. Entonces yo perdonaré su maldad y su pecado” » (Jer. 36: 1-3).

El libro de Ezequiel presenta este mismo concepto. El profeta Ezequiel es muy consciente de que el pacto tiene bendiciones y maldiciones. Él advierte a sus oyentes del juicio que Dios traería contra ellos bajo «los vínculos del pacto» (Eze. 20: 37). Sin embargo, así como está la amenaza de juicio, también está la promesa de un pacto de paz (Eze. 34: 25; 37: 26). De modo que en Ezequiel, como en el resto del Antiguo Testamento, hay dos aspectos del pacto entre Dios y su pueblo: si obedecen la Ley de Dios, recibirán bendiciones como la restauración y renovación que se prometen en Ezequiel 40 al 48. Pero si desobedecen la Ley de Dios, recibirán los juicios de Dios.

A veces, se subraya la naturaleza doble de estas promesas y amenazas de juicio. Un claro ejemplo es Ezequiel 20: 30 al 44. Este pasaje comienza con amenazas de juicio y termina con promesas de restauración. El mismo esquema ocurre en Ezequiel 11. Amenaza con el juicio a los líderes por su pecado (vers. 1-15) pero después del juicio viene una promesa de restauración (vers. 16-25). Pero quizás este tema encuentra su expresión más explícita en Ezequiel 33: 11: «Diles: “Vivo yo”, dice Jehová, el Señor, “que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva. ¡Volveos, volveos de vuestros malos caminos! ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?” »

Por lo tanto, las amenazas de juicio contra Israel están destinados a llevar a Israel al arrepentimiento. En este capítulo se puede detectar un severo realismo: que la nación en su conjunto no se arrepentiría sino que solo algunos individuos responderían. Pero este pasaje muestra claramente que, aunque Dios sabía que esto sucedería, su voluntad era diferente. Él quiere que toda la nación se arrepienta y pone ante su pueblo una elección: podrían optar por apartarse de su maldad y, en consecuencia, Dios estaría encantado de derramar bendiciones sobre ellos. O podrían continuar como estaban y el juicio caería sobre ellos. Al igual que con otros capítulos de Ezequiel, éste muestra un crudo realismo de que la nación continuaría en el pecado y el juicio caería. Solo entonces se arrepentirían y recién en ese momento Dios podría darles las bendiciones que tanto desea derramar sobre ellos.

Con esta información en mente, es posible comprender que las profecías registradas en Ezequiel 40 al 48 no son profecías no cumplidas, sino que son una de las dos opciones que Dios presentó a Israel. Tanto en Deuteronomio como en Ezequiel, Dios proporcionó dos visiones del futuro para su pueblo. Las visiones corresponden a los términos del pacto. Una visión pertenece a las bendiciones del pacto. Dios traería a su pueblo de regreso de todas las diferentes naciones. Él viviría con ellos en el magnífico Templo descrito en Ezequiel 40 al 43. Las bendiciones fluirían de Dios a su pueblo. De manera tangible, esas bendiciones se expresan mediante la imagen del río que fluye desde el trono de Dios para llevar vida y sanidad a las partes del país que estaban desiertas y muertas en ese momento (Eze. 47: 1-12). Además, esas bendiciones se ven en la disposición de Dios de defender a su pueblo de sus enemigos (Eze. 38: 17-19). Esto es sólo una exposición detallada de cómo se cumplirían las bendiciones del pacto.

Pero las maldiciones del pacto también están bien representadas en Ezequiel. Hay que decir que el libro dedica más espacio al problema del pecado de Israel y el juicio inminente que enfrenta la nación que a las promesas de un futuro glorioso. Dado su pecado continuo, la nación enfrentaba un severo castigo bajo el juicio de Dios (p. ej., caps. 4–10).

¿Cuál de estas dos visiones del futuro fue la que eligió Israel? ¡El juicio! Desde esta perspectiva, hay una gran cantidad de profecías de Ezequiel que se cumplieron. Incluyen la destrucción de Jerusalén, el saqueo de la tierra y el exilio de los cautivos. Sucedió casi todo lo que Dios advirtió que haría contra los israelitas. ¿Por qué? Porque el pueblo eligió un curso de acción que trajo sobre ellos las maldiciones del pacto.

¿Qué pasa con las bendiciones prometidas? El Señor las presentó en forma condicional. Las bendiciones del pacto podrían haberse hecho realidad para Israel, al igual que las maldiciones. Pero tuvieron solo un cumplimiento parcial. Algunas de las tribus regresaron a Palestina, se radicaron nuevamente allí y reconstruyeron el Templo. Pero lo que les sucedió apenas refleja las promesas hechas en Ezequiel 40 al 48.

¿Por qué fue esto así? Las Escrituras proporcionan más información sobre las circunstancias que rodearon la destrucción de Israel y Judá que del regreso del exilio. Pero los relatos históricos de Esdras y Nehemías y el comentario profético de Malaquías muestran que, incluso después del exilio, todavía existían problemas importantes en Israel respecto de la adoración del único Dios verdadero (p. ej., Esd. 9; 10; Neh. 13: 15-27; Mal. 1: 6–2: 16). Israel continuó alejándose de las bendiciones del pacto.

En síntesis, es incorrecto describir a Ezequiel 38 al 48 como profecías no cumplidas. En cambio, deberían describirse como promesas del pacto que mostraban cómo Dios deseaba bendecir a la nación, pero se cumplirían solo si Israel se mantenía dentro de los términos del pacto. Debido a que esto no sucedió, las promesas no se cumplieron.