La hospitalidad es una de las formas más vitales y fundamentales de relacionarse en la sociedad humana. Esto era cierto en el mundo antiguo y sigue siendo igualmente válido hoy en día. En esencia, la hospitalidad significa satisfacer las necesidades de las personas que no pueden suplirlas por sí mismas. En el mundo bíblico, esto generalmente implicaba proporcionar alimentos, alojamiento y protección a los viajeros, los extranjeros o los pobres y necesitados de la propia comunidad. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, se espera que los seguidores de Dios muestren hospitalidad, ya que ellos mismos reciben la hospitalidad de Dios.
Brindar alojamiento y protección a los necesitados desempeñaba un papel importante en las culturas nómadas. En un mundo sin hoteles, restaurantes ni policía, las personas solo podían sobrevivir si se ayudaban mutuamente. Uno nunca sabía cuándo dependería de la hospitalidad de los demás. Por lo tanto, un extraño contaba con recibir un tratamiento hospitalario. El anfitrión proporcionaría albergue, seguridad y alimentos.
El concepto fundamental de la hospitalidad estaba muy extendido en el mundo antiguo. Los griegos consideraban que las personas civilizadas eran aquellas que, en palabras del antiguo poeta Homero, «aman a los extraños y temen a los dioses». Los egipcios creían que la hospitalidad garantizaba una buena vida en el más allá, y los romanos la consideraban una obligación sagrada. La hospitalidad era vista como un código que mantenía unidas todas las relaciones humanas. Si no se brinda hospitalidad a alguien, esa persona podría morir de hambre o sed, o en manos de bandidos. Negarse a brindar hospitalidad desintegraría la sociedad y amenazaría la supervivencia humana. Es por eso que la Biblia toma tan en serio los incidentes ocurridos en Sodoma (Gén. 19: 1-11) y en la ciudad benjamita de Gabaa (Jue. 19: 15-21). Los lectores modernos se centran en la inmoralidad sexual de estas dos ciudades, y con razón, pero los antiguos estaban igualmente horrorizados por la violación de la ley de la hospitalidad. El historiador judío Josefo se refiere a los habitantes de Sodoma como aquellos que «odian a los extraños» (Josefo, Ant. I. 11. 1).
Dios ordenó a Israel que practicara la hospitalidad (Lev. 19: 33, 34; Deut. 10: 12-19; 24: 17, 19). Las Escrituras brindan muchos ejemplos de hospitalidad, ya sea en acciones realizadas u omitidas. Abraham recibió a los tres extraños (Gén. 18: 1-8). Saúl libró a los ceneos del castigo infligido a los amalecitas debido a la hospitalidad brindada por los ceneos a Israel (1 Sam. 15: 6). La viuda de Sarepta dio a Elías el último alimento que tenía (1 Rey. 17: 8-16). De hecho, el Antiguo Testamento incluso retrata a Dios como un anfitrión. Dios satisfizo las necesidades de los israelitas cuando peregrinaban por el desierto (Éxo. 16; Deut. 8: 2-5), y los llevó a vivir en la tierra que le pertenecía a él (Lev. 25: 23) como si ellos fueran sus invitados (Sal. 39: 12).
La vida y el ministerio de Jesús dependían de la antigua práctica de la hospitalidad. Envió a los doce y a los setenta con la expectativa de que recibirían hospitalidad (Luc. 10: 1-12). Jesús usó la hospitalidad como tema en sus parábolas (Luc. 11: 5-8; 14: 12-14), y en sus enseñanzas frecuentemente usó la idea de comer y beber como invitados en banquetes festivos. Dios compara su reino con un gran banquete (Mat. 8: 11; 22: 1-14; Luc. 14: 16-24) y termina su ministerio terrenal con una cena ceremonial. Durante ella habla sobre comer y beber en su reino (Mar. 14: 17-25).
La hospitalidad continúa como un tema en el resto del Nuevo Testamento. En sus comienzos, la iglesia cristiana dependía de la hospitalidad. No solo cubría las necesidades físicas de los misioneros itinerantes, sino que también unía a los miembros del movimiento. Consideraba que todos los que ofrecían hospitalidad estaban cooperando con la verdad (3 Juan 8). Los primeros cristianos esperaban que un obispo o anciano fuera hospedador (1 Tim. 3: 2; Tito 1: 8). El Nuevo Testamento llama a la persona que se preocupa por los visitantes un philoxenos («que ama a los extraños»). Pedro ve la hospitalidad como un don de Dios (1 Ped. 4: 9).
Si bien nuestro mundo ha cambiado mucho, la hospitalidad sigue desempeñando un papel importante en la sociedad y, especialmente, entre los seguidores de Dios. A menudo, a través de la hospitalidad que brindamos a los demás se manifiesta más claramente el amor de Dios al mundo.