El Nuevo Testamento deja clara la existencia de dones espirituales entre los cristianos. En su epístola a los Corintios, Pablo escribe que aunque la iglesia no carecía de esos dones (1 Cor. 4: 7), los miembros se disputaban sobre ellos de modo demasiado pueril. Sin embargo, esos abusos no afectaban ni a la realidad ni a la importancia de dichos dones. Uno de los dones espirituales más importantes era, y es, el don de profecía. El apóstol Pablo lo menciona explícitamente en tres de sus cartas. “Tenemos, pues, diferentes dones, según la gracia que nos es dada: el que tiene el don de profecía, úselo conforme a la medida de la fe” (Rom. 12: 6). “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros… “ (1 Cor. 12:28). “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efe. 4:11).
Numerosas personas en la historia sagrada han experimentado el don de profecía, o lo que se ha llamado también “el espíritu de profecía”. Lo vemos una y otra vez tanto en el Antiguo Testamento (todos los profetas, por supuesto, tenían el “don de profecía”) como en el Nuevo. Esta experiencia profética se manifestó, a pequeña escala, en el caso de Ana, una profetisa, que “hablaba del niño (Jesús) a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Luc. 2:38). En términos más generales, se manifestó en el apóstol Pablo, quien menciona a las experiencias proféticas como formando parte de su ministerio (2 Cor. 12: 7). En todo el Nuevo Testamento encontramos la presencia del don profético (Hech. 13: 1-2; 16: 6-10; 1 Cor.14: 2, 4; Efe. 4:14).
Por supuesto, no todos los que dicen ser profetas lo son. Jesús mismo advirtió acerca de los “falsos profetas” (Mat. 7:15; 24:11), y también lo hicieron Pedro (2 Ped. 2: 1) y Juan (1 Juan 4: 1). La advertencia sobre los falsos profetas implica la existencia potencial de profetas verdaderos. ¿Cómo, entonces, podemos saber si alguien que dice ser profeta es verdadero o falso?
En primer lugar, no debemos descartar de antemano toda afirmación profética Pablo escribió: “No menosprecieis las profecías” (1 Tes. 5:20), aunque a renglón seguido añade que debemos “examinarlo todo” (1 Tes. 5:20), lo que incluye las pretensiones de tener el don profético.
Las Escrituras apuntan a algunas pruebas clave:
1. ¿El mensaje está de acuerdo con la Biblia, la norma definitiva y absoluta? (Ver Isa. 8:20). Cualquier mensaje “profético” que contradiga la Palabra de Dios debe ser rechazado sin más.
2. Si la persona que pretende tener el don de profecía hace predicciones incondicionales sobre el futuro (algunas profecías son condicionales; es decir, que ciertas cosas suceden solo si se cumplen ciertas condiciones), la pregunta a hacerse es la siguiente: ¿Se cumplen las predicciones incondicionales? ¿pasa realmente lo anunciado? “Si el profeta habla en nombre del Señor, y no se cumple ni acontece lo que dijo, esa palabra no es del Señor. Por presunción habló el tal profeta; no tengas temor de él”(Deut. 18:22; ver también Jer. 28: 9)
3. Además, ¿reconoce el tal profeta la encarnación de Jesucristo? “En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del Anticristo, el cual vosotros habéis oíd que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4: 2-3). Es decir, un verdadero profeta tiene que reconocer no solo que Jesús vino a este mundo, sino todos los aspectos cruciales de su vida y ministerio.
4. El carácter de la vida del profeta, como se ve en la referencia de Pedro a “los santos hombres de Dios” (2 Ped. 1:21), debe ser examinado. Ninguna de las personas (excepto Jesús) que han manifestado el don profético era perfecta; sus vidas, sin embargo, reflejaban esencialmente las verdades que predicaban. Como dijo Jesús, un verdadero profeta debe ser conocido por sus frutos (Mat. 7: 15-16).
Algunos afirman que los dones espirituales terminaron con la muerte de los primeros discípulos y apóstoles. Sin embargo, esa posición no es bíblica por varias razones, la más destacada es que, en el contexto de los últimos días, Apocalipsis 14:12 habla del “testimonio de Jesús”, que luego explica diciendo que “el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía ”(19:10). Este versículo da a entender que el don debía seguir existiendo hasta nuestros dias.
Los adventistas del séptimo día creemos que el don de profecía se ha manifestado en la vida y en los escritos de Elena G. de White, cuyo ministerio desde 1844 hasta su muerte en 1915 continúa siendo una “fuente autorizada de verdad que proporciona consuelo a la iglesia, orientación, instrucción y corrección “.
Por supuesto, nadie en la historia ha manifestado poseer el don profético con tantos derechos como Jesús. Muchas de las personas de su entorno, aun antes de comprender quién era realmente (y sobre todo quienes llegaron a comprender quién era realmente) vieron a Jesús como un profeta: “Entonces aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había hecho, dijeron: ‘Verdaderamente éste es el Profeta que había de venir al mundo’” (Juan 6:14).
Más tarde, Pedro dijo, refiriéndose a Jesús: “Moisés dijo a los padres:‘ El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable, y toda alma que no oiga a aquel profeta será desarraigado del pueblo’” (Hech. 3: 22-23).
Si los profetas (hombres o mujeres) son portavoces de Dios, entonces ninguno ha sido mayor que Jesucristo, quien no solo habló de parte de Dios sino que, de hecho, era Dios encarnado.