La obra del Señor y las obras de la Ley

Kim Papaioannou

La expresión “obras de la ley” es una frase paulina en Gálatas y Romanos que describe un sistema a través del cual algunos creyentes intentaban alcanzar la justificación.i ¿Qué son las obras de la ley? Pablo no lo explica de manera directa. Hoy en día, la expresión se entiende casi universalmente como una referencia a la obediencia a la ley de Dios y/o un compromiso con otras buenas obras con miras a ganar la salvación. Esto se refleja en traducciones como NTV, que la interpreta como «obediencia a la ley» (Gál. 2:16).

¿Cómo surgió esta comprensión?

La Reforma

La Reforma Protestante comenzó con Martín Lutero en 1517. Durante los 12 años anteriores, había sido monje agustino, dedicándose al ayuno, largas horas de oración, peregrinaciones y confesiones frecuentes.ii Su orden tenía prescripciones sobre cómo pararse, caminar o viajar; incluía mandatos sobre no mirar a personas del sexo opuesto; imponía regulaciones sobre qué vestir y cómo cuidar la ropa; prescribía el cuidado de los enfermos; y exigía obediencia a los superiores.iii

A través de tales actos, Lutero intentaba ganarse el favor de Dios y la salvación, pero, en cambio, se encontraba espiritualmente miserable y se sentía alienado de Cristo.iv

Cuando entendió que la salvación era un don inmerecido de Dios a través de Jesús, contrastó su nueva comprensión con su vida anterior de obediencia rigurosa y regimentada. Por lo tanto, al entender la doctrina de la justificación por la fe como una cuestión de fe versus obediencia, proyectó este modelo en Pablo, donde las “obras de la ley” se equiparaban con la obediencia rigurosa a la ley, mientras que la justificación por la fe reflejaba la salvación como un regalo. Al hacer esto, dejó un legado que influenciaría a las futuras generaciones de protestantes.

En parte, Lutero tenía razón. Ninguna persona puede ganar la salvación a través de la obediencia, sin importar cuán estricta sea esa obediencia. Pero, ¿es esto lo que Pablo tenía en mente cuando contrastó las obras de la ley con la gracia de Jesús? Creo que no.

En este breve estudio, exploraremos dos tipos de obras: “la obra del Señor” y “las obras de la Ley”. Las dos expresiones suenan similares y hay un paralelo conceptual, semántico y, de hecho, teológico entre ellas. Sin embargo, son muy diferentes, y esa diferencia debe ser entendida.

La obra del Señor

Nos situamos ahora alrededor del año 1445 a. C. Los hijos de Israel habían salido de Egipto y estaban acampados ante el monte Sinaí. Dios los invitó a entrar en una relación de pacto con él (Éx. 19:1-6).

El pacto contenía dos elementos. Primero, Israel fue llamado a obedecer las palabras de Dios, los Diez Mandamientos (Éx. 20:1-17), y a aplicar los principios de estos mandamientos a la vida cotidiana (Éx. 21–23). Los israelitas prometieron tres veces hacer esto (Éx. 19:8; 24:3, 7).

Segundo, dado que Israel estaba compuesto por seres humanos pecadores y Dios era santo y sin pecado, se ofrecieron sacrificios de animales, y Moisés roció a Israel con la sangre (Éx. 24:4-7). Esta sangre fue llamada «la sangre del pacto» (v. 8). Los sacrificios eran parte integral de la mayoría de los pactos del antiguo Oriente Próximo y señalaban la penalidad por violar el pacto.

La promesa de obediencia y la sangre del pacto pusieron a Israel en una relación de pacto con Dios. Sin embargo, apenas pasaron 40 días cuando, al hacer y adorar un becerro de oro y participar de inmoralidad sexual (Éx. 32), rompieron el pacto de manera escandalosa.

Dios entonces declaró el pacto roto y dijo que Israel ya no era su pueblo (Éx. 32:7, 10; 33:1). Merecían la pena de muerte, en línea con el castigo previsto en el sacrificio de los bueyes (Éx. 32:10, 27, 33-35; 33:5). En lugar de eso, Dios ofreció construir una nueva nación a partir de Moisés, quien, en un acto simbólico, rompió las tablas del pacto, indicando que este ya no estaba en vigor (Éx. 32:19). ¿Sería este el fin de Israel como pueblo de Dios?

Pero Moisés intercedió por Israel y suplicó a Dios que los perdonara. Dios accedió. Parecía estar esperando que Moisés hiciera esto. Entonces, se declaró a sí mismo como «misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado» (Éx. 34:6-7).

Luego, Dios hizo esta asombrosa promesa:

«Mira, voy a hacer un pacto delante de todo tu pueblo. Haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en medio del cual tú estás la obra de Jehová, porque será cosa tremenda la que yo haré contigo» (Éx. 34:10).

Aquí, Dios prometió hacer una cosa tremenda, una que todo el pueblo vería.

¿A qué se refería Dios? Al sacrificio de Jesús en la cruz, la mayor manifestación del carácter misericordioso de Dios y la respuesta a los fracasos repetidos de Israel y de la humanidad.

Así es como el apóstol Pablo entendió la obra del Señor. Al predicar en una sinagoga en Galacia, después de decir que en Cristo se ofrece el perdón de pecados (Hech. 13:38-39), advirtió a su audiencia que no descuidara esta obra:

«Mirad, menospreciadores, asombraos y desapareced, porque yo hago una obra en vuestros días, obra que no creeréis, si alguien os la cuenta» (Hech. 13:41).

Sí, la gran obra del Señor es el sacrificio de Jesús en la cruz, la obra más grandiosa que este mundo ha presenciado.

Las obras de la Ley

¿Qué son las obras de la ley que menciona Pablo?

Son obras. Comencemos con la palabra obras. Esto implica algo que una persona hace. Lutero pudo haber creído que los requisitos rigurosos de la orden agustina encajaban en la descripción de “obras de la ley”, pero los Diez Mandamientos no lo hacen. ¿Por qué? Ocho de los diez son prohibiciones: no te dicen qué hacer, sino qué no hacer. Esto significa que las obras de la ley no pueden referirse a la obediencia a los Diez Mandamientos. Hacerlo sería darle un nombre incorrecto.

Son algo en el Pentateuco. Cuando un lector moderno escucha la palabra ley, su mente se dirige inmediatamente a un código legal. Desde una perspectiva cristiana, la elección obvia es la de los Diez Mandamientos, el principal código legal bíblico. Sin embargo, esta comprensión es errónea, porque estamos utilizando un significado moderno de una palabra para interpretar un texto antiguo. Para los judíos y cristianos del siglo I, la ley era la Torá, el Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia, de Génesis a Deuteronomio. Esto es un conocimiento común en los círculos teológicos.

Leamos nuevamente Gálatas 2:16 con esta sencilla comprensión en mente para entender mejor cómo sonarían las palabras de Pablo: «sabiendo que ningún hombre es justificado por las obras del pentateuco sino por medio de la fe en Jesucristo, hemos creído nosotros también en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo y no por las obras del pentateuco. Porque por las obras del pentateuco nadie será justificado» (Gálatas 2:16, RVA-2015; ajustes de la traducción en cursiva).

Suena diferente, ¿verdad? Esta traducción refleja con mucha mayor precisión lo que los lectores de Pablo habrían entendido, en comparación con las traducciones directas.

Fueron un intento de justificación. Observemos nuevamente Gálatas 2:16. Pablo usa la palabra justificado tres veces. ¿Qué significa este término?

Es mejor dejar que Pablo mismo responda esta pregunta: «Sabed, pues, esto, hermanos: que por medio de él [Jesús] se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que no pudisteis ser justificados por la Ley de Moisés, en él es justificado todo aquel que cree.» (Hechos 13:38-39).

Observemos cómo en este texto el perdón y la justificación aparecen juntos. Perdón es un término teológico que implica que los pecados de una persona han sido perdonados. Justificación es un término legal e implica que una persona acusada en un tribunal es absuelta. ¿Por qué? Porque la ofensa ha sido cancelada de alguna manera. Los términos perdón y justificación, por lo tanto, describen lo mismo: uno desde una perspectiva teológica y el otro desde una perspectiva judicial.

¿Cómo se ofrecía el perdón en el Pentateuco? Se ofrecía a través de los sacrificios. No se podía obtener ni través de la obediencia a los Diez Mandamientos ni de ningún otro documento legislativo.

Michael Rodkinson, un experto en escritos rabínicos, afirmó que «Dondequiera que la Mishná usa la expresión culpable (Hayabh) o libre (Patur), el significado del primero (culpable) es que el transgresor que actuó sin intención debe llevar la ofrenda por el pecado prescrita en la ley [Pentateuco]».v

Y también que «La penalización para la primera categoría de infracciones era simplemente el sacrificio de una ofrenda por el pecado. Sin embargo, esto conllevaba muchas dificultades, ya que el culpable tenía que llevar la ofrenda personalmente al templo en Jerusalén, lo que a menudo implicaba un viaje largo, además de asumir la pérdida económica del valor de la ofrenda».vi

Los judíos del siglo I sabían que si querían perdón/justificación, no debían esforzarse más por cumplir la ley, como hizo Lutero; sino que debían ofrecer un sacrificio por el pecado.

¿Podría ser, entonces, que las “obras del Pentateuco” mencionadas, cuyo propósito era ofrecer perdón/justificación, sean los sacrificios prescritos en el Pentateuco? Todo parece indicarlo, dado que están prescritos en el Pentateuco, requerían trabajo y su objetivo era el perdón.

Veamos una última evidencia.

La palabra obras en el Pentateuco. Cuando se busca el significado de algo, el sentido común sugiere comenzar por lo más obvio. Cuando oímos la expresión “obras del Pentateuco”, el lugar más lógico para buscar su significado es en el mismo Pentateuco. Lamentablemente, la mayoría de intérpretes parece que no han entendido la importancia de hacerlo. Si lo hubieran hecho, probablemente nunca habría surgido la confusión en torno a esta frase.

La palabra obra/obras (en griego ergon/erga y en hebreo abodavii) aparece 149 veces en la Torá. Un poco más de la mitad de las veces se refiere a obras humanas seculares o a hechos poderosos de Dios que no están relacionados con el perdón o la justificación.

Más importante aún, la palabra obras nunca aparece en relación con la obediencia a los Diez Mandamientos ni a ningún otro código legal.

Pero lo más significativo es que sí aparece unas 70 veces en relación con el tabernáculo y sus servicios, incluidos los sacrificios. De hecho, todo el servicio del tabernáculo es llamado “la obra del tabernáculo” (Números 3:7). Fue en el tabernáculo donde se realizaba la expiación por el pecado humano.

Por lo tanto, las “obras del Pentateuco”, contra las cuales Pablo advierte y cuyo propósito era el perdón/justificación, eran los sacrificios y otras actividades realizadas en el templo/tabernáculo, no la obediencia a los Diez Mandamientos ni a ningún otro código legal bíblico.

Conclusión

Con base en la información anterior, podemos retraducir/parafrasear Gálatas 2:16 de la siguiente manera:

«[Sabemos] que una persona no puede ser perdonada/justificada por las obras prescritas en el Pentateuco, es decir, el servicio del santuario, sino por la fe en [el sacrificio de] Jesucristo. También nosotros hemos creído en Cristo Jesús para ser perdonados/justificados por la fe en Cristo y no por las obras prescritas en el Pentateuco, porque por las obras del Pentateuco nadie será perdonado/justificado» (Gálatas 2:16; traducción adaptada).

Lutero tenía razón en algo: la obediencia humana no puede borrar los pecados pasados ni salvarnos. En esto, estaba en lo cierto. Pero se equivocó al interpretar a Pablo en esto desde su perspectiva personal. Al hacerlo, dejó un legado hermenéutico que eventualmente se convirtió en diversas formas de antinomianismo cristiano, es decir, la idea de que la gracia y la obediencia están en oposición.

No, Pablo no les decía a los cristianos gálatas que dejaran de guardar los mandamientos, ni que dejaran de esforzarse demasiado por hacerlo, ni que dejaran de hacer cosas buenas. El mensaje de Pablo no tiene que ver con los mandamientos ni con hacer el bien. Lo que les decía era que el templo y sus servicios, el sistema de sacrificios, ya no tenían ninguna utilidad en el plan de salvación.

Las ineficaces “obras de la Ley”, que no podían limpiar el pecado humano, fueron reemplazadas por la asombrosa y totalmente eficaz “obra del Señor”. ¡Aleluya!

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i Romanos 3:20, 27, 28; Gálatas 2:16; 3:2, 5, 10.

ii Roland Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (New York, NY: Penguin, 1995), 40–42.

iii “Regla de San Agustín”, Midwest Augustinians, consultado el 19 de junio de 2022, https://www.midwestaugustinians.org/roots-of-augustinian-spirituality#ch1.

iv James Kittelson, Luther the Reformer (Minneapolis, MN: Augsburg Fortress, 1986), 79.

v Michael L. Rodkinson, ed. y trad., The Babylonian Talmud, vol. 1 (Boston, MA: Talmud Pub., 1903), xxii y xxvi.

vi Idem.

vii Es interesante ver que la palabra aboda también se usa en Éxodo 12:25 para referirse al rito de la Pascua.