Jo Ann Davidson
Jonás ha completado una misión de predicación muy exitosa. Puede viajar a casa, lleno de alegría y agradecimiento por el gran poder de Dios para cambiar incluso los corazones más violentos y malvados. Al menos eso es lo que podríamos esperar.
A lo largo del libro de Jonás, el profeta se ha registrado bastante bajo en cualquier escala de comparación respecto a todos los paganos que ha encontrado. En el primer capítulo, los marineros y su capitán perciben el poder de Dios en la tormenta marina y lo adoran. Los malvados ninivitas del capítulo 3 responden a Dios con verdadero arrepentimiento. Incluso el monarca pagano de Nínive se somete humildemente a la autoridad soberana de Dios, reconociendo que el Señor no estaba obligado a perdonar a la ciudad (3:9). Mientras que el mismo Jonás ha obedecido a Dios solo después de las medidas divinas más dramáticas. Y en el capítulo 4, sigue siendo hostil. Sí, Dios ha tenido muchos más problemas con su profeta que con el más disoluto del mundo gentil.
«El encargo que había recibido imponía a Jonás una pesada responsabilidad; pero el que le había ordenado que fuese podía sostener a su siervo y concederle éxito. Si el profeta hubiese obedecido sin vacilación, se habría ahorrado muchas experiencias amargas, y habría recibido abundantes bendiciones».1
El estilo narrativo del capítulo 4 contrasta fuertemente con los otros tres capítulos. Consiste casi en su totalidad en una conversación. El primer capítulo del libro de Jonás es una narración histórica directa con solo dos breves diálogos. El segundo capítulo presenta la oración poética de Jonás desde el interior del «gran pez». El tercer capítulo retoma la progresión histórica. Ahora, en el capítulo 4, la narración se ralentiza de repente. Hacemos una pausa en el seguimiento de los acontecimientos a través del tiempo y, en su lugar, escuchamos dos conversaciones notables entre Jonás y Dios.
Quienes han analizado a fondo las características estilísticas de las narraciones bíblicas han notado que los diálogos incluidos en dichas narraciones son son muy relevantes. Las conversaciones suelen incluir cuestiones fundamentales para comprender la narración. Este es sin duda el caso del libro de Jonás.
Los capítulos anteriores han contenido fragmentos de conversaciones, como la vez que los marineros y el capitán hablaron con Jonás durante la tormenta y la vez que Jonás respondió a los marineros (1:8, 9). Sin embargo, en el capítulo 4, encontramos dos diálogos entre Jonás y Dios. Y, como cabría esperar, están cargados de cuestiones profundas.
El capítulo comienza con una visión de la disposición actual de Jonás. El texto utiliza un fuerte lenguaje para describir la respuesta del profeta a la generosa gracia de Dios hacia Nínive: «Jonás se disgustó en extremo, y se enojó» (Jonás 4:1).
El hebreo original califica la inesperada misericordia de Dios hacia la ciudad como «un gran mal» para Jonás. Porque solo el castigo de Nínive —que habría causado un gran dolor al Señor— habría complacido al profeta. Por esto la aceptación por parte de Dios del arrepentimiento del pueblo enfureció a Jonás. El término que se usa para ‘enojo’, hara, literalmente significa que «quemaba», o «ardía».
Este verbo en particular aparece en otras partes del Antiguo Testamento describiendo el enojo, lo que da una idea adicional de la fuerza de la ira de Jonás. El libro del Génesis, en la historia de Caín y Abel llevando sus ofrendas a Dios, emplea el mismo verbo que describe la ira de Jonás por la reacción de Caín ante el hecho de que Dios aceptara la ofrenda de su hermano y no la suya: « Pasado un tiempo, Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, y de la grasa de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín ni a su ofrenda, por lo cual Caín se enojó en gran manera y decayó su semblante» (Gén 4:3-5). En última instancia, esta ira lleva a Caín a asesinar a su propio hermano.
La comparación intertextual de palabras y frases en las narraciones bíblicas es una herramienta muy valiosa para comprender el significado de esos términos o frases, como acabamos de hacer aquí en el caso de Jonás.
El amargo resentimiento de Jonás aparece inmediatamente después del anuncio de que Dios ha concedido el perdón a Nínive (Jonás 3:10). El profeta ha visto cómo su predicación ha llevado al arrepentimiento de toda la ciudad y de todas las clases de personas. Uno pensaría que estaría rebosante de alegría ante este gran éxito. Pero el Señor no ha castigado a Nínive, y eso enfurece a Jonás.
La fuerte expresión en el idioma original indica que la amarga ira de Jonás ha brotado de lo más profundo de su ser. Es como un niño que hace una rabieta. Jonás 4:1 retrata vívidamente a Jonás expresando su ardiente ira mientras cae en un ataque de furia. El arrepentimiento de Nínive ha molestado mucho al petulante profeta. La cuestión para él no es tanto que Dios cambie de opinión, sino a quién perdona. ¿Cómo puede Dios compartir su misericordia con los corruptos ninivitas? Todo el mundo conocía la reputación de los asirios, como nos recuerdan los registros históricos del Antiguo Testamento.
De hecho, los asirios nunca son amigos de Israel en el Antiguo Testamento. Dios incluso los utiliza como su instrumento para castigar a su pueblo: « ¡Ay de Asiria! Vara y bastón de mi furor, en su mano he puesto mi ira. La mandaré contra una nación pérfida; contra el pueblo de mi ira la enviaré, para que quite los despojos y arrebate la presa, y lo ponga para ser pisoteado como lodo de las calles; pero él no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera, sino que su pensamiento será desarraigar y arrasar una nación tras otra.» (Isa. 10:5-7).
Jonás está convencido de que Dios no es lo suficientemente estricto con su gracia. Es demasiado generoso con su misericordia. Los habitantes de Nínive deberían sufrir las consecuencias de su maldad y violencia. El perdón divino ofende a Jonás, ¡y está furioso! Curiosamente, al menos, la situación lo obliga a orar. Pero su oración también es reveladora:
«¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal.» (Jonás 4:2).
Es la segunda oración registrada de Jonás. Su primera oración (2:1) brotó de un hombre atrapado dentro de un gran pez. Ahora está atenazado por la ira. Algo muy interesante es que, en ambas ocasiones, Jonás ora para justificarse a sí mismo: «¿no es esto lo que yo decía?» (4:2).
Sin embargo ahora, por primera vez, Jonás reconoce realmente la razón por la que originalmente trató de evadir su llamado divino a Nínive. Admite por qué intentó huir de su responsabilidad en un principio. Jonás incluso confiesa que intentó escapar a Tarsis, empleando el mismo verbo utilizado anteriormente en Jonás 1:3: «Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis». Y una vez más el texto resalta el pánico de Jonás cuando decidió evitar la llamada divina.
Así que ahora está confirmado con sus propias palabras. El gran predicador admite que no ha tenido absolutamente ningún respeto por los ninivitas. Incluso está seguro de que tiene razón al reaccionar de esa manera. Por implicación, incluso reprende a Dios por cómo ha manejado la situación. No importa que el pueblo de Nínive reconociera su culpa y se arrepintiera. A los ojos de Jonás, todavía merecen el castigo divino.
Jonás simplemente no puede aceptar que Dios incluya a los gentiles en su misericordia. Simplemente no puede entender por qué el Señor debería permitirles participar de los beneficios especiales de gracia que disfruta Israel como su pueblo del pacto. El profeta ya ha dado muchas pruebas de que conoce su Biblia. Llena su oración en el capítulo 2 con frases y conceptos del Salterio. Por lo tanto, seguramente es consciente de la promesa de Dios de eliminar las transgresiones humanas «tan lejos como está el oriente del occidente» (Sal. 103:12). Pero está convencido de que tal misericordia debe canalizarse exclusivamente hacia Israel, el pueblo elegido de Dios.
Quizás, cuando Jonás evaluó la situación en Nínive, recordó la destrucción de otras dos ciudades malvadas que Dios castigó en el pasado por su maldad. La descripción del destino de Sodoma y Gomorra usa un vocabulario que el libro de Jonás retoma para Nínive: «Entonces Jehová hizo llover desde los cielos azufre y fuego sobre Sodoma y sobre Gomorra; y destruyó las ciudades y toda aquella llanura, con todos los habitantes de aquellas ciudades y el fruto de la tierra […] Así, cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura, se acordó de Abraham, y sacó a Lot de en medio de la destrucción con que asoló las ciudades donde Lot estaba» (Gén 19:24-29).
El profeta quizás recordó también el Diluvio, en el que Dios especificó la razón de la destrucción del mundo en ese momento: « La tierra se corrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y vio que estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé: «He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y yo los destruiré con la tierra» (Gén 6:11-13).
La réplica de Jonás a Dios en el capítulo 4 incluso incluye una referencia fundamental al carácter de Dios descrito en Éxodo 34:5 a 7: «yo sabía que tú eres un Dios clemente y compasivo, tardo en enojarte, y de gran misericordia, y que te arrepientes del mal» (Jonás 4:2, RVR1977). Los adjetivos que el profeta utiliza para describir a Dios —clemente y compasivo— se aplican exclusivamente a Dios en las Escrituras. Estos conceptos forman parte de la propia declaración de Dios sobre su ser a Moisés cuando reemplazó las tablas rotas del Decálogo tras la apostasía de Israel por el becerro de oro: «Descendió Jehová en la nube y permaneció allí junto a él; y él proclamó el nombre de Jehová. Jehová pasó por delante de él y exclamó: —¡Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado» (Éx 34:5-7).
A lo largo de todo el Antiguo Testamento, el libro de Jonás incluido, encontramos que Dios se deleita en proclamar su misericordia. Simplemente no limita su amor a unos pocos seres humanos. Muchos escritores bíblicos se hacen eco de este glorioso sentimiento. El profeta Jeremías representa solo uno de muchos:
«En un instante hablaré contra naciones y contra reinos, para arrancar, derribar y destruir. Pero si esas naciones se convierten de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles» (Jer 18:7, 8).
Los otros atributos de Dios mencionados en la oración de Jonás —«tardo en enojarte» y «de gran misericordia»— también pertenecen exclusivamente al carácter del Señor a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Sin embargo, encontramos que a Jonás le molestaba que Dios compartiera sus maravillosos atributos con una ciudad malvada como Nínive. Era muy crítico con cualquier aplicación universal de las cualidades divinas de gracia y misericordia. Pensaba que Dios debería reservarlas para los justos. El juicio debería ser el destino de los malvados. En opinión de Jonás, Dios era demasiado propenso a perdonar a los pecadores.
Jonás considera que el aplazamiento de la ejecución del juicio de Dios sobre Nínive es un gran error. El profeta desaprueba enérgicamente que se comparta la compasión del Señor con los malvados y violentos no israelitas. Y presume de ser capaz de gobernar el mundo de Dios mejor que el Señor, acusándolo y condenándolo por ser como es. El profeta se atreve a fustigar la misericordia divina y a despreciar la compasión de Dios. En última instancia, la verdadera razón por la que Jonás huye de su misión divina tiene menos que ver con los viles pecadores de Nínive que con el carácter misericordioso de Dios.
Al parecer, el profeta nunca había comprendido que los malvados ninivitas no eran en realidad diferentes de él mismo. Tanto los ninivitas como Jonás eran pecadores rebeldes que merecían ser castigados. Sin embargo, Dios había decidido, por su compasión, mostrarles a todos ellos su misericordia. Jonás estaba dispuesto a aceptar esa maravillosa misericordia para sí mismo, pero no para Nínive. Y así suplicó: «Ahora, pues, Jehová, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida» (4:3).
No es la primera vez que un profeta del Antiguo Testamento pide que Dios le quite la vida. Recordemos que cuando el pueblo de Israel siguió quejándose amargamente contra Dios en el desierto, Moisés «dijo al Señor: —¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia a tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? […] No puedo yo solo soportar a todo este pueblo: es una carga demasiado pesada para mí. Y si así vas a hacer tú conmigo, te ruego que me des muerte, si he hallado gracia a tus ojos, para que yo no vea mi mal» (Núm. 11:11-15).
Sin embargo, Moisés tenía mejores motivos que los que muestra Jonás ahora. Jonás simplemente no podía comprender por qué Dios había ampliado el tiempo de gracia de Nínive. Simplemente no podía apreciar el hecho de que «Nínive se arrepintió y se volvió a Dios, y Dios aceptó su reconocimiento de él. Se le concedieron a sus habitantes cuarenta años de prueba para que manifestaran la legitimidad de su arrepentimiento y se apartaran del pecado».2 A Jonás tampoco le importó que, cuando se evitó la condena de Nínive, ¡la gloria de Dios fuera alabada mucho más allá de las fronteras de Israel!
Observe cómo la atención de Dios pasó ahora de Nínive a Jonás mientras Él intentaba pacientemente instruir a su siervo descarriado. Y el Dios clemente y misericordioso de Jonás le hace una pregunta perspicaz: «¿Te parece bien enojarte tanto?» (4:4, RVC). Así, Dios le instó a reconsiderar su rencor.
La respuesta del Señor es sorprendentemente suave. Él desea que Jonás entre en razón y vea lo infantil de su comportamiento, y no podría ser más paciente al respecto. Ayudar a su obstinado profeta a convertirse en un creyente más maduro parece ser uno de sus objetivos primordiales, y algo tan importante para Él como lo fue la salvación de Nínive misma.
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1 Ellen G. White, Profetas y reyes, 199 (egwwritings.org).
2 Ellen G. White, Mensajes selectos, 2:169 (egwwritings.org).