¿Es la Biblia históricamente confiable?

Gerhard Pfandl 

En 1947 se hizo un descubrimiento que resultó ser el más importante del siglo XX. La historia comenzó en febrero o marzo de 1947, cuando un muchacho beduino, Muhammed, pastor de cabras, estaba buscando una cabra perdida. Lanzó una piedra dentro de un hueco en una barranca en la ladera oeste del Mar Muerto, a unos doce kilómetros al sur de Jericó. Para su sorpresa escuchó el sonido de cacharros que se rompían. Al investigar descubrió una escena asombrosa. En el piso de la cueva había varios jarrones, y algunos de ellos contenían rollos de cuero forrados con tela de lino. Como los jarrones estaban cuidadosamente sellados, los rollos se habían preservado en excelente condición por cerca de 19 siglos. Evidentemente habían sido colocados allí antes de la caída de Jerusalén en el año 70. 

Valor de los rollos del Mar Muerto

Hasta el descubrimiento de los rollos de Qumrán, que datan del siglo III a.C. al siglo I d.C., los manuscritos bíblicos del AT más antiguos en existencia eran un fragmento de Deuteronomio 6:4 (el papiro Nash), que databa del siglo I d.C., y los textos masoréticos de los siglos IX al XI d.C.1 

El manuscrito hebreo del AT completo más antiguo en existencia, el Códice de Leningrado, procede de la primera década del siglo XI d.C. Por tanto, la gran importancia de los rollos del Mar Muerto yace en el hecho de que dichos rollos datan de apenas unos dos siglos después que se completara el último libro del AT. Gracias a estos rollos tenemos ahora un manuscrito completo del texto hebreo de Isaías y fragmentos de la mayoría de los otros libros bíblicos, los cuales son más de mil años anteriores al manuscrito más antiguo disponible hasta entonces. 

La importancia del descubrimiento reside en la minuciosa cercanía del rollo de Isaías (c. 125 a.C.) al texto masorético de Isaías unos mil años después. Demuestra la precisión inusitada de los copistas de la Escritura en ese período de unos mil años. Cuando se comparó el texto masorético con los textos de Qumrán se encontró que eran prácticamente idénticos. 

“Aun cuando las dos copias de Isaías descubiertas en la cueva 1 de Qumrán cerca del Mar Muerto en 1947 eran mil años anteriores al manuscrito más antiguo conocido previamente (980 d.C.), resultaron ser idénticos, palabra por palabra, con nuestra Biblia hebrea estándar en más del 95% del texto. El 5% de variación consiste mayormente en obvios deslices de la pluma y variaciones ortográficas. Aún los fragmentos del Mar Muerto de Deuteronomio y Samuel, los cuales evidencian una familia de manuscritos distinta de la que subyace a nuestro texto hebreo comúnmente aceptado, no indican ninguna diferencia en doctrina o enseñanza. No afectan el mensaje de la revelación en lo más mínimo”.2 

Así es como podemos saber que nuestro texto actual del AT, basado en el texto masorético, es prácticamente idéntico al texto que se usaba en días de Jesús. Por tanto, no hay razón para dudar de que lo que escribieron los autores del AT es, en esencia, idéntico a lo que tenemos en nuestra Biblia hoy. 

Ningún otro documento de la antigüedad comparable al AT ha sido transmitido con tanta precisión, principalmente porque los escribas judíos y masoretas trataban la Palabra de Dios con la mayor reverencia imaginable. Diseñaron un sistema complicado de conteo de versículos, palabras y letras del texto para salvaguardarse de cualquier desliz de copista. Cualquier rollo que no estuviera a la altura de estas normas era sepultado o quemado. 

Transmisión del Nuevo Testamento

Todos los libros del NT fueron escritos en la segunda mitad del siglo I d.C.: Gálatas y las dos Epístolas a los Tesalonicenses alrededor del año 50, y el Evangelio de Juan y el Apocalipsis alrededor del 90 al 100.

Como en el caso del AT, los autógrafos del NT se han perdido. Sin embargo, como los libros del NT estaban entre los libros copiados y puestos en circulación más asiduamente en la antigüedad, tenemos hoy más de 5.000 manuscritos griegos conocidos del NT. 

Ningún otro libro de la antigüedad ni siquiera comienza a aproximarse a tan grande número de manuscritos existentes. En comparación, “el segundo es la Ilíada de Homero, con solo 643 manuscritos que todavía sobreviven. El primer texto completo de Homero que se haya preservado data del siglo XIII”.3 

“Para la Guerra de las Galias de Julio César (compuesto entre el 58 y el 50 a.C.) hay varios manuscritos en existencia, pero solo nueve o diez en buen estado, y el más antiguo es más de 900 años posterior al tiempo de César. De los 142 libros del historiador romano Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) solo sobreviven 35, los cuales conocemos gracias a no más de 20 manuscritos de alguna importancia. Solo uno de estos, el cual contiene fragmentos de los libros II-VI, es tan antiguo como el siglo IV”.4 

Manuscritos del NT – El más antiguo manuscrito del NT, entre los cinco mil conocidos, es un pequeño fragmento de papiro (llamado P52) de alrededor del año 130 d.C., el cual contiene partes del Evangelio de Juan (18:31-33, 37-38).

Los papiros Chester Beatty (así llamados por su poseedor original) vienen de los siglos II y III, y consisten en papiros con partes de los cuatro Evangelios y Hechos, casi todas las Epístolas de Pablo, Hebreos y Apocalipsis 9-17. De la misma época proceden los papiros Bodmer (también denominados por su poseedor) que contienen Lucas y Juan, y las Epístolas [de] Judas y 1-2 Pedro. Todos estos papiros vienen de Egipto, donde el clima seco ayudó a su preservación. 

Los manuscritos más completos del NT, escritos en vitela (pergamino), vienen del siglo IV: (1) Códice Sinaítico ( א), descubierto por Konstantin von Tischendorf en el monasterio de Santa Catalina al pie del “monte Sinaí”; procede de mediados del siglo IV y contiene el NT griego completo. (2) Códice Vaticano (Β), fechado ligeramente antes del Sinaítico y conservado en la Biblioteca del Vaticano; contiene todo el NT hasta Hebreos 9:14, y es considerado el más valioso de todos los manuscritos del NT. Otros tres manuscritos importantes son el Códice Alejandrino, el Códice de Beza y el Códice de San Efrén (Efraemi), todos del siglo V. 

Además de unos 3.200 manuscritos con texto neotestamentario continuo, tenemos otros 2.200 leccionarios, “manuscritos en los cuales el texto del NT está dividido en perícopas [secciones] separadas, ordenadas de acuerdo con su sucesión como lecturas asignadas para el año eclesiástico”.5 Si bien unos pocos de estos leccionarios proceden del siglo IV, la mayoría fueron escritos después del siglo VIII. 

Crítica textual del NT – Hemos visto que no hay un cuerpo de literatura en la historia que goce de tal riqueza de manuscritos antiguos como el NT. Sin embargo este mismo hecho causa problemas. Cuantos más manuscritos, tantas más variantes textuales creadas por errores de copia. Si un amanuense estaba escribiendo al dictado, podría equivocarse con palabras que suenan parecido; si copiaba de un modelo a la vista, podía confundir una palabra con otra de aspecto parecido. O sus ojos podían saltar de una palabra a otra instancia en que aparece la misma en el texto o a otra palabra con un final parecido, y de ese modo una porción del texto puede dejarse sin copiar o ser copiado dos veces. Los críticos textuales tratan de reconstruir tan fielmente como sea posible la redacción original del texto bíblico. 

Frederic Kenyon, un erudito en clásicos, declaró: “Al fin de cuentas es tranquilizador encontrar que el resultado general de todos estos descubrimientos es fortalecer la prueba de la autenticidad de las Escrituras, y nuestra convicción de que lo que tenemos en mano es, con su integridad sustancial, la mismísima Palabra de Dios”.6 También debiéramos señalar que a pesar de las muchas variantes en los manuscritos, ninguna de ellas afecta algún punto de la fe o práctica cristianas. 

Evidencias de la arqueología

Si bien la arqueología no puede probar las verdades espirituales de la Biblia, puede iluminar y aclarar las circunstancias históricas de numerosos pasajes y con ello convalidar la historicidad de muchos de los sucesos registrados en la Escritura. Entre los descubrimientos más importantes de la arqueología que apoyan la confiabilidad histórica de la Escritura se encuentran los siguientes: 

1. Estela de Hammurabi (c. 1700 a.C.). Fue encontrada por arqueólogos franceses a fines de 1901 oprincipios de 1902 en Susa (Dan. 8:2); ahora exhibido en el Louvre de París. Contiene unas 280 leyes, muchas de las cuales son llamativamente similares a las de Moisés: 

Hammurabi #14 

Si un ciudadano secuestra a un miembro de la casa de otro ciudadano y lo vende como esclavo, entonces la sentencia es muerte.

Éxodo 21:16 

“El que secuestre a otro y lo venda, o al ser descubierto lo tenga aun en su poder, será condenado a muerte”. 

Hammurabi #196, 197 

Si un ciudadano ciega el ojo de un funcionario, entonces su ojo debe ser cegado.

Si un ciudadano quiebra el hueso de otro, entonces su hueso debe ser quebrado. 

Éxodo 21:24 

“Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”.

El descubrimiento de la Estela de Hammurabi y de otros antiguos códigos penales descartó la antigua idea crítica de que las leyes del Pentateuco no podrían haber venido de tiempos de Moisés. 

2. Estela de Merneptah (c. 1200 a.C.). Fue hallada por Sir Flinders Petrie en el templo mortuorio de Te- bas y publicada en 1897. Hoy se exhibe en el Museo del Cairo. La estela celebra la victoria del faraón Merneptah (1213-1203) sobre las fuerzas rebeldes en sus posesiones del Medio Oriente. Contiene la referencia más antigua al pueblo de Israel en el mundo de la antigüedad. 

“La arqueología puede verifcar cier- tos sucesos históricos que ocurrieron en el pasado, pero no va más allá de cierto punto, por cuanto tal vez puede demostrar la veracidad de cierto evento histórico pero no puede verificar la autenticidad de lo milagroso. Por tanto, llegamos a un punto donde tenemos que aceptar el mensaje de la Biblia por fe y no podemos depender de la arqueología para ello” (Bryant Wood, citado en Randall Price, The Stones Cry Out [Las piedras claman; Eugene, OR: Harvest House Publishers, 1997], p. 343).

3. Piedra Moabita (c. 850 a.C.). Se exhibe en el Louvre. En 1868 un jeque árabe en Dibán mostró al misionero alemán F. Klein una placa de piedra con inscripciones que tenía 115 cm de alto, 60 de ancho y 25 de espesor.

Funcionarios alemanes y franceses mostraron interés en esa piedra. Un orientalista francés, Charles Clermont-Ganneau, pudo obtener un calco (o sea una impresión facsimilar en papel), lo cual fue afortunado porque los árabes, al darse cuenta de que tenían algo valioso entre manos, lo partieron en pedazos. Los fragmentos fueron llevados para bendecir su grano, y no todos han sido recuperados, pero la inscripción ha sido restaurada. Cuenta la historia del rey moabita Mesa contra el rey de Israel, y suplementa el informe de las relaciones de Israel con Moab registrado en 2 Reyes 3.

Piedra moabita

Omri, rey de Israel, invadió Moab año tras año porque Quemós, el divino patrono de Moab, estaba airado con su pueblo. Cuando el hijo de Omri lo sucedió durante mi reinado, se jactó diciendo: ‘Yo también invadiré Moab’. Pero yo derroté al hijo de Omri y expulsé a Israel de nuestra tierra para siempre. Omri y su hijo reinaron sobre las llanuras de Madaba por 40 años. 

2 Reyes 3:4, 5 

“Ahora bien, Mesa, rey de Moab, criaba ovejas, y como tributo anual le entregaba al rey de Israel cien mil ovejas y la lana de cien mil corderos. Pero al morir Acab, el rey de Moab se rebeló contra el rey de Israel”.

4. Obelisco Negro de Salmanasar III (c. 840 a.C.). Fue descubierto en 1846 por A. H. Layard en Nimrud. Se exhibe en el Museo Británico. Muestra al rey israelita Jehú pagando tributo al rey asirio, y provee evidencia extrabíblica para la dominación asiria sobre Israel así como la existencia de Jehú como rey de Israel. “Unge [...] a Jehú hijo de Nimsi como rey de Israel; unge también a Eliseo hijo de Safat, de Abel Mejolá, para que te suceda como profeta” (1 Rey. 19:15, 16).

5. Prisma de Taylor (c. 690 a.C.). Está en el Museo Británico. Fue hallado en Nínive y contiene las campañas militares de Senaquerib (705-681), rey de Asiria. El pasaje mejor conocido describe el sitio sin éxito de Jerusalén en días de Ezequías (2 Rey. 19 e Isa. 36 y 37). El relato asirio concuerda tácitamente con el bíblico al no pretender que Jerusalén fuera tomada. El prisma de arcilla hexagonal solo dice: “Hice prisionero [a Ezequías] en Jerusalén, su residencia real, como un pájaro en su jaula”. De acuerdo con 2 Reyes 19:35 y 36, Senaquerib no pudo capturar Jerusalén porque “el ángel del Señor salió y mató a ciento ochenta y cinco mil hombres del campamento asirio [...] Así que Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento y se retiró. Volvió a Nínive y permaneció allí”. 

6. Estela de Tel Dan (siglo IX u VIII a.C.). De basalto negro, fue erigida por un rey arameo en el extremo norte de Israel y contiene una inscripción en arameo conmemorando su victoria sobre los antiguos israelitas. Solo sobreviven partes de la inscripción, pero es claramente legible la frase “casa de David” (1 Sam. 20:16). En la inscripción también aparece Joram hijo de Acab (2 Rey. 8:16). Esta es la más antigua aparición del nombre de David en un sitio arqueológico. Como la piedra moabita, la Estela de Tel Dan parece típica de un memorial erigido como propaganda militar, para jactarse de las victorias de Hazael o alguno de sus descendientes.

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7. Crónicas Babilónicas (siglo VI a.C.). Son tablillas de arcilla que presentan un informe conciso de los principales sucesos internos de Babilonia. Describen la caída de Nínive en el año 612 a.C. (Sof. 2:13, 15), la batalla de Carquemish y el sojuzgamiento de Judá en el 605 a.C. (2 Rey. 24:7; Dan. 1:2), la captura de Jerusalén en el 597 a.C. (2 Rey. 24:10-17) y la caída de Babilonia ante los persas en el 539 a.C. (Isa. 45:1; Dan. 5:30, 31). En relación con la caída de Babilonia, las crónicas mencionan a Belsasar (Dan. 5:1), corregente con su padre Nabonido, el último rey de Babilonia. 

8. Inscripción acerca de Poncio Pilato (siglo I d.C.). Fue hallada en 1961 en el teatro de Cesarea Marítima, la ciudad de la residencia de Pilato en Palestina. Entre las pocas líneas que todavía son legibles está la frase: “Poncio Pilato prefecto de Judea”. Esta inscripción es la primera evidencia arqueológica de la existencia de Pilato, ante quien Jesús fue juzgado y condenado a muerte (Mat. 27:11-26). 

9. Inscripciones sobre politarcas – Ciertos críticos del NT pretendían que Lucas se equivocó al llamar “politarcas” a los principales magistrados de Tesalónica (Hech. 17:6, NC y BC [nota]), título que no se halla en la literatura clásica en existencia. En la última mitad del siglo XIX se encontraron algunas inscripciones que usan este término en ciudades de Macedonia, incluyendo Tesalónica.

Aparte de estos hallazgos de primer orden, y unos pocos más, ha habido una gran cantidad de hallazgos menores (anillos, sellos, etc.), los cuales confirman la confiabilidad histórica de la Biblia. WilliamAlbright, quizás el más importante arqueólogo del siglo XX, cuya posición en la década de 1920 era de “radicalismo extremo”, llegó a apreciar el valor histórico de la Escritura y en 1956 escribió: “No puede haber dudas de que la arqueología ha confirmado la historicidad sustancial de la tradición del Antiguo Testamento”.7 Y lo mismo puede decirse del NT. Con respecto a Lucas, el historiador entre los autores del NT, F. F. Bruce escribió: “Nuestro respeto por la confiabilidad [histórica] de Lucas continúa en aumento a medida que nuestro conocimiento de este campo de estudios se profundiza”.8 

Evidencias de la profecía 

El propósito de la profecía no es satisfacer la curiosidad humana sobre el futuro, sino revelar aspectos importantes de la naturaleza de Dios: su presciencia, su control sobre todas las naciones y sus planes para el pueblo de Dios. Además, las profecías cumplidas son una importante evidencia de la inspiración y confiabilidad general de la Palabra de Dios. Las dos profecías cuya explicación sigue a continuación son representativas de las muchas profecías que se hallan en el AT y el NT.

Daniel 2 – El libro de Daniel fue escrito en el siglo VI a.C., pero sus profecías aportan evidencia en apoyo a que la historia está bajo el control divino. Daniel interpreta la imagen del capítulo 2 como cuatro imperios mundiales sucesivos, comenzando con Babilonia como el primero de estos imperios (2:38). El cuarto imperio habría de ser sucedido por muchos reinos o naciones de menor extensión, simbolizados por los diez dedos de los pies (2:41-43). Estas naciones habrían de continuar hasta que el reino de Dios, simbolizado por la piedra “cortada no con mano”, hiciese añicos esa imagen (2:34) y se estableciera en la Tierra (2:44). 

Esta profecía halló un cumplimiento extraordinario en la historia. A Babilonia la sucedieron otros tres imperios mundiales –Medo-Persia, Grecia y Roma–; Roma fue dividida en muchos reinos menores, naciones que todavía existen en Europa y alrededor del Mediterráneo. La única parte todavía no cumplida es la llegada del reino de Dios. 

Miqueas 5:2 – De acuerdo con esta profecía, el Mesías habría de nacer en Belén. Los Evangelios nos dicen que aunque los padres de Jesús vivían en Nazaret, José y María tuvieron que viajar a Belén por un censo en el Imperio Romano. Belén era la ciudad ancestral de José, donde nació Jesús (Luc. 2:4-7).

Conclusión

Si bien la Biblia se autentica a sí misma –o sea que los mismos libros de la Biblia testifican de la verdad inspirada por Dios–, la evidencia de los manuscritos y la evidencia arqueológica y profética confirman la confiabilidad de la Biblia. Los rollos del Mar Muerto y otros hallazgos de manuscritos han demostrado la confiabilidad del texto de la Biblia, y los muchos descubrimientos arqueológicos apoyan la confiabilidad histórica de la Escritura. Si bien la arqueología no puede probar que la Biblia es verdad, confirma el marco histórico de la Biblia. “Lo que nos ofrece la arqueología es el entorno cada vez más amplio en medio del cual podemos ver la Biblia y su mundo. El lienzo del cuadro es ahora más grande y el contexto más amplio”.9 En fin, el cumplimiento de las profecías bíblicas confirma el aserto de la Biblia de que “la profecía no ha tenido su origen en voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21).

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1 Los masoretas (500-1000 d.C.) fueron eruditos judíos que agregaron los puntos vocálicos.

2 Gleason A. Archer, A Survey of the Old Testament [Una visión panorámica del Antiguo Testamento] (Chicago, IL: Moody Press, 1974), p. 25. 

3 Charles Leach, Our Bible. How We Got It [Nuestra Biblia. Cómo la conseguimos] (Chicago, IL: Moody Press, s.f.), p. 145. 

4 F. F. Bruce, The Book and the Parchments [El Libro y los pergaminos], ed. rev. (Londres: Marshall and Pickering, 1991), p. 170.

5 Ibíd., p. 163.

6 Sir Frederic Kenyon, The Story of the Bible [La historia de la Biblia] (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans, 1967), p. 113. 

7 William F. Albright, Archaeology and the Religion of Israel [Arqueología y la religión de Israel] (Baltimore, MD: John Hopkins, 1956), p. 176.

8 F. F. Bruce, The New Testament Documents [Los documentos del Nuevo Testamento] (Londres: Inter-Varsity Fellowship, 1960), p. 91.

9 Edgar Jones, Discoveries and Documents [Descubrimientos y documentos] (Londres: Epworth Press, 1974), p. 4.