Michael G. Hasel
“16 Pero en las ciudades de estos pueblos que Jehová, tu Dios, te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, 17 sino que destruirás completamente al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová, tu Dios, te ha mandado”.
Deuteronomio 20:16, 17.
Han surgido varios cuestionamientos en relación con la destrucción de las naciones durante la conquista israelita. El primero es de naturaleza ética: ¿Por qué instruyó Dios a Israel para que destruyera a hombres, a mujeres y a niños, así como el ganado y todo lo que respira? El segundo tiene que ver con el carácter de Dios: ¿Cómo armoniza esta acción con un Dios que toma nota hasta cuando cae un gorrión a tierra y que envió a su Hijo a morir por toda la humanidad? ¿Muestra el AT un Dios de venganza en tanto el NT presenta un Dios de amor y gracia? Finalmente, ¿por qué usó Dios a Israel para ejecutar estas acciones contra los cananeos?
Amor y justicia divinos – Corresponde hacer varias observaciones generales al considerar estos pasajes. En primer lugar, el principio divino del amor no puede entenderse aparte de la justicia. El amor sin justicia no puede existir. Un Dios que no es justo no es mejor que los caprichosos dioses de manufactura humana de las naciones circundantes. Segundo, en su omnipotencia Dios entiende los motivos del corazón. Aunque Dios es misericordioso con la humanidad, llega el momento cuando la justicia debe prevalecer y el pecado ser erradicado. Tal acto de justicia divina ocurrió en tiempos del diluvio universal (Gén. 6-9) y volverá a ocurrir al fin de los tiempos cuando sean destruidos los malvados (Apoc. 21, 22). En ambos casos Dios, en su justicia y amor por sus fieles, arranca el mal de raíz para que la humanidad pueda vivir en paz unos con otros y con su Creador.
Tiempo de gracia – Las instrucciones que se hallan en Deuteronomio 20 son parte de las leyes sobre la guerra esbozadas en el capítulo. Constituyen las instrucciones de Dios a Israel al momento de entrar en la tierra prometida. Deben entenderse dentro del contexto de tal evento en la historia y dentro de la historia más amplia de los cananeos.
Por más de 200 años, desde tiempos cuando Abraham salió de Harán hasta cuando Jacob entró en Egipto, los patriarcas y sus familias fueron testigos de Dios entre los cananeos, pero estos rehusaron aceptar al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. De ese modo la destrucción de los cananeos es el resultado de su propia elección al rechazar a Dios y al descender a “todo tipo de maldad”, con el resultado inherente que viene de vivir alejado de Dios. Se le había predicho a Abraham que sus descendientes serían exiliados y oprimidos por 400 años antes que Dios los sacara de Egipto. La razón de esta larga demora se explica en Génesis 15:13-16: “Porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la maldad del amorreo”. Es decir, Dios esperó por siglos mientras las naciones cananeas colmaban sus propias copas de destrucción con su conducta. Por fin la justicia de Dios exigió que las decisiones por las cuales ellas eran responsables las llevaran a su propia destrucción. La destrucción de las naciones en Canaán no fue un acto precipitado de venganza, sino que fue el resultado final de un Dios misericordioso y paciente que les dio todas las oportunidades para que cambiaran su conducta (ver a Balaam en Núm. 22), pero quien finalmente no pudo tolerar más su maldad.1
Aunque Dios es longànime con la humanidad, llega un momento cuando la justicia debe prevalecer y el pecado ser erradicado.
Hasta qué niveles llegaba la degradación de estas naciones se hace claro a partir de los textos cananeos que describen prácticas religiosas que incluían sacrificios de niños y prostitución sagrada.2 Las decisiones que ellas tomaron afectaban las así llamadas “vidas inocentes”. Aún las mujeres y los niños estaban afectados por la profundidad del mal. No era la voluntad de Dios que continuaran esas atrocidades. No era porque los israelitas fuesen superiores, sino “por la impiedad de estas naciones” (Deut. 9:5) que los cananeos debían ser desposeídos. Por tal razón Deuteronomio 20 y pasajes similares indican claramente que Israel debía destruir específicamente todos los altares, estelas, imágenes de Asera y esculturas “para que no os enseñen a imitar todas esas abominaciones que ellos han hecho en honor de sus dioses, y pequéis contra Jehová, vuestro Dios” (20:18).
Papel de Israel – Si la retribución divina era parte del plan de Dios, eso todavía no explica por qué usó a los israelitas para destruir a las naciones delante de ellos. Un análisis contextual más amplio indica que nunca fue la intención de Dios que los israelitas fueran el agente primario de destrucción. En Éxodo 23 Dios presentó su plan de conquista: “Pero si en verdad oyes su voz y haces todo lo que yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te aflijan. Mi ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra del amorreo, del heteo, del ferezeo, del cananeo, del heveo y del jebuseo, a los cuales yo haré destruir” (23:22, 23).
Este pasaje indica claramente que si Israel hubiera obedecido y hecho todo lo que Dios dijo, Dios hubiera hecho el resto. Destruiría totalmente a sus enemigos. La responsabilidad de ellos era demoler los dioses amorreos y quebrar “totalmente sus estatuas” (Éxo. 23:24). Deuteronomio 1:30 reafirma que “Jehová, vuestro Dios, el cual va delante de vosotros, peleará por vosotros, conforme a todas las cosas que hizo por vosotros en Egipto ante vuestros ojos”. Esto es precisamente lo que Dios había hecho en el pasado. Cuando los israelitas se quejaron a Moisés junto al Mar Rojo, Moisés respondió: “No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy [...] Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éxo. 14:13, 14). De hecho, Deuteronomio 7:18-22, referido a la experiencia del Mar Rojo, les dio precisamente esa misma promesa: “Acuérdate bien de lo que hizo Jehová, tu Dios, con el faraón y con todo Egipto, de las grandes pruebas que vieron tus ojos, de las señales y milagros, de la mano poderosa y el brazo extendido con que Jehová, tu Dios, te sacó. Así hará Jehová, tu Dios, con todos los pueblos en cuya presencia tú temes. También enviará Jehová, tu Dios, avispas contra ellos, hasta que perezcan los que queden y los que se hayan escondido de tu presencia”. Dios expulsaría a esas naciones “poco a poco” (7:22). Tal era el plan ideal de Dios para Israel.
Dios dedicó estas naciones cananeas y sus dioses a la destrucción porque se habían opuesto a él violenta y persistentemente.
Guerra de Jehová – Pero ¿no instruyó Dios a Israel para que “destruyera totalmente” a esas naciones? El término traducido aquí “destruir totalmente” es el hebreo [ḥērem]. Significa “maldición”, “bajo decreto de exterminio” o “dedicado a la destrucción”.3 Dios había dedicado estas naciones cananeas y sus dioses a la destrucción porque se habían opuesto a él violenta y persistentemente. Aunque algunos eruditos interpretan esta destrucción como una “guerra santa”, es más precisamente una “guerra de Jehová” en el sentido de que Dios mismo habría de ser quien peleara contra las fuerzas del mal y obrara la retribución divina. Israel debía colocar a estas naciones y sus posesiones bajo decreto de exterminio, lo cual significa que debía entregarlas a Dios para juicio. Debía separarse completamente de ellas. No debía tomar botín. No debía hacer pacto con ellas. No debía casarse con los enemigos de Dios, para impedir ser influenciado por sus malvadas costumbres. En cambio, Israel debía colaborar con Dios, su guía supremo en la teocracia, para realizar la voluntad divina.
Decisión de Israel – Al final, aunque el plan ideal de Dios para Israel era el de estar quietos para ver la salvación de Jehová, Dios colaboró con Israel.4 Ellos decidieron ser por sí mismos los conquistadores y matar militarmente a quienes debían desposeer. Pero una vez que heredaron la tierra no la conquistaron completamente, por lo que el cananeo ocupó todavía muchas ciudades y territorios (Jos. 13:2-5; Juec. 1:19-35). Entonces Dios colaboró con las decisiones de Israel y los acompañó aún cuando tomaron esos asuntos en sus propias manos. Aún así, al final de sus días, Josué pudo decir [que Dios declaraba]: “Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó, pero los habitantes de Jericó pelearon contra vosotros: los amorreos, ferezeos, cananeos, heteos, gergeseos, heveos y jebuseos, y yo los entregué en vuestras manos. Envié delante de vosotros tábanos, los cuales expulsaron a los dos reyes amorreos antes de llegar vosotros; no fue con tu espada ni con tu arco. Os di la tierra por la cual no trabajasteis y las ciudades que no edificasteis, y en las cuales ahora habitáis; y coméis de las viñas y olivares que no plantasteis” (Jos. 24:11-13).
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1 Sobre la iniquidad de los cananeos, ver PP 525.
2 John Day, “Canaan, Religion of” [La religión de Canaán], The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico El Ancla], 6 ts., D. N. Freedman, ed. (Nueva York, NY: Doubleday, 1992), 1:834, 835.
3 Sobre jerem, ver Michael G. Hasel, Military Practice and Polemic: Israel’s Laws of Warfare in Near Eastern Perspective [Práctica militar y polémica: Las leyes armamenticias de Israel en la perspectiva del Cercano Oriente] (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2005), pp. 26-28.
4 Nota del Traductor: Nótese que M. Hasel llama a esto un plan “ideal”, y como tal no puede aplicarse rígidamente a todos los casos bíblicos. No fueron los israelitas quienes decidieron “matar militarmente” a Madián (Núm. 31), ni parece que fuera tampoco decisión de ellos el exterminar a filo de espada Jericó (Jos. 6:17-19) y otras ciudades cananeas.