Carlos A. Steger
“Los que vivan en la Tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador”.1 Esta idea, que Elena G. de White repitió más de una vez,2 para muchos ha sido un motivo de temor y ansiedad. Comprendiendo que la intercesión de Cristo es indispensable para obtener el perdón, a muchos les aterra pensar que cuando Cristo deje de ministrar en el santuario celestial, quedarán librados a su propia suerte, con el riesgo de caer en pecado en cualquier instante y perderse para siempre. Semejante posibilidad ha despertado serias discusiones en cuanto a la interpretación correcta de las declaraciones de Elena G. de White sobre este tema y sus consecuencias soteriológicas.3 Como de hecho habrá un grupo de fieles que saldrá victorioso a través del tiempo de angustia (Dan. 12: 1), algunos deducen que los seres humanos son capaces de vivir una vida perfecta y santa por sus propias fuerzas.4 Pero esta idea se acerca peligrosamente a la salvación por obras y el perfeccionismo. Por eso, otros tratan de neutralizar las declaraciones de Elena G. de White con explicaciones un tanto forzadas que no resultan plenamente satisfactorias.5
En este artículo se analizará la idea de que, al finalizar el tiempo de gracia, “los justos deben vivir sin intercesor, a la vista del santo Dios”6 con el propósito de esclarecer cuáles serán, realmente, las consecuencias de la finalización de la intercesión de Cristo en el santuario celestial, y cómo será posible que los creyentes puedan vivir sin mediador durante el tiempo de angustia.
Para comprender el significado del fin del tiempo de gracia es necesario repasar brevemente los acontecimientos que precederán ese momento trascendental. Al aproximarse el desenlace de la historia, el gran conflicto entre el bien y el mal se agudizará. El diablo desatará toda su ira contra los hijos fieles de Dios (Apoc. 12: 12, 17), e inducirá a los gobernantes y dirigentes religiosos a unirse en la imposición del falso día de reposo: el domingo. Quienes lo acepten estarán recibiendo de ese modo la marca de la bestia (Apoc. 13: 16-17). Pero Dios “no dejará que nadie que desee conocer la verdad sea engañado en cuanto al resultado final de la controversia”.7 “Nadie sufrirá la ira de Dios antes que la verdad haya sido presentada a su espíritu y a su conciencia, y que la haya rechazado”.8 Con ese propósito, el remanente proclamará a gran voz el triple mensaje angélico (Apoc. 14: 6-12), invitando a los moradores de la Tierra a temer a Dios y adorarlo como el Creador. Esta adoración al verdadero Dios se manifestará mediante la observancia del verdadero día de reposo, el sábado, que ensalza al Creador. Los mensajes de los tres ángeles incluyen también una seria advertencia de las terribles consecuencias que acarreará finalmente la desobediencia. Estará en juego la fidelidad sin reservas a Dios y a su Ley. Como señal visible, “el sábado será la gran piedra de toque de la lealtad”.9 Los que sean fieles a los mandamientos de Dios serán sellados en sus frentes con el sello de Dios (Apoc. 7: 3).
Pero ¿cómo podrá un grupo pequeño de fieles, comparativamente insignificante en número, dar a conocer el mensaje a todo el mundo? Dios no exige el cumplimiento de una misión sin otorgar, al mismo tiempo, la capacitación y los medios para cumplirla. Mediante el símbolo de un poderoso ángel que alumbra toda la Tierra con su gloria, Apocalipsis 18: 1-4 describe la obra que realizará la iglesia remanente bajo la poderosa influencia del Espíritu Santo, que será derramado en la lluvia tardía. Gracias a su poder, todo el mundo conocerá la verdad presente y tendrá la oportunidad de aceptarla o rechazarla. Al mismo tiempo, el Espíritu realizará el sellamiento de los que hayan entregado sus vidas plenamente a Cristo y obedezcan los mandamientos de Dios.
Cuando todos los que hayan sido fieles a los preceptos divinos reciban el sello del Dios vivo, Cristo “se levantará” (Dan. 12:1) y “dejará de interceder en el santuario celestial. Levantará sus manos y con gran voz dirá ‘Hecho es,’ y todas las huestes de los ángeles depositarán sus coronas mientras él anuncia en tono solemne ‘El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía’ (Apoc. 22: 11)”.10
A partir de ese momento, el destino eterno de todos los seres humanos quedará fijado para siempre. Todos habrán hecho su decisión a favor o en contra de Dios en forma definitiva. Aunque los habitantes de esta Tierra no lo sepan, no habrá más posibilidad de cambio.11 La terminación del tiempo de gracia será una decisión de Dios, pero no será arbitraria. Simplemente será el reconocimiento divino de que todos los seres humanos habrán tomado su decisión definitiva, siendo plenamente conscientes de que estará en juego la salvación o la perdición eterna.12
La consecuencia más obvia de la terminación del ministerio mediador de Cristo en el santuario celestial será que ya no habrá sangre expiatoria para purificar a los culpables.13 Será imposible obtener el perdón divino, cerrándose en forma definitiva la puerta para acceder a la salvación. Si bien este es el resultado más importante de la terminación del tiempo de gracia, hay otros, no menos trascendentes, que también afectarán la vida en este planeta.
Una segunda consecuencia de la cesación de la mediación de Cristo tiene que ver con la obra que realiza el Espíritu Santo convenciendo al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16: 8). Existe una estrecha relación entre la intercesión de Cristo en el santuario celestial y la intercesión del Espíritu Santo en los corazones de los seres humanos. El Espíritu apela a las conciencias de los seres humanos, invitándolos al arrepentimiento y llamándolos a aceptar el perdón que Cristo ofrece desde el santuario. Aunque la mayoría no acepte la invitación del Espíritu, la acción sensibilizadora de las conciencias que este realiza refrena, hasta cierto punto, a los pecadores de cometer cosas peores. “Mientras Jesús siga intercediendo por el hombre en el santuario celestial, los gobernantes y el pueblo seguirán sintiendo la influencia refrenadora del Espíritu Santo”.14 Pero, “cuando Cristo deje su posición de intercesor ante Dios, […] el Espíritu que reprime el mal se retirará de la Tierra,”15 dejando libres a los incrédulos para realizar toda clase de mal. Para entonces, el tiempo de gracia habrá concluido para los impíos. Al haberse opuesto obstinadamente al Espíritu de Dios, él se apartará de ellos de forma definitiva.16 Una vez que Cristo cese su ministerio mediador, ya no tendrá sentido que el Espíritu Santo continúe llamando a pecadores al arrepentimiento.
Una tercera consecuencia de la finalización del ministerio intercesor de Cristo es que quedará expedito el camino para que Dios comience a dar el castigo que merecen los transgresores de la santa Ley. Mientras el Salvador intercede en el santuario, su sangre expiatoria impide que los pecadores reciban el pleno castigo de la culpa.17 Cristo aboga por los culpables ante el Padre diciendo: “¡Dale al pecador un poco de tiempo todavía!”18 Mirando retrospectivamente, Elena G. de White escribió:
Era imposible que las plagas fueran derramadas mientras Jesús oficiaba en el santuario; pero cuando terminó su obra allí y cesó su intercesión, nada detuvo ya la ira de Dios que descendió furiosamente sobre las desamparadas cabezas de los culpables pecadores, que descuidaron la salvación y aborrecieron las reprensiones. En ese terrible momento, después que terminó la mediación de Jesús, los santos tuvieron que vivir sin intercesor en presencia del Dios santo.19
Es claro que, en este contexto, “vivir sin intercesor” significa vivir en un mundo que estará recibiendo las siete postreras plagas de la ira de Dios sin mezcla de misericordia.20
El hecho de que Cristo haya terminado su ministerio intercesor en el cielo no significa que se desentenderá de sus hijos fieles en la Tierra. Más que nunca estará con ellos para sostenerlos durante el tiempo de angustia.21 Así como estuvo con los tres jóvenes hebreos en el horno de fuego (Dan. 3: 24-25), Cristo acompañará a sus fieles hijos en el tiempo del fin; “su presencia constante los consolará y sostendrá”.22 El Señor enviará a sus ángeles para estar con los justos durante el tiempo de angustia, a fin de animarlos y protegerlos en tiempos de peligro.23
Aunque los enemigos los arrojen a la cárcel, las paredes de los calabozos no pueden interceptar la comunicación entre sus almas y Cristo. Aquel que conoce todas sus debilidades, que ve todas sus pruebas, está por encima de todos los poderes de la Tierra; y acudirán ángeles a sus celdas solitarias, trayéndoles luz y paz del cielo.24
Evidentemente, el fin de la obra de Cristo en el cielo no implica que haya cesado su obra en la Tierra. Aquel que ha prometido estar con sus seguidores «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28: 20) cumplirá su palabra y no abandonará a sus hijos fieles para que enfrenten solos el tiempo de angustia. Mientras los impíos sufrirán por haber elegido deliberadamente excluir a Cristo de sus vidas, los justos disfrutarán de una comunión íntima con su Salvador, que los sostendrá en la hora de la prueba más difícil.25
A pesar de estas promesas, existe entre los adventistas un malentendido bastante difundido sobre el alejamiento del Espíritu Santo de la Tierra. Quizás, debido a una lectura apresurada de ciertas declaraciones de Elena G. de White ya mencionadas, algunos creen que el Espíritu Santo se retirará de los justos cuando termine el tiempo de gracia. Privados del Intercesor celestial y sin la presencia del Espíritu Santo en la Tierra, parecería haber más que suficientes razones para temer la llegada de ese momento.
En realidad, el contexto inmediato de esas citas muestra claramente que el Espíritu Santo se retirará solamente de los que lo hayan rechazado de forma definitiva, pero no de los justos.26 Refiriéndose a los miembros de las iglesias apóstatas, Elena G. de White escribió que “las formas de la religión seguirán en vigor entre las muchedumbres de en medio de las cuales el Espíritu de Dios se habrá retirado finalmente”.27
A medida que el rechazo de la mayoría de los seres humanos aleje cada vez más al Espíritu Santo de sus vidas, los hijos fieles de Dios lo recibirán de manera más plena en sus corazones. Esto los capacitará con poder para proclamar el último mensaje al mundo y, al mismo tiempo, los preparará para vivir una vez que concluya el tiempo de gracia. “Al acercarse los miembros del cuerpo de Cristo al período de su último conflicto, al ‘tiempo de angustia de Jacob,’ crecerán en Cristo y participarán en gran medida de su Espíritu […]. La lluvia tardía será lo que los fortalecerá y reavivará para atravesar el tiempo de angustia”.28 Antes que termine el tiempo de gracia “descenderá la ‘lluvia tardía’ o refrigerio de la presencia del Señor para dar poder a la voz fuerte del tercer ángel, y preparar a los santos para que puedan subsistir durante el plazo cuando las siete postreras plagas serán derramadas”.29 De este modo, el pueblo de Dios habrá “recibido la ‘lluvia tardía,’ el ‘refrigerio de la presencia del Señor,’ y estará preparado para la hora de prueba que le espera”.30 El refrigerio de la lluvia tardía será “indispensable para sobrevivir a la vista de un Dios santo” cuando termine el tiempo de gracia.31
Antes de que Cristo se retire del santuario, el Espíritu Santo sellará a aquellos que decidan ser fieles a Dios sin importar el costo. Aunque el sello como marca de pertenencia a Dios es colocado inicialmente en cada creyente cuando acepta a Cristo como su Salvador personal (Efe. 1: 13), en el tiempo del fin se llevará a cabo una obra especial de sellamiento para proteger a los justos del castigo que caerá sobre los impíos (Eze. 9: 3-6; Apoc. 7: 3; 9: 4). Ese sellamiento escatológico preparará a los justos para vivir sin intercesor.32
La observancia del sábado, como señal visible de lealtad y obediencia a Dios, constituye un elemento fundamental del sello de Dios.33 Sin embargo, el sello abarca mucho más que eso. Será colocado en las frentes de los fieles, simbolizando el lugar de los pensamientos, los sentimientos y la voluntad. Por lo tanto, el sello de Dios en la frente no es “un sello o marca que se pueda ver, sino un afianzamiento en la verdad, tanto intelectual como espiritualmente, de modo que los sellados son inconmovibles”.34 El sello involucra lo que llamamos el carácter de una persona. Al llenar la vida de cada creyente, el Espíritu Santo no solo fomenta la observancia fiel del sábado, sino que transforma el carácter a la semejanza de Cristo. “Mediante el poder del Espíritu Santo se ha de perfeccionar en el carácter la imagen moral de Dios. Debemos ser totalmente transformados a la semejanza de Cristo”.35 El Salvador otorga el poder del Espíritu Santo “para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia”.36 “Dios coloca su señal de aprobación sobre todos los que, por medio del poder del Espíritu Santo, reflejan la imagen de Jesús”.37 En síntesis, el sello de Dios implica tener un carácter semejante al de Cristo.38
Cotidianamente se estampan sellos en diversos documentos. Para el creyente contemporáneo, es fácil caer en el error de pensar que el sello de Dios puede colocarse de manera instantánea, como si fuera algo externo e independiente tanto de quien lo recibe como de quien lo coloca. Sin embargo, el sello de Dios no es un objeto que una persona puede ponerse o quitarse según las circunstancias. Es el resultado de la presencia permanente del Espíritu Santo en la mente y el corazón de los creyentes, quienes han sido “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efe. 1: 13). Según la promesa de Cristo, el Espíritu estará con nosotros “para siempre” (Juan 14: 16).
Cuando el Espíritu mora en el creyente, produce el “fruto del Espíritu” (Juan 14: 16-17; Rom. 8: 11; cf. Gál. 5: 22-23). De la misma manera que el pámpano separado de la vid no puede dar ningún fruto (Juan 15:4), el creyente, sin el Espíritu Santo, no puede producir ni manifestar el “fruto del Espíritu”. Por lo tanto, el sello de Dios permanecerá en los justos mientras el Espíritu habite en ellos. Sin el Espíritu Santo, perderían automáticamente el sello de Dios. Por esta razón, Pablo afirma que Dios “nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2 Cor. 1: 22). En tiempos bíblicos, las “arras” eran la garantía permanente de que una transacción sería completada. En este caso, el Espíritu Santo permanecerá en los corazones de los justos hasta la Segunda Venida, como garantía de que la redención se completará (Efe. 1: 14; 4: 30).
La presencia del Espíritu Santo impregnando la mente y el corazón de los creyentes será lo que los capacitará para vivir sin intercesor, ya que sus caracteres estarán sellados de manera definitiva. Lejos de sentirse orgullosos por ello, serán plenamente conscientes de sus propias faltas. Aunque serán perseguidos por su obediencia a Dios, lo que más los angustiará durante el tiempo de angustia será el temor de “no haberse arrepentido de cada pecado y que debido a alguna falta por ellos cometida […] fuesen reconocidos indignos de perdón”.39 “Pero, aunque tengan un profundo sentido de su indignidad, no tendrán pecados ocultos que revelar. Sus pecados habrán sido borrados por la sangre expiatoria de Cristo, y no los podrán recordar”.40
Ni la Biblia ni Elena G. de White mencionan el temor de caer en pecado después de que no haya más Intercesor como la causa de la angustia de los sellados. Por el contrario, su mayor preocupación será que algún pecado pasado haya quedado sin confesar. Habrán aprendido a confiar plenamente en Cristo y su gracia, y a ser guiados por el Espíritu Santo en todo momento (Rom. 8: 14). Más que nunca deberán aferrarse por fe a Aquel que es poderoso para guardarlos sin caída (Judas 24).
Lo expuesto hasta ahora, ¿significa que cuando Cristo deje de interceder en el santuario celestial, los creyentes ya habrán alcanzado un estado de impecabilidad? ¿En ellos habrá culminado el proceso de santificación? ¿Habrán llegado a la perfección?
Es importante recordar que, para entonces, los creyentes habrán aprendido a confiar únicamente en el sacrificio expiatorio de Cristo para su salvación. Diariamente se habrán arrepentido y habrán confesado todos sus pecados ante el Señor, de modo que sus nombres estarán completamente limpios de pecado en los libros del cielo gracias a la sangre de Cristo. “Los que vivan en los últimos días […] deberán depender únicamente de los méritos de la expiación. Nada podemos hacer por nosotros mismos. En toda nuestra desamparada indignidad, debemos confiar en los méritos del Salvador crucificado y resucitado”.41
Asimismo, habrán aprendido a permanecer constantemente unidos a Cristo mediante la fe (Juan 15: 4); el Espíritu Santo habrá modelado sus caracteres a la semejanza del carácter de Cristo. Por la gracia de Cristo y el poder del Espíritu Santo, ya no cometerán pecados voluntarios, deliberados o premeditados (1 Juan 3: 6, 9).42 Tampoco albergarán conscientemente ningún pecado acariciado ni cultivarán hábitos contrarios a la voluntad revelada de Dios.43
No se considerarán perfectos ni santos, ni se jactarán de sus logros espirituales. Por el contrario, cuanto más cerca estén de Cristo, más conscientes serán de sus imperfecciones e indignidad.44
Comprenderán que la santificación es un proceso de crecimiento diario, en el cual reflejarán cada vez más plenamente el carácter de Cristo. “La santificación no es obra de un momento, una hora, o un día, sino de toda la vida”.45 “Mientras reine Satanás, tendremos que dominarnos a nosotros mismos y vencer los pecados que nos rodean; mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso, un lugar al cual podamos llegar y decir: Alcancé plenamente el blanco”.46 “No podremos decir: ‘Yo soy impecable’, hasta que este cuerpo vil sea transformado a la semejanza de su cuerpo glorioso” en la Segunda Venida.47
La Biblia y Elena G. de White presentan un concepto dinámico y progresivo de la perfección.48 “En cada grado de desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta; pero, si se cumple el propósito de Dios para con nosotros, habrá un avance continuo”.49 Incluso durante el tiempo de angustia, los hijos de Dios pasarán por el horno de la aflicción porque “debe consumirse su mundanalidad, para que la imagen de Cristo se refleje perfectamente” en ellos.50
Los justos podrán ser considerados perfectos en el sentido de que ya no albergarán pecados cultivados ni cometerán pecados en forma deliberada. Al mismo tiempo, seguirán siendo imperfectos en el sentido de que aún poseerán una naturaleza pecaminosa con sus limitaciones, deficiencias inevitables y errores involuntarios o inconscientes. Sin embargo, no se entregarán intencionalmente al pecado ni cometerán actos premeditados de transgresión.51 En este contexto, es imperativo recordar que, aunque todo pecado es una imperfección, no toda imperfección es pecado.52
Si bien estas reflexiones son legítimas desde el punto de vista teológico, “no debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos salvos o no. […] Encomendad vuestra alma al cuidado de Dios y confiad en él”.53 Es imperativo dejar de centrar la atención en la liberación personal a fin de enfocarla en el Libertador, que es el único que nos puede dar la salvación.54
Mientras Cristo todavía intercede por sus hijos en el santuario celestial, ellos deberán prepararse para el fin del tiempo de gracia. “Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos deberán ser vencedores en la lucha con el mal”.55
“Ahora, mientras el precioso Salvador está haciendo una obra de expiación por nosotros, debemos procurar ser perfectos en Cristo”.56 ¿Cómo lograrlo? Mediante la presencia y el poder del Espíritu Santo. “El Espíritu busca habitar en cada creyente, y si es bienvenido como huésped de honor, los que lo reciben llegarán a ser perfectos en Cristo”.57
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1 Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1954), p. 478.
2 White, El conflicto, p. 672; Elena G. de White, Primeros escritos (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1962), p. 280; Elena G. de White, La historia de la redención (Buenos Aires: ACES, 1980), p. 423; Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1955), p. 199.
3 Ángel Manuel Rodríguez, Living Without an Intercessor in the Writings of Ellen G. White (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2020), analiza las principales declaraciones de Elena de White sobre el tema en el orden cronológico de sus escritos buscando el significado teológico de cada declaración en su contexto. Él explica que E. de White se refirió al tema con varios propósitos y describe cuál debe ser la preparación necesaria para vivir durante el tiempo de angustia. Véase también el capítulo titulado “Perfection and Closing Events”, en Woodrow Wilson Whidden, Ellen White on salvation: a chronological study (Hagerstown: Review and Herald, 1995), pp. 131-142; y Marvin Moore, “How to Anticipate the Close of Probation without Going Crazy” (manuscrito no publicado, sin fecha).
4 Herbert E. Douglass, et al., Perfection: The Impossible Possibility (Nashville, TN: Southern Publishing Association, 1975), pp. 9-56.
5 Morris L. Venden, Nunca sin un intercesor (Buenos Aires: ACES, 1998), pp. 59-71.
6 White, El conflicto, p. 672.
7 Ibíd., p. 663.
8 Ibíd., 662, p. 663.
9 Ibíd., p. 663.
10 Ibíd., p. 671.
11 Ibíd., p. 673, 676.
12 Marvin Moore, El desafío del tiempo final (Buenos Aires: ACES, 1993), p. 58.
13 White, La historia de la redención, p. 424; White, Primeros escritos, p. 281; White, Patriarcas y profetas, p. 199.
14 White, El conflicto, p. 668.
15 White, Patriarcas y profetas, p. 199. “Cuando Jesús salió del lugar santísimo, oí el tintineo de las campanillas de su túnica, y al salir, una nube tenebrosa envolvió a los habitantes de la Tierra. Ya no había mediador entre el hombre culpable y un Dios ofendido. Mientras Jesús se interpuso entre Dios y el pecador, la gente tenía un freno; pero cuando dejó de interponerse entre el hombre y el Padre, el freno desapareció y Satanás ejerció un dominio completo sobre los que finalmente quedaron impenitentes”. White, La historia de la redención, p. 423.
16 White, El conflicto, p. 672.
17 Ibíd., pp. 687, 690.
18 White, La historia de la redención, p. 424; White, Primeros escritos, p. 281; White, Patriarcas y profetas, p. 199.
19 White, La historia de la redención, p. 423. Véase además White, El conflicto, p. 685.
20 Los ciento cuarenta y cuatro mil son los que “han pasado por el tiempo de angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación; han sentido la angustia del tiempo de la aflicción de Jacob; han estado sin intercesor durante el derramamiento final de los juicios de Dios.” White, El conflicto, p. 707.
21 Jiří Moskala, “Misinterpreted End-Time Issues: Five Myths in Adventism”, en God’s Character and the Last Generation, ed. Jiří Moskala y John C. Peckham (Nampa, ID: Pacific Press, 2018), pp. 247-249.
22 White, Profetas y reyes (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1957), p. 376.
23 White, El conflicto, pp. 679, 687, 688; Elena G. de White, ¡Maranata: el Señor viene! (Buenos Aires: ACES, 1976), 268; Elena G. de White, Joyas de los testimonios (Buenos Aires: ACES, 1970), t. 3, p. 286; White, Patriarcas y profetas, p. 261.
24 White, El conflicto, p. 685. Véase además White, Joyas de los testimonios, t. 2, p. 178.
25 Norman Gulley, Christ is Coming! (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1998), p. 519.
26 Moskala, pp. 246, 247.
27 White, El conflicto, p. 673.
28 White, Joyas de los testimonios, t. 1, p. 131.
29 White, Primeros escritos, p. 86.
30 White, El conflicto, p. 671.
31 White, Primeros escritos, p. 71.
32 Moskala, pp. 237-241, presenta claramente lo que enseña la Biblia sobre los dos momentos del sellamiento.
33 White, Joyas de los testimonios, t. 3, p. 232. “Comentarios de Elena G. de White–Apocalipsis”, en Comentario bíblico adventista del séptimo día, ed. F. D. Nichol, trad. V. E. Ampuero Matta (Boise, ID: Publicaciones Interamericanas, 1978-1990), t. 7, p. 981. En adelante CBASD.
34 “Comentarios de Elena G. de White–Ezequiel,” CBASD, t. 4, p. 1183.
35 Elena G. de White, Testimonios para los ministros, p. 506. “El trascendental poder del Espíritu Santo realiza una completa transformación en el carácter del ser humano, haciendo de él una nueva criatura en Cristo Jesús”. “Comentarios de Elena G. de White–Efesios,” CBASD, t. 6, p. 1117.
36 Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1955), p. 625. “La vida del cristiano no es una modificación o mejora de la antigua, sino una transformación de la naturaleza. Se produce la muerte al yo y al pecado, y una vida enteramente nueva. Este cambio puede ser efectuado únicamente por la obra eficaz del Espíritu Santo”. Ibíd., p. 143.
37 “Señal” [Eze. 9:4], CBASD, t. 4, p. 635.
38 “Comentarios de Elena G. de White–Apocalipsis,” CBASD, t. 7, p. 981.
39 White, El conflicto, p. 677.
40 White, Patriarcas y profetas, p. 200.
41 Ibíd., p. 201.
42 “En Cristo, Dios ha provisto medios para subyugar todo rasgo pecaminoso y resistir toda tentación, por fuerte que sea”. White, El Deseado, p. 396. En contraste, “es en vano que pensemos que estamos preparados para el toque final de la inmortalidad, mientras vivimos en transgresión deliberada de cualquiera de los preceptos de Dios”. Elena G. de White, “The Test of Doctrine”, Review and Herald, August 27, 1889, párr. 4.
43 “Si estamos apegados a algún pecado conocido, el Señor no nos oirá”. Elena G. de White, El camino a Cristo (Buenos Aires: ACES, 1971), p. 95. “Si se conserva un pecado en el alma, o se retiene una mala práctica en la vida, todo el ser queda contaminado”. White, El Deseado, p. 279. “La complacencia de un solo pecado conocido nos debilitará y nos envolverá en tinieblas”. White, ¡Maranata: el Señor viene!, p. 93. “La justicia de Cristo no cubrirá ningún pecado acariciado”. Elena G. de White, Palabras de vida del gran maestro (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1971), p. 257.
44 “Cuanto más cerca estéis de Jesús, más imperfectos os reconoceréis, porque veréis más claramente vuestros defectos a la luz del contraste de su perfecta naturaleza”. White, El camino a Cristo, p. 64. “Cuanto más de cerca vean el carácter sin mancha de Cristo, mayor será su deseo de ser transformados a su imagen, y menos pureza y santidad verán en sí mismos”. White, Joyas de los testimonios, t. 2, p. 174. Ver también Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1957), p. 448.
45 White, Los hechos de los apóstoles, p. 447.
46 Ibíd., p. 448. Los labios santificados nunca pronunciarán las palabras presuntuosas: “No tengo pecado, soy santo”. Ibíd., p. 449.
47 Elena G. de White, Mensajes selectos (Boise, ID: Publicaciones Interamericanas, 1966), t. 3, p. 406. Véase también Elena G. de White, A fin de conocerle (Buenos Aires: ACES, 1964), p. 363.
48 Woodrow W. Whidden, “Perfection”, en The Ellen G. White Encyclopedia, ed. Denis Fortin y Jerry Moon, 2ª ed. (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2013), p. 1023.
49 White, Palabras de vida del gran maestro, p. 45. “Así como Dios es perfecto en su elevada esfera de acción, el hombre puede ser perfecto en su esfera humana. El ideal del carácter cristiano es la semejanza con Cristo. Ante nosotros se abre una senda de progreso continuo”. Elena G. de White, Dios nos cuida (Buenos Aires: ACES, 1991), p. 173.
50 White, El conflicto, p. 679. Véase además White, Joyas de los testimonios, t. 2, p. 177.
51 Whidden, Ellen White on salvation, p. 136.
52 Erwin R. Gane, “He Is Able,” Adventists Affirm 11, nº 3 (1997), p. 11.
53 White, El camino a Cristo, p. 71.
54 Norman Gulley, Final Events on Planet Earth (Nashville, TN: Southern Publishing Association, 1977), p. 122.
55 White, El conflicto, p. 478. “Estamos en el día de expiación antitípico. Cada alma individual ahora debería humillarse ante Dios, buscar el perdón de sus transgresiones y pecados, y aceptar la gracia justificadora de Cristo, la santificación del alma por las operaciones del Espíritu Santo, la implantación de una nueva naturaleza y vestirse la justicia de Cristo; así la naturaleza carnal es transformada, renovada en santidad a la imagen de la justicia y verdadera santidad de Cristo”. Elena G. de White a. O. Olsen, 23 de noviembre de 1892, Carta 22, 1892, párr. 11.
56 White, ¡Maranata, el Señor viene!, p. 273.
57 Elena G. de White, Recibiréis poder (Buenos Aires: ACES, 1995), p. 35.