Miguel Patiño Hernández
¿Por qué Dios permite el sufrimiento? Esta es una de las preguntas que, en algún momento de la vida, la mayoría de los cristianos se ha hecho. El tema del sufrimiento está directamente relacionado con la presencia del pecado en el universo y la forma en que Dios ha lidiado con el mismo. ¿Cómo es posible que un Dios justo permita males tan atroces en nuestro entorno? A este dilema en teología se le conoce como teodicea.1
La Escritura afirma que Dios es bondadoso (Sal 145:17; Mat 5:45), todopoderoso (Apoc 1:8; Sal 91:1), omnisciente (Heb 4:13; Rom 11:33-34) y soberano (Sal 135:6; Dan 4:35). Siendo que Dios no desea el mal de nadie y ha otorgado a las criaturas de libre albedrío ¿por qué ha permitido el mal y no lo erradica de una vez por todas con su poder? Si acabara con el mal del universo ¿seguiría siendo justo? Por un lado, algunos han afirmado que Dios ha predeterminado todos los eventos en el universo;2 otros, en cambio, afirman que Dios debió haber creado a los seres con menor posibilidad de pecar, generando un ambiente con menor posibilidad de tentaciones o de hacer el mal.3
Con el objetivo de plantear una salida ante tal disyuntiva y tomando en consideración que este tema conlleva un entendimiento de la manera en que Dios conduce o gobierna el universo (soberanía divina), este ensayo considerará primeramente algunos pasajes que muestran a Dios actuando en forma directa en la historia, seguido de algunos ejemplos de la conducción divina indirecta. Finalmente, se abordarán aquellos elementos relacionados con el libre albedrío en el marco del conflicto cósmico.4
La actividad divina directa puede ser dividida en negativa y positiva. La actividad directa positiva se observa en los actos divinos donde Dios actúa explícitamente y hace que las cosas sucedan. El registro sagrado afirma que Dios conduce la historia de la humanidad puesto que él es el que “quita reyes y pone reyes” (Dan 2:21),5 enfatizando que nada acontece sin su voluntad. Esto se manifiesta en aquellos ejemplos donde Dios causa los eventos, independientemente de las acciones de las criaturas (libre albedrío). Las profecías de tipo apocalíptica presentan una serie de reinos y/o eventos sucesivos que evidencian el control de Dios sobre los reinos de este mundo.6
Adicionalmente, los actos creativos de la Deidad son presentados como llevados a cabo antes de que una criatura existiese en el universo; de Cristo se dice que “él es antes que todas las cosas” (Col 1:17) y que “en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Col 1:16).7 Estos actos y eventos históricos son ejecutados por Dios independientemente del deseo o acción humana o de algún ser celestial.8
Por otro lado, la actividad divina directa negativa es aquella donde Dios impide que las criaturas realicen algo que atentaría contra el orden del universo o el macro plan de Dios. Es denominada negativa, en el sentido de que hace alusión a aquello que Dios niega o no permite que suceda en ninguna circunstancia. Ejemplos de este tipo de impedimentos en las Escrituras, pueden observarse en dos formas. La primera es donde un ser humano atentaría contra una promesa específica o profecía revelada previamente, tal es el caso del intento de Herodes de quitarle la vida al Mesías tras la visita de los sabios de oriente (Mat 2:1-20), o el caso del aviso dado a Faraón para informarle que Sara era mujer de Abraham y no su hermana (Gen 12:11-20; cf. Gen 20:1-18). La segunda, puede observarse en aquellas ocasiones donde seres celestiales proponen una acción en contra de un ser humano (como en el caso de Job)9 o de una nación, tal como se presenta en Daniel 10.10
La actividad divina indirecta puede ser clasificada de dos maneras al tomar en consideración lo que el canon bíblico registra: ideal/permisiva y prohibitiva/limitativa. Es en esta área donde el libre albedrío de las criaturas puede ser ejercido y la deidad otorga espacio para las decisiones de los seres creados.
La actividad divina indirecta ideal/permisiva es aquella especificada por Dios como el camino ideal por el cual desea que sus criaturas transiten. Este anhelo divino se encuentra expresado en diferentes lugares de la Escritura; un ejemplo de esta expresión son los diez mandamientos entregados en el Sinaí, conocidos como el trasunto (reflejo o representación) del carácter divino.11 Adán y Eva también recibieron esa libertad de elegir la obediencia a Dios o el rechazo del gobierno divino y la consecuente separación de Dios,12 sabiendo que el día que desobedeciesen morirían (Gen 2:17; cf. 3:2-3).
El plan ideal de Dios para cada ser humano, dentro del contexto de un mundo de pecado, se encuentra particularmente expresado en el marco del amor manifestado en el sacrificio de Cristo y la aceptación o rechazo de parte de los seres humanos: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).13 Este plan ideal de Dios para sus criaturas, puede ser rechazado por el ser humano, dejando en claro las consecuencias de tal rechazo. El aceptar o creer en Dios (Juan 3:16), es una muestra del elemento decisión a nivel cognitivo. Es denominada ideal/permisiva, puesto que el hombre tiene “permiso” de elegir la vida o la muerte (Deut 30:15-19).
La actividad divina prohibitiva/limitativa hace referencia a aquellos aspectos en que la creatura ejerce el libre albedrío para transitar en rebelión abierta al plan ideal de Dios.14 Siendo que Dios no fuerza a nadie, otorga la plena libertad de vivir de manera distinta a los planes del Altísimo, haciéndole claras las consecuencias a corto, mediano y largo plazo de sus acciones (Sal 37:38; Prov 4:11, 10:29; Ose 7:13; Rom 9:22; 2 Tes 1:9).
Esta resumida consideración del gobierno divino permite retomar la pregunta ¿cómo es posible que un Dios de amor, que está al control de lo que sucede en el universo, permita males tan implacables? Para ello se hace necesario abordar algunos aspectos relacionados con el libre albedrío en el marco del conflicto cósmico.
Las Escrituras presentan al Creador como un Dios de amor (1 Juan 4:8), en consecuencia, el amor requiere reciprocidad para ser adecuadamente expresado. Un ser que ama podrá amar a un objeto inanimado, pero Dios decidió crear seres con capacidad de amar, o no, a su Creador. A esto se le denomina libre albedrío. El amor requiere la posibilidad de rechazar o aceptar a Dios (cuestionar su carácter y gobierno).15
La expresión de amor de las criaturas hacia el Creador fue uno de los aspectos enfatizados durante el ministerio de Jesús. Al ser cuestionado por un intérprete de la ley sobre la identificación del “gran mandamiento”, el Señor respondió: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, agregando además que ese amor debía ser extendido también hacia los semejantes ya que de esto “dependen toda la Ley y los Profetas” (Mat 22:35-40; cf. Deu 6:5). Estas expresiones de amor son posibles únicamente en el contexto del libre albedrío.
Sin embargo, esta capacidad de elegir entre seguir a Dios o no, se remonta más allá del acontecer en esta tierra. El rechazo del gobierno divino comenzó en el cielo en lo que se describe como la caída del gran querubín protector (Eze 28:12-19; Isa 14:12-14).16 Las consecuencias del rechazo a Dios, producen una separación de la bondad y el amor divinos, acarreando males, desgracias y como fin último la muerte. Los esfuerzos divinos para evitar el sufrimiento a causa del pecado y la separación se hacen evidentes en diferentes instancias de las Escrituras, en los Salmos el Señor expresa: “Pero mi pueblo no oyó mi voz; Israel no me quiso a mí. Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos” (Sal 81:11-12).17
La parábola del trigo y la cizaña ejemplifica la presencia del mal en este mundo. Jesús señaló que “el reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo” (Mat 13:24). Sin embargo, esta buena semilla no es lo único que aparece en el campo del padre de familia (v. 26). Los “siervos del padre” le preguntaron: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo, pues, tiene cizaña?” (v. 27). El contexto de la parábola permite identificar al Creador como el padre de familia quien colocó la “buena semilla” en la creación. El crecimiento de la cizaña no es obra divina, el padre de familia aclara: “un enemigo ha hecho esto” (v. 28). Este enemigo, es continuamente identificado como Satanás en el registro bíblico. La presencia de la cizaña, no obstante, deberá permanecer y ser erradicada hasta el tiempo de la siega (v. 29-30).
Adecuadamente, ha sido sugerido que arrancar la cizaña del campo antes de tiempo y no hasta la siega, produciría daños mayores.18 Esto podría generar una violación del libre albedrío otorgado a los seres creados, un mal mayor o un amor menos floreciente, o ir en contra de las reglas del conflicto entre el bien y el mal.19 Cuando Adán y Eva rechazaron seguir las instrucciones divinas y optaron por obedecer a Satanás, se convirtieron en esclavos del enemigo (Rom 6:16). De esta manera, “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás” (Apoc 12:9) tomó control como “príncipe de este mundo” (Juan 12:31), dentro de parámetros establecidos en el marco del conflicto cósmico (Job 1 y 2).
La siembra de la “cizaña” de parte del enemigo, se regó por toda la tierra “por cuanto todos pecaron” (Rom 3:23). San Juan lo expresa así: “El mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). La presencia de la cizaña en el mundo no implica que Dios encuentra deleite en la misma, el pecado en el universo conlleva la destrucción (Rom 6:23) y el Señor enfáticamente afirma que no se complace en “la muerte del impío” (Eze 33:11) y que los planes para sus hijos son de bien “y no de mal” (Jer 29:11). Los males atroces en el mundo,20 son consecuencia de la presencia de la “cizaña” introducida al mundo por el enemigo y no por Dios.
En esta función como gobernador de las tinieblas, el enemigo solicita “zarandear” a los hijos de Dios también en el ámbito individual y personal; un ejemplo bíblico de ello es cuando Jesús le señaló a Pedro: “Simón, Simón, Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Luc 22:31). La siguiente frase de Jesús deja implícito que el permiso le había sido otorgado a Satanás para llevar a cabo esa prueba, pero que el Señor mismo había intercedido por el discípulo y rogado “para que” su “fe no falte” (Luc 22:32),21 cabe destacar que la promesa bíblica ante las tentaciones es que no existirá una prueba que no pueda ser resistida y que junto con esa prueba existirá también “la salida” (1 Cor 10:13).
Por un lado, la Escritura presenta a Satanás como un “león rugiente” (1 Ped 5:8), que continuamente (más no siempre) azora a los hijos de Dios, pero también afirma que su tiempo es corto y está por terminar. En el encuentro de Jesús con los demonios, estos últimos le reclamaron: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mat 8:29). Apocalipsis afirma que “el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apoc 12:12). La parábola del trigo y la cizaña enseña que el panorama universal no debiera ser como actualmente es. La garantía de la eliminación de la presencia del mal es la muerte de Cristo en la cruz del calvario (Apoc 5:9-13; cf. Juan 12:31, Col 2:13-15).
Si bien cuando una persona sufre no se debe en todos los casos a su propia desobediencia (ver Job 1 y 2), el sufrimiento en el universo existe a causa del pecado y el pecado existe como consecuencia del mal uso del libre albedrío y el rechazo del gobierno divino. Mientras exista el pecado en el universo, el sufrimiento continuará. Pero las Escrituras afirman una gran verdad y hermosa promesa, el mal será exterminado por completo, “y el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Cor 15:26). De tal manera que “enjugará Dios toda lagrima… y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor” (Apoc 21:4). Mientras ese momento llega, la Escritura invita a aferrarse a la promesa de que “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom 8:18).
Aun cuando el pecado de Satanás, originador del mal, es un misterio,22 las Sagradas Escrituras afirman que Dios está al control de las cosas que suceden en el universo mediante las actividades divinas directas. Al mismo tiempo, y en consecuencia con su carácter de amor, otorga libre albedrío para vivir en armonía con su voluntad. De acuerdo con el registro sagrado, el proceder divino no es arbitrario, sino busca persuadir (procedimiento lógico) al universo fundamentando sus acciones en el amor y mostrando su justicia (Sal 85:10). Aun en medio del campo de la libertad, Dios mantiene el orden del universo a través de las actividades divinas indirectas expresadas de manera ideal/permisiva y prohibitiva/limitativa. Es necesario reconocer, que no está al alcance humano la erradicación total del sufrimiento en este mundo. El mal es una realidad: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad,” dijo Jesús, “yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
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1 Palabra compuesta proveniente del griego théos (Dios) y dikÄ“ (justicia).
2 El calvinismo así lo propone. En el modelo calvinista, Dios determina cada acción hecha por las criaturas de acuerdo con el decreto eterno. Véase Louis Berkhof, Systematic Theology, 4ª ed. rev. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1996), 88, 108-109, 113, 173.
3 Stephen T. Davies, “Free Will and Evil” en Encountering Evil: Live Options in Theodicy (Edinburg, Scotland: T & T Clark, 2001), 82, 85; David R. Griffin, “Creation out of Nothing, Creation of Chaos, and the Problem of Evil” en Encountering Evil: Live Options in Theodicy (Edinburg, Scotland: T & T Clark, 2001), 118. Para un estudio reciente sobre las propuestas respecto a la teodicea divina, véase John C. Peckham, Theodicy of Love: Cosmic Conflict and the Problem of Evil (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2018), 1-53.
4 Se han propuesto diferentes esquemas de la providencia divina han sido propuestos. La terminología aquí utilizada y adaptaciones de dichos conceptos pueden verse en Fernando Canale, “Doctrine of God,” en Handbook of Seventh-day Adventist Theology, ed. Raoul Dederen (Hagerstown, MD: Review & Herald, 2000), 118-120; Armando Juárez, El drama de la redención: Estudio del tema de la salvación para grupos pequeños (Nampa, ID: Pacific Press, 2001), 10-13.
5 Todas las citas de este ensayo son de la versión Reina Valera 1995, a menos que se indique lo contrario.
6 Véase por ejemplo Daniel 2, 7, 10-12.
7 No existe registro alguno en la Biblia, de que alguna creatura estuviese presente al momento de la creación del universo (Neh 9:6; cf. Isa 66:2, Apo 4:11). La Escritura no da margen a un dualismo en donde el bien y el mal coexisten eternamente. Dios es presentado como el Creador de todo lo que hay en esta tierra y en el universo (Rom 1:20; Sal 104:2-4, Isa 44:24).
8 Daniel 10 presenta el caso del príncipe de Persia que se opone durante 21 días para evitar que Grecia tomara su lugar en la historia (ver Daniel 10:13, 20). Sobre la identidad del denominado “príncipe de Persia”, véase Carlos Mora, Dios protege a su pueblo: Comentario exegético de Daniel 10 al 12 (México: Adventus, Editorial Universitaria Iberoamericana, 2012), 49-53.
9 Para una discusión ampliada sobre las acusaciones de Satanás en el libro de Job y sus implicaciones en el contexto del gobierno divino véase Miguel Patiño, “The Divine Judgment and the Role of Angels Based on the Ontology of God: An Evaluation of Two Conflicting Models” (PhD diss., Adventist International Institute of Advanced Studies, 2019), 201-207.
10 Daniel 10:13, 20. Peckham, Theodicy of Love, 68-69.
11 Raoul Dederen, “Christ: His Person and Work,” en Handbook of Seventh-day Adventist Theology, ed. Raoul Dederen (Hagerstown, MD: Review & Herald, 2000), 174; cf. Elena de White, Hechos de los Apóstoles, 417.
12 Jiri Moskala, “Origin of Sin and Salvation According to Genesis 3,” en Salvation: Contours of Adventist Theology, ed. Martin F. Hanna, Darius W. Jankiewicz, and John W. Reeve (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2018), 120-126.
13 Énfasis añadido.
14 La limitación o prohibición divina pareciera contradecir el libre albedrío otorgado a las criaturas. Las secciones “El libre albedrío y el conflicto cósmico” y “Un enemigo ha hecho esto” abordan esta tensión.
15 Cabe aclarar que no era necesario que el mal se consumase (rechazo del amor y carácter divino) para que el amor fuese expresado a plenitud. Peckham, Theodicy of Love, 51.
16 Norman R. Gulley, Systematic Theology: Prolegomena, vol. 1 (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2003), 387-453.
17 Dios desea que nadie se pierda, “sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped 3:9; cf. 1 Tim 2:4).
18 John C. Peckham desarrolla el concepto de las “reglas del conflicto” entre el bien y el mal, así como las ramificaciones en el contexto de la presencia del mal en el universo. Peckham, Theodicy of Love, 103-118.
19 Ibid., 118.
20 Trivializar las desgracias en el mundo a nivel global (desastres naturales o aquellos causados por el hombre) o a nivel individual, podría parecer un intento por justificar lo que Dios aborrece. No se puede minimizar aun el más pequeño de los males, cualquiera de ellos es diabólico por naturaleza. El propósito no es la justificación o explicación, sino la forma en que Dios continúa al control de los eventos en el universo con fundamento en su carácter de amor, a pesar de la presencia de la cizaña.
21 El especialista en griego Han Gregg señala que la palabra exaiteo transmite la idea de demandar como alguien que tiene derecho a determinada acción. Brian Han Gregg, What the Bible Say About Suffering? (Downers Grove, IL: InterVarsity Academic, 2016), 64.
22 La Escritura llama a la iniquidad un misterio (2 Tes 2:7). Elena de White señala que “es imposible explicar el origen del pecado y dar razón de su existencia. Sin embargo, se puede comprender suficientemente lo que atañe al origen y la disposición final del pecado, para hacer enteramente manifiesta la justicia y benevolencia de Dios en su modo de proceder contra todo mal.” Elena de White, Conflicto de los siglos, 484.