Tom Shepherd
“Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. 1 Juan 3:9.
Primera de Juan 3:1 suena bastante atemorizante para mucha gente porque parece dar la impresión de que cuando una persona se convierte al cristianismo, él o ella no pecarán más. Cuando comparan ese versículo con su propia experiencia de cometer errores muchas veces y de tropezar con el mismo pecado vez tras vez, concluyen: o ellos no son cristianos, o Juan de algún modo debe de estar equivocado en lo que dice. O toda esperanza está perdida –nosotros sencillamente no sabemos cómo vivir la vida cristiana–, o la Palabra de Dios no es confiable, al menos en este pasaje. Sin embargo, ninguna de estas conclusiones es necesaria.
Enseñanza de Juan acerca del pecado – Dos conceptos nos ayudan a entender mejor 1 Juan 3:9. El primero es una perspectiva más amplia de la enseñanza acerca del pecado y el pecar según es presentada por el apóstol. En el NT, las palabras más comunes para pecado son el sustantivo griego αμαρτία [hamartía] y el verbo αμαρτάνω [hamartánō]. Estos términos significan “fracaso en alcanzar una norma, errar al blanco, equivocarse o transgredir”.1 El verbo hamartánō significa “pecar, obrar mal”. Cerca del 25% de todas las veces que se usa en el NT ocurre en 1 Juan. Claramente, el tema del pecado es muy importante en esta epístola.
¿Qué enseña el apóstol acerca del pecado? De acuerdo con 1 Juan 3:4, es lo mismo que infracción (en algunas versiones: “transgresión de la ley”). Se expresa como rebelión contra Dios y sus mandamientos, a tal punto que la persona que pretende que no ha pecado, en realidad hace a Dios mentiroso (1:10). El pecado se conecta con el diablo y se levanta en oposición a Dios. Dios y Cristo no tienen conexión con el diablo (3:5, 8, 9), y en cierto sentido lo mismo puede decirse del cristiano. El cristiano ha experimentado el pecado, pero también ha experimentado la solución al pecado. Esa solución, declara el apóstol vez tras vez, es el sacrificio expiatorio de Cristo en lugar de nosotros (1:9; 2:1, 2; 3:5; 4:10; 5:16). Este sacrificio quita al pecador del dominio del pecado y lo lleva al estado de perdón y comunión con Dios (1:7, 9; 2:2; 4:10). Este nuevo estado de comunión con Dios está separado de la vida del mundo (otra palabra favorita del apóstol en 1 Juan; ver 2:15-17; 3:1, 13; 4:4-6; 5:4, 5, 19).
Nueva actitud del cristiano en relación con el pecado – Dos veces Juan nos dice que el cristiano, la persona nacida de Dios, no peca o no puede pecar (1 Juan 3:6, 9). En ambos casos usa la forma del tiempo presente del verbo hamartánō. Este uso es muy significativo, porque en otra parte de la epístola, cuando habla del cristiano que peca, emplea el tiempo aoristo2 del verbo (2:1). En griego, los tiempos verbales no solo contienen la idea del tiempo de la acción sino también de la clase de acción. El tiempo presente con frecuencia se usa para expresar un tipo de acción lineal en marcha (como la proyección de un video), mientras que el aoristo o pretérito simple a menudo expresa un acontecimiento singular (como una fotografía instantánea). El cristiano no puede tener un continuo estilo de vida de pecado, aun cuando puede pecar ocasionalmente.
“El Señor reconocerá todo esfuerzo que hagan para alcanzar el ideal que él tiene para ustedes. Cuando fracasen, cuando sean arrastrados a pecar, no se sientan imposibilitados para orar, no se sientan indignos de presentarse ante el Señor. ‘Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo’ [1 Juan 2:1]. Él espera con los brazos extendidos para dar la bienvenida al hijo pródigo. Vayan a él y cuéntenle sus errores y fracasos. Pídanle que los fortifique para un esfuerzo renovado. Nunca los chasqueará, nunca burlará la confianza de ustedes” (MJ 95).
Lo que Juan nos dice mediante este uso cuidadoso de los tiempos en griego y gracias a su extensa teología del pecado es que cuando los individuos se convierten en cristianos reciben una nueva actitud hacia el pecado. Se les perdona su pasado al recibir el nuevo nacimiento (1 Juan 1:7, 9; 2:1, 2; 4:10), y ahora, nacidos de Dios, deben vivir para él, ser semejantes a él y mantenerse distantes del pecado (2:3-6, 15-17; 3:1-3, 7-10, 21, 22; 4:4-14, 17-21; 5:11, 12). Que el cristiano continúa luchando contra el pecado se enseña claramente en pasajes tales como 1:7-10 y 2:1 y 2. De hecho, los que pretenden no tener pecado en su vida son descritos por el apóstol como individuos que mienten y se engañan a sí mismos (1:6-10). Juan afirma claramente que el blanco del cristiano debe ser vencer el pecado (2:1, 2). El cristiano no puede vivir un estilo de vida de pecado (una experiencia continua en tiempo presente). Ese estilo de vida es el derrotero de la persona mundana. El cristiano puede todavía tropezar y caer en un acto individual de pecado (la experiencia de la fotografía instantánea), pero vuelve a Jesús en busca de perdón y purificación.
La verdadera solución para el pecado se halla en Cristo – Primera de Juan nos enseña la verdad acerca del problema del pecado. El apóstol nos advierte que nos guardemos del peligro de pretender que ya no tenemos ningún pecado en nuestra vida (1:7-10). Esa pretensión es un autoengaño que consiste en no sentir necesidad, y, cuando no existe sentido de necesidad, la propiciación ofrecida permanece sin uso (2:2). ¡Que lamentable es tener a la mano el inestimable tesoro y no reconocer o no utilizar su poder!
El cristiano no puede tener un continuo estilo de vida de pecado, aun cuando pueda pecar ocasionalmente.
La única solución verdadera para el pecado se halla en Cristo. Debemos confesar nuestros pecados a Dios, que benignamente nos perdona sobre la base del sacrificio de Cristo. Esta experiencia del nuevo nacimiento nos coloca en el sendero por el que Jesús anduvo (1 Juan 2:5, 6) y, aunque podemos tropezar, él nos levanta otra vez, nos purifica y nos señala la meta celestial (1:9; 2:2; 3:2, 3). Ah ora somos hijos de Dios y, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es (3:1, 2). ¡Qué maravillosa seguridad de perdón y gracia!
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1 Ver P. Fiedler, hamartía, Exegetical Dictionary of the New Testament [Diccionario exegético del Nuevo Testamento], H. Balz y G. Schneider, eds., 3 ts. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1990), 1:65-69.
2 El aoristo en griego es un tiempo pretérito, pero se requiere el contexto para determinar más precisamente el alcance de la acción. Generalmente se traduce al castellano con el pretérito indefinido.