El fundamento bíblico del matrimonio

El relato de la Creación provee el fundamento del matrimonio en la Biblia. Es ahí donde encontramos la primera alusión al pacto matrimonial en las Escrituras.1 El relato de la Creación proporciona el modelo que sirve de base para todas las enseñanzas bíblicas sobre la unión matrimonial. Que Génesis 2: 24 sea mencionado en posteriores pasajes de la Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento (ver Mat. 19: 5; Mar. 10: 7; Efe. 5: 31), pone de manifiesto que dicho relato es considerado por Jesús y el apóstol Pablo como un paradigma del concepto bíblico de matrimonio.

El relato de la Creación

El matrimonio existe porque Dios lo instituyó y modeló en el Edén.2 Podríamos decir que, en la Creación, la unión matrimonial constituyó el ideal divino para la especie humana. Además, la manera en que Dios creó a Adán y Eva revela el designio divino de que en la pareja hubiera hombre y mujer. Viendo que «no es bueno que el hombre esté solo», el Creador le hizo una colaboradora idónea (Gén. 2: 18).

La Escritura describe el matrimonio como el fundamento de la sociedad. El matrimonio, y la familia que surge del mismo (cf. Gén. 1: 28: «Fructificad»), presentan una pauta de relación social que precede a todas las demás normas de convivencia de la sociedad. En contraste con la creación de los animales, la de los seres humanos empieza con una conversación divina: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Gén. 1: 26). En otras palabras, la comunicación y relación en el ámbito de la Divinidad culminó en la creación de la humanidad a la imagen de Dios.3 Y esta dimensión relacional de los seres humanos también se percibe en el paralelismo de Génesis 1: 27:

a imagen de Dios (A) lo creó; (B)

varón y hembra (A) los creó (B)

Esto revela algunos aspectos importantes de la naturaleza humana: el ser humano es concebido como «hombre» y «mujer» (1: 27, NVI). Merece destacarse que el texto hebreo no usa las palabras hebreas comunes para hombre y mujer (’îš e ’iššâ), sino los términos «varón» (zākār) y «hembra» (nĕqēbâ). Además, el cambio del singular («a imagen de Dios lo creó») al plural («varón y hembra los creó») deja absolutamente claro que la creación divina no dio lugar a un ser humano andrógino,4 sino que la naturaleza humana (ādām) consiste desde el principio en ser hombre o mujer. Aunque el hombre y la mujer son creados a imagen de Dios, se puede decir que solo los dos juntos constituyen la imagen humana de Dios en su plenitud.5 La transición del singular al plural en Génesis 1: 27 enfatiza así la diferencia de los sexos en el marco de la unidad de ambos, a la vez que subraya esa unidad a pesar de todas las diferencias.6 Esta idea es recuperada más tarde en la primera ceremonia matrimonial, la del Jardín del Edén, narrada en Génesis 2: 24, donde leemos que «dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne». Así, Génesis 2 enseña que Dios creó el matrimonio cuando hizo la primera mujer a partir de la carne del primer hombre, de manera que el vínculo matrimonial une a hombre y mujer como una sola carne.7

Implicaciones para el matrimonio

Antes de que veamos más de cerca la descripción de este primer matrimonio en el Edén, nos gustaría señalar algunos asuntos de la Creación que son relevantes respecto al propósito divino para la unión matrimonial. La creación a imagen de Dios incluye el concepto de que somos creados como hombre y mujer. Así, la Biblia muestra que nuestra sexualidad forma parte de la existencia humana y, como tal, es una expresión de nuestro ser.8 En la Biblia no aparece ningún término indefinido aplicado a la sexualidad, porque la sexualidad es una parte integral de la condición humana y de la relación personal.9 La sexualidad por tanto no puede ser disociada de la existencia humana. El hombre como ser humano sexual (masculino) está orientado desde su creación hacia la mujer, otro ser humano (femenino); es decir, él tiende hacia quien no es en sí mismo (i.e., hacia ella), y viceversa. Los seres humanos fueron creados por Dios de tal forma que necesitan la ayuda de un compañero; se apoyan en el otro para complementarse mutuamente.10 Esto es parte de nuestra existencia humana y significa que el designio de Dios para las relaciones maritales es heterosexual. Adán necesitó una colaboradora que lo complementara para cumplir el precepto divino de perpetuar y multiplicar la especie humana, y cultivar y gobernar la tierra.11 Adicionalmente, tanto el hombre como la mujer están orientados hacia Dios, su Creador, en quien encuentran juntos su plena realización.

Cuando Dios creó la humanidad, esta era muy buena (ver Gén. 1: 31).12 El único aspecto evaluado como «no bueno» era la soledad del hombre. Dios podía haber resuelto esa soledad con otro varón o con varios más. En lugar de ello, creó una mujer. No creó varias, sino una mujer, que fuera «ayuda idónea para él» (Gén. 2: 18). Por esta razón, la Biblia rechaza las relaciones homosexuales y poligámicas. Ni el estilo de vida homosexual ni el poligámico reflejan el patrón divino creado en el Edén. En este sentido, la conducta homosexual y la poligámica devienen en una forma de idolatría porque distorsionan la norma divina. En la relación homosexual, los miembros de la pareja no se buscan para unir sus peculiaridades sexuales distintivas, masculina y femenina, sino más bien para practicar relaciones con parejas del mismo sexo. Además, las relaciones homosexuales no tienen capacidad alguna de cumplir el mandamiento y la bendición divinos: «Fructificad y multiplicaos» (Gén. 1: 28). Solo el matrimonio entre un hombre y una mujer une lo masculino y lo femenino, tal como fue instituido y ordenado por Dios en el principio.

Ciertamente, solo un hombre y una mujer poseen el potencial dado por Dios de fructificar y multiplicarse, cumpliendo así el propósito divino. Las relaciones homosexuales parecen reflejar, entre otras cosas, las consecuencias de un punto de vista desviado e inapropiado de la relación entre lo masculino y lo femenino tal como Dios la pensó. Por otra parte, tales relaciones transmiten la engañosa noción de que un sexo es suficiente. Así, solo la unión monogámica entre un hombre y una mujer refleja la norma divina del matrimonio fiel.

El primer matrimonio en el Edén

El relato de la Creación de Génesis 2 se centra en esta tierra y en el cometido que Dios ha asignado a los seres humanos. Este pasaje atrae la atención hacia ellos como cultivadores de relaciones, es decir, de la relación entre Dios y su Creación, y de la relación entre el hombre y la mujer. Génesis 2 contiene las primeras apariciones de las palabras hebreas que designan al hombre y la mujer: ‘iš e ‘iššâ (Gén. 2: 23). Después de crear a la mujer, Dios mismo la lleva hasta Adán, «declarando en efecto el primer enlace matrimonial de la historia».13 Se ha afirmado que «la creación de la primera pareja conduce naturalmente a su relación expresada a través del matrimonio, ya que es responsabilidad de la pareja procrear y someter la tierra (ver Gén. 1: 28)».14

Todo esto lleva a Génesis 2: 24, donde encontramos la primera declaración acerca del matrimonio en la Escritura, que sigue siendo básica para todas las exposiciones posteriores. Por tanto, es mucho lo que depende de una interpretación correcta de Génesis 2: 24,15 que menciona tres facetas que son esenciales en el punto de vista bíblico acerca del matrimonio: dejar atrás, unirse y llegar a ser uno.16 Analizaremos brevemente cada una de ellas.

Dejar atrás

«Por tanto dejará (‘āzab) el hombre a su padre y a su madre» (Gén. 2: 24a). El mandato de abandonar al padre y a la madre, cortando así la relación más estrecha que un ser humano puede tener, expresa la idea de que el matrimonio entre un hombre y una mujer tiene prioridad sobre todas las demás relaciones familiares.17 Dejar a padre y madre abre el camino para una nueva relación exclusiva entre el hombre y la mujer, proveyendo así el hogar y la base para la nueva vida. Aunque Adán no tenía padres, Dios le ordena dejar padre y madre, lo que indica el carácter universal del matrimonio para toda la humanidad.

Es destacable que la narración bíblica insta al hombre, más que a la mujer, a dejar a su padre y a su madre. El matrimonio israelita era normalmente patrilocal, es decir, que el hombre continuaba viviendo en o cerca de la casa de sus padres.18 Que el hombre ha de separarse de sus padres indica la importancia del nuevo compromiso que tiene lugar en un matrimonio. También muestra que Adán era un hombre maduro, una persona adulta, más que un jovencito inmaduro. Abandonar a los padres de uno supone que los cónyuges son lo bastante maduros para llegar a ser independientes de sus padres.19 Por tanto, el matrimonio debería tener lugar entre adultos ya maduros, no entre niños inmaduros.20 Dejar padre y madre presupone independencia suficiente; también presupone madurez mental, espiritual, financiera y emocional.

La idea de dejar atrás también aparece en contextos de pacto.21 Se ordena a Israel que no abandone la alianza con Dios (ver Deut. 12: 19; 14: 27; 29: 25), así como el Señor promete no abandonar a Israel (Deut. 31: 8; Jos. 1: 5). De este modo, el lenguaje de pacto enmarca el concepto del matrimonio, indicando que en él «cambian las prioridades de un hombre. Antes del mismo, sus obligaciones principales son hacia sus padres; después, hacia su mujer, que es su nueva compañera igualitaria. En las modernas sociedades occidentales, donde los deberes filiales son a menudo ignorados, esto puede parecer un asunto menor, pero en las sociedades tradicionales, como la israelita, en las que honrar a los padres es la más elevada obligación humana después de honrar a Dios, esta observación acerca del abandono es muy llamativa»,22 porque deja muy claro que la esposa ahora ocupa el primer lugar.

El proceso del abandono conlleva una importante dimensión pública que acompaña a la relación del pacto matrimonial. La sagrada alianza establecida entre un hombre y una mujer, en presencia de testigos (Dios y representantes de sus familias), indica que «el matrimonio es tanto personal como comunitario»23, en el sentido de que hay espectadores que dan fe del comienzo del matrimonio. No es meramente un compromiso privado y personal con otra persona; conlleva la presencia de testigos y de una determinada ceremonia.24

Unirse

La palabra hebrea dābaq (unirse, adherirse) en la frase «se unirá a su mujer» (Gén. 2: 24b) tiene el sentido de una relación de pasión con una atracción intensa y profunda.25 La misma palabra se usa en Génesis 34: 3 cuando el corazón de Siquem «se apegó [dābaq] a Dina», hija de Jacob; amó a la chica y habló tiernamente con ella. El verbo dābaq también refleja la idea de permanencia. El mismo verbo aparece en Isaías 41: 7 para expresar la soldadura de dos piezas de metal.26 Cualquier intento de separarlas dañaría seriamente a ambas. Se ha señalado que los lazos previamente dominantes con los padres «se han aflojado para crear un vínculo aún más estrecho y fundamental: entre el hombre y su esposa».27

La unión que tiene lugar en esta relación del pacto matrimonial es entre un hombre y una mujer. En otras palabras, «la monogamia está claramente prevista».28 Según el Comentario bíblico adventista, estas palabras «presentan la monogamia delante del mundo como la forma de matrimonio establecida por Dios».29 La importancia de este pasaje radica en el hecho de que la unión matrimonial entraña un nuevo compromiso, hacia un cónyuge (su esposa, no esposas), con el cual los compromisos familiares anteriores quedan reemplazados.30 La unión a la esposa también transmite la idea de lealtad, afecto31 y permanencia (cf. rasgos similares en Núm. 36: 7).32 En otras palabras, es una relación que no ha de romperse. El vínculo debería ser profundo y duradero. Así como el creyente es llamado a aferrarse al único Dios verdadero (Deut. 4: 4), igualmente el hombre ha de mantenerse firmemente unido a su única esposa. La lectura literal de Génesis 2: 24, «se unirá a su mujer», conlleva la idea de fidelidad permanente a la esposa y excluye las relaciones sexuales extramatrimoniales.33 Conlleva un sentido subyacente de «pertenencia» o compromiso.34 Adán no se aferra a una esposa, sino a su esposa. Esto también excluye la poligamia como propósito original de Dios para el matrimonio.

Se ha indicado correctamente que «este proceso de “abandono” y “unión” entraña una declaración pública a la vista de Dios. El matrimonio no es un asunto privado. Conlleva una declaración de intenciones y una redefinición de obligaciones y relaciones en un marco familiar y social».35 Este carácter público deriva del hecho de que Adán y Eva no realizaron ningún acuerdo privado, sino que Dios mismo trajo a Eva ante Adán. Por consiguiente, un elemento divino (celebración en presencia del Señor y bajo su guía y supervisión) constituye una parte integral del primer matrimonio en el Edén. Además, esto muestra que Dios mismo dispuso el orden matrimonial de un hombre y una mujer para la humanidad. Y asimismo parece indicar que siempre que las personas se casan siguen un propósito divino básico para la relación entre el hombre y la mujer. Este propósito queda reflejado incluso cuando se casan no creyentes.36 En consecuencia, debería aceptarse que también tal matrimonio es válido e indisoluble.

El lenguaje propio de un pacto es usado de nuevo por el escritor bíblico. Se urge repetidamente a Israel a aferrarse al Señor (p. ej., Deut. 4: 4; 10: 20; 11: 22; 13: 4; 30: 20). Así, se ha observado que «el uso de los términos “abandonar” y “aferrarse” en el contexto de la alianza de Israel con el Señor sugiere que el Antiguo Testamento contemplaba el matrimonio como una clase de pacto».37 Dejar a padre y madre, y unirse a la esposa supone comenzar una nueva lealtad que reemplaza a cualquier otra, excepto a la lealtad hacia Dios. De ahí que Hamilton concluya: «La Escritura ha hecho sonar la nota de que el matrimonio es un pacto más que un acuerdo provisional y ad hoc».38

Un «compromiso es esencial, por tanto, para un verdadero matrimonio como el descrito en las Escrituras, y requiere más que una experiencia física voluntaria».39 Así, «el matrimonio en general, y el de Adán y Eva en particular, resulta plenamente idóneo como ejemplo admisible de pacto».40 Westermann señala correctamente que la unión del hombre con su esposa significa que «él entra en una comunidad duradera de vida con ella por causa de su amor hacia ella»,41 lo que supone «una situación caracterizada por el interés, la fidelidad y el compromiso personal».42

El amor y la excitación intensos ante la nueva persona resuenan en las palabras de Adán a la vista de la mujer, que ha sido formada por Dios a partir del costado de él (ver Gén. 2: 23). Este amor es la base del compromiso del convenio con el cónyuge, quien es «hueso de mis huesos y carne de mi carne» (2: 23), indicando así que se trata de una relación de pacto entre dos partes iguales.

Llegar a ser uno

«Y serán una sola carne» (Gén. 2: 24). El texto bíblico indica que llegar a ser una sola carne tuvo lugar solo después de que Adán y Eva hubieran hecho un pacto público en presencia de Dios. El orden de los acontecimientos es: abandonar antes de unirse, y unirse antes de ser una sola carne. Derek Kidner, por tanto, concluye que el matrimonio viene antes de la relación sexual.43 En el Edén, el coito no constituye en y por sí mismo el comienzo del matrimonio. En la tradición bíblica posterior, se mantiene esta pauta original (cf. Éxo. 22: 16-17), en la que la relación sexual con una virgen no conducía automáticamente al matrimonio.44 De este modo, tal relación ha de estar conectada con la consumación del matrimonio, que da comienzo al término de una ceremonia pública.

Un hombre por sí solo no es una carne. De modo similar, tampoco lo es una mujer por sí sola. «Lo que se está remarcando es la solidaridad».45 Llegar a ser una carne denota más que la unión sexual que sigue al matrimonio. Abarca más que los niños concebidos en este ámbito, o incluso que la relación espiritual y emocional que conlleva, aunque todos estos aspectos tienen que ver con ser una sola carne. Significa que el matrimonio es una relación frente a la cual incluso la que existe entre un padre y su hijo se queda en un segundo plano.

Además, la unión matrimonial es el marco en el que la sexualidad humana encuentra su satisfacción dada por Dios. El Creador no la ha diseñado para que sea experimentada aparte, fuera, o antes del matrimonio. La sexualidad es parte de la buena creación de Dios y debería ser disfrutada al ejercerse dentro de los límites establecidos por él.46 Fuera de esos límites, el sexo fácilmente puede degenerar en conductas explotadoras —tales como prostitución, pornografía y otros tipos de distorsión— porque carece del compromiso y del entorno seguro previstos por Dios a través del pacto matrimonial.

Así, bíblicamente hablando, está previsto que el matrimonio como don divino se establezca y se viva en presencia de Dios y con su bendición. Como tal, la unión matrimonial «se ha de distinguir del apareamiento en que está formalizado y en que cumple importantes funciones además de la gratificación sexual de sus miembros».47

Resumen

Dios creó a los seres humanos como hombre y mujer, masculino y femenino. Dios mismo, en el Edén, condujo a Eva hasta Adán y así puso en marcha y consumó la primera ceremonia matrimonial. Fue un pacto entre un hombre y una mujer ejecutado en presencia de Dios. Así, la unión matrimonial no es un acto privado entre dos personas. Más bien, es un pacto público, con connotaciones legales. Se celebra en presencia de Dios, bajo su supervisión y con su bendición, y es una alianza entre dos partes iguales, un hombre y una mujer.

En el pacto matrimonial, las prioridades de uno se desplazan desde sus padres hacia el otro cónyuge, lo que conlleva abandonar los vínculos más estrechos (familiares) y ligarse íntima y permanentemente con una nueva persona como con ninguna otra. Tal relación monogámica48 se caracteriza por la fidelidad y el amor mutuo. El matrimonio está pensado para tener lugar entre un hombre y una mujer. En otras palabras, la norma bíblica no es la de relaciones entre un mismo sexo sino relaciones heterosexuales entre un hombre y una mujer. Como pacto, tiene un carácter público y está pensado para durar, es decir, para toda la vida, y para que sea vivido con fidelidad. Ambos cónyuges comparten la misma fe en Dios.

El matrimonio no fue inventado por el hombre. A semejanza del sábado, es un don de Dios a la humanidad. Como tal, puede entenderse como correspondiente a un orden divino, es decir, emanado directamente del Creador,49 ya que es parte del plan de la Creación divina.50 Así como el sábado provee estructura y sentido a la relación entre los humanos y Dios, el matrimonio confiere esos mismos elementos a la más íntima de todas las relaciones humanas. Tanto el matrimonio como el sábado existían antes de la entrada del pecado. Ambos fueron entregados a toda la humanidad.

Concluido esto, pasamos a otros aspectos del Antiguo Testamento que arrojan más luz sobre la naturaleza del matrimonio en la Biblia.

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1 Westermann, p. 232, alega que Génesis 2: 24 «no se ocupa de la fundación de ninguna clase de institución, sino de acontecimientos primigenios». No obstante, incluso Westermann tiene que admitir que el lenguaje usado en ese versículo apunta a una «comunidad duradera de vida» (p. 233). Fue Jesucristo mismo quien apeló a este pasaje para señalar la institución divina del matrimonio (cf. Mat. 19: 4-5). De acuerdo con Richard J. Clifford y Roland E. Murphy, Genesis en The New Jerome Biblical Commentary, eds. Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer y Roland E. Murphy (Englewood Cliffs, Nueva Jersey: Prentice Hall, 1990), p. l2, «Dios hizo el matrimonio como parte de la Creación». J. P. Lange, Die Genesis oder das Erste Buch Mose, (Bielefeld: Velhagen und Klasing, 1864), p. 70, llama a Dios el primer «Brautführer», el hombre que acompaña o guía a la novia hasta donde se encuentra el novio.

2 C. F. Keil y F. Delitzsch, Commentary on the Old Testament. The Pentateuch, (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1986, t. 1), p. 91, afirman que «el propio matrimonio [...] es una santa institución divina».

3 O dicho de otro modo, Dios establece una relación con el ser humano que refleja la relación interna de la propia Divinidad y que además se espera que sea reflejada por la pareja humana. Esto resulta básico para la unión matrimonial. El ser humano es creado como «ellos». Así, «el matrimonio parece pensado para reflejar la misma unidad en la pluralidad relacional que la Divinidad» (Alexander, p. 510). De ahí que pueda decirse que «el propósito del matrimonio es reflejar la relación de la Divinidad y servir a esta» (ibíd.). De manera similar, Heinzpeter Hempelmann, Ehe, Ehescheidung und Wiederverheiratung: Eine biblisch-exegetische und praktisch-seelsorgerliche Orientierung (Liebenzell, Verlag der Liebenzeller Mission, 2003), p. 36, dice que el matrimonio está basado en el Dios trinitario.

4 La androginia es el concepto de tener características tanto masculinas como femeninas en el mismo ser al mismo tiempo.

5 No podemos resolver y no debiéramos disolver este misterio mediante la simple lógica. Quizá esto es como las dos caras de una moneda. En una cara, ambos llevan, individualmente, la imagen de Dios; en la otra, solo el hombre y la mujer juntos constituyen la imagen de Dios para toda la humanidad. Dicha imagen, sin embargo, es más amplia y abarca más aspectos que el de «masculino y femenino» (cf. Aecio E. Cairus, «La Doctrina del hombre», en Teología: Fundamentos bíblicos de nuestra fe, ed. Raoul Dederen (Doral, Florida: IADPA, 2008, t. 2), pp. 237-240.

6 El paralelismo entre «el hombre» y «masculino y femenino» refleja que la diferencia entre los sexos no es jerárquica. Antes bien, indica que en el nivel ontológico ambos valen igual a los ojos de Dios.

7 R. C. Ortlund, Jr. «Marriage», en New Dictionary of Biblical Theology, eds. T. Desmond Alexander, Brian S. Rosner, D. A. Carson y Graeme Goldsworthy (Downers Grove, Illinois: InterVarsity, 2000), p. 655.

8 R. K. Bower y G. L. Knapp, «Marriage, Marry», en The International Standard Bible Encyclopedia, ed. Geoffrey W. Bromiley, (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1986), t. 3, p. 265.

9 En consecuencia, la sexualidad nunca debería ser algo impersonal, por así decirlo, algo que se vende, se compra, se negocia o se intercambia a discreción. Donde esto ocurre, la persona, el ser humano, recibe desprecio, deshonra y abuso, ya que la sexualidad es parte de nuestra naturaleza. El coito está pensado, no para dar (o recibir) algo, sino para darse uno mismo incondicionalmente con todo lo que uno es, con la totalidad de la existencia y emociones propias (cf. Helmuth Egelkraut, «‘Gott schuf sie als Mann und Frau’: Biblische Grundlinien zur Frage der Geschlechtlichkeit und der Ehe», en Käte Brandt y Helmuth Egelkraut, «… denn die Liebe ist stark wie der Tod», Biblische Perspektiven zu Partnerschaft und Ehe, Porta Studien 10, Marburgo: SMD, 1986), p. 35.

10 Westermann, p. 227.

11 Keil y Delitzsch, t. 1, pp. 86-87.

12 La palabra hebrea para «bueno/a» (tôb) incluye una amplia variedad de acepciones, además de la citada: «agradable», «hermoso», «delicioso» y «moralmente bueno» (cf. Andrew Bowling, «tôb—[be] good, beneficial, pleasant, favorable, happy, right», en Theological Wordbook of the Old Testament, eds. R. Laird Harris, Gleason L. Archer, Jr., y Bruce K. Waltke (Chicago: Moody Press, 1980), t. 1, pp. 345-346.

13 «Marriage», en Dictionary of Biblical Imagery, eds. Leland Ryken, James C. Wilhoit y Tremper Longman III (Downers Grove, Illinois, EE. UU.: InterVarsity, 1998), p. 538.

14 Kenneth A. Matthews, Genesis 1–11:26, The New American Commentary (Nashville, Tennessee, EE. UU.: Broadman & Holman Publishers, 1996), p. 222.

15 Gerhard von Rad, Das erste Buch Mose, Genesis. Das Alte Testament Deutsch (Berlín: Evangelische Verlagsanstalt, 1967), p. 68.

16 «Como modelo para el matrimonio, este pasaje comprende tres elementos: un abandono, una unión y una declaración pública» (Matthews, p. 222).

17 Comentando acerca del abandono en Génesis 2: 24, Andrew Cornes, Divorce and Remarriage: Biblical Principles and Pastoral Practice (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1993), p. 57, afirma que para quienes en Occidente «prestamos escasa atención a la opinión de nuestros padres, para quienes, en la mayoría de los casos, ni siquiera pensaríamos en obedecerles si sus deseos fueran contrarios a los nuestros, para quienes consideramos tremendamente restrictivo el respeto mostrado a los padres, por ejemplo en muchos países orientales, y para quienes de todos modos nos hemos mudado del hogar parental mucho antes del matrimonio, para nosotros, este asunto de abandonar a los padres parece una cuestión poco relevante. Pero para un israelita suponía dar un paso extraordinario y muestra el profundo efecto que el matrimonio tiene en todas nuestras relaciones».

18 Gordon J. Wenham, Genesis 1–15, Word Biblical Commentary (Waco, Texas: Word Books Publisher, 1987), p. 70.

19 Según Cornes, p. 57, ese abandono «debe significar que quien lo efectúa se marcha emocional y psicológicamente. Hasta ahora su primera lealtad, el primer deber de honrar a otras personas, ha sido el que tenía hacia sus padres. Ahora pasa a ser el que tiene hacia su esposa».

20 La Biblia no da mucha información sobre la edad en la que alguien ha de casarse. Leo Trepp, A History of the Jewish Experience (Nueva York: Behrman House, 1973), p. 223, dice que «los judíos solían casarse jóvenes; el Talmud sugiere la edad de dieciocho años [capítulos de los Padres 5:24]». La cronología de 1 y 2 Reyes indicaría que Joaquín se casó a los dieciséis, Amón y Josías a los catorce. Roland de Vaux, Ancient Israel: Its Life and Institutions (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1961), p. 29, afirma que «posteriormente los rabinos fijaron la edad mínima para el matrimonio en doce años para las muchachas y en trece para los muchachos». Existe una versión en español publicada bajo el título: Las instituciones del Antiguo Testamento.

21 Victor P. Hamilton, The Book of Genesis, Chapters 1–17 (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1990), p. 181.

22 Wenham, p. 71.

23 O. J. Baab, «Marriage», en The Interpreter’s Dictionary of the Bible, ed. George Arthur Buttrick (Nashville, Tennessee: Abingdon Press, 1962), t. 3, p. 284.

24 C. H. Ratschow, «Ehe/Eherecht/Ehescheidung, I. Religionsgeschichtlich», en TRE, t. 9, p. 309ss., declara: «Es digno de mención que, desde una perspectiva de historia de las religiones, el matrimonio en todas las culturas está basado en la religión y, en consecuencia, se enmarca en un contexto de culto. Por tanto, la unión matrimonial no es un acto privado entre personas, motivado por su amor. Dado que en todas las culturas tiene una base religiosa, encierra un significado más general, y verdaderamente cósmico».

25 Cornes, p. 58.

26 Cf. también Núm. 36: 7 y Deut. 10: 20; 11: 22; 13: 4, etcétera, donde se urge a Israel a adherirse y seguir fielmente al Señor.

27 Cornes, p. 58.

28 Matthews, p. 222. Asimismo, Keil y Delitzsch, p. 90. Wynn, p. 676, señala que «la monogamia aparece como el tipo más común de matrimonio a lo largo de la historia y en las sociedades vigentes en el mundo. Este patrón largamente establecido de casamiento entre un hombre y una mujer conoce variaciones y contravenciones sin límite, y no obstante sirve de modelo por el cual otras modalidades son juzgadas y reguladas».

29 Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista (Buenos Aires, Argentina: ACES, 1992), p. 239. Cf. Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Doral, Florida: IADPA, 2008), pp. 25-26.

30 Cf. Matthews, p. 223; cf. también Victor P. Hamilton, «Marriage (OT and ANE)», en The Anchor Bible Dictionary, ed. David Noel Freedman (Nueva York: Doubleday, 1992), t. 4, p. 565.

31 Según Francis Brown, S. R. Driver y Charles A. Briggs, The New Brown—Driver—Briggs Gesenius Hebrew and English Lexicon (Peabody, Massachusetts: Hendrickson Publishers, 1979), pp. 179-180, s.v. «dābaq, dābēq», el término dābaq expresa lealtad y afecto. Cf. también Gén 34: 3, que dice que Siquem «se apegó (dābaq) a Dina».

32 Wenham, p. 71.

33 Hansjörg Bräumer, Das erste Buch Mose. Kapitel 1–11. Wuppertaler Studienbibel (Wuppertal: R. Brockhaus Verlag, 1997), p. 81.

34 G. Wallis, «dābaq», en Theological Dictionary of the Old Testament, eds. G. Johannes Botterweck y Helmer Ringgren, (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1988), t. 3, p. 81.

35 Matthews, p. 224.

36 En el Nuevo Testamento, Jesús parece respaldar la idea de que es Dios mismo quien une al hombre y a la mujer en la unión matrimonial. Hablando de esta en general y de todos los matrimonios, afirma: «Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (Mar. 10: 9; Mat. 19: 6). Cornes, p. 66, comenta sobre ello: «Es Dios quien une a hombres y mujeres en matrimonio. Esto no se declara solamente sobre la pareja original, Adán y Eva. Implica además, llamativamente, que siempre que se casan un hombre y una mujer, cualesquiera que sean las circunstancias que los han juntado, es Dios quien los ha unido (literalmente: uncido)». En otra parte, Cornes indica que «es Dios quien dice en Génesis 2: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2: 18). Es Dios quien “hizo una mujer” (Gén 2: 22) Y es “Dios mismo quien, como un Padre de la novia, conduce a la mujer hacia el hombre” (Von Rad, comentando sobre ‘Jehová Dios [...] la trajo al hombre’ (Gén 2: 22)». Cornes, pp. 81-82, efectúa luego la siguiente ponderada declaración: «Pero, ¿podemos decir esto de todo matrimonio, o solo de los que, como se dice a veces, son “hechos en el cielo”? Sabemos por el relato que Eva fue escogida por Dios para Adán; ¿podemos decir lo mismo de Fred Smith al casarse con Jane Baker porque sus padres le empujan a hacerlo una vez que Jane descubre que está embarazada? La respuesta que da el Nuevo Testamento es “Sí”. Cuando a Jesús se le preguntó acerca del divorcio, dijo del matrimonio en general, de todos los matrimonios, que “Dios juntó” al hombre y a la mujer (Mar. 10: 9; Mat. 19: 6). No es, entonces, el clérigo, ni el juez, ni el registrador quien une a una pareja. Ni siquiera es ella misma (aunque, por supuesto, sus miembros deben dar su libre consentimiento al matrimonio). En el servicio de bodas anglicano, el clérigo ciertamente dice: “Los declaro marido y mujer”. Pero enseguida añade: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Dios ha juntado a esta pareja, tenga lugar la boda en la iglesia, en una oficina de registro, o al aire libre. El clérigo o el funcionario oficial simplemente proclaman públicamente lo que Dios, no ellos, ha hecho».

37 Wenham, p. 71. Ver también Matthews, p. 222.

38 Hamilton, The Book of Genesis, p. 181.

39 Bower y Knapp, 3:265.

40 Gordon P. Hugenberger, Marriage as a Covenant: Biblical Law and Ethics as Developed from Malachi (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1998), p. 181.

41 Westermann, p. 233.

42 Ibíd., p. 234.

43 Derek Kidner, Genesis: An Introduction and Commentary, Tyndale Old Testament Commentaries (Downers Grove, Illinois, EE. UU.: InterVarsity, 1967), p. 66, nota 1.

44 Si el carácter público del pacto matrimonial, y en consecuencia el aspecto público legal que es parte de todo pacto, se hallaba presente ya en el Edén, antes de la entrada del pecado, mucho más esencial resulta este marco protector y estabilizador después de la Caída, ahora que el hombre, por causa de su pecaminosidad, es propenso a ser poco fiable, e infiel.

45 Hamilton, The Book of Genesis, p. 181.

46 Dado que la sexualidad es uno de los aspectos más íntimos y profundos de la vida humana, incluyendo a la persona en su totalidad, y dado que fácilmente crea una dinámica que nos afecta como no lo hace ningún otro aspecto de nuestra naturaleza, el sexo es protegido y salvaguardado por Dios de una manera especial, como no lo es ningún otro aspecto de la existencia humana. Si nuestro impulso sexual no es ejercido dentro de los seguros límites que Dios instituyó en la Creación, el sexo puede fácilmente resultar destructivo.

47 C. R. Taber, «Marriage», en The Interpreter’s Dictionary of the Bible: Supplementary Volume, ed. Keith Crim (Nashville, Tennessee, EE. UU.: Abingdon Press, 1976), p. 573.

48 Para de Vaux, 24, «la historia de la creación de los dos primeros seres humanos (Gén 2: 21-24) presenta el matrimonio monogámico como la voluntad de Dios».

49 Más que la Creación, es el Creador quien da sentido y un marco orientador al matrimonio. Hablar del orden del Creador indica que la Creación, caída en el pecado, ya no refleja perfectamente el matrimonio (cf. Egelkraut, p. 28).

50 Hamilton, The Book of Genesis, p. 138.