El matrimonio en el Antiguo Testamento

Esta sección analiza aspectos adicionales que son relevantes para comprender la visión del Antiguo Testamento acerca del matrimonio. La aten-ción gira ahora hacia cuestiones como cuándo comienza la unión matrimonial, cómo se acordaba y qué características se esperaban de los contrayentes.

Compromiso y matrimonio

Contrariamente a lo que dicen algunas voces críticas,1 la Biblia provee múltiples informes inequívocos y coherentes para responder la cuestión de cuándo se inicia el matrimonio.

En los tiempos bíblicos, se celebraba públicamente el comienzo de la unión matrimonial. El primer paso era el compromiso o desposorio. En aquella época estaba normalmente conectado con una dote (mōhar), el «pago de un precio»2 o un servicio proporcional (cf. Gén 29: 18-27; Éxo. 22: 16-17; Jos. 15:16; 1 Sam 17: 25; 18: 20-27)3 por el futuro marido al padre de la mujer. El dinero, bienes o servicios pagados al tutor de la novia puede ser visto «como el patrimonio que la novia aportaba al nuevo hogar».4 Se ha indicado que «en los tiempos más antiguos el compromiso tenía lugar cuando el marido pagaba al padre de la novia, en presencia de testigos, el precio de adquisición (mōhar)».5

La pareja comprometida estaba legalmente casada, pero sin licencia para la práctica de la relación sexual durante este periodo, ya que el matrimonio no había comenzado oficialmente todavía. El coito durante el noviazgo era considerado inmoral y equivalente a la fornicación (cf. Deut. 22: 23-24).

Al final del periodo de desposorio, tenía lugar otra ceremonia pública para dar comienzo al matrimonio propiamente dicho. El novio, acompañado por sus amigos, iba a la casa de la novia para llevarla junto a sus amigas en procesión festiva hasta su propia casa.6 Esto daba lugar a una fiesta de bodas que normalmente duraba varios días (cf. Gén. 29: 22; Jue. 14: 10; cf. Mat. 22: 1-10; Juan 2: 1-11).

Algunos de los pasos prácticos que conducían al comienzo oficial del enlace matrimonial, tales como el pago de la dote (mōhar), reflejan costumbres del antiguo Oriente Próximo que aún se encuentran en vigor en muchas culturas de hoy en día. Sin embargo, algunos aspectos generales trascendían los límites culturales y las particularidades relacionadas con la unión matrimonial. Todas las prácticas mencionadas revelan que el matrimonio nunca era una iniciativa privada, sino que incluía un comienzo formal que tenía un carácter público y legal. Sin tales pasos públicos y oficiales, no se aceptaba como válida la nueva unión ni se consideraba que una persona estuviera casada.

En el comienzo oficial del matrimonio, el padre de la novia desempeñaba un importante papel en un sentido religioso y legal. Era él quien preparaba el enlace de su hija, la conducía como «padrino» hasta su marido, oficiaba el pacto matrimonial y, como sacerdote de la familia, pronunciaba la bendición divina sobre el matrimonio (cf. Gén. 24: 60; cf. también Tobías 11: 17). «Lo que daba al matrimonio judío un carácter cuasirreligioso era la bendición paternal o patriarcal que lo acompañaba».7 Así, los mismos elementos esenciales del primer matrimonio del Edén se hallan presentes en la historia bíblica posterior.

Aunque el Antiguo Testamento no describe esta secuencia de noviazgo y matrimonio con gran detalle, se encuentran referencias a ella en muchos sitios. Así, Jacob comienza su unión matrimonial solo después de pagar el precio por su novia, con la que llevaba siete años comprometido (ver Gén. 29: 16-21). De manera similar, David tenía un derecho legal a casarse con su esposa prometida Mical porque había pagado el precio por la novia (cf. 2 Sam. 3: 14). Asimismo, la ley mosaica refleja este doble paso de noviazgo y luego matrimonio en la legislación que exime a un joven comprometido de ir a la guerra (Deut. 20: 7; cf. 28: 30).

Aparentemente, el estatus familiar de una joven tenía que hacerse visible, quizá por medio de su vestimenta. Por esta razón resultaba mucho más fácil que el siervo de Abraham reconociera inmediatamente a Rebeca como una mujer soltera (ver Gén. 24). Habiendo perdido su virginidad, Tamar, la hija de David, indicó el cambio de su estatus rasgando su «vestido de diversos colores, traje que vestían las hijas vírgenes de los reyes» (2 Sam. 13: 18). El estatus visible de virginidad también se presupone en pasajes como Job 31: 1 y Deuteronomio 22: 23-24, 28-29.

Aunque la Biblia no ofrece legislación detallada sobre las formalidades o ritos para tramitar un enlace matrimonial, el Antiguo Testamento deja bastante claro que el matrimonio es un pacto público ante Dios que incluye testigos para proveer seguridad legal.

Nuestro estudio analizará ahora la cuestión de quiénes acuerdan el matrimonio y qué características se esperan de los contrayentes, según el Antiguo Testamento.

Acuerdo de los padres

Los antiguos israelitas seguían aparentemente la práctica del matrimonio acordado por los padres, como se deduce por referencias dispersas a tal procedimiento en el Antiguo Testamento.8 Aunque dicha práctica resulta extraña en la sociedad occidental —donde tal proceder se puede percibir comouna vulneración de la libertad personal y de los derechos individuales—, tenemos que considerar que buena parte del mundo opera todavía de esta forma.9 Hamilton menciona un doble argumento para la selección de los cónyuges por parte de los padres. Primero, «tal arreglo concentra la atención en toda la unidad familiar, y no solo en la pareja. Segundo, permite una visión del amor que tiene que ver tanto con el compromiso de la voluntad (“Te amo porque eres mi esposa”) como con las emociones, glándulas y hormonas (“Eres mi esposa porque te amo”)».10 No se debería olvidar, sin embargo, que ninguna ley del Antiguo Testamento ordena esa práctica. Ninguna legislación le impone al padre la responsabilidad de seleccionar una novia para su hijo.

Hay leyes que disponen «procedimientos para tratar con un hijo rebelde (Deut. 21: 18-21), con un hijo recién casado (Deut. 24: 5) y con un hijo difunto sin hijos a su vez (Deut. 25: 5-10), pero no con un hijo soltero».11 Adicionalmente, «la literatura sapiencial del Antiguo Testamento tiene mucho que decir acerca de las relaciones maritales saludables. Sin embargo, nunca clasifica como sabio a uno que escoge, con prudencia, a una mujer para su hijo. De hecho, Proverbios 19: 14 afirma que una buena esposa viene del Señor, no del padre del marido».12 Así, la autoridad de los padres no debería hacer caso omiso de los sentimientos de la pareja. «Había matrimonios por amor en Israel».13 El joven podía dar a conocer sus preferencias (ver Gén. 34: 4; Jue. 14: 2), o incluso tomar su propia decisión sin consultar a sus padres, a veces aun yendo contra sus deseos (Gén. 26: 34-35). Aunque las mujeres raramente tomaban la iniciativa, sí leemos que Mical, la hija de Saúl, se enamoró de David (1 Sam. 18: 20). Aun en el caso del matrimonio de Rebeca, acordado por los padres, ella tenía la opción de aceptar o declinar la invitación (Gén. 24: 58).14 El consentimiento mutuo parece que era una parte integral del matrimonio.

Virginidad y fidelidad

Basándose en el patrón de la Creación divina (primero, abandonar y unirse, luego llegar a ser una sola carne), el Antiguo Testamento enfatiza repetidamente el ideal de virginidad antes del matrimonio. Como quedó claro en el Jardín del Edén, se trata de un factor esencial en el propósito divino para esta institución y no de una norma culturalmente condicionada. La abstinencia de la relación sexual antes del matrimonio es el mandato bíblico desde el principio. Esto se afirma más tarde, por ejemplo en la historia de Rebeca, en la que su belleza y su virginidad son ensalzadas con detalle: «Esta muchacha era de aspecto muy hermoso y virgen, pues ningún hombre la había conocido» (Gén. 24: 16a). Antes de que el matrimonio se iniciase mediante un evento público y oficial, ningún acto sexual estaba permitido (cf. Gén. 29: 21; Deut. 22: 28-29). Esto también se aplicaba a una viuda que quisiera volver a casarse (cf. Rut 4: 10-12, que alude a la presencia de testigos). De este modo, el Antiguo Testamento reafirma una y otra vez el valor de la castidad antes de la unión matrimonial (cf. Gén. 19: 8; Deut. 22: 13-30).

En ninguna parte del Antiguo Testamento el coito implica matrimonio. Hay, de hecho, claras indicaciones de que después del acto sexual contra la voluntad de una mujer, el hombre tenía que pagar una dote; sin embargo, el padre podía rechazar entregarle a su hija, y los dos no estaban casados (ver Éxo. 22: 16-17). Este pasaje muestra también que el sexo antes del matrimonio no recibe la bendición de Dios. Más bien, la relación sexual es tomada tan seriamente que uno tenía que pagar una multa si se llevaba a cabo antes de casarse.

Tan importante como la virginidad premarital es la fidelidad en el matrimonio. La condena del adulterio en el Decálogo (ver Éxo. 20: 14; Deut. 5: 18) y en muchos otros sitios (Lev. 20: 10; Prov. 6: 32; Eze. 16: 38; Ose. 1: 2) demuestra que Dios se opone a la infidelidad y espera que la unión matrimonial dure para toda la vida. El pacto permanente del matrimonio no debería romperse.

Misma fe

El Antiguo Testamento condena los matrimonios espiritualmente mixtos, es decir, entre cónyuges de fes diferentes (cf. Gén. 6: 2-3). La razón dada en Deuteronomio 7: 3-4 para no casarse con incrédulos es que llevarán al creyente a alejarse de Dios para servir a otros dioses (cf. Éxo. 34: 15-16). Casarse con un no creyente es descrito como pecado (ver Neh. 13: 25-26; Mal. 2: 11-12; Esd. 10: 2-3, 10).15 La intimidad sexual en el matrimonio está profundamente relacionada con la vida espiritual, y la unión mixta haría a los israelitas vulnerables a la tentación de transigir en el plano espiritual y a la desviación correspondiente. La prohibición fue explicitada más tarde a través de Esdras: «Ahora, pues, no deis vuestras hijas a sus hijos, ni toméis sus hijas para vuestros hijos» (Esd. 9: 12).16 Solo el compromiso basado en una fe común asegurará la debida transmisión de la misma a los hijos.17

El pacto matrimonial

Como ya hemos indicado, la idea de pacto está íntimamente ligada con el matrimonio. Un pacto es una promesa solemne y vinculante y un acuerdo de importancia trascendental entre individuos, grupos o naciones. Es un medio por el cual se establecen y sancionan las obligaciones. Como tal, incluye aspectos legales, sociales, religiosos y otros,18 y bíblicamente también abarca la idea de un acuerdo fiable y vinculante, caracterizado por un juramento y un compromiso por una parte, y amor y amistad por otra.19 El carácter contractual del matrimonio, como lo indica el lenguaje empleado en Génesis 2: 24, es asumido por los autores posteriores del Antiguo Testamento, en el cual el pacto es realizado en presencia de Dios y de testigos (cf. Mal. 2: 14-17; Eze. 16: 8; Prov. 2: 17). En otras palabras, el matrimonio en la Biblia tiene claras connotaciones legales. Se ha señalado, por ello, que esta institución era en el Antiguo Testamento —y en el antiguo Oriente Próximo— «contractual, entrañaba pagos, y acordaba condiciones y castigos».20

Una característica importante del pacto matrimonial está asociada con la palabra bíblica hesed —la mayor parte de las veces traducida como «favor», «fidelidad», «lealtad», etcétera—, que transmite el sentido general del compromiso.21 De este modo, hesed es la fuerza que garantiza un pacto y lo hace sólido y duradero, comprometiendo firmemente a las partes contractuales en un espíritu de fidelidad,22 pero también de benevolencia y «amor leal, que es la auténtica esencia de la relación matrimonial».23 Malaquías menciona a la novia como «la mujer de tu pacto» (Mal. 2: 14). Proverbios 2: 17 llama al matrimonio «pacto con Dios» (NVI), y Ezequiel 16: 8 describe la alianza del Sinaí con imágenes matrimoniales («Entonces extendí mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez»), es decir, como el contrato matrimonial entre Dios e Israel. Así, hay una dimensión religiosa asociada a este pacto en los tiempos bíblicos. De manera interesante, la palabra bĕrit (pacto) a menudo representa un convenio religioso y bien puede aludir a un contrato escrito.24

La imagen contractual expresa la idea del matrimonio como una decisión altamente personal, que conlleva un compromiso permanente con el compañero matrimonial de la juventud (ver Prov. 2: 17), y una declaración pública contractual que indica duración de por vida y fidelidad. Cuando Dios entabló una alianza con Israel en el Sinaí, la misma se acompañó de las Diez Palabras del Pacto —como fueron llamados los Diez Mandamientos (Éxo. 34: 28; Deut. 29: 1)— proveyendo así un contrato, por así decirlo, para dar perdurabilidad y estatus público a dicha alianza. De otro modo, podría haber sido pronto olvidada.

Aunque el matrimonio es llamado «pacto» varias veces, no encontramos una referencia específica a ningún contrato matrimonial en los textos canónicos. Hugenberger sugiere que las palabras reales del pacto correspondiente pueden estar en la línea de las expresiones «Tú eres mi marido» y «Tú eres mi esposa». Esto se basa en las palabras opuestas de Oseas 2: 2 que indican divorcio y en varios paralelos que se encuentran en fuentes del antiguo Próximo Oriente.25

En cambio, fuera del canon hebreo existe una referencia en la historia de Tobías26 (Tobías 7: 13), donde se establece un contrato matrimonial por escrito. Además, sabemos de la existencia de documentos matrimoniales en los casamientos judíos por los papiros de Elefantina, que datan del siglo V a. C.27 Escribir contratos matrimoniales era una costumbre que estaba firmemente establecida entre los judíos en la época grecorromana.28 Esta práctica también se daba en tiempos muy tempranos en el antiguo Oriente Próximo.29 En Israel era sabido que se podían redactar «carta[s] de divorcio» o «de repudio» (Deut. 24: 1-3; Jer. 3: 8), y por tanto sería sorprendente que no existieran contratos matrimoniales en la misma época. De Vaux concluye entonces que «quizá es algo meramente accidental el que nunca sean mencionados en la Biblia».30

__________

1 Cf. Wolfgang Trillhaas, Sexualethik (Gotinga, Alemania: Vandenhoeck & Ruprecht, 1970), p. 101, escribe: «No se debería olvidar, sin embargo, que no existe ningún criterio bíblico inequívoco para el comienzo de un matrimonio».

2 David Jacobson, «Marriage, In Bible Times», en The Universal Jewish Encyclopedia, ed. Isaac Landman (Nueva York: Ktav Publishing House, 1969), t. 7, p. 369) señala que «hay escasa evidencia, no obstante, de que la esposa fuera realmente comprada como mercancía a su familia. [...] La novia usualmente traía a su nuevo hogar bienes de tal valor que cabe llegar a la conclusión de que el pago original de bienes o servicios tenía el propósito de proveer patrimonio a la novia». De este modo, servía como un tipo de seguridad social para la mujer.

3 Se ha sostenido que «pocas teorías de la sociedad primitiva han resultado tan atractivas como la del matrimonio por secuestro, o rapto de la novia, y sin embargo muy pocas se han construido sobre fundamentos más débiles. [...] Realmente, no hay evidencia directa en la Biblia que muestre esa modalidad, y ciertamente es cuestionable que se pueda encontrar alguna vez tal institución en cualquier sociedad» (ibíd, p. 369).

4 Ibíd. De manera similar, W. Günther, «Ehe», en Theologisches Begriffslexikon zum Neuen Testament, nueva edición, eds. Lothar Coenen y Klaus Haacker (Wuppertal, Alemania: R. Brockhaus Verlag, 1997), t. 1, p. 290, escribe también: «El mohar no hacía de la mujer una mercancía, sino que indicaba el rango de la familia de la cual provenía».

5 Marcus Cohn, «Marriage, In Rabbinical Law», en The Universal Jewish Encyclopedia, ed. Isaak Landman, t. 7, p. 372.

6 James M. Freeman y Harold J. Chadwick, Manners & Customs of the Bible (North Brunswick, Nueva Jersey: Bridge-Logos Publishers, 1998), p. 468.

7 John Henry Blunt, ed., Dictionary of Doctrinal and Historical Theology (Londres: Longmans, Green and Co., 1903), p. 443.

8 Hamilton, «Marriage», pp. 562-563. El primer ejemplo de un matrimonio acordado por los padres puede encontrarse en Gén. 21: 21, donde Agar escoge una esposa para su hijo, Ismael. El de Rebeca es un caso clásico de matrimonio dispuesto por los padres (Gén. 24). Hamor pidió a Dina por esposa para su hijo Siquem (Gén. 34: 4-6), Caleb decidió sobre el matrimonio de su hija (Jos. 15:16), lo mismo que Saúl (1 Sam. 18: 17, 19, 21, 27; 25: 44).

9 G. M. Mackie y W. Ewing, «Marriage (I)», en A Dictionary of Christ and the Gospels, ed. James Hastings (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1908), t. 2, p. 136, sostienen que «de los tres grandes acontecimientos en la vida familiar —nacimiento, matrimonio y muerte—, el del matrimonio era considerado importante por la gran atención dedicada a la elección del yerno o de la nuera, al acuerdo sobre las condiciones financieras acostumbradas, y a los arreglos relacionados con la fiesta de la boda. [...] En una decisión que afectaba así a todo el círculo de parientes, se veía natural e inevitable que tanto la selección del individuo como el acuerdo sobre todos los asuntos financieros fuera decidido por los padres y tutores de los que estaban a punto de casarse».

10 Hamilton, «Marriage», p. 563.

11 Ibíd., p. 562, señala que «esto contrasta con las Leyes de Ešnunna (alrededor de 2000 a. C.), una de las cuales (n° 27) afirma (ANET, p. 162): «Si un hombre toma la hija de otro hombre sin pedir permiso a su padre y a su madre y no formaliza ningún contrato matrimonial con su padre y con su madre, aun cuando ella pueda vivir en la casa del hombre durante un año, no es oficialmente su esposa».

12 Hamilton, «Marriage», p. 562.

13 De Vaux, p. 30.

14 Hamilton, «Marriage», p. 63, observa que el verbo «amar», usado para decir que Isaac trajo a Rebeca a la tienda de su difunta madre Sara y «la amó» (Gén 24: 67), es «susceptible de dos diferentes vocalizaciones: una “activa” (“y le hizo el amor”), que enfatizaría el aspecto erótico de su relación, y una “de estado” (“y estaba enamorado de ella”, que expresa un sentimiento duradero más que una sensación temporal. Los manuscritos hebreos indican claramente el uso de estado».

15 Para estudios específicos sobre los matrimonios mixtos y entre personas de creencias diferentes, ver los capítulos de H. Heinz y Á. M. Rodríguez en este mismo volumen.

16 Daniel R. Heimbach, True Sexual Morality: Recovering Biblical Standards for a Culture in Crisis (Wheaton, Illinois, EE. UU.: Crossway, 2004), p. 210.

17 Sobre la cuestión de los matrimonios interconfesionales desde una perspectiva adventista del séptimo día, ver la excelente exposición bíblica y las equilibradas orientaciones pastorales del documento «Zur Frage der konfessionsverschiedenen Heirat: Heirat eines Adventisten mit einem Partner einer anderen Konfession—Biblische Richtlinien und Prinzipien», que fue adoptado en marzo de 2003 por la Unión Adventista Austriaca como directrices para sus pastores.

18 Ver Paul Kalluveettil, Declaration and Covenant: a Comprehensive Review of Covenant Formulae from the Old Testament and the Ancient Near East, Analecta Biblica 88 (Roma: Biblical Institute Press, 1982), pp. 5-16; George E. Mendenhall y Gary A. Herion, «Covenant», Anchor Bible Dictionary, ed. David Noel Freedman (Nueva York: Doubleday, 1992), pp. 1179-1202.

19 Cf. M. Weinfeld, «berit», en Theological Dictionary of the Old Testament, eds. G. Johannes Botterweck y Helmer Ringgren (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1988), t. 2, pp. 255-258.

20 David Instone-Brewer, Divorce and Remarriage in the Bible: The Social and Literary Content (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 2002), pp. 1-19.

21 Paul Kalluveettil, pp. 47-48.

22 Cf. Edmond Jacob, Theology of the Old Testament (Nueva York: Harper & Row, 1958), pp. 103-104.

23 George A. F. Knight, A Christian Theology of the Old Testament (Londres: SCM Press, 1959), p. 171; cf. también Jacob, p. 105.

24 Así lo recoge correctamente De Vaux, p. 33; sin embargo, de manera extraña sostiene que el matrimonio en Israel y Mesopotamia era «un contrato puramente civil, no sancionado por ningún rito religioso».

25 Hugenberger, pp. 216-237. Sobre los votos bíblicos y postbíblicos, ver también Instone-Brewer, pp. 213-237, y Daniel E. Block, «Marriage and Family in Ancient Israel», en Marriage and Family in the Biblical Word, ed. Ken M. Campbell (Downers Grove, Illinois: InterVarsity, 2003), pp. 44-47.

26 Hay alguna incertidumbre sobre la fecha del libro de Tobías, pero la mayoría de los eruditos lo datan en el siglo II a. C., parte de ellos incluso antes (cf. P. L. Redditt, «Tobit», en The International Standard Bible Encyclopedia, ed. Geoffrey W. Bromiley [Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1986], t. 4, p. 867; cf. también Carey A. Moore, «Tobit, Book of», en Anchor Bible Dictionary, ed. David Noel Freedman [Nueva York: Doubleday, 1992], t. 6, p. 591).

27 La condición de indisolubilidad del pacto matrimonial se indica en los contratos elefantinos por la frase redactada por el marido: «Ella es mi esposa y yo soy su marido, desde este día para siempre» (citado en De Vaux, p. 33). Aunque en dichos contratos, la novia misma parece no haber tenido una parte activa en el acuerdo, el consentimiento de ella fue registrado en el documento matrimonial de Bar Menasseh, del siglo I a. C. (cf. Edwin Yamauchi, «Marriage», en The New International Dictionary of Biblical Archaeology, ed. Edward M. Blaiklock y R. K. Harrison [Grand Rapids, Míchigan: Zondervan, 1983], p. 301).

28 Yamauchi, pp. 300-301.

29 Para ejemplos de Sumeria, Ugarit, Asiria y Egipto, ver Bower y Knapp, 3:262. El Código de Hammurabi declara que un matrimonio celebrado sin contrato formal no es válido (cf. De Vaux, p. 33). Ver también Instone-Brewer, pp. 1-19.

30 De Vaux, p. 33.