El Nuevo Testamento continúa y confirma la visión del Antiguo acerca del matrimonio.1 El orden matrimonial instituido por Dios en la Creación proporciona el fundamento de muchas declaraciones del Nuevo Testamento sobre el matrimonio (cf. Mat. 5: 31-32; 19: 4-6; Rom. 7: 2-3; 1 Cor. 6: 16-18; 7: 1-16; Efe. 5: 21-33). Además, Jesús, Pablo y la iglesia del Nuevo Testamento fueron unánimes en defender la fidelidad en el matrimonio rechazando todo sexo premarital o extramarital (cf. Mat. 15: 19; Juan 4: 17; Hech. 15: 20, 29; 21: 25; 1 Cor. 5: 9, 11; 6: 9, 12-20; 2 Cor. 12: 21; Gál. 5: 19; Efe. 5: 3; Col. 3: 5; 1 Tes. 4: 3-8; Heb. 13: 4; Sant. 2: 11; Apoc. 2: 14, 20-23).
Jesús afirmó la santidad e indisolubilidad del matrimonio establecido en la Creación especialmente cuando habló contra el divorcio (ver Mar. 10: 11-12; Mat. 5: 31-32; 19: 4-6).2 En lugar de permitirlo por cualquier razón, Jesús se opuso firmemente al divorcio y declaró el carácter de por vida de la unión matrimonial tal cual fue instituida en el Jardín del Edén. Él concebía el ma-trimonio como inviolable y permanente. Reafirmó el propósito divino mani-festado en el Edén citando aprobatoriamente Génesis 2: 24 y remitiendo así al lector a la norma divina original. Se ha observado que «el principio de que los dos llegan a ser una sola carne solo puede ser cumplido mediante un matri-monio ininterrumpido».3 Según Guthrie, no puede haber duda de que «Jesús veía el matrimonio como un pacto permanente entre marido y mujer».4 Además, él puso un «sello sobre las relaciones matrimoniales estables aplicándose la descripción del novio a sí mismo (Mat. 25: 1-13; Mar. 2: 19; cf. Mat. 22: 1-14)».5
Cuando Jesús le dijo a la mujer samaritana que el hombre con quien vivía no era su marido real (ver Juan 4: 17-18),6 confirmó el ideal monogámico.7 El Maestro subrayó la santidad del matrimonio señalando que el adulterio no empieza con el acto adúltero sino con el pensamiento en la mente (ver Mat. 5: 27-28).8 Asimismo, aunque el propio Jesús era soltero, al asistir a una fiesta de bodas en Caná y realizar allí su primer milagro público, aprobó la institución matrimonial como el propósito divino para la relación de por vida entre un hombre y una mujer9 (Juan 2: 1-12).10 Incidentalmente, las bodas de Caná muestran que el comienzo del matrimonio en el Nuevo Testamento, como en el Antiguo, era un acto público en el que el compromiso se ratificaba ante testigos.
En la historia de María y José se mantiene el proceso en dos etapas de noviazgo y matrimonio, según lo perfilaba el Antiguo Testamento (cf. Mat. 1: 16, 18ss.; Luc. 1: 27, 34). El relato evangélico afirma que durante el noviazgo no hubo relaciones sexuales entre los dos porque todavía no estaban casados. De este modo, se defiende la pauta de la castidad prematrimonial. De nuevo el matrimonio es caracterizado como un acto público con implicaciones legales.11
En el Nuevo Testamento no encontramos regulación ni mandamiento alguno sobre la dote, el matrimonio acordado por los padres, o una determinada ceremonia matrimonial. Sin embargo, el carácter público y contractual de la institución se mantiene igual que en el Antiguo Testamento. Así, Pablo defiende la pureza sexual durante el periodo del noviazgo e insiste en la fidelidad al cónyuge en el matrimonio. Tomando este como ilustración de la relación entre la iglesia y Jesucristo, afirma Pablo: «Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo» (2 Cor. 11: 2).
En Efesios 5: 22-33, Pablo nuevamente recurre a la unión matrimonial para ilustrar la relación entre Cristo y la iglesia, enfatizando las ideas de fidelidad (Efe. 5: 27: «santa y sin mancha») y monogamia (Efe. 5: 28: «a su mujer») en el matrimonio.12 El amor que se da a sí mismo, expresado en el amor de Cristo por su iglesia, debería caracterizar también la relación en el pacto matrimonial. El amor de Cristo es el fundamento de la relación de pareja y es esencial para su plenitud. Como dijo Pablo: «Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, pues nadie odió jamás a su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, como también Cristo a la iglesia» (Efe. 5: 28-29). Una vez más, el apóstol se remonta a la Creación y al patrón original de matrimonio instituido por Dios mismo (ver Efe. 5: 31, que cita Gén. 2: 24). Esta referencia a la Creación también incluye tanto la idea de un matrimonio monogámico —implícito en aquella—, como la de una relación exclusiva entre el único Dios verdadero y su iglesia (cf. Efe. 4: 4-5). La analogía matrimonial abarca igualmente la idea de amor sacrificial (Gén. 2: 24). Así como hay un anuncio público que testifica el pacto entre el hombre y Dios ante testigos (el bautismo), también la boda es, de manera correspondiente, un anuncio público que testifica el comienzo de una unión de por vida entre un hombre y una mujer ante Dios y los testigos.
El carácter monogámico del matrimonio se afirma igualmente en otros pasajes del Nuevo Testamento, por ejemplo cuando Pablo describe la vida ejemplar de un obispo o anciano de la iglesia, quien debe ser «marido de una sola mujer» (1 Tim. 3: 2; Tito 1: 6).
En 1 Tesalonicenses 4: 3-6, Pablo exhorta a sus lectores a abstenerse de la inmoralidad sexual, relacionándose con una mujer «en santidad y honor, no en pasión desordenada», de manera que «ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano». Esto indica que nadie tiene derecho a ser sexualmente promiscuo antes, durante o después del matrimonio. Conducirse de tal modo sería un acto de engaño. De modo que la virginidad y la abstinencia de la relación sexual antes del matrimonio es el ideal que mantiene el Nuevo Testamento.13
En 1 Corintios 7: 12-17, el apóstol Pablo reconoce indirectamente la validez de toda unión matrimonial, incluso cuando un cónyuge no es creyente, porque aun en tal caso las personas siguen un patrón divino al estar casadas.14 Pero el Nuevo Testamento también defiende el punto de vista del Antiguo Testamento de que un creyente no debería casarse con un incrédulo (ver 2 Cor. 6: 14).15 Compartir la misma fe en el seno del matrimonio es la pauta promovida por el Nuevo Testamento.
A lo largo de este, se sostiene la santidad de la institución matrimonial tal como fue dada por Dios en el Edén y confirmada en los Diez Mandamientos en el Sinaí. Jesús y los apóstoles se refieren a Génesis 2: 24 (ver Mat. 19: 5; Efe. 5: 31) y a la validez duradera del mandamiento «No cometerás adulterio» (cf. Mat. 5: 27; Sant. 2: 11). Además, las relaciones entre el mismo sexo se condenan en el Nuevo Testamento porque no se ajustan al patrón divino de matrimonio tal cual fue instituido por Dios. En otras palabras, las relaciones entre el mismo sexo son distorsiones del propósito original (Rom 1: 24–32; 1 Cor 6: 9–11; 1 Tim 1: 10).16 No tienen el potencial natural de producir descendencia y les falta la dimensión del otro que es constitutiva de una unión entre ambos sexos.
De acuerdo con el testimonio bíblico que hemos resumido aquí, podemos llegar a las siguientes conclusiones: el matrimonio, según el patrón divino instituido por Dios mismo en la Creación y mantenido a lo largo de la Escritura, empieza con una ceremonia pública que tiene connotaciones espirituales ante Dios.17 Como tal, establece una relación de compromiso exclusivo entre un hombre y una mujer, pensada para ser una comunión indisoluble y de por vida. Además, la ceremonia pública en sociedad que marca el comienzo de la unión matrimonial tiene connotaciones legales —de acuerdo con diversas tradiciones y culturas— que aseguran determinados derechos y protección al matrimonio.
Esta dimensión pública y legal demuestra que el amor toma en serio a la otra persona, al manifestar la disposición de la otra parte a comprometerse públicamente con ella. Así, el compromiso público ofrece el marco en el cual el amor mutuo puede crecer, y proporciona la seguridad mediante la cual el amor puede expresarse sin reservas. De modo que el matrimonio es más que simple amistad. No se constituye a través de una promesa privada ni de la relación sexual. No obstante, el consentimiento mutuo es importante. Debe haber un «Sí» de las partes del pacto. Si una parte se opone a la unión, ¡entonces hay violación, no matrimonio!
Conforme al testimonio bíblico, la unión matrimonial es una relación de pacto exclusiva y de por vida entre un hombre y una mujer. Los compromisos mutuos a la fidelidad y al amor perpetuos son dados en un pacto público, e idealmente en presencia de Dios y de testigos. Y esto se debería hacer de manera acorde con las costumbres reconocidas en los diferentes contextos y culturas, con tal de que tales costumbres no contradigan los principios bíblicos. La lealtad al pacto incluye la castidad antes del matrimonio y la fidelidad en su seno. El acto público y jurídico en presencia de Dios y los testigos documenta la responsabilidad social que se asocia con la unión matrimonial, indicando que esta no es una mera iniciativa privada. El santo pacto del matrimonio, realizado en presencia de Dios, establece que el creyente es llamado a vivir bajo la guía y a través del estímulo de la Palabra de Dios. Por tanto, la Biblia respalda la necesidad de que ambos cónyuges compartan el mismo compromiso de fe como importante elemento de la vida matrimonial. Un matrimonio gestionado de acuerdo con la voluntad de Dios indica que los cónyuges buscan la bendición, el perdón, la protección y la orientación divinas.
El antiguo Israel nunca produjo un manual de matrimonio para sus ciudadanos. Aunque los detalles en las costumbres y tradiciones pueden variar, los elementos básicos introducidos por Dios en el Edén siguen siendo normativos para toda visión bíblica posterior de la unión matrimonial. El acto de abandonar y unirse deja claro que el matrimonio tiene un carácter público con connotaciones legales. Al mismo tiempo, es un acto profundamente religioso celebrado por Dios mismo. Solo después de que el abandono y la unión han provisto el marco de seguridad, la más plena intimidad buscada mediante la unión sexual puede disfrutarse con el amor y la confianza más profundos, tal como fue determinado por la orden divina en la Creación.18
La institución bíblica del matrimonio es a menudo descrita como un símbolo del pacto de Dios con su pueblo. Aquí los aspectos de unidad, amor sacrificial, fidelidad e indisolubilidad entre los cónyuges son importantes, así como el consentimiento mutuo y el carácter público del compromiso matrimonial. Las imágenes relativas al pacto y a la iglesia-novia sugieren que estas cualidades son esenciales al matrimonio desde una perspectiva bíblica.
Como tal, la unión matrimonial es el fundamento de la familia, la unidad social más pequeña de la sociedad. La Biblia describe el matrimonio y la familia como el ámbito donde se concibe la nueva vida, y donde esta se nutre y transmite a través de la interacción de las generaciones sucesivas. Aunque la unión matrimonial en sentido bíblico no es un sacramento como lo entienden los católicos, es no obstante «un vehículo usado por Dios para formar al hombre y a la mujer (y a sus hijos) en la vida de fe. [...] Esta es la razón por la que un matrimonio y una familia cristianos deben entregarse y estar sujetos a Jesucristo. Y es también la razón por la que el matrimonio y la familia deben ser vistos, no como un obstáculo para la espiritualidad, pureza y santificación personales, sino como un importante apoyo para el desarrollo de estas y otras virtudes».19
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1 Esto es reconocido por muchos eruditos. Ver por ejemplo Andreas Köstenberger, «Marriage and Family in the New Testament», en Marriage and Family in the Biblical World, ed. Ken M. Campbell, pp. 240-284.
2 Según Ernst Lohmeyer y Werner Schmauch, Das Evangelium des Matthäus, Kritisch-exegetischer Kommentar über das Neue Testament (Gotinga, Alemania: Vandenhoeck & Ruprecht, 1962, p. 129) las declaraciones sobre el divorcio son probablemente una exposición acerca del mandamiento «No cometerás adulterio» (Éxo. 20: 14). Cf. también G. F. Hawthorne, «Marriage and Divorce, Adultery and Incest», en Dictionary of Paul and His Letters, eds. Gerald F. Hawthorne y Ralph P. Martin (Downers Grove, Illinois, Míchigan: InterVarsity, 1993), p. 595.
3 Dice R. T. France, «Matthew», en New Bible Commentary (Downers Grove, Illinois, Míchigan: InterVarsity, 1994): «Jesús reafirma el propósito divino original de la indisolubilidad del matrimonio» (p. 912).
4 Ibíd., p. 950.
5 Donald Guthrie, New Testament Theology (Illinois, Míchigan: InterVarsity, 1981), p. 949.
6 Andreas J. Köstenberger, Baker Exegetical Commentary on the New Testament (Grand Rapids, Míchigan: Baker, 2004), p. 153, sugiere la posibilidad de un juego de palabras con la palabra anēr, «que puede significar “hombre” o bien “marido”. En tal caso, es posible que Jesús le esté diciendo a la mujer que ha tenido cinco “hombres” (con los que vivió en fornicación) y que el que ahora tiene no es su “hombre”, es decir, su marido (aunque puede que lo sea de otra mujer): nótese la posición enfática de “tu” en griego».
7 D. A. Carson, The Gospel According to John (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1991), p. 221, señala que «la opinión rabínica desaprobaba más de tres matrimonios, aun cuando fueran permisibles legalmente». En la misma línea, Andrew T. Lincoln, The Gospel according to Saint John (Londres: Continuum, 2005), p. 175, dice: «En el judaísmo del siglo primero, era completamente inusual tener más de tres matrimonios en toda la vida (los rabinos solo permitían a una viuda casarse una segunda vez o, a lo sumo, una tercera) y, en cualquier caso, no hay indicación de que el sexto varón haya rechazado aquí casarse con la mujer samaritana, lo que sería su derecho bajo las leyes del levirato; en lugar de eso, ella está conviviendo sexualmente con este hombre. Cualquier otra mujer que se hallase en la situación de la samaritana forzosamente sería vista como moralmente sospechosa». Cf. Hermann L. Strack y Paul Billerbeck, Das Evangelium nach Markus, Lukas und Johannes und die Apostelgeschichte erläutert aus Talmud und Midrasch (Múnich: C. H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, 1924), p. 437.
8 Solo el acto adúltero propiamente dicho, sin embargo, permite una base bíblica para el divorcio, aunque incluso entonces el perdón y la reconciliación deberían ser la primera opción.
9 De manera interesante, Jesús nunca exige la soltería. Aunque reconoce la necesidad de asignar nuestra prioridad a Dios y a su reino antes que a la pareja o a la familia (cf. Luc. 14: 26), en modo alguno prohíbe el matrimonio. Tampoco eleva el estado de soltería a una posición superior a la del matrimonio. En solo un pasaje contempló Jesús el celibato como un don concedido a ciertas personas por Dios (Mat. 19: 12; sobre este pasaje, ver F. F. Bruce, Dies ist eine harte Rede: Schwer verständliche Worte Jesu erklärt [Wuppertal, Alemania: R. Brockhaus Verlag, 1985], pp. 48-50).
10 Según Mackie y Ewing, 2:137: «Cristo dio al matrimonio el apoyo de su propia presencia».
11 Sobre las costumbres y fiestas matrimoniales judías, ver Alfred Edersheim, The Life and Times of Jesus the Messiah (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1981), pp. 352-357. Existe una versión publicada en español titulada: La vida y los tiempos de Jesús el Mesías.
12 Hawthorne, p. 597, escribe: «Pablo proclama el carácter sagrado y la honorabilidad del matrimonio usando audazmente el nexo matrimonial como analogía del vínculo que ha sido forjado entre Cristo y la comunidad de creyentes».
13 Comentando 1 Tes. 4: 6, Leon Morris, The First and Second Epistles to the Thessa-lonians, The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1991), p. 124, afirma que «la promiscuidad de alguien antes del matrimonio representa el robo a la otra parte de la virginidad de ese alguien, que debería ser aportada al matrimonio. La futura pareja de tal persona ha sufrido una estafa». Quizá Pablo también tenía en mente una relación sexual ilegítima con la esposa de un hombre casado.
14 Cf. Cornes, pp. 66, 81-82.
15 Ver cap. VIII, p. 155: «Sobre matrimonios interreligiosos: Un estudio de 2 Corintios 6: 14», de Rodríguez. Ver, también Rodríguez, «Mixed Marriages», Adventist Review, 8 de agosto de 2002, p. 11.
16 Frank M. Hasel, «Bibel und Homosexualität», Zeichen der Zeit 4 (2000), pp. 4-6.
17 El padre a menudo sirve como sacerdote de la familia e imparte la bendición de Dios a la pareja. Sobre el importante papel del padre en la Biblia, ver pp. 40-52.
18 Bower y Knapp, 3:261.
19 Köstenberger, «Marriage and Family in the New Testament», p. 255.