Igualdad del hombre y la mujer en la Caída
Esta igualdad original del hombre y la mujer se puede confirmar en el relato de la Caída, en el que Eva toma un papel destacado mientras que, comparativamente, el papel del hombre es limitado, pasivo y secundario: «[Eva] dio también a su marido, el cual comió al igual que ella» (Gén. 3: 6).1
El resto de la Biblia enseña que el hombre y la mujer fueron ambos igualmente participantes y responsables de la Caída, y que Adán no fue menos culpable que Eva (cf. Rom. 5: 12-21; 1 Cor. 15: 21-22). Esto refleja una vez más el punto de vista bíblico acerca de su unidad y solidaridad originales.
Relaciones conyugales afectadas por la Caída
Génesis 3 narra cómo el pecado distorsionó no solamente la relación entre el hombre y Dios, sino también entre el hombre y la mujer. Las consecuencias de su rebelión corrompieron el plan, «muy bueno», de la creación divina. El pecado trastornó seriamente la relación matrimonial originalmente prevista por Dios.
El texto clave es Génesis 3: 16, donde Dios le dice a Eva: «Él [Adán] te dominará» (NVI). Este es el primer pasaje bíblico que hace referencia a roles de género. Los comentadores han explicado este texto de diferentes maneras:
• Algunos sugieren que la subordinación de la mujer es una disposición de la Creación y no fue causada por la Caída. De acuerdo con su punto de vista, sin embargo, el pecado corrompió la jerarquía original entre los sexos. El plan de Dios debe ser restaurado por el evangelio.2
• Otros que también ven subordinación de la mujer al hombre como disposición de la Creación encuentran aquí una reformación de ello, pero lo consideran mayormente una «bendición» para la mujer con vistas a aliviarla por las dificultades de la maternidad.3
• Para otros, el dominio del marido sobre la esposa mencionado en Génesis 3: 16 no representa el «orden de Dios para las familias», sino un triste resultado de la Caída. En este texto, el dominio de los hombres sobre las mujeres no está prescrito por Dios, sino simplemente descrito o predicho por él.4 La sentencia pronunciada sobre la mujer debería entenderse en el sentido de una dolorosa predicción de la transformación de su condición en un mundo caído, así como la sentencia pronunciada sobre Adán y sobre la tierra anuncia una modificación similar en las condiciones de trabajo del hombre.
• Otros sostienen que la subordinación de la mujer no existía antes de la Caída. Sin embargo, como consecuencia del pecado, Dios decretó para ella, en este mundo caído, un nuevo rol que exige sumisión al liderazgo de su marido. Algunos entienden este nuevo rol como algo permanente y otros como algo temporal, hasta que la situación original sea restablecida por el evangelio.5
• Finalmente, otros niegan completamente la subordinación de la mujer al hombre, tanto como disposición de la Creación como en el contexto de Génesis 3: 16. A su juicio, el verbo hebreo para «dominar» puede traducirse también por «ser como», enfatizando la permanente igualdad del marido y la esposa.6
Relaciones hombre-mujer en el principio (Génesis 1–3): Cinco puntos de vista principales
En la siguiente tabla vamos a resumir los cinco puntos de vista básicos sobre las relaciones entre el hombre y la mujer según los tres primeros capítulos de Génesis:7
Creación (Gén. 1–2) |
Caída (Gén. 3) |
Juicios divinos sobre Eva (Gén. 3: 16) |
1. Relación jerárquica (subordinación de la mujer) | Subordinación pervertida | Subordinación restaurada |
2. Relación jerárquica (subordinación de la mujer) | Continúa la subordinación | Subordinación reafirmada |
3. Igualdad | Ruptura de la relación | La subordinación llega como consecuencia del pecado: el marido usurpa la autoridad (situación que será superada gracias al evangelio) |
4. Igualdad | Ruptura de la relación | Subordinación (permanente o temporal) decretada para garantizar la armonía después del pecado, con el marido actuando como primus inter pares |
5. Igualdad | Continúa la igualdad | Bendición de la igualdad (no preeminencia/liderazgo ni jerarquía) |
Si Dios había establecido en su plan original que marido y mujer se mantuvieran juntos sobre una base igualitaria frente a él y se relacionaran entre sí como iguales, Génesis 3: 16 encajaría mejor en el contexto como predicción de los efectos de la Caída que como prescripción de un nuevo orden de Dios. Sin duda, el tipo de autoridad de los hombres sobre las mujeres que conocemos en la historia humana no se corresponde con el orden creado originalmente, sino que es una consecuencia del pecado o un efecto de la maldición.8
El estilo literario de la declaración «Él te dominará»
Sobre la base de la gramática hebrea, se ha observado que la frase «Él te dominará» tiene algunas connotaciones legales que corresponderían mejor a un «mandato» divino que a una «profecía». Según este punto de vista, la frase podría implicar un cierto papel de autoridad del marido sobre la mujer.9 Si esta sumisión debería ser permanente o eliminada por el evangelio, eso es algo que sigue siendo objeto de discusión.10
El significado del término «dominar»
Ya que la palabra māšal empleada en Génesis 3: 16 para «dominar, tener potestad sobre» no es la misma que la empleada en 1: 26, 28 para el dominio humano sobre los animales, se ha de efectuar una importante distinción respecto al tipo de «autoridad» esperado del marido sobre su esposa. De hecho, el campo semántico del verbo māšal no necesariamente implica la autoridad de un poder despótico, sino que puede también aludir a un liderazgo servicial que incluya protección y amor en el sentido de que al marido se le encomienda el papel de cuidar amorosamente de su esposa. Esto hace posible que algunos «entiendan que la sentencia divina de Génesis 3: 16 implica no solo castigo sino asimismo bendición».11
El sentido de la palabra «deseo»
Se ha visto también una declaración de sumisión en la frase de Dios a Eva «tu deseo será para tu marido». El significado de la palabra hebrea tĕšûqâ («fuerte deseo, anhelo»), que aparece solo tres veces en la Escritura, puede referirse a un ansia desequilibrada e insatisfecha de controlar a otra persona, como resultado de la Caída (cf. Gén. 4: 6-7).12 Este sentido puede quedar aclarado por la otra única aparición de este término en un contexto de relación hombre-mujer, que encontramos en el Cantar de los Cantares, donde la sulamita exclama gozosamente: «Yo soy de mi amado, y su deseo tiende hacia mí» (Cant. 7: 10, BA). En este contexto el deseo mutuo puede ser reflejo de la reciprocidad original de Génesis 1 y 2. El deseo no es el mismo que el que acabamos de mencionar previamente. En todo caso, el contexto de Génesis 3: 16 es específicamente el del matrimonio. El texto habla solo del deseo de la esposa hacia su marido y del dominio del marido sobre su esposa,13 y no del dominio de los hombres sobre las mujeres en general.
El significado de la «maldición»
Se podría concluir que «de las interpretaciones sugeridas para Génesis 3: 16 descritas hasta aquí, se habría de preferir el punto de vista número 4 [ver tabla, p. 80], si es que hay una sentencia divina normativa que anuncia una sujeción/sumisión de la esposa al marido como resultado del pecado. Esto implicaría, sin embargo, no solo un juicio negativo sino también (y especialmente) una bendición positiva pensados para regresar en lo posible al plan original de armonía y unión entre compañeros iguales».14 El par juicio/bendición divino de Génesis 3: 16 facilitaría el logro del propósito inicial para el matrimonio en el marco de un mundo pecaminoso.
Aunque podemos mostrar acuerdo con esta interpretación, hay un punto que nos parece problemático, pues una maldición es una maldición. Por ejemplo, no alegaríamos que las malas hierbas (la maldición sobre la tierra de Gén. 3: 17-18) son una bendición. En nuestra opinión, en Génesis 3 el evangelio ha de encontrarse, no en la maldición misma, sino en el anuncio de la mesiánica Simiente por venir, la cual aplastará al pecado representado por la serpiente. En un mundo caído, lo mejor que puede hacer la maldición es proveer, valga el símil, una férula de escayola para dar sujeción a la parte fracturada hasta que lleguen el Sanador y la sanación. Pero no se ha de llevar la escayola más tiempo del necesario. Aunque la misma siga siendo precisa en un mundo quebrantado mientras Cristo no sea acogido en los corazones de maridos y esposas, una situación diferente tendrá lugar en quienes hayan sido transformados por su gracia. A la luz del evangelio, la subordinación temporal seguirá haciendo las veces de una «escayola» hasta que la conversión haya traído restauración y curación plenas.
Cualquiera que pueda ser la nueva relación de sujeción/sumisión evocada en 3: 16, el tercer capítulo de Génesis no proporciona base concluyente para argumentar que la igualdad básica entre el hombre y la mujer establecida en la Creación quedó alterada como consecuencia de la Caída.
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1 Vale la pena notar que el texto no reprueba a la mujer por asumir un rol destacado, sino a ambos por desobedecer las órdenes de Dios (Gén. 3: 17).
2 Calvino, p. 172, ve la condición de la mujer antes de la Caída como «suave sujeción», pero después de la Caída afirma que es «reducida a servidumbre». Cf. Bacchiocchi, Headship, pp. 79-84.
3 «Así pues, una servidumbre de este tipo es un don de Dios. Por tanto, la conformidad con la servidumbre ha de ser considerada entre las bendiciones» (Ambrose De Paradiso, p. 350), citado por Stephen B. Clark, Man and Woman in Christ: An Examination of the Roles of Men and Women in the Light of Scripture and the Social Sciences (Ann Arbor, Míchigan: Servant Books, 1980), p. 677.
4 Ver Gilbert Bilezikian, Beyond Sex Roles. A Guide for the Study of Female Roles in the Bible (Grand Rapids, Míchigan: 1985), pp. 54-55; Paul K. Jewett, Man as Male and Female: A Study of Sexual Relationships from a Theological Point of View (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 1975), p. 114.
5 Ver Francis Schaeffer, Genesis in Space and Time (Downers Grove, Illinois, EE. UU.: InterVarsity), 1975, pp. 93-94. Ver Trible, p. 41.
6 Otros restringen el «dominio» masculino solo al ámbito de la sexualidad, con la consecuencia de embarazos no deseados, entre otras. Ver John H. Orwell, And Sarah Laughed: The Status of Women in the Old Testament (Filadelfia: Westminster, 1977), p. 18, y Carol L. Meyers, «Gender Roles and Gen 3:16 Revisited», en The Word of the Lord Shall go Forth (Winona Lake, Indiana: Eisenbraun, 1983), pp. 337-354.
7 Esta tabla es una adaptación de la de Davidson, p. 266.
8 Elena G. de White identifica el dominio de Adán sobre Eva como parte de la maldición: «Cuando Dios creó a Eva, quiso que no fuera ni inferior ni superior al hombre, sino que en todo fuese su igual. [...] Pero después del pecado de Eva, como ella fue la primera en desobedecer, el Señor le dijo que Adán dominaría sobre ella. Debía estar sujeta a su esposo, y esto era parte de la maldición. En muchos casos, esta maldición ha hecho muy penosa la suerte de la mujer, y ha transformado su vida en una carga» (Testimonios para la iglesia [Doral, Florida: IADPA, 2004], t. 3, p. 531). Nótese que no dice que la sumisión de Eva fuera por causa de su sexo (o género), sino porque había sido la primera en la transgresión. «Al evaluar el verdadero propósito de este pasaje, debemos cuestionar de inmediato esas interpretaciones fundadas en el supuesto de que existía una jerarquía entre los sexos antes de la Caída (puntos de vista 1 y 2). El análisis de Génesis 1 y 2 ha mostrado que ninguna subordinación o sujeción de la mujer al hombre estuvo presente en el principio» (Davidson, p. 266).
9 Elena G. de White parece adoptar esta interpretación: «En la Creación Dios la había hecho igual a Adán. Si hubieran permanecido obedientes a Dios, en concordancia con su gran ley de amor, siempre habrían estado en mutua armonía; pero el pecado había traído discordia, y ahora la unión y la armonía podían mantenerse únicamente mediante la sumisión del uno o del otro. Eva había sido la primera en pecar, había caído en tentación por haberse separado de su compañero, contrariando la instrucción divina. Adán pecó a sus instancias, y ahora ella fue puesta en sujeción a su marido. Si los principios prescritos por la ley de Dios hubieran sido apreciados por la humanidad caída, esta sentencia, aunque era consecuencia del pecado, hubiera resultado en bendición para ellos; pero el abuso de parte del hombre de la supremacía que se le dio, a menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha convertido su vida en una carga» (Patriarcas y Profetas [Doral, Florida: IADPA, 2008], cap. 3, p. 38).
10 «No es inapropiado volver tanto como se pueda al plan divino original de total igualdad en el matrimonio mientras al mismo tiempo se mantenga la validez del principio de autoridad por estimarlo necesario, en un mundo pecaminoso, para preservar la armonía en el hogar» (Davidson, p. 267).
11 J. B. Hurley, Man and Woman in Biblical Perspective (Grand Rapids, Míchigan: Zondervan), 1981, pp. 216-219.
12 Bryan Craig, Searching of Intimacy in Marriage (Silver Spring, Maryland, EE. UU.: Asociación Ministerial, Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, 2004), pp. 34-35, dice: «Para lograr esto, Eva llegaría a ser como la serpiente, la cual usó sus astutos, taimados y maliciosos métodos para cumplir su objetivo y encontrar apoyo para su orgullo herido y su espíritu vengativo. Adán correspondió a esta relación modificada de manera similar. Culpó a Eva de sus propios y amargos sentimientos de culpa y buscó dominarla y controlarla mandando sobre ella [...] con el mismo aire de arrogancia [...] mostrado por él hacia Dios».
13 La autoridad del marido prescrita en este pasaje (Gén. 3: 16d) no puede ampliarse más, para referirse a las relaciones hombres-mujeres en general, de lo que puede ampliarse el deseo sexual de la esposa (Gén. 3: 16c) para implicar el deseo sexual de cualquier mujer hacia cualquier hombre. Todo intento de extender esta prescripción más allá de la relación marido-esposa no tiene justificación en el texto. En cualquier caso, la sumisión particular de la esposa al marido no conlleva una subordinación general de las mujeres a los hombres. Cf. G. Hasel, «Equality from the Start: Woman in the Creation Story», Spectrum 7/2 (1975), p. 23. Ver además, del mismo autor, Man and Woman in Genesis 1–3 (Berrien Springs, Míchigan: Andrews University Press, 1976), p. 261.
14 Este es el punto de vista de Davidson, p. 269.