Jiří Moskala
Sabemos del origen del pecado en la tierra porque la Biblia relata su historia. Si bien es cierto que el término «pecado» no aparece en el relato de la caída de Génesis 3, podríamos afirmar que esta historia es la mejor para definir el pecado. Este relato no es un mito o algo ficticio. En realidad, es algo que realmente sucedió y que tiene un profundo significado simbólico, ya que explica la naturaleza del pecado como un paradigma con grandes consecuencias. Aunque a muchos les gusta las explicaciones extensas o en forma de tratados, los autores inspirados de la Biblia prefirieron utilizar historias.
La historia bíblica respecto al pecado original —el primer pecado cometido por Adán y Eva en el huerto de Edén— presupone un conocimiento del relato de la creación (Gén. 1–2). Así, se dice que Dios nos creó a su imagen, en un estado prístino que para ese entonces aún no había sido mancillado por el mal. Ese estado colocó a Adán y Eva en el hermoso huerto de Edén. Ser creados a la imagen de Dios (Gén. 1: 27-28) significa que hemos sido creados con la capacidad de comunicarnos y relacionarnos con Dios, y que tenemos la responsabilidad de cuidar la creación divina; de hecho, esta fue la primera responsabilidad de nuestros primeros padres. Este concepto también significa que debemos manifestar el carácter amoroso de Dios en nosotros mismos y hacia los demás. Adán y Eva no fueron creados como pequeños dioses (como se atreven a señalar algunos), sino como personas especiales y únicas a fin de ser una bendición para los demás.
Ahora bien, Génesis 3 describe el pecado principalmente en términos teológicos y relacionales, ya que el pecado está dirigido contra Dios el Creador y lo que él representa. David expresó su comprensión del pecado elocuentemente, después de que entendió la naturaleza de sus propias acciones pecaminosas en su adulterio con Betsabé: «Contra ti [Dios mío], contra ti solo he pecado; he hecho lo malo delante de tus ojos» (Sal. 51: 4). José enfatizó la misma convicción cuando rechazó acostarse con la mujer de Potifar: «Mi patrón no me ha negado nada, excepto meterme con usted, que es su esposa. ¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra Dios?» (Gén. 39: 8, NVI).
En la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, la devastadora naturaleza del pecado está atestiguada por una amplia y significativa terminología. De hecho, este rico vocabulario bíblico demuestra la complejidad del pecado. Hay tres palabras que describen el pecado de manera contundente:
1. Hattah: «no alcanzar el objetivo», «desviarse de un camino recto» o «extraviarse de un camino justo» (la palabra griega hamartía expresa la misma idea).
2. Awon: «transgresión», «perversidad», «maldad» o «iniquidad».
3. Pésha: «rebelión» o «revuelta/torcer».
Dios perdona el pecado y las transgresiones (cf. Exo. 34: 6; Sal. 32: 1-2; Isa. 53: 5-6, 8-12). Además de los términos principales mencionados anteriormente, la Biblia usa otros términos para describir la complejidad del pecado y nuestra naturaleza pecaminosa. El vocabulario adicional incluye mal, culpa, impureza, engaño, deshonestidad, falsedad, ofensa, abominación, profanación, perversión, deshonestidad, error, injusticia, arrogancia, fracaso, etcétera.
Se podría resumir esta terminología bíblica en cinco definiciones principales. Estas son construidas y desarrolladas sobre la teología del pecado según Génesis 3.
1) El pecado implica una relación quebrantada con Dios. Es un intento de vivir sin Dios, su autoridad y su ley. Por lo tanto, el pecado es la de-creación, la destrucción de la maravillosa creación divina. El pecado revierte los propósitos de la vida para los que fuimos creados (véase el primer relato de la creación de Génesis). El pecado destruye nuestra comunión con Dios, cuya base es la confianza, y nos aleja de la presencia del Señor. Al vivir en pecado, las personas dejan de confiar en Dios. Esto los lleva a tomar sus propias decisiones respecto a que está bien y que está mal. En otras palabras, el pecado viene como resultado de rechazar la autoridad divina y de negarse a reconocer a Dios como el Creador del universo.
Las definiciones de pecado, de acuerdo con Génesis 3, son desarrolladas por Pablo en el Nuevo Testamento. Él dijo: «Todo lo que no proviene de fe, es pecado» (Rom. 14: 23). La fe implica una relación de confianza con Dios y romper esa relación de fe es pecado (Mal. 2: 10-11). Un claro ejemplo de esto se encuentra en Números 20: 12, donde Dios le dijo a Moisés lo siguiente: «Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas…» (NVI). El pecado no es más que desconfianza e incredulidad en Dios, lo que produce un rechazo a la santa ley divina. Ted Peters expresa esta idea correctamente al decir: «En el centro de todo pecado está la falta de confianza en Dios. El pecado es nuestra falta de voluntad para reconocer que hemos sido creados y para reconocer nuestra dependencia del Dios misericordioso».1
Aunque la Biblia presenta más definiciones sobre el pecado, en realidad son un desarrollo de las definiciones que ya hemos presentado. Todas las demás explicaciones bíblicas surgen de la comprensión principal que se da en el relato de la caída (Gén. 3).
2) En la Biblia, el apóstol Juan nos da una definición bien conocida sobre el pecado: «Todo aquel que comete pecado, infringe también la Ley» (1 Juan 3: 4, cursiva añadida). Aquí se utiliza la palabra griega anomia, que literalmente significa «ilegalidad». Esta definición está enraizada en Génesis 3: «¿Acaso has comido del árbol del cual yo te mandé que no comieras?» (vers. 11), que también indica que la desobediencia es el resultado de no respetar los mandatos divinos. De esta manera, el pecado es una rebelión arrogante contra Dios. Implica un contundente rechazo a la palabra, voluntad y autoridad divina. Esto fue bien explicado por Samuel al rey Saúl: «La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría. Y, como tú has rechazado la palabra del Señor, él te ha rechazado como rey» (1 Sam. 15: 23, NVI). «Vale más obedecerlo y prestarle atención [al Señor] que ofrecerle sacrificios» (1 Sam. 15: 22, DHH). ¡Vivir en pecado significa vivir sin Dios y no cumplir su voluntad!
3) El pecado es un estado con el que nacemos. Esto ya se observa en Génesis 5: 1-3 cuando se afirma que Adán fue creado a la imagen de Dios, pero Set nació a la imagen de Adán, su padre. La diferencia entre Adán (Gén. 1) y Set (Gén. 5) puede ser explicada por el evento que produjo este cambio: la caída en pecado (Gén. 3). Como resultado del pecado de Adán y Eva, la naturaleza humana fue corrompida y su descendencia nació con una naturaleza pecaminosa. Así lo describió David: «En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre» (Sal. 51: 5). También, en el Salmo 58: 3, David se refirió a la actitud equivocada de los malvados: «son pecadores de nacimiento, desde que nacieron mienten y siguen su propio camino». El pecador no considera a Dios en sus decisiones, a pesar de que el pecador sea como trapos de inmundicia (Isa. 64: 6). Nuestros corazones están pervertidos y no tienen remedio (Jer. 17: 9). Pareciera que hay un camino recto y justo para los malvados, pero en realidad su destino es la muerte (Prov. 14: 12). Los seres humanos no pueden cambiar su naturaleza, así como un leopardo no puede cambiar su piel (Jer. 13: 23). Sin excepciones, todos nacen como pecadores (Ecle. 7: 20; Rom. 3: 2-3), temerosos y distanciados de Dios, y muertos en sus pecados (Gén. 3:10, Efe. 2: 1, 12, 19).
El apóstol Pablo ha explicado bien este punto:
«No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco […] Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa [lit. “en mi carne”], nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí» (Rom. 7: 15-20, NVI).
El pecado está en nuestra naturaleza humana. No somos un pecado, sino que nacemos con una naturaleza pecaminosa y, por consiguiente, estamos separados de Dios y en constante necesidad de salvación. Como pecadores, amamos y fabricamos pecado, y nuestra naturaleza pecaminosa se caracteriza por el egoísmo, las tendencias y las inclinaciones a hacer el mal. El poder del pecado nos esclaviza (Rom. 5: 6; 6: 6-7). Por lo tanto, todo está afectado y corrompido por el pecado.
El apóstol Santiago ha señalado la misma verdad cuando explicó que «cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte» (Sant. 1: 14-15, NVI). De acuerdo a Santiago, el pecado o la tentación comienza con nuestra naturaleza pecaminosa. No somos culpables por nuestra naturaleza, sino por dejar que el pecado nos arrastre, nos condene y nos aleje de Dios (cf. Juan 3: 36; Efe. 2: 1-3). ¡Somos culpables cuando jugamos y cedemos a los malos deseos!
4) Pecado también es saber hacer lo bueno y no hacerlo (Sant. 4: 17) debido a nuestra indiferencia, apatía o tibieza (Apoc. 3: 15-18). No basta con abstenerse de hacer el mal. El pecado de omisión nos lleva al pecado de comisión, a acciones incorrectas o a la inactividad. Esto ocurre cuando las personas se aman más a sí mismas que a Dios y a su creación. Por lo tanto, esta actitud conduce a muchos pensamientos pecaminosos y a un comportamiento inadecuado. Pero la verdadera religión consiste en hacer lo que es bueno, correcto y provechoso (Miq. 6: 8; Juan 5: 29; Tito 3: 8; Sant. 1: 27a; cf. Fil. 4:5-6). ¡El cristianismo es una religión que se mantiene siempre en acción! Dios mismo es un ser viviente en acción y él desea seguidores visionarios y proactivos. No basta con confesar la fe. ¡Hay que hacer buenas obras porque ellas son importantes! (Gál. 5: 4; Sant. 1: 27).2 Por lo tanto, conocer la verdad y practicarla siempre deben ir de la mano.
5) Jesucristo dijo: «Cuando el Espíritu venga, hará que los de este mundo se den cuenta de que no creer en mí es pecado» (Juan 16; 8-9, TLA). Rechazar a Cristo es pecado, porque Jesús es la única solución para nuestras vidas pecaminosas. Los seres humanos no pueden ayudarse a sí mismos, curar el pecado o curar su propia transgresión. ¡Cristo es el único Salvador del mundo y la única persona que puede hacer eso! (Hech. 4: 12; Rom. 8: 1; 1 Juan 5: 12-13). Por lo tanto, pecado es rechazar la muerte y obra de Cristo en nuestro favor, ya que él es el único que puede rescatarnos de la esclavitud del pecado. Esta verdad puede ser expresada de una manera diferente: las personas no serán condenadas a muerte eterna en el juicio final solo por ser pecadores (¡todos somos pecadores!). Al contrario, serán condenadas por haber rechazado a Cristo y por negarlo como la única solución para sus vidas pecaminosas. Aquellos que rechacen al «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29), «se hundirán en la desgracia» (Prov. 24: 16; cf. Juan 3: 36).
__________
1 Ted Peters, Sin: Radical Evil in Soul and Society (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), p. 8.
2 Sobre el rol de nuestras obras, véase el Apéndice 2 en esta obra. Cf. Jiří Moskala, «Are Good Deeds—Well, Good?», Ministry 91, nº 5 (2019): p. 5.