Jo Ann Davidson
El consenso general indica que el Decálogo ha ejercido más influencia en la ética y el derecho que cualquier otra parte de las Escrituras, o cualquier otro documento fuera de las Escrituras. En la teología moral católica romana, en la ética protestante y en el derecho occidental, los Diez Mandamientos han sido fundamentales durante milenios. Los códigos legales de la Edad Media solían ir precedidos de los Diez Mandamientos. Autores cristianos y judíos han escrito numerosos comentarios sobre el Decálogo.
Además, el Decálogo es el documento ético más importante de las Escrituras. Es citado por casi todos los escritores bíblicos posteriores al Éxodo, incluidos los salmistas, los profetas y los historiadores. En el Nuevo Testamento, Jesús mismo se refiere al Decálogo y afirma su naturaleza exaltada. El Apóstol Pablo también habla de las pretensiones de largo alcance de la ley de Dios, citándola a menudo en sus diversas cartas y epístolas. En su ministerio transcultural, el gran apóstol instruye a los nuevos cristianos sobre cómo los límites de la Ley se extienden profundamente en el pensamiento humano. Y el canon bíblico se cierra con el Apocalipsis y su referencia a los «que guardan los mandamientos de Dios» (Apoc. 14: 12).1
Dado la relevancia en las escrituras, cabe preguntarse si las preocupaciones éticas en el canon comenzaron en el monte Sinaí. Actualmente hay mucha confusión en la crítica pentateucal, que a menudo supone una evolución del Decálogo.
Pero una lectura atenta del libro del Génesis sugiere que incluso antes de la Caída, Adán y Eva, en la perfección recién creada, recibieron de Dios la orden de no comer de cierto árbol. Encontramos un mandamiento divino antes del pecado: «Mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás”» (Gén. 2: 16, 17, cursiva añadida). La presencia de la ley ante el pecado sugiere la naturaleza protectora positiva de la ley divina.
Esta restricción anterior a la Caída merece una reflexión. ¿De qué protege Dios a Adán y Eva? ¿Podría estar implicando sutilmente que existe una norma de lo correcto y lo incorrecto que funciona antes de que Adán y Eva desobedezcan? Esta restricción previa a la Caída sugiere al menos que la pareja humana necesitaba ser protegida de algo. La implicación incluye la noción de que el pecado se encontraba en el universo antes de que Adán y Eva desobedecieran y que Dios buscó proteger a Adán y Eva de ello.
El contenido de la orden divina de Génesis 2: 16, 17 también es significativo. En primer lugar, Dios hace una declaración positiva a Adán y Eva: «De todo árbol del huerto podrás comer» (Gén. 2: 16).
Esta misma característica puede verse más adelante en las palabras iniciales del Decálogo: «Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre» (Éxo. 20: 2). Solo después de esta declaración positiva se da la prohibición, e incluso entonces, el mandamiento no se presenta como una prohibición abstracta como «está prohibido».
El mandamiento de Génesis 2: 17, «no comerás», que literalmente en hebreo dice «no debes hacerlo» (o «no lo harás»), se parece mucho a las palabras iniciales de ocho preceptos del Decálogo. La prohibición de Génesis 2 se aplica a un solo árbol. Aparentemente, Adán y Eva podían comer libremente de todos los demás árboles. Bruce Waltke está en lo cierto: «Estas primeras palabras de Dios al hombre suponen la libertad de éste para elegir y, por tanto, su capacidad moral formada».2
Así pues, desde el principio, los seres humanos tuvieron el poder de elegir. Eran libres de tomar decisiones auténticas. El mandato divino les ayudaba a tomar la decisión correcta, pero la elección era suya. Después de la Caída, en las narraciones del Génesis, Dios sigue dando mandamientos a los seres humanos. De Noé se tiene constancia en dos ocasiones (Gén. 6: 22, 7: 5). Y a los patriarcas se les elogia por obedecer los mandamientos de Dios (Gén. 18: 19; 21: 4; 22: 18; 26: 5).
Pruebas anteriores al Sinaí de los mandamientos del Decálogo
La ley dada más tarde en el monte Sinaí puede verse menos como una nueva ley que como una expresión autorizada de un sistema de moralidad ya existente. Al hablar de la historia patriarcal, Terence Fretheim señala: «Estos textos ancestrales también demuestran que la ley no se puede reducir a ley dada en el Sinaí. Demuestran que la ley del Sinaí se ajusta básicamente a la ley ya existente».3
A menudo se han pasado por alto las intrigantes pistas que encierran los relatos del Génesis al considerar la moralidad antigua. Los diez preceptos del Decálogo ya están presentes en la vida humana.
Creación/Sábado (Génesis 2: 1-3). El sábado aparece en numerosos y variados textos del Antiguo Testamento. El Pentateuco contiene lo que se consideran las primeras referencias al mismo. Este día especial desempeña un papel destacado en los primeros capítulos del Génesis, en el momento culminante del relato de la Creación (Gén. 1: 1–2: 4). Génesis 2: 1-3 revela que Dios completó su actividad creadora en seis días, tras los cuales «descansó» el «séptimo día». El séptimo día se menciona tres veces, marcando su importancia sobre los seis días anteriores.
«El “séptimo día” sábado es “bendecido” como ningún otro día y por lo tanto imbuido de un poder único a este día. Dios hizo este día “santo” separándolo de todos los demás días. La santidad del día de descanso es algo que Dios otorgó al séptimo día. Se manifestó en la abstención del trabajo y en el descanso como el modelo divino para la humanidad. La secuencia de “seis días de trabajo” y un “séptimo día de descanso [sabático]” indica de manera inclusiva que todo ser humano debe dedicarse a […] “imitar a Dios”, descansando en el “séptimo día”. El “hombre” […] hecho a […] “imagen de Dios” (Gén. 1: 26-28), es invitado a seguir al modelo».4 Y cuando se acentúa el sábado en el peregrinaje por el desierto antes del Sinaí, está claro que no se está introduciendo como algo nuevo (Éxo. 16: 28).
Dios fundamenta el ciclo de la semana de la creación en el cuarto mandamiento del Decálogo. El ciclo semanal también se menciona incidentalmente en los relatos del Diluvio (Gén. 7: 10; 8: 10, 12).
Caín y Abel/Adoración de Dios (Gén. 4: 3, 4). Caín y Abel se encuentran adorando fuera del huerto del Edén. Las acciones de los hermanos revelan un conocimiento de la adoración divina, y que ésta implica tiempo. El versículo 3, a menudo traducido «pasado un tiempo», se lee literalmente «al final de los días». El único marco temporal dado en Génesis hasta ahora es el ciclo semanal establecido en Génesis 1 y 2. Por lo tanto, «al final de los días» en Génesis 4: 3 podría implicar el fin de la semana o el séptimo día de reposo. Aunque el pecado ha impedido el contacto directo con Dios, como ocurría en el huerto antes del pecado, Dios no ha roto el contacto con la humanidad. «El Edén está fuera de los límites de la humanidad, pero Dios no está restringido al recinto del Edén».5
El lector no sabe cómo se instruyó a los hermanos sobre la adoración a Dios. Sin embargo, es evidente que el conocimiento y los medios de este culto fueron conocidos.
Caín/Asesinato y mentira (Gén. 4: 3-16). Esta narración es un trágico relato de la rápida degradación de la naturaleza humana por el pecado. Mucho antes de que el mandamiento contra el asesinato fuera proclamado desde el monte Sinaí, Caín mata a su hermano Abel. Es obvio que se hace hincapié en este horrible hecho, pues la palabra hermano se repite una y otra vez en el pasaje. Cuando Dios se dirige a Caín, cita esta relación tres veces en solo tres versículos (Gén. 4: 9-11). En Génesis 4: 1-17, Abel y hermano aparecen siete veces. Estas repeticiones llaman la atención del lector sobre la naturaleza atroz del crimen: el asesinato de la propia familia.
Como resultado de este grave asesinato, Caín (al igual que la serpiente en Gén. 3) «queda bajo maldición. Esta es la primera ocasión en la que un ser humano es maldecido, lo que indica la gravedad de su crimen contra Dios y la creación».6 Gordon Wenham señala que el patrón general de esta narración de Génesis 4 es inequívocamente similar al relato de la Caída en Génesis 3, con escenas estrechamente paralelas:
1. La escena central de cada capítulo es una descripción escueta del pecado (Gén. 3: 6-8 // 4:8) que contrasta llamativamente con los largos diálogos anteriores y posteriores.
2. La siguiente escena en cada caso, en la que Dios investiga y condena el pecado, es también notablemente parecida: «¿Dónde está Abel, tu hermano?» // «¿Dónde estás?» (Gén. 4: 9; 3: 9). «¿Qué has hecho?» (Gén. 3: 9; 4: 10; 3: 13) «maldito seas de la tierra» // «maldita serás entre todas las bestias y entre los animales del campo […] maldita será la tierra por tu causa» (Gén. 4: 11; 3: 14, 17).
3. Ambas historias concluyen con los transgresores abandonando la presencia de Dios y yéndose a vivir al este del Edén (Gén. 4: 16; 3: 24).
4. En Génesis 3: 24, el Señor expulsó a Adán y Eva del huerto. La queja de Caín es similar: «Hoy me hechas de la tierra» (Gén. 4: 14).
Estos paralelismos entre Génesis 3 y 4 sugieren que ambas narraciones deben compararse para comprender mejor la naturaleza del pecado humano. El fratricidio ilustra gráficamente la contaminación del pecado. En los capítulos 3 y 4, Eva tiene que ser persuadida por la serpiente para desoír el consejo del Creador (3: 1-5); Caín no es disuadido de su intención asesina por la apelación directa de Dios (4: 6, 7). En el capítulo 3 no hay una sensación de distanciamiento inmediato entre Adán y Eva con Dios. Cuando Dios dicta sentencia contra Adán, Eva y la serpiente, ellos la aceptan sin protestar (Gén. 3: 14-20). La actitud negativa de Caín es perceptible desde el principio, cuando el Señor no acepta su sacrificio.
Es evidente que el autor del Génesis quiere establecer paralelismos entre ambos relatos. El asesinato de Abel, sin embargo, no es simplemente una repetición de la Caída. Hay una mayor degradación. La naturaleza viciosa del pecado se demuestra más gráficamente, y la humanidad se aleja aún más de Dios.
Las narraciones del Génesis proceden con vínculos deliberados, mostrando la maldición del pecado desarrollando rápidamente un dominio mortal sobre la raza humana. La naturaleza humana está ahora inclinada hacia el mal. «Los seres humanos deben saber que un pulpo sujetó sus tentáculos sobre la raza cuando el pecado se apoderó de ella. La narración continúa con terrible realismo».7
La prohibición del Decálogo contra el asesinato aún no se ha dado. Sin embargo, en Génesis 4, tras el asesinato de Abel, Dios se enfrenta a Caín como fiscal y le hace una grave acusación: Caín es responsable de derramar sangre. Una persona no puede quitar impunemente la vida a otra. Significativamente, el propio Caín es consciente de que el asesinato está mal. Es más, además de asesinar a su hermano, Caín miente.
La justicia retributiva no se pone en marcha con el pacto de Moisés en el Éxodo. Ya es operante con respecto a este primer asesinato trágico. El propio Caín reconoce su culpabilidad y no se queja de que Dios sea demasiado duro con él. Solo le preocupa que otras personas puedan tratarle injustamente.
El relato de Génesis 4 sobre el asesinato de Caín a su hermano también revela y subraya el carácter sagrado de la vida humana a los ojos de Dios. Es esta misma afirmación de la vida la que está implícita más adelante en el sexto mandamiento del Decálogo, que prohíbe el asesinato. Además, la gran ira de Caín en Génesis 4: 5 es una presentación anticipada del principio que Jesús dilucidó mucho más tarde en su sermón del monte, equiparando la ira en el corazón al asesinato.
Lamec/Bigamia y Asesinato (Génesis 4: 19-24). Al tomar dos esposas (Gén. 4: 19), Lamec se desvía deliberadamente del ideal divino para el matrimonio —Génesis 2: 24, la unión de un marido y una mujer. El octavo mandamiento del Decálogo que prohíbe el adulterio implica esta misma visión sagrada del matrimonio monógamo.
Lamec también se jacta de haber asesinado a una persona por herirle, refiriéndose descaradamente al asesinato de Caín y su posterior condena divina (Gén. 4: 23). «El hecho de que Lamec se regodee con una reputación más despiadada que la del famoso Caín muestra el menosprecio de la vida humana entre la descendencia de Caín que fue fomentado por el asesinato de Abel».8
En la estructura literaria del Génesis, la genealogía de Caín, cuyo punto culminante es Lamec, se yuxtapone a la genealogía de Adán/Set, cuyo punto culminante es el justo Enoc, que fue trasladado sin ver la muerte (Gén. 4: 16-24, 26). Este emparejamiento hace aún más evidente la degradación causada por el pecado.
Descendientes de Set/Nombre de Dios (Gén. 4: 26). A lo largo de toda la Escritura, el nombre de Dios es declarado santo: «¡Jehová reina! Temblarán los pueblos. Él está sentado sobre los querubines; se conmoverá la tierra. Jehová en Sión es grande y exaltado sobre todos los pueblos. ¡Alaben tu nombre grande y temible! ¡Él es santo!» (Sal. 99: 1-3, cursiva añadida).
Mucho antes de la orden del monte Sinaí de honrar el nombre de Dios, la gente lo exaltaba: «Los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová» (Gén. 4: 26). El mandato de honrar el nombre sagrado de Dios se consagrará más tarde en el tercero de los Diez Mandamientos.
Antediluvianos/Moralidad (Gén. 6: 5, 11-13). La razón divina para el Diluvio implica que se estaba violando una norma de moralidad: «Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos de su corazón solo era de continuo el mal; […] La tierra se corrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y vio que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra» (vers. 5, 11, 12).
La frase «Vio Jehová» (Gén. 6: 5) enlaza con el relato de la creación («Y vio Dios», Gén. 1: 31) de una manera sorprendente. La maldad humana se presenta ahora con fuerza mordaz a través de las palabras inclusivas «todo […] solo […] de continuo» (6: 5). Además, toda la vida está unida, pues todos los seres vivos comparten la misma liberación o sentencia de muerte divina.
Después del Diluvio, Dios da otro mandato contra el asesinato: «El que derrame la sangre de un hombre, por otro hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre» (Gén. 9: 6). Esta declaración de Dios es precisa y subraya nuevamente el carácter sagrado de la vida, con graves consecuencias por su destrucción sin sentido.
El principio divinamente pronunciado declara que destruir la vida humana es una ofensa contra el Creador. El texto habla de seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, lo que enlaza sorprendentemente con el valor trascendente de la vida anunciado durante la semana de la Creación (Gén. 1: 26, 27). La imagen divina sigue siendo reconocida por Dios en los humanos pecadores posteriores al Diluvio, vinculando explícitamente la humanidad posterior al Diluvio con Adán.
Dios impone un castigo por derramar la sangre de otro ser humano. Dos veces se menciona en solo dos versículos que Dios exige recompensa por el asesinato. Esta declaración divina en Génesis 9: 5, 6 está dirigida a la humanidad, mucho antes de que existiera el pueblo de Israel. La justicia retributiva no comienza en el pacto mosaico. Se encuentra en el pacto divino con Noé, que ya operaba desde el primer asesinato en Génesis 4.
Noé y sus hijos/Irreverencia filial y perversión sexual (Gén. 9: 20-27). Este incidente se refiere a la irregularidad sexual relacionada con la embriaguez. La palabra hebrea traducida al español como «vio» en este texto significa «miró (escudriñó)» (Cantar de los Cantares 1: 6; 6: 11). No describe una acción inocente o accidental. El voyerismo de Cam es de la peor calaña, como insiste más tarde el profeta Habacuc: «¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti, que le acercas tu hiel y lo embriagas para mirar su desnudez! Te has llenado de deshonra más que de honra» (Hab. 2: 15, 16). Los eruditos siguen discutiendo sobre la naturaleza exacta del acto de Cam, pero todos coinciden en que la perversión sexual es evidente, al igual que la irreverencia filial.
En contraste con la escueta brevedad con la que se describe la acción de Cam, la respuesta de los dos hermanos, Sem y Jafet, es detallada. La narración se ralentiza cuando los otros dos hermanos se abstienen de cometer más improperios. Dos veces se dice que volvieron «sus rostros», y que cubrieron y no vieron «la desnudez de su padre». El quinto mandamiento de honrar a un padre es aparentemente operativo mucho antes del pronunciamiento del mismo desde el monte Sinaí. También está implícita la norma de pureza sexual del séptimo mandamiento.
Torre de Babel/Hacer un «nombre» (Gén. 11: 1-9). Esta narración está vinculada a la descripción de Génesis 4: 26 de invocar «el nombre de Jehová»: «Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Aconteció que cuando salieron de oriente […] Después dijeron […] hagámonos un nombre» (Gén. 11: 1-4, cursiva añadida). El motivo de los constructores de Babel era independizarse de Dios, lo que implicaba un flagrante desaire a lo divino. Aunque creados a imagen de Dios, querían divorciarse de esa conexión fundamental. Ignoraron deliberadamente el «nombre de Dios», que más tarde se recogería en el tercer mandamiento del Decálogo.
El deseo humano de ser autónomo es tan antiguo como la civilización humana, como sugeriría incluso una lectura casual de la historia. Curiosamente, los constructores de Babel consiguieron hacerse un nombre. Sin embargo, su sentido duradero es despectivo. El término Babel sigue siendo sinónimo de confusión, como insinúan ocasionales comentarios en los medios de comunicación.
Lot y sus hijas/desviación sexual (Génesis 19:1-38). La brújula moral de Lot y sus hijas es muy confusa. La escabrosa perversión sexual manchó sus vidas. La horrible profundidad del vicio en Sodoma está indicada por los «más joven[es] y más viejo[s]» que se presentan en casa de Lot, revelando la corrupción intergeneracional. La enormidad de sus pecados también queda indicada por el hecho de que su sagrado deber de hospitalidad estaba tan completamente distorsionado que los huéspedes de Lot eran demandados para ser abusados, a pesar de que Lot les insta: «no cometáis tal perversidad» (Gén. 19: 7, NVI).
Los acontecimientos de esta narración muestran una depravación espantosa. Lot no protege a sus hijas, sino que las ofrece a hombres enardecidos. Su «hospitalidad» refleja confusión moral. Más tarde, estas hijas abusarán sexualmente de su padre. La última imagen de Lot, sobrino del noble Abraham, está incrustada en el incesto. «El fin de elegir labrarse su carrera fue perder incluso la custodia de su cuerpo. Su legado, Moab y Amón (Gén. 19: 37s.), estaba destinado a proporcionar la peor seducción carnal de la historia de Israel (la de Baal-Peor, Núm. 25) y la más cruel perversión religiosa (la de Moloc, Lev. 18: 21). Tanto se derivó de una elección egoísta (Gén. 13: 10s.) y de la persistencia en ella».9
Kenneth Mathews describe esta narración de Génesis 19 como «una red de las circunstancias más viles».10 Estos versículos indican otro ejemplo de no honrar a los padres, junto con cuestiones de no cometer adulterio.
Abraham/Adoración divina (Gén. 22: 5; 24: 26, 48, 52). A pesar de estar rodeado de naciones paganas politeístas, en los relatos del Génesis se describe la fiel adoración de Abraham al único Dios verdadero. Es obvio que su influencia piadosa se extendió por toda su casa, pues incluso sus criados dan testimonio de su fe en el Dios verdadero. En su viaje para encontrar una esposa para Isaac, el siervo de confianza de Abraham describe cómo Dios respondió a su oración pidiendo guía: «me incliné para adorar al Señor. Bendije al Señor, el Dios de Abraham, que me guio por el camino correcto para llevarle al hijo de mi amo una parienta cercana suya» (Gén. 24: 48). De hecho, Génesis 24 registra a este siervo adorando a Dios ¡tres veces!
Abimélec, Faraón, Abraham e Isaac/el adulterio y la mentira (Gén. 12; 20; 26). Los principios fundamentales del Decálogo también se consideran válidos más allá de la desdendencia del pacto. La norma de justicia de Dios es la misma en las naciones por las que viajan los patriarcas. Los tres «relatos de adulterio» de Génesis 12, 20 y 26 se refieren a tres lugares y gobernantes diferentes. En Génesis 20, el rey Abimélec se entera del matrimonio de Abraham y Sara por un sueño. Alega su inocencia ante Dios porque desconocía cualquier relación matrimonial existente entre Abraham y Sara. Abierto a la instrucción divina, este gobernante muestra una conciencia moral superior a la de Abraham.
Más tarde, Isaac se encuentra en una situación muy similar a la que había vivido su padre en dos ocasiones. Al igual que su padre, Isaac dio falso testimonio, en relación con el noveno mandamiento del futuro Decálogo. Al ser confrontado con su mentira, Isaac admite que había temido que los hombres lo condenaran a muerte por causa de Rebeca. El rey pagano reprende la prevaricación de Isaac respecto a su relación con Rebeca. Este gobernante, aunque no pertenece a la descendencia del pacto, reconoce que el adulterio está mal. Insiste: «Ciertamente ella es tu mujer» (Gén. 26: 9).
A continuación, Abimélec administra una merecida reprimenda a Isaac: «Habrías traído el pecado sobre nosotros» (vers. 10). Al intentar salvar su propia vida mediante el engaño, Isaac estaba arriesgando las vidas de todos los demás. Sorprendentemente, Abimélec entiende claramente este principio. No es solo el comportamiento inmoral lo que le preocupa, sino también las consecuencias de ese comportamiento.
Llamativamente, los «forasteros» de la desdencendia del pacto en el Génesis (egipcios, cananeos, arameos) son sensibles a los preceptos del Decálogo del Sinaí. «Este funcionamiento de la ley también es evidente en el tratamiento de otros personajes y sus actividades a lo largo de Génesis 12–50. […] Los mandatos se presentan como una ética orgánica [o creacional] por medio de motivos creacionales que están incrustados en la narración […] entretejidos en los fundamentos de la experiencia humana».11
El engaño de Rebeca y las mentiras de Jacob (Gén. 27)/Las mentiras de Labán (Gén. 29: 21-26): Las conversaciones engañosas se incluyen en cada narración, Rebeca con su hijo Jacob, Jacob con su padre Isaac, y más tarde Labán con Jacob. El engañador de su padre fue posteriormente engañado por su suegro. En la primera ocasión, Jacob comprende que el plan de su madre sería un engaño: «Mi hermano Esaú es hombre velloso, y yo lampiño. Quizá me palpará mi padre; me tendrá entonces por burlador» (Gén. 27: 11, 12).
En presencia de Isaac, Jacob profiere dos mentiras. «En primer lugar, afirma ser Esaú, y por si fuera poco añade “tu primogénito”. Esta frase le recordará a Isaac por qué padre e hijo se reúnen en esta ocasión. En segundo lugar, afirma haber capturado la caza y ahora quiere compartirla con Isaac. También le recuerda a su padre que está allí para recibir su bendición, no solo para comer y charlar. […] El punto más bajo de la conversación de Jacob con su padre es su afirmación de que ha vuelto tan rápido porque Dios le ha puesto la caza delante. He aquí una apelación a la divinidad para encubrir la duplicidad».12
Cuando Esaú se entera de lo ocurrido, expresa cómo considera la prevaricación de Jacob: «Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha suplantado dos veces: se apoderó de mi primogenitura y ahora ha tomado mi bendición» (Gén. 27: 36). Su ira es tan grande que planea el asesinato de su hermano por venganza: Esaú odiaba a Jacob por la bendición con que su padre lo había bendecido, y decía en su corazón: «Llegarán los días del luto por mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob» (Gén. 27: 41).
Más tarde, Labán ejerce la traición sobre Jacob, tratando fraudulentamente con su hija Raquel prometida a Jacob tras siete años de servicio (Gén. 29: 1-28). Jacob exige una respuesta de Labán: «¿Qué es esto que me has hecho? ¿No te he servido por Raquel? ¿Por qué, pues, me has engañado?». (vers. 25, cursiva añadida).
El robo de Raquel (Gén. 31): «Raquel aprovechó el momento para robar los ídolos familiares» cuando Jacob decidió dejar de trabajar para Labán (Gén. 31: 19, NVI, cursiva añadida). Al final, Labán alcanzó a la familia que huía y le preguntó a Jacob: «¿Por qué robaste mis dioses? (Gén. 31: 30, cursiva añadida). El narrador menciona que «Jacob no sabía que Raquel había robado los ídolos» (Gén. 31: 32). Jacob defiende su inocencia, lo que implica que sabía que robar estaba mal. El acto de robar de Raquel se describe en la narración como ilícito. Sin embargo, el octavo mandamiento del Decálogo aún no ha sido proclamado desde el monte Sinaí.
Siquem, Jamor, Simeón y Leví/Coacción, Violación, Asesinato, Mentira (Gén. 34). Siquem, un joven decidido, no se dirige cortésmente a su padre cuando expresa su enfático deseo por Dina. No permitirá que nada disuada su compulsión por Dina, y se le ve codiciando lo que no le pertenece por derecho. Se toma la justicia por su mano y rapta a Dina (Gén. 34: 2, 26). La secuencia verbal «vio […] agarró» utilizada para el trato de Siquem a Dina es la misma secuencia utilizada para el desenfreno sexual en Génesis 6: 2, que conduce directamente a la narración del Diluvio.
Los hermanos de Dina están furiosos, llenos de dolor y furia, porque Siquem había hecho algo vergonzoso. La expresión: «ofensa muy grave» es una expresión para el tipo más grave de depravación sexual. Su insistencia de que «nunca debió haber hecho» (Gén. 34: 7) sugiere que creían que se habían violado normas inviolables.
Ni Jamor ni Siquem admiten haber hecho nada malo. Ambos esperan que un pago monetario ayude a suavizar la situación. Jamor incluso intenta pintar un cuadro atractivo de las ventajas que Jacob podría obtener con tal arreglo.
Sin embargo, Simeón y Leví («hermanos plenos de Dina», Gén. 34: 25, New Living Translation [NLT]), retroceden ante la deshonra sexual de su hermana. Sugieren una alternativa. Los hermanos añaden entonces el engaño (que implica el noveno mandamiento del Decálogo) a la compleja situación. A continuación, cometen un asesinato, quebrantando el futuro sexto mandamiento de los Diez Mandamientos. Al defender sus acciones ante Jacob, Simeón y Leví argumentan: «¿Acaso tenía él que tratar a nuestra hermana como a una ramera?» (Gén. 34: 31).
La última palabra sobre esta narración, sin embargo, viene más tarde de Jacob en su lecho de muerte: «[hablando de Simeón y Leví] Maldito sea su furor» (Gén. 49: 7). Jacob da voz al vínculo explícito, mucho más tardío, entre la ira y el asesinato en el sermón del monte. Génesis 34 pinta un retrato de violencia sombría, que incluye violación, engaño y masacre como resultado de la codicia.
Jacob/Ídolos (Gén. 35: 1-4). Cuando Jacob escucha el llamado de Dios para que regrese a Betel, siente la necesidad de arrepentimiento y avivamiento en su casa. Por eso insta a la familia a que se deshaga de sus ídolos. ¿Por qué fue ésta parte de la respuesta de Jacob? La prohibición de adorar ídolos que figura en el Decálogo se anunciará en el monte Sinaí mucho más tarde.
José y sus hermanos/Amenaza de asesinato y mentira (Gén. 39–50). Los hijos de Jacob primero sugieren que podrían asesinar a su hermano José (Gén. 37: 20), pero en lugar de eso lo venden a los ismaelitas, y luego mienten a su padre sobre lo que le sucedió a José. La culpa que sienten por ello les pesa durante años. Esto se hace evidente más tarde, cuando los hermanos viajan a Egipto debido a una hambruna. Al final se enteran de la elevada posición de José, lo que les obliga a confesar varias veces su prolongado sentimiento de culpa y su mentira:
Judá, al apelar ante José para que permitiera a Benjamín volver con su padre: «Entonces tu siervo, mi padre, nos dijo: “Vosotros sabéis que dos hijos me dio a luz mi mujer; uno de ellos se fue de mi lado, y pienso de cierto que fue despedazado. Hasta ahora no lo he vuelto a ver”» (Gén. 44: 27, 28).
Más tarde, después de enterrar a su padre Jacob: «Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, dijeron: —Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Entonces enviaron a decir a José: “Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: —Así diréis a José: ‘Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque te trataron mal’; por eso, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre”. Y José lloró mientras hablaban» (Gén. 50: 15-17).
Aunque la proclamación del Decálogo desde el Sinaí aún está lejos en el futuro, es obvio que la conciencia de los hermanos de José se remuerde en relación con las falsedades que dijeron a su padre y el trato que dieron a su hermano.
La mujer de Potifar y José/Adulterio (Gén. 39). Al parecer, el séptimo de los Diez Mandamientos, relativo al adulterio, ya formaba parte de la moral de José cuando estaba en Egipto. La narración pinta un cuadro vívido de una esposa infiel que se vuelve contra un joven porque rechaza sus insinuaciones impropias. La respuesta de José a la seducción de la mujer de Potifar es concreta: Potifar, su amo, le ha otorgado una confianza ilimitada. Traicionar esa confianza sería una bajeza.
Además, José subraya que ella le es reservada porque es una mujer casada, la esposa de Potifar. Y lo que es más importante, tal acto adúltero sería un «gran mal» y un «pecado contra Dios». El detallado argumento de José también implica que la mujer de Potifar puede y debe comprenderle.
Sin embargo, no se dejó intimidar por ninguna de las consideraciones de José. Su seducción tampoco fue un señuelo aislado. «Cada día» (Gén. 39: 10) se acercaba a él. Al parecer, era tan persistente que José tomó la precaución de mantenerse alejado de ella.
Con un solo encuentro, José se dio cuenta de que la situación requería una acción drástica, porque la mujer de Potifar «lo asió por la ropa, diciendo: —Duerme conmigo. Pero él dejando su ropa en las manos de ella, huyó y salió» (Gén. 39: 12). Para desviar las sospechas de ella hacia José, la mujer de Potifar armó un escándalo, protestando por su inocencia.
Su pasión inmoral por José se sustituye ahora por la mentira. La prenda de José, que ella sostiene, podría ser una prueba sustancial para ella. Repite lo que hizo José y lo que hizo ella, pero invierte hábilmente el orden. La narración ha retratado a José dejando su túnica en la mano de ella y huyendo al aire libre (Gén. 39: 12), y luego a la mujer de Potifar pidiendo ayuda a gritos (vers. 14). Cuando la mujer de Potifar describe este incidente, primero menciona sus gritos. Luego describe que José dejó atrás su manto en su rápida salida (vers. 15). Su hábil inversión la presenta como víctima, subrayando la naturaleza descarada de su mentira.
Además: «Al relatar la supuesta mala conducta de José a sus sirvientes, ella identificó a José como “un hebreo” (vers. 14). Al hablar con su marido, identifica a José como el esclavo hebreo (vers. 17). […] El cambio es sin duda deliberado. Ser atacada sexualmente por [“un hebreo”] ya es bastante malo. Ser atacada sexualmente por un esclavo extranjero hace que su acusación sea aún más condenatoria. Al elegir este término, ella está poniendo a José en la luz más despreciable posible. También debería exigir una reparación lo más rápida posible a Potifar, el amo que ha sido traicionado por su siervo».13 También atribuye hábilmente «una culpa secundaria a su propio marido. Después de todo, fue Potifar quien trajo a José a la casa».14
La Ley antes del monte Sinaí
Los 10 preceptos del Decálogo del Sinaí están atestiguados a lo largo de las narraciones del Génesis:
1. «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (monoteísmo): Semana de la Creación; Génesis 2: 1-3; 4: 3, 26; 12: 1-3; 22: 5; 24: 48.
2. «No te harás […] imagen ni ninguna semejanza […] No te inclinarás ante ellas, ni las honrarás» (Éxo. 20: 4, 5): La exhortación de Jacob a su familia para que se deshiciera de los ídolos (Gén. 35: 2).
3. «No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano» (Éxo. 20: 7): «invocar el “nombre del Señor”» (Gén. 4: 26).
4. «Acuérdate del sábado para santificarlo. […] El séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios» (Éxo. 20: 8, 10): Semana de la Creación; tiempo de adoración de Caín y Abel; funcionamiento del ciclo semanal (Gén. 2: 1-3; 4: 3; 7: 4, 10; 8: 10, 12).
5. «Honra a tu padre y a tu madre» (Éxo. 20: 12): Noé/sus hijos; Lot/sus hijas (Gén. 9: 20-27; 19: 1-38).
6. «No matarás» (Éxo. 20: 13): Caín mata a Abel y es responsabilizado por Dios; Lamec alardeando de asesinato; Simeón y Leví matando (Gén. 4: 3-15; 4: 23, 24; 34).
7. «No cometerás adulterio» (Éxo. 20: 14): Abraham/Sarah/Faraón; Lot/sus hijas; Abraham/Sarah/Abimélec; Isaac/Rebeca/Abimélec; José/mujer de Potifar (Gén. 12: 9-20; 19: 30-38; 20: 1-7; 26: 6-11; 39: 7-21).
8. «No hurtarás» (Éxo. 20: 15): Raquel roba ídolos (Gén. 31: 13-42).
9. «No dirás contra tu prójimo falso testimonio» (Éxo. 20: 16): Abraham/Sara/Faraón; Abraham/Sara/Abimélec; Isaac/Rebeca/Abimélec; Jacob/Esaú/Isaac; Labán/Lea y Raquel/Jacob; incidente de Dina; José/mujer de Potifar (Gén. 12: 9-20; 20: 1-7; 26: 6-11; 27; 29; 34: 13-27; 39).
10. «No codiciarás» (Éxo. 20: 17): Dina/Siquem; José/mujer de Potifar (Gén. 34: 1-4; 39).
A la luz de estos muchos indicadores del Génesis que exhiben la moralidad codificada más tarde en el Decálogo, el elogio de Abraham dado por Dios a Isaac es especialmente impresionante: «Yo estaré contigo y te bendeciré, porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras y confirmaré el juramento que hice a Abraham, tu padre. […] por cuanto oyó Abraham mi voz y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes» (Gén. 26: 3, 5, cursiva añadida).
«Estos términos son bien conocidos en las páginas del Deuteronomio (por ejemplo, 11: 1; 26: 17), donde son el vocabulario habitual para describir la observancia de la Torá revelada en el Sinaí».15 Esta declaración explícitamente detallada de Dios «da testimonio del lugar de la ley en el período anterior al Sinaí y de que la ley dada en el Sinaí está en continuidad fundamental con la ley obedecida por Abraham».16 Dios podría haberse limitado a declarar a Isaac que Abraham había sido obediente. En lugar de ello, se vuelve muy preciso, mencionando específicamente a qué había sido obediente Abraham.
El Génesis no registra cómo se proporcionaron a los seres humanos las leyes, los mandamientos y los estatutos de Dios. Pero aquí se mencionan específicamente (Gén. 26: 5), lo que implica que se tenía conocimiento de ellos. Mediante estos términos selectivos, el autor del Pentateuco indica que los «preceptos, mandamientos, estatutos y leyes» divinos sustentan la moralidad en el periodo patriarcal. Y esta moralidad es idéntica a la del Decálogo.
Existe otro testimonio durante el período patriarcal anterior a Moisés. El testimonio personal de moralidad de Job también involucra los principios del Decálogo. Su lenguaje es claro:
«Hice pacto con mis ojos, ¿cómo, pues, había yo de mirar a una virgen? Porque ¿qué galardón Dios me daría desde arriba? ¿Qué heredad el Omnipotente desde las alturas? […] ¿Acaso él no ve mis caminos y cuenta todos mis pasos? ¿Es que yo anduve con mentiras, o corrieron mis pies al engaño? ¡Que Dios me pese en la balanza de la justicia y reconocerá mi integridad! […] Si fue engañado mi corazón por alguna mujer, si estuve acechando a la puerta de mi prójimo, […] Si puse en el oro mi esperanza, y le dije al oro: “Mi confianza está en ti”; […] y mi corazón fue engañado en secreto, […] eso también sería una maldad digna de juicio, porque habría negado al Dios soberano. […] si como humano que soy encubrí mis transgresiones, escondiendo en mi seno mi iniquidad, porque temía a la multitud, […] Si mi tierra clama contra mí y lloran todos sus surcos; si he comido su sustancia sin pagar o he afligido el alma de sus dueños» (Job 31: 1, 2, 4-6, 9, 24, 27, 28, 33, 34, 38, 39).
De este pasaje se desprende una sorprendente sensibilidad moral. Y si éste es el libro más antiguo de la Biblia (lo que parecen corroborar los detalles del propio texto), los principios por los que se rige la conciencia de Job reflejan también un conocimiento avanzado del Decálogo del Sinaí, mucho más tardío. Y Job ni siquiera pertenece a la desdencencia dela pacto.
Una lectura atenta del libro del Génesis sugiere que los preceptos del Decálogo eran la norma de la moralidad humana mucho antes del Sinaí. Hay reconocimientos implícitos de los Diez. La dramática y abrumadora presentación de los Diez Mandamientos a los israelitas en el monte Sinaí, en lugar de ser una presentación inicial de los mismos, subraya en cambio el majestuoso énfasis que Dios concede a la Ley moral, su código eterno de justicia. En lugar de conceder a Israel un nuevo código ético, los relatos del Génesis evidencian que la moral del Decálogo es anterior al Sinaí. Así, su expresión en el Sinaí sugiere que Dios se propuso hacer de la ocasión de pronunciar su ley en el Sinaí una escena de terrible grandeza debido al carácter exaltado de la Ley. No es de extrañar que el salmista se sintiera movido a cantar:
«Para siempre, Jehová, permanece tu palabra en los cielos […] Tu justicia es justicia eterna, y tu ley, la verdad. […] ¡Cuánto amo yo tu Ley!» (Sal. 119: 89, 142, 97).
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1 A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas pertenecen a la RV95.
2 Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 2001), p. 87.
3 Terence E. Fretheim, God and World in the Old Testament: A Relational Theology of Creation (Nashville, Tenn.: Abingdon, 2005), p. 136.
4 Gerhard F. Hasel, «Sabbath», en The Anchor Bible Dictionary, David Noel Freedman, editor-in-chief (New York: Doubleday, 1992), t. 5, p. 851.
5 Ibid., p. 222.
6 Kenneth A. Mathews, An Exegetical and Theological Exposition of Holy Scripture: Genesis 1–11: 26 en E. Ray Clendenen, gen. ed., The New American Commentary New International Version (Nashville, Tenn.: Broadman & Holman, 2001), p. 275.
7 Gordon J. Wenham en David A. Hubbard and Glenn W. Barker, gen. ed., Word Biblical Commentary: Genesis 1–15, (Waco, Tex.: Word, 1987), p. 100.
8 Kenneth A. Mathews, An Exegetical and Theological Exposition of Holy Scripture: Genesis 1–11: 26, op cit., p. 289.
9 Derek Kidner, Genesis, en D. J. Wiseman, gen. ed., Tyndale Old Testament Commentaries (Downers Grove, Ill.: IVP, 1967), p. 136.
10 Kenneth A. Matthews, An Exegetical and Theological Exposition of Holy Scripture: Genesis 1–11: 26, op cit., p. 237.
11 Terence E. Fretheim, God and World in the Old Testament: A Relational Theology of Creation, op cit., p. 99.
12 Victor P. Hamilton, en Robert L. Hubbard, Jr., gen. ed., The Book of Genesis: Chapters 1–17 in The New International Commentary on the Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1990), pp. 219, 220.
13 Ibid., p. 469.
14 Ibid., p. 468.
15 John H. Sailhamer, The Pentateuch as Narrative: A Biblical-Theological Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 1992), p. 148.
16 Terence E. Fretheim, God and World in the Old Testament: A Relational Theology of Creation, op cit., p. 136.