Elias Brasil de Souza
Un gran desafío en el estudio del Espíritu Santo se relaciona a las dificultades de conceptualizar un ser tal como Persona. En lo que respecta a Dios1 el Padre y Dios el Hijo, podemos elaborar imágenes mentales que nos ayuden a relacionarnos con Dios en el ámbito de lo personal. Esto parece obvio ya que las imágenes del Padre y el Hijo son mucho más accesibles al entendimiento e imaginación humanos que el concepto del Espíritu. Además, la descripción que el Antiguo Testamento hace de Jehová como el Anciano de días y del Mesías como el Hijo del hombre (Dan. 7: 9-14), por mencionar solo un par de ejemplos, nos brinda útiles imágenes mentales. Sin embargo, en lo concerniente al Espíritu de Dios/Espíritu de Jehová/Santo Espíritu, el Antiguo Testamento usa el difuso término rûaḥ («viento») para designar esa Persona de la Divinidad. No es extraño que los cristianos del presente tiendan a tratar al «Espíritu como un asunto de credo y doctrina, pero no como una realidad vital experimentada en las vidas de los creyentes».2
Algunos eruditos bíblicos parecen poco dispuestos a identificar indicios de la Trinidad o los rasgos de personalidad del Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento, y el Espíritu del Señor propende a ser entendido como una mera manifestación del poder de la presencia de Jehová.3 Al abordar el asunto, este estudio reconoce no solo la inspiración y autoridad, sino también la unidad del Antiguo Testamento, y de la Biblia entera respecto de ello. Una aproximación al Antiguo Testamento no debe ignorar la plena revelación del Nuevo Testamento. Como declara Willen VanGemeren, «los estudiosos cristianos del Antiguo Testamento deben pasar por la cruz de Jesucristo cuando regresan al Antiguo Testamento, y como tales en ningún caso pueden renunciar a su identidad como cristianos».4
Los cristianos que adoptan estos fundamentos hermenéuticos han encontrado alusiones en el Antiguo Testamento no solo a la encarnación y la expiación, sino también a la doctrina de la Trinidad (vestigia trinitatis, «vestigios de la Trinidad»).5 Más importante aún, como Graham A. Cole ha argumentado, «si Jesús mismo pudo encontrar pasajes en el Antiguo Testamento que hablaban sobre él (Luc. 24: 44-47) y los escritores del Nuevo Testamento pudieron encontrar a Cristo en el Antiguo Testamento (por ejemplo, Pablo en 1 Cor. 10: 1-4), ¿por qué no encontraría el lector cristiano a Dios el Espíritu Santo allí también?».6
Con estas breves consideraciones hermenéuticas en mente, examinemos lo que el Antiguo Testamento tiene que decir sobre la naturaleza y condición de la Persona del Espíritu Santo. Las limitaciones del espacio no permiten una investigación detallada y exhaustiva de cada referencia al Espíritu Santo en el Antiguo Testamento. No obstante, un análisis de algunos pasajes puede proporcionarnos una vislumbre de la verdad esencial de la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el Santo Espíritu.
La palabra hebrea traducida como Espíritu, rûaḥ, también se ha vertido en las traducciones del Antiguo Testamento como viento, punto cardinal, disposición, sede del conocimiento y la voluntad.7
La mayoría de los casos de rûaḥ se clasifican en tres categorías básicas: la meteorológica, la antropológica y la teológica.8 En la categoría meteorológica, rûaḥ se refiere al fenómeno natural del viento. En la categoría antropológica rûaḥ se relaciona a los humanos, por lo general transmitiendo el significado de aliento, determinación o disposición mental. Finalmente, en la categoría teológica, rûaḥ se utiliza en relación a Dios, como lo muestra la expresión rûaḥ Yahweh y frases como «mi Espíritu» o «su Espíritu», en las cuales Dios es el referente del sufijo pronominal. Es interesante que la expresión «Santo Espíritu» (rûaḥ qādōš) aparece solo tres veces en el Antiguo Testamento (Sal. 51: 12; Isa. 63: 10-11). En algunos casos, la palabra rûaḥ aparece sin calificativo y es solo el contexto literario o gramatical el que indica que se relaciona con Dios. Según un cálculo, el término rûaḥ aparece 250 veces en el Antiguo Testamento para señalar alguna forma de acción divina.9 Otro autor considera que 102 pasajes hacen referencia directa al Espíritu de Dios.10
Desde una perspectiva semántica, una definición precisa de la frase «Espíritu de Dios» y sus equivalentes funcionales presenta algunos desafíos. Dado su amplia variedad de significados, rûaḥ puede referirse a un viento causado por Dios, al aliento de Dios, a la actitud de Dios o, más concretamente, al Espíritu de Dios. En ciertos casos hasta puede haber un doble significado. Por ejemplo: «Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el aliento (rûaḥ) de su boca» (Sal. 33: 6).11 En este pasaje rûaḥ se refiere aparentemente al «aliento» de Dios, pero el paralelo con la «palabra» en el contexto de la creación puede indicar que se trata del Espíritu de Dios (Gén. 1: 2). Además, el Antiguo Testamento usa varias expresiones para referirse al Espíritu, como el «espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová» (Isa. 11: 2).
A estas alturas, resulta muy instructivo verificar la connotación semántica de la frase rûaḥ Yahweh (Espíritu del Señor) y sus equivalentes funcionales. Debemos tener presente que el lenguaje hebreo comunica la relación entre rûaḥ y Yahweh por medio de una característica gramatical que puede ser denominada como relación constructa. Es útil insertar la preposición «de» entre las dos palabras a fin de construir frases como «Dios de Israel», «amor de Dios», «casa de Dios», «hombre de Dios», etcétera. En estos ejemplos, la primera palabra aparece en estado constructo y la segunda en estado absoluto o genitivo, y ambas llegan a formar una relación constructa. Los gramáticos han observado que esta estructura gramatical puede transmitir alrededor de quince diferentes acepciones semánticas, tales como «pueblo de Israel» (genitivo de aposición), «amor de Dios» (genitivo subjetivo), «casa de Dios» (genitivo de posesión) u «hombre de Dios» (genitivo de relación).12
Entonces surge la pregunta en cuanto a qué connotación semántica puede percibirse en la frase «Espíritu del Señor» o «Espíritu de Dios». A decir verdad, no hay una respuesta inmediata y evidente. Según el contexto encontramos diferentes connotaciones. Pero este estudio sugiere que en aquella estructura gramatical la idea de relación es la que caracteriza principalmente a la frase «Espíritu del Señor». Esto puede ser ilustrado y explicado con expresiones como «mi hijo» o «siervo del Señor», las cuales no se relacionan por posesión o aposición, sino que «implican relaciones familiares u otras estructuras sociales».13 De este modo, la frase «Espíritu del Señor/Dios» transmite la idea de que el Espíritu permanece en relación con el Señor.14
En lo que concierne al contexto sintáctico en el que aparece el término «Espíritu» (rûaḥ), su ubicación en torno al verbo y otros elementos gramaticales de la cláusula exigen cierto análisis. Vamos pues a presentar las principales funciones sintácticas de rûaḥ.
Primero, como sujeto/agente de la cláusula, el Espíritu (rûaḥ) sobrevuela las aguas en la creación (Gén. 1: 2), domina o toma posesión de personas (Juec. 14: 6; 15: 4; 1 Sam. 10: 6, 10; 11: 6; 16: 13; 18: 10), viene sobre ellos (Eze. 11: 5), reposa sobre el Mesías (Isa. 11: 2), levanta un estandarte contra los enemigos del pueblo de Dios (Isa. 59: 19), pastorea (Isa. 63: 14), mueve seres en una dirección específica (Eze. 1: 12, 20), entra en el profeta (Eze. 2: 2; 3: 24), transporta al profeta de un lugar a otro (1 Rey. 18: 12; 2 Rey. 2: 16; Eze. 3: 12, 14; 8: 3; 11: 1, 24; 43: 5), se aparta de determinadas personas (1 Sam. 16: 14), pasa de una persona a otra (1 Rey. 22: 24; 2 Crón. 18: 23), sopla sobre los muertos y los revive (Eze. 37: 9), habita en medio del pueblo (Hag. 2: 5), da entendimiento (Job 33: 4), y reúne a los animales salvajes para ocupar la tierra de Edom (Isa. 34: 16). Cuando el Espíritu del Señor sopla, la hierba se seca y la flor se marchita, indicando, en su contexto, que el juicio de Israel fue causado por el Señor (Isa. 40: 6). En frases nominales, se dice que el Espíritu está sobre el Siervo-Mesías (Isa. 61: 1). Miqueas hace una pregunta retórica: «¿Acaso se ha agotado el espíritu de Jehová?» (Miq. 2: 7). Estos ejemplos muestran la asistencia activa del Espíritu de Dios y hacen alusión a su personalidad.
Segundo, como objeto/pasivo de una acción verbal, el Espíritu puede ser derramado sobre el pueblo (Isa. 32: 15; 44: 3; Eze. 39: 29; Joel 3: 1-2; Zac. 12: 10; Prov. 1: 23), colocado sobre el siervo (Isa. 42: 1), enviado (Sal. 104: 30), contristado (Isa. 63: 10), situado dentro del pueblo (Isa. 63: 11; Eze. 11: 19; 36: 26-27; 37: 6, 14), recogido (Sal. 51: 11) y retirado, todo lo cual acentúa la individualidad/independencia del Espíritu de Dios. Cabe destacar en este contexto la pregunta retórica de Isaías: «¿Quién instruyó al espíritu del Señor? ¿Quién le enseñó o le dio consejos?» (Isa. 40: 13, RVC).
Tercero, como objeto indirecto y en frases preposicionales, puede comprobarse que Ezequiel recibe la orden de profetizar al Espíritu (Eze. 37: 9). El Salmista pregunta: «¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu? ¿Adónde podré huir de tu presencia?» (Sal. 139: 7, CI).
Cuarto, como locución adverbial o complemento circunstancial de modo, el Espíritu funciona a modo de instrumento mediante el cual el Señor actúa para limpiar y purificar los pecados de su pueblo (Isa. 4: 4), transportar al profeta (Eze. 37: 1), restaurar el pueblo de Dios (Zac. 4: 6), transmitir su Ley y su Palabra (Zac. 7: 12), crear los cielos (Sal. 33: 6) y adornarlos (Job 26: 13).
Quinto, como vocativo, Ezequiel llama al Espíritu a soplar sobre los muertos para que puedan vivir (Eze. 37: 9).
En algunos pasajes el Espíritu de Jehová es identificado con el propio Jehová. En un oráculo contra Samaría, Isaías afirma: «Aquel día, Jehová de los ejércitos será por corona de gloria y diadema de hermosura para el resto de su pueblo. Será espíritu de justicia para el que se sienta a juzgar, y dará fuerzas a los que rechazan el asalto a la puerta» (Isa. 28: 5, 6). Como se presenta aquí, el Espíritu no aparece representado como un agente externo, sino como «el mismo Señor cuya presencia es manifestada por el don de este nuevo espíritu en los hombres».15
En un pasaje posterior, Isaías declara que «los egipcios son hombres y no Dios; sus caballos, carne y no espíritu» (Isa. 31: 3), lo cual implica que el término «espíritu» se refiere a la incomparable cualidad de Jehová en contraste al poder militar egipcio.16 En pocas construcciones con rûḥí (mi espíritu) y rûḥo (su espíritu), el referente de rûaḥ no puede ser separado de Jehová: «¡Ay de los hijos que se apartan, dice Jehová, para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con cubierta, y no de mi espíritu, añadiendo pecado a pecado!» (Isa. 30: 1).17 Otro versículo también iguala al Espíritu con Jehová: «Consulten el libro del Señor y lean: Ninguno de estos animales faltará; cada cual tendrá su pareja. El Señor mismo ha dado la orden, y su Espíritu los ha de reunir» (Isa. 34: 16, NVI). El siguiente texto es interesante: «La hierba se seca y la flor se marchita, porque el viento [Espíritu] de Jehová sopla en ella» (Isa. 40: 7). Una vez más, el Espíritu es el «aliento del Señor» (NVI, CI: «soplo»), es decir, no es representado como una personalidad diferente de Jehová.
Si debiéramos obtener una comprensión de la naturaleza del Espíritu de Jehová solo de estos pasajes, el resultado podría ser una visión modalista de Dios. Sin embargo, hay más textos sobre los que es necesario tener en cuenta estas consideraciones, tal como vamos a mostrar a continuación.
En un estudio publicado en 1960, Aubrey Johnson habló del Espíritu como una extensión de la personalidad de Jehová y, de este modo, señaló la dimensión personal del Espíritu de Jehová en algunos pasajes.18 Otro erudito, en un intento de comprender la diferencia entre el Espíritu y el Señor, dijo que el Espíritu actúa como el «alter ego» de Jehová, o como un «agente/agencia por medio del cual Dios ejerce control sobre las personas».19
En algunos pasajes, el Espíritu aparece íntimamente conectado con el Señor, aunque distinto de él. Isaías 48: 16b dice: «Y ahora me envió Jehová el Señor, y su espíritu» (Isa. 48: 16). Los desafíos exegéticos de este texto han conducido a algunos comentaristas a especular que el pasaje está textualmente corrupto o que ha experimentado alguna adición de los copistas.20 Una dificultad tiene que ver con el sujeto de la cláusula. Dado que Jehová es claramente el sujeto de la cláusula anterior, es de suponer que él debería ser el sujeto de la segunda cláusula. Si es así, Jehová mismo estaría diciendo, «el Señor Dios y su Espíritu me han enviado».21 La mejor solución para este punto crucial es ver aquí la introducción de otro personaje: el Siervo del Señor.22 El otro desafío exegético es corroborar la función de la expresión «su Espíritu». Desde una perspectiva gramatical, el Espíritu podría ser un sujeto «desplazado» y junto con el Señor podría funcionar como el agente de la acción de «enviar». No obstante, una solución más verosímil desde una perspectiva gramátical y el contexto más amplio de Isaías es entender el Espíritu como el objeto de la acción de enviar. De ser así, es el Señor quien envía al Espíritu junto con el Siervo. Siendo ese el caso, en este pasaje sobresale claramente una diferencia entre el Señor y el Espíritu.
En Isaías 63: 10-11, nuevamente parece ser que el Espíritu es diferente de Jehová. Refiriéndose al Éxodo, Isaías dice: «Pero ellos fueron rebeldes y provocaron el enojo de su santo espíritu. Por eso él se volvió su enemigo y luchó contra ellos. Entonces ellos se acordaron de los días de antaño, y de Moisés y de su pueblo, y se preguntaron: “¿Dónde está el que nos hizo cruzar el mar como un rebaño, con un pastor a la cabeza? ¿Dónde está el que puso su santo espíritu en medio de su pueblo?”» (Isa. 63: 10-11, RVC). Este pasaje revela una intrigante diferencia entre Jehová y el Espíritu, al presentar a este como un agente personal que guía poderosamente la historia de Israel. El Espíritu no es una mera expresión del carácter de Dios, o simplemente un rasgo de personalidad divina, sino una Persona distinta de Jehová.23 Como afirma John Oswalt: «La noción del Espíritu Santo aquí y en el versículo 11 es cercana al concepto plenamente desarrollado del Nuevo Testamento sobre la tercera Persona de la Trinidad».24 El hecho de que se puede «enojar» al Espíritu arguye en favor de una dimensión personal en la naturaleza del Espíritu. La raíz verbal (āṣab) que es traducida como «enojo», aparece quince veces en el Antiguo Testamento y pertenece al campo semántico de actitudes y emociones.25 Este término siempre ocurre en conexión con un ser personal, ya sea Dios o un ser humano.26 En ese sentido, Edward Young declara acertadamente: «El hecho de que Israel enojara al Espíritu muestra que el Espíritu es una Persona; ¿cómo podría uno enojar a un espíritu impersonal? Aquí el Espíritu es presentado como el objeto de la acción del pueblo. Además, como el Espíritu es unido al Señor aquí, así también en el versículo anterior el ángel fue unido con él (Sal. 78: 17, 40). Aquí, entonces, el Espíritu de santidad es distinguido del Señor en su existencia personal, tal como el ángel en el versículo previo. El Espíritu es aquí diferenciado como una Persona debido a que puede experimentar enojo y aflicción».27
Ezequiel, llamado «el profeta del Espíritu»,28 nos ofrece significativas indicaciones sobre la naturaleza del Espíritu del Señor. La primera referencia al Espíritu en Ezequiel aparece en la visión introductoria, en la que el término hebreo rûaḥ parece describir un viento o fuerza que impulsa la gloria de Jehová, la cual está moviéndose desde el norte hacia el Templo. El texto dice: «Miré, y vi que venía del norte un viento huracanado [rûaḥ se‘ārāh] y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor. En medio del fuego algo semejante al bronce refulgente» (Eze. 1: 4). La palabra subyacente a «viento huracanado» es indefinida en hebreo y ha sido traducida por la mayoría de versiones en un sentido meteorológico, razón por la cual «viento huracanado» es la traducción usada en el pasaje.
Sin embargo, debemos notar que el término rûaḥ aparece tres veces más en el primer capítulo de Ezequiel. Es significativo que, en estos casos, la palabra rûaḥ esté definida por el artículo. Hablando del movimiento de los seres vivientes que acompañaban la gloria de Jehová y las ruedas que constituían aquel escenario, Ezequiel asevera que iban «donde el espíritu los llevaba» (Eze. 1: 12). «Cuando ellos andaban, andaban ellas, y cuando ellos se detenían, se detenían ellas. Asimismo, cuando se elevaban de la tierra, las ruedas se elevaban tras ellos, porque el espíritu de los seres vivientes [rûaḥ haḥayyāh] estaba en las ruedas» (Eze. 1: 21-22). Desde un punto de vista gramatical, la presencia de estas expresiones anafóricas tiene la función de señalar a la locución rûaḥ se‘ārāh, es decir, el espíritu que movía las ruedas e impulsaba a los seres vivientes debe ser identificado con el rûaḥ introducido en Ezequiel 1: 4. De este modo, el «viento huracanado» (rûaḥ se‘ārāh) puede ser interpretado como una imagen del Espíritu de Jehová.
En la visión de Ezequiel, se hace evidente que el espíritu que controla el movimiento de las criaturas vivientes y las ruedas en el contexto de la gloria de Jehová no puede ser simplemente un «viento huracanado» —un fenómeno meteorológico— sino el mismo Espíritu del Señor. Curiosamente, el rûaḥ mencionado en Ezequiel 1: 21 aparece con una calificación: «El espíritu de los seres vivientes» (rûaḥ haḥayyāh). La misma expresión reaparece más adelante refiriéndose al movimiento de los querubines y las ruedas. El texto dice: «Cuando se detenían ellos, ellas se detenían, y cuando ellos se elevaban, se elevaban con ellos; porque el espíritu de los seres vivientes [rûaḥ haḥayyāh] estaba en ellas» (Eze. 10: 17). Según Block, «el término debe ser entendido como “el espíritu de la vida”, es decir, el principio animador divino».29
En general, la descripción mostrada en Ezequiel sugiere una conexión muy cercana entre el Espíritu y Jehová; es el Espíritu quien controla, dirige, y da vida a los seres vivientes y las ruedas que transportan la gloria del Señor. Sin embargo, también hay una sutil diferencia entre el Señor y el Espíritu, porque cuando la gloria de Jehová entraba a los recintos del Templo para realizar el juicio investigador de Judá,30 la infraestructura de transporte controlada por el Espíritu —los querubines y las ruedas— se quedaba a la entrada del Templo. Esto indica que el Espíritu es concebido como una entidad separada en la visión. Lo que cabe destacar de todos estos textos es que el término rûaḥ no lleva artículo, lo cual en principio puede sugerir que estos casos de rûaḥ hacen referencia a un viento que transporta al profeta de un lugar a otro. A pesar de eso, en Ezequiel 11: 5 el término rûaḥ aparece inequívocamente calificado: rûaḥ YHWH (Espíritu del Señor). «Vino sobre mí el espíritu de Jehová y me dijo “Di: ‘Así ha dicho Jehová: Así habéis hablado, casa de Israel, y las cosas que suben a vuestro espíritu yo las he entendido’“» (Eze. 11: 5). En Ezequiel 37: 1 el Espíritu lleva a Ezequiel hasta un valle de huesos secos: «La mano de Jehová vino sobre mí, me llevó en el espíritu de Jehová y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos» (Eze. 37: 1). Estos versículos aclaran que el Espíritu que conduce a Ezequiel de un lugar a otro —mencionado como rûaḥ en las visiones— es el Espíritu de Jehová.
Finalmente, también debemos notar que el Espíritu habla a Ezequiel, lo cual muestra otro rasgo personal del Espíritu. En la visión de los huesos secos, el Señor ordena al profeta: «Me dijo: “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu que así ha dicho Jehová, el Señor: ‘¡Espíritu, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos, y vivirán!’“» (Eze. 37: 9). De nuevo, estas referencias al Espíritu en Ezequiel señalan una distinción entre el Espíritu y Jehová. En otras palabras: «El espíritu es una entidad externa a Dios y que puede ser llamada por él».31
Del estudio emprendido más arriba se desprende que el Espíritu del Señor tal como se lo presenta en el Antiguo Testamento es un ser divino y personal. En algunos pasajes, el Espíritu parece ser una manifestación del Señor; en otros, el Espíritu aparece como una Persona distinta y actúa independientemente del Señor. Dicho de otro modo, mientras algunos textos parecen igualar al Espíritu con Jehová, otros distinguen entre el Espíritu y el mismo Señor. Esta aparente ambigüedad en las descripciones del Espíritu parece comunicar dos aspectos de la naturaleza del Espíritu. Por un lado, el Espíritu comparte la misma naturaleza del Señor dado que él es identificado con el Señor. Por otro lado, el Espíritu aparece como una entidad distinta del Señor, la cual transmite la noción de pluralidad dentro de la Divinidad. Por lo tanto, estos dos grupos de textos ofrecen indicios complementarios de la naturaleza del Espíritu de Dios.
Dicho eso, debemos tener presente que la naturaleza del Espíritu Santo bosquejada en el Antiguo Testamento no puede ser definida con precisión ni en términos simples. Aunque el Espíritu es un personaje omnipresente en el texto y el relato del Antiguo Testamento, los rasgos precisos de este Ser permanecen ocultos, como lo indica el propio término empleado para designarlo, rûaḥ (viento). No obstante, a pesar de lo complejo y desafiante del asunto, es evidente que los fundamentos de la doctrina del Espíritu Santo están claramente delineados en las Escrituras hebreas.
Para concluir, podemos resumir todo nuestro estudio en tres puntos esenciales.
1. El Espíritu Santo aparece en algunos textos en cercana relación con el Señor como una manifestación de la presencia del Señor, lo cual indica que el Espíritu Santo es Dios.
2. El Espíritu aparece en otros textos como una personalidad distinta de Jehová, lo que sugiere una pluralidad de personas dentro de la Divinidad.
3. El Espíritu del Señor es presentado con algunas características fundamentales de la personalidad, lo cual muestra que el Espíritu Santo no es solo una fuerza o influencia sino un Ser personal.
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1 Con el objetivo de mantener un buen estilo sin perder la necesaria claridad y exactitud, los términos «Dios», «Señor» y «Jehová» se usan indistintamente a lo largo del presente capítulo.
2 Gordon D. Fee, Paul, the Spirit, and the People of God(Peabody, MA: Hendrickson, 1996), p. 37.
3 Véase, por ejemplo, la afirmación hecha por Thomas W. R. Longstaff, The HarperCollins Bible Dictionary (Nueva York: HarperCollins, 1996), p. 1178, que sostiene que «intentar establecer los orígenes [de la doctrina de la Trinidad] aún más allá (a la literatura del Antiguo Testamento) no puede ser respaldado por la erudición historicocrítica, y estos intentos deben ser entendidos como interpretaciones retrospectivas de este corpus más temprano de las Escrituras a la luz de los más recientes desarrollos teológicos». Véase también John Goldingay, Old Testament Theology: Israel’s Gospel (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003), t. 1, p. 795, que dice que «el Espíritu de Dios representa la energia dinâmica y la libertad de Dios».
4 Willem VanGemeren, The Progress of Redemption: The Story of Salvation from Creation to the New Jerusalem (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1988), p. 21.
5 Reginaldo H. Fuller, «The Vestigia Trinitatis in the Old Testament», The Quest for Context and Meaning: Studies in Biblical Intertextuality in Honor of James A. Sanders, eds. Craig A. Evans, Shemaryahu Talmon (Leiden: Brill, 1997), pp. 499-508.
6 Graham Cole, He Who Gives Life: The Doctrine of the Holy Spirit (Wheaton, IL: Crossway Books, 2007), p. 109.
7 M. V. Van Pelt, W. C. Kaiser, Jr., D. I. Block, «», New International Dictionary of Old Testament Theology & Exegesis, ed. Willem VanGemeren (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1998), t. 3, pp. 1073-1075.
8 Daniel I. Block, «Empowered by the Spirit of God: The Holy Spirit in the Historiographic Writings of the Old Testament», Southern Baptist Journal of Theology 1/1 (1997), pp. 40-54.
9 J. Reiling, «Holy Spirit», Dictionary of Deities and Demons in the Bible, eds. Karel van der Toorn, Bob Becking, Pieter W. van der Horst (Leiden/Boston/Colonia/Grand Rapids, MI/Cambridge: Brill/Eerdmans, 1999), p. 418.
10 Génesis 1: 2; 41: 38; Éxodo 15: 8, 10; 28: 3; 31: 3; 35: 31; Números 11: 17, 25-26, 29; 24: 2; 27: 18; Deuteronomio 34: 9; Jueces 3: 10; 6: 34; 11: 29; 13: 25; 14: 6, 19; 15: 14; 1 Samuel 10: 6, 10; 11: 6; 16: 13-14; 19: 20, 23; 2 Samuel 22: 16; 23: 2; 1 Reyes 18: 12; 22: 24; 2 Reyes 2: 16; 1 Crónicas 12: 18; 2 Crónicas 15: 1; 18: 23; 20: 14; 24: 20; Nehemías 9: 20, 30; Job 4: 9; 26: 13; 32: 8; 33: 4; 34: 14; Salmos 18: 15; 33: 6; 51: 11; 104: 30; 139: 7; 143: 10; 147: 18; Isaías 4: 4; 11: 2, 15; 27: 8; 30: 1, 28; 31: 3; 32: 15; 34: 16; 40: 13; 42: 1; 44: 3; 48: 16; 59: 21; 61: 1; 63: 10-11, 14; Ezequiel 1: 12, 20-21; 2: 2; 3: 12, 14, 24; 8: 3; 10: 17; 11: 1, 5, 24; 36: 27; 37: 1, 14; 39: 29; 43: 5; Daniel 4: 5-6, 15; 5: 11, 14; Oseas 9: 7; 13: 15; Joel 2: 28-29; Miqueas 2: 7; 3: 8; Hageo 2: 5; Zacarías 4: 6; 6: 8; 7: 2 (Lloyd Neve, The Spirit of God in the Old Testament [Tokio: Seibunsha, 1972], pp. 3-4).
11 A menos que se indique lo contrario, los textos bíblicos pertenecen a la versión RV95.
12 Bruce K. Waltke, Michael Patrick O’Connor, An Introduction to Biblical Hebrew Syntax (Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 1990), pp. 141-155.
13 Waltke y O’Connor, An Introduction to Biblical Hebrew Syntax, p. 145.
14 Bruce K. Waltke, «Micah», The Minor Prophets: An Exegetical and Expository Commentary, ed. Thomas E. McComiskey (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2009), p. 667.
15 George T. Montague, The Holy Spirit: Growth of a Biblical Tradition (Nueva York: Paulist Press, 1976), p. 39.
16 Wonsuk Ma, Until the Spirit Comes: The Spirit of God in the Book of Isaiah, Journal for the Study of the Old Testament Supplement, Series 271, eds. David J. A. Clines, Philip R. Davies (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1999), p. 67.
17 La Nueva Versión Internacional incluso escribe «Espíritu» con mayúscula: «El Señor ha dictado esta sentencia: “Ay de los hijos rebeldes que ejecutan planes que no son míos, que hacen alianzas contrarias a mi Espíritu, que amontonan pecado sobre pecado”» (Isa 30: 1, NVI).
18 Aubrey R. Johnson, The One and the Many in the Israelite Conception of God (Cardiff: University of Wales Press, 1961), pp. 14-16.
19 Pelt, Kaiser y Block, p. 1075.
20 Véase H. C. Leupold, Exposition of Isaiah, H. C. Leupold Commentary Collection (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1971), p. 169.
21 La Reina-Valera Contemporánea traduce este versículo de la siguiente manera: «Acérquense a mí y escuchen esto. Desde un principio no he hablado en secreto; yo estaba allí desde que esto se hizo realidad, y ahora el Señor y su espíritu me han enviado» (Isa. 48: 16, RVC). La Nueva Traducción Viviente sigue este mismo criterio: «Acérquense y escuchen esto: desde el principio les he dicho con claridad lo que sucedería. Ahora, el Señor Soberano y su Espíritu me han enviado con este mensaje» (NTV).
22 Klaus Baltzer, Peter Machinist, Deutero-Isaiah: A Commentary on Isaiah 40-55, Hermeneia: a Critical and Historical Commentary on the Bible (Minneapolis, MN: Fortress Press, 2001), p. 3; Carl Friedrich Keil, Franz Delitzsch, Commentary on the Old Testament (Peabody, MA: Hendrickson, 2002), t. 7, p. 466.
23 Andre Zysk, Exegetische Arbeit zum Geist Gottes im Alten Testament anhand ausgewählter Bibelstellen aus dem Buch Jesaja, Ezechiel, Haggai und Nehemia (Múnich: GRIN Verlag, 2007), p. 9.
24 John N. Oswalt, The Book of Isaiah, Chapters 40-66, New International Commentary on the Old Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), pp. 607-608.
25 James Swanson, Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains: Hebrew (Old Testament), edición electrónica (Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, Inc., 1997), s. v. «».
26 Génesis 6: 6; 34: 7; 45: 5; 1 Samuel 20: 3; 20: 34; 2 Samuel 19: 3; 1 Reyes 1: 6; 1 Crónicas 4: 10; Nehemías 8: 10-11; Salmos 56: 6; 78: 40; Eclesiastés 10: 9; Isaías 54: 6; 63: 10.
27 Edward Young, The Book of Isaiah: Chapters 40-66 (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1972), t. 3, p. 482.
28 Daniel I. Block, «The Prophet of the Spirit: The Use of Ruah in the Book of Ezekiel», Journal of the Evangelical Theological Society 32/1 (1989), p. 37.
29 Ibid., pp. 36-37.
30 Véase William H. Shea, «The Investigative Judgment of Judah», en The Sanctuary and the Atonement, eds. Arnold Wallenkampf, Richard Lesher (Washington, DC: Biblical Research Institute, 1981), pp. 283-291.
31 Block, op. cit., p. 38.