La infertilidad

Cuando pensamos en una familia, ¿qué imágenes nos vienen a la mente? Tal vez la de una madre y un padre riendo mientras columpian entre ellos a un niño risueño. ¿De dónde vino esta familia? Tal vez empezamos a representárnosla mentalmente el día de la boda, la novia vestida de blanco y el novio muy elegante. La siguiente imagen muestra a la misma mujer embarazada, y por fin la vemos con un niño llorón en brazos, rodeada de toda la familia dándoles parabienes.

Para muchas parejas, las dos últimas imágenes no son posibles. Su problema se llama infertilidad. Según la definición de la Organización Mundial de la Salud, la infertilidad es la incapacidad de conseguir un embarazo clínico después de doce meses o más de relaciones sexuales regulares sin protección. Eso suena técnico y médico, pero suele causar efectos profundos sobre las víctimas de esta calamidad silenciosa.

Esperar tener hijos está en línea con el Salmo 127: 3: «Herencia de Jehová son los hijos». Cuando esa esperanza no se realiza, empezamos a pensar en otros versículos. Deuteronomio 28 parece describir a los niños como una bendición fruto de la obediencia (vers. 4), contrarrestada con el vientre estéril, descrito como una maldición debida a la desobediencia (vers. 18). Aunque esos versículos se refieren específicamente al pacto de Dios con los antiguos israelitas, y no se aplican a nosotros hoy, hay parejas que se ponen a rememorar sus pecados, en busca de una explicación. Dejando de lado estas comparaciones, debemos tener en cuenta que el mundo de hoy está deformado por el pecado. Un mundo pecaminoso y fragmentado ha alterado lo que Dios diseñó para que funcionase de manera perfecta.

Ante esta situación, hay que tomar las cosas con calma, orar y considerar las opciones que se abren ante nosotros. En el mundo de hoy, si una pareja quiere tener hijos, generalmente es posible. Pero antes de buscar tratamiento, de explorar la adopción o de resignarse a no tener hijos, toda pareja necesita investigar y comprender las implicaciones éticas y emocionales de cada una de las posibles opciones con las que se enfrenta. Siendo que Dios es el Creador de la vida y que nos enseña a respetarla, cada paso en el camino hacia la paternidad debe incluir el máximo respeto por Dios y por la vida en sí misma.

Para una comprensión más profunda de este tema, ver el siguiente enlace: https://www.adventist.org/en/information/official-statements/documents/article/go/-/considerations-on-assisted-human-reproduction/