La investigación con células madre

Al igual que las células sanguíneas y las nerviosas, las células madre son capaces de regenerarse y producir más células que se emplean para curar enfermedades y reemplazar el tejido humano, es decir, para la medicina regenerativa.

Las células madre se encuentran en los tejidos del cuerpo humano de personas de todas las edades, en la placenta y en la sangre del cordón umbilical. También se localizan en los embriones humanos. Estas últimas se producen mediante la fertilización in vitro o clonación. En el caso de la fertilización in vitro, los óvulos y los espermatozoides humanos se unen fuera del cuerpo. El óvulo fertilizado se cultiva durante varios días para que el embrión alcance de 50 a 150 células. Para aislar las células madre embrionarias, el embrión se destruye.

Este hecho plantea cuestiones éticas sobre el uso de las células madre embrionarias similares a las relacionadas con el aborto: ¿Es el embrión un ser humano que necesita protección? ¿Es correcto quitar la vida humana en cualquiera de sus fases?

Las opiniones varían. El modelo que defiende el beneficio médico afirma que se debe aprovechar la terapia con células madre embrionarias porque proporciona alivio a las personas que sufren y mejoran el desarrollo humano. El marco que defiende la protección de la naturaleza plantea preguntas difíciles y se cuestiona si acaso no estamos jugando a ser Dios, si no nos estamos volviendo arrogantes tratando de mejorar la naturaleza y si el avance en este campo no acabará deshumanizándonos. El punto de vista que defiende la protección del embrión argumenta que la vida humana surge con la concepción y que es inmoral matar a un embrión en cualquier etapa.

Los cristianos apoyan la santidad de la vida. Al aceptar que fuimos creados a imagen de Dios (Gén. 1: 26-27), defendemos la dignidad y los derechos de los seres humanos. Esto implica que la vida necesita ser protegida no solo cuando se trata de un recién nacido, un niño, un adolescente, un adulto y un anciano, sino también en sus fases iniciales, como en el caso del embrión. Los seres humanos son propiedad de Dios y no pertenecen a otros (1 Cor. 6: 19) para ser usados, manipulados y explotados, no importa la fase en la que se encuentran. Dios ya conoce al nonato y vela por él (Sal. 139: 13-17). Además, Jesús eleva el mandamiento de no matar muy por encima de las prácticas del Antiguo Testamento y de las que se acostumbraban cuando él vivió en este mundo (Mat. 5: 21-22). Aunque muchos de estos problemas son complicados, no deberíamos olvidar que todos nosotros fuimos embriones alguna vez, que somos llamados a imitar el amor de Dios y, guiados por las Escrituras y por el Espíritu Santo, tenemos que tomar decisiones sabias sobre la vida de los demás.