Juramentos y malas palabras
La capacidad de comunicarnos es quizás la herramienta más poderosa que el Creador nos ha dado. Es tan poderosa que Jesús dijo: «Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio, pues por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado» (Mat. 12: 36-37). Si Jesús toma nuestras palabras en serio, nosotros deberíamos hacerlo también, lo que significa que decir malas palabras no es la forma adecuada de expresarnos.
Hay que hacer una distinción importante, y es que jurar no significa necesariamente quebrantar el tercer mandamiento. Ese mandamiento dice: «No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano, porque no dará por inocente Jehová al que tome su nombre en vano» (Éxo. 20: 7). Este pasaje se refiere al uso indebido del nombre de Dios, ya sea en voz alta, en mensajes de texto, en redes sociales y otros medios. por razones alejadas de la oración, especialmente en maldiciones o en frases ofensivas. El nombre de Dios es sagrado y merece respeto.
Los juramentos a los que nos referimos son aquellas palabrotas que las culturas particulares consideran groseras y socialmente inapropiadas, que generalmente tienen que ver con funciones corporales o insultos sexistas o raciales. La Biblia dice: «Panal de miel son los dichos suaves, suavidad para el alma y salud para los huesos» (Prov. 16: 24) y «La muerte y la vida están en poder de la lengua; el que la ama comerá de sus frutos» (Prov. 18: 21). Pablo es aún más directo cuando escribe: «Pero ahora dejad también vosotros estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca» (Col. 3: 8). Nuestra lengua debe tener la función de favorecer la vida, no de dañarla.
Esto no significa que solo tenemos que usar solo palabras floreadas, o que solo debemos manifestar expresiones de felicidad. Podemos ser igual de directos con nuestro lenguaje sin recurrir al juramento (ver a Jesús en Mat. 23: 15). Es posible ser valientes sin ser groseros. Sé creativo, sé amable y habla con amor a quienes te rodean (Efe. 4: 15).